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Latinoamérica

Perú y Venezuela, a propósito de las elecciones en Perú

Ricardo Jimenez.

Hace 181 años, un peruano escribía una carta a un venezolano, no existía entonces –al menos, no entre ellos- el concepto "injerencia externa"; y ese hecho tiene mucho que ver y arroja luces sobre el escenario regional actual en general y el de las elecciones en Perú, en particular.
Por estos días, la denuncia pública de la censura a un programa radial nacionalista, a través del chantaje económico del Estado, ordenado por el presidente Toledo al más puro estilo fujimontesinista, viene a confirmar, casi rutinariamente, el control desembozado y total sobre los medios de comunicación masivos y sobre el desprestigiado y saliente gobierno por parte de la oligarquía peruana. Ambos repiten hasta el cansancio que las declaraciones del Presidente de Venezuela Hugo Chávez, en contra de la política neoliberal y pro norteamericana del gobierno peruano, compartida por el candidato aprista Alan García, y en favor de su contendor Ollanta Humala, constituyen injerencia indebida en asuntos internos. Al mismo tiempo, guardan conveniente silencio ante la intervención del gobierno norteamericano que revocó su visa a ese país a este último.
Más allá de que resulta cuando menos dudoso discutir por "injerencias externas" en plena hegemonía de la globalización neoliberal, sobre todo por parte de una oligarquía y su gobierno ansiosos por apurar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con una potencia que, al margen y en contra de la ONU, agrede e invade militarmente a varios países en el mismo momento, parece útil revisar parte importante de la historia originaria de la relación de ambos países, puesto que en esos tiempos gestores se expresaban ya los enfoques diferentes u opuestos sobre la articulación regional, que hoy, actualizados en el nuevo escenario, vuelven a irrumpir a propósito de las elecciones presidenciales de Perú.

Túpac Amaru y Bolívar

Pero el celo oligárquico por la "injerencia" de gobiernos vecinos (claro, siempre que sean de signo político opuesto), no sólo es contrario a la globalización actual, sino también y señaladamente a su más entrañable historia y gestación como nación y Estado independiente. La rebelión de Túpac Amaru, precursora de la independencia y la abolición de la esclavitud, la más grande contra el imperio español en América, abarcó "los 4 suyos", hasta Bolivia y parte de Chile, Argentina y Ecuador. Más tarde, fueron primero San Martín, de Argentina, y finalmente Bolívar, de Venezuela, quienes comandaron las luchas por la independencia del Perú.
Ciertamente, el proyecto regional de Túpac Amaru primero y de Bolívar después, debido a su radical contenido de justicia social e independencia de las potencias extranjeras, trajo la denodada lucha de los poderes fácticos locales y foráneos que, triunfando sobre ellos, vino a imponer la fragmentación regional y el hoy repetido discurso de la "no injerencia" en asuntos internos como mecanismo de sostén de esta fragmentación.
Y aunque siempre se mantuvo, a veces soterrada, la flama de aquel destino y aquel proyecto, es en la actualidad cuando recobra inusitada vigencia y se expresa con fuerza en las presentes visiones y choques por el destino regional. Más importante aún, hoy al igual que en aquel entonces, quienes expresan y encabezan el anhelo de un continente unido, grande y digno, con justicia social, se encuentran y aúnan esfuerzos. Esto no debiera sorprender a nadie, que conozca nuestra más auténtica historia. Por ello resulta pedagógico recordar brevemente el caso de los precursores peruano y venezolano Juan Bautista Túpac Amaru y Simón Bolívar.
El imperio español desató la más horrorosa, cobarde y aborrecible masacre –brutal, inhumana, legal y católica- contra la familia Túpac Amaru, en castigo por encabezar la gran rebelión de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru, que abolió la explotación de los indios en mitas y repartos; la esclavitud de los negros; la humillación y discriminación legal racista contra mestizos, negros e indígenas; y, finalmente, la dependencia colonial. Después de más de 40 años de martirio, cárcel y tortura indecibles y destierro miserable, lleno de agonías, el único sobreviviente del clan revolucionario, emparentado a los Incas, Juan Bautista Túpac Amaru, hermano del prócer, vuelve a su amada -y ahora libre de dominio español- Sudamérica, y escribe, en 1.825, desde Argentina (donde recibe la más generosa hospitalidad) al Libertador Simón Bolívar; tiene 86 años de edad y estaba desde hace años gravemente enfermo: "Si ha sido un deber de los amigos de la Patria de los Incas, cuya memoria me es la más tierna y respetuosa, felicitar al Héroe de Colombia y Libertador de los vastos países de la América del Sur, a mi me obliga un doble motivo a manifestar mi corazón lleno del más alto júbilo, cuando he sido conservado hasta la edad de ochenta y seis años, en medio de los mayores trabajos y peligros de perder mi existencia, para ver consumada la obra grande y siempre justa que nos pondría en el goce de nuestros derechos y nuestra libertad; a ella propendió don José Gabriel Tupamaro, mi tierno y venerado hermano, mártir del Imperio peruano, cuya sangre fue el riego que había preparado aquella tierra para fructificar los mejores frutos que el Gran Bolívar había de recoger con su mano valerosa y llena de la mayor generosidad; a ella propendí yo también y aunque no tuve la gloria de derramar la sangre que de mis Incas padres corre por mis venas, cuarenta años de prisiones y destierros han sido el fruto de los justos deseos y esfuerzos que hice por volver a la libertad y posesión de los derechos que los tiranos usurparon con tanta crueldad; yo por mí y a nombre de sus Manes sagrados, felicito al Genio del Siglo de América, y no teniendo otras ofrendas que presentar en las aras del conocimiento, lleno de bendiciones al hijo que ha sabido ser la gloria de sus padres.
Dios es justísimo, Dios propicio sea con todas las empresas del inmortal Don Simón Bolívar, y corone sus fatigas con laureles de inmortal gloria…Yo, señor, al considerar la serie de mis trabajos, y que aún conservo. Aliento en mi pecho la esperanza lisonjera de respirar el aire de mi patria…, no obstante de estar favorecido de este gobierno de Buenos Aires desde que pisé sus playas, y de cuantos han considerado mis desgracias y trabajos incalculables, que tendría en nada, si antes de cerrar mis ojos viera a mi Libertador, y con este consuelo bajara al sepulcro…".
(En: Valcarcel. 1.973: 207 y 208).


Fuente: lafogata.org