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Latinoamérica

El problema de la Razón de Estado como justificación del rescate a sangre y fuego

Laura Bonilla

Observatorio de las Dinámicas del Conflicto Armado, Corporación Nuevo Arco Iris
La tragedia de once de los diputados y el rescate fallido de Diego Mejía evidencian que lo importante no es la preservación de la vida del ciudadano, sino, por el contrario, la justificación de la política y la defensa de la razón de Estado.

Consideraciones iniciales

El pasado 5 de julio, una manifestación simultánea en varias ciudades del país movilizó una enorme cantidad de ciudadanos que salieron a manifestarse, convocados por el rechazo al secuestro. Desafortunadamente, el desarrollo de la jornada evidenció la existencia de posturas contradictorias e incluso agresivas, una protesta fragmentada en la que cada pequeño grupo de individuos protestaba por lo que consideraba era el problema fundamental.
Las interpretaciones aún no encuentran un punto común y mientras algunos aseguran que la gran marcha nacional protestó contra las FARC, otros plantean que fue contra el secuestro, contra La Violencia o a favor de La Libertad de los secuestrados. Al mismo tiempo que la postura del gobierno central potenciaba las expresiones de repudio a un actor específico – las FARC – posturas de gobiernos regionales trataban de posicionar la necesidad de un acuerdo humanitario.
Al finalizar la movilización solo se pudieron establecer dos conclusiones: la primera, que no existió ni una convocatoria unívoca, ni una postura social concreta que buscara manifestarse ni concretarse en una propuesta nacional; la segunda, que tristemente la última motivación que empujó desde los niveles institucionales la gran protesta de los colombianos fue la tragedia humanitaria de los familiares y las víctimas del secuestro.
Las respuestas al asesinato de los 11 diputados del Valle han sido más retaliaciones políticas o justificaciones de fuerza, espectáculos demostrativos que confirman una vez más la tesis de que a la hora de tomar una determinación pública, la causa primaria que la motiva – como es el caso del secuestro – termina siendo la última en prioridad.
Otros temas y otras discusiones han sustituido en el panorama lo que en principio debería haber sido una movilización ciudadana favorable a las familias y víctimas del flagelo del secuestro. Pareciera que gran parte de los colombianos prefirieran héroes de guerra en los cementerios, que ciudadanos retornando sanos y salvos con sus familias, tal y como lo clamaron las posturas que exigían el rescate militar a sangre y fuego, que hasta la fecha ha cobrado la vida de 481 personas en cautiverio
[1].
Desde esta perspectiva, no obstante la rabia y la celeridad de las reacciones, es delicado que sectores de la sociedad civil, cuya responsabilidad precisamente está en hacer posible y factible una salida civilista a los conflictos armados o sociales que atañen un territorio, asuman posturas que olviden el fundamento de la vida como derecho primario, sobreponiendo argumentos que eliminan por completo la potencial liberación y vuelta a la vida del secuestrado, en tanto anteponen la razón de estado o gobierno por encima de ellos. Si el contrapeso a las razones de gobierno totalizantes es la postura civil, desafortunadamente fue superado por la aparente cohesión de la manifestación, y la no evidente fragmentación que potenció y reprodujo la salida militar como exigencia ciudadana. La sociedad civil como sociedad necesita con urgencia la creación de una convicción común que se sustraiga de la lógica exclusivamente mediática para potenciarse como la gran exigencia civil nacional ante la barbarie de la violencia y como la única opción de no olvidar los nombres, los rostros, las historias y las vidas que son el trasfondo de los problemas como el secuestro, la desaparición forzosa, los homicidios, las torturas, los desplazamientos y los otros dolorosos problemas que nos atañen hace tantos años.
La posición al respecto de la sociedad civil que pugne por una posibilidad de libertad para las víctimas del secuestro no puede detenerse en este momento a evaluar otras opciones distintas a una salida humanitaria como acuerdo nacional que estipule como valor fundamental la preservación de la vida y la integridad de los secuestrados, más allá incluso de la razón de estado que promueve actualmente un rescate militar.

El problema de la razón de Estado y el individuo despojado

3.143 personas están secuestradas actualmente en Colombia. De ellas, una gran parte se encuentra retenida por grupos armados al margen de la ley, mientras otras fueron plagiadas por delincuencia común o mafias organizadas que obtienen recursos por la vía del secuestro.
A pesar de que esta cifra no se compara con otro tipo de casos relacionados con la violencia política, tanto el secuestro como el desplazamiento forzado sigue siendo un problema que se inscribe en el limbo de lo humanitario, lo público y lo político. Estos crímenes son particularmente delicados en su manejo, en tanto inicialmente la vida no es eliminada sino suspendida, el sujeto desaparece como ciudadano, sus derechos son suprimidos, conservando tan sólo una potencial probabilidad de recuperar parte de su vida pasada.
Más allá de la tragedia de familiares y allegados, la desaparición física de una persona por la vía de la retención, ubica la discusión lejos de la estadística descriptiva y cerca de la situación particular, el caso concreto. El drama del secuestro pertenece a lo público en la medida en que hablamos de un sector fundamento de la sociedad que es retenido en la suspensión de su derecho, y en lo político en tanto uno de los ciudadanos parte del Estado Social de Derecho pierde su capacidad de decisión sobre su propio cuerpo, su propia vida, su propio futuro o destino. Pero, además de esto, el secuestro es tal vez uno de los crímenes que más visibiliza la incapacidad del Estado para garantizar la vida, honra e integridad de los ciudadanos que se supone es el fundamento de su legitimidad.
Es en este punto precisamente donde aparece la razón de Estado, su apelación metafísica que unifica el problema en una sola ambigüedad: El Estado garante de la vida, honra e integridad del ciudadano no puede perder el control unitario sobre el territorio nacional, aún si esto significa sacrificar al ciudadano – suspendido en la retención, silencioso e impotente – sacrificio que posteriormente es esgrimido como un ritual en el cual una vida, un ciudadano no interesa mientras se garantice la Razón de Estado, que es libre de suspender – nuevamente – los derechos que él mismo garantiza. Para ponerlo en otros términos: el ciudadano que resulta asesinado en un rescate militar ha sido despojado de sus derechos más vitales en dos momentos, el primero por su captor, el segundo por su aparente liberador.
Los últimos acontecimientos, la tragedia nacional del asesinato de los 11 diputados, así como el rescate deDiego Mejía, que también terminó en tragedia, evidencian que lo importante no es la preservación de la vida del ciudadano y el retorno de sus derechos en libertad, sino, por el contrario, la justificación de la política y la "defensa de la sociedad" que no es otra cosa que la defensa de la Razón de Estado. Poco importa el desenlace que pueda tener un rescate a sangre y fuego, poco importa si no se recupera un ciudadano sino un cadáver; desde la perspectiva en la que se sumió el país desde la tragedia de los secuestrados lo único importante es la declaratoria de guerra, mientras los fusiles sean el lenguaje de la guerra.
Estamos ante el individuo despojado de múltiples formas de su posibilidad mínima de decisión, una decisión que se transforma en decisión de orden público, de doctrina de seguridad nacional, de Razón de Estado en el momento en el cual ni siquiera se solicita un permiso a las familias de los secuestrados, sino que sencillamente se envía una comunicación. La pertenencia del cuerpo, la decisión, la vida del ciudadano retenido en el momento en que se intenta un rescate militar no es de las familias, no es de los allegados, es del estado quien toma la decisión final. Es el conjunto de razones de un gobierno y no el deber constitucional de preservación de la vida lo que impulsa a fortalecer rescates militares.
Preocupa profundamente cuál es la sociedad que se construye en una alternativa civil mientras clama a las armas para "barrer" como se escuchó en las marchas con la "escoria", "con armas y valentía" como asegura Fernando Londoño, a toda costa, con todos los sacrificios. La sociedad que pregonaba el rescate de sangre es la misma sociedad que no tiene interés por la tragedia humanitaria, que se imagina una campaña épica en la cual triunfe algún modelo de estado fuerte y coercitivo, pero también es la sociedad que pretende que la justificación de su postura sea el sacrificio de sangre de los secuestrados. Es la sociedad totalitaria que desaparece y anula al individuo en toda su dimensión.
Preocupó también en la manifestación que la postura de defensa de un acuerdo humanitario fue minoría: La postura que rechaza y repudia la barbarie en toda su dimensión, sin querer reemplazarla con otra guerra interminable, sino con la posibilidad de una salida negociada a un conflicto tan largo y complejo como el nuestro. Desafortunadamente, desde las calles de las ciudades principales se pregonaba el fin de la civilización si no se intentaba un rescate armado. Resultó dolorosamente evidente que el rescate armado se planteó engañosamente como un derecho de la Sociedad, no como una posibilidad de libertad del individuo, no como preocupación por el sufrimiento y el dolor de las familias, sino como la justa decisión del Estado en la doctrina "Estado Somos Todos" que tiene autoridad total para suspender el derecho a la vida en pro de garantizar la legitimidad de su política.

La necesidad de una postura radical en la civilidad

No es posible que la proclama de los colombianos sea la muerte de los secuestrados para que la "sangre derramada del justos salve la de muchos, garantice la paz y edifique el derecho[2]", postura de Fernando Londoño, el ex ministro que en ningún momento se pregunta si "el justo" desearía que su sangre fuera derramada. En contraposición a ella, los que nos hemos declarado radicales en el discurso de la civilidad aseguramos que no hay mayor fortaleza que la de una sociedad dispuesta a proteger la vida como el valor fundamental, y la libertad como el objetivo a lograr, sin que esto implique la suspensión de los derechos de los ciudadanos.
También hemos querido declarar que la forma de eliminación del secuestro como crimen de lesa humanidad no es la eliminación sistemática de los secuestrados, ni el sacrificio "por la patria" de las familias que anhelan que los suyos vuelvan pronto.
La postura de las FARC y la postura del Gobierno no son en absoluto distintas: ambas posiciones ratifican que el último de los intereses es la vida, y que por el contrario, las vidas retenidas son potenciales sacrificadas en función de sus propias causas. Una razón adicional para exigir que la postura de la civilidad no pueda ser una que le cierre las puertas al intercambio humanitario.
El mandato estatal de protección de la vida lo hemos firmado por siglos. Un gobierno no puede elegir si lo cumple o no y mucho menos la razón de Estado puede ser suficiente para tomar la decisión final del sacrificio, aunque esto implique mayores esfuerzos gubernamentales y rediseños de política que lleven a justo término un acuerdo serio, real y verdaderamente humanitario que permita que los secuestrados tengan la opción de volver con sus familias y seres queridos.
La posición de las organizaciones que trabajamos en el marco de la civilidad debe ser radical precisamente en este punto. El reconocimiento del derecho ciudadano no puede ser suspendido por un grupo al margen de la ley, pero tampoco por el Estado, no importa que tan complejo sea el panorama.
No hay dudas acerca de lo abominable del secuestro, pero lo que no puede quedar como saldo nacional de la tragedia, es que la razón de estado prime por encima del derecho fundamental a la vida, que después de haber sido inicialmente violentado en su mínimo vital, es nuevamente vulnerado.
Los 11 diputados tristemente pasaron de ser monedas de transacción a objetos mediáticos manoseados a los ojos de todas sus familias para justificar las posturas intransigentes de ambas partes que hacen imposible lo que precisamente importa más del intercambio humanitario: Lo humanitario. 1269 colombianos han muerto en cautiverio
[3] y en el panorama actual, con la política de rescate de sangre, serán muchos más los hombres y mujeres sacrificados en función de una política de Seguridad Democrática que ni siquiera se les consultó.

[1] Fuente: Fondelibertad.
[2] Columna semanal publicada en el Diario El Tiempo, 19 de junio de 2007.
[3] Fuente: Fondelibertad   

Fuente: lafogata.org