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        Argentina: La lucha continúa 
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Pidieron su remoción a la santa sede 
El obispo que quiere tirar un ministro al mar
Emilio Marin
La Arena
El presidente Néstor Kirchner ordenó al canciller tramitar ante el Vaticano 
la renuncia del obispo castrense. Como es público y notorio, monseñor Antonio 
Baseotto se hizo acreedor a esa declaración de "persona no grata" tras asegurar 
al ministro de Salud que merecía que le colgaran una piedra al cuello y lo 
tiraran al mar. El horrendo delito del doctor Ginés González García había sido 
distribuir condones y opinar a favor de la despenalización del aborto. Cualquier 
semejanza entre los dichos del obispo y los "vuelos de la muerte" no son mera 
coincidencia. 
LOS VUELOS 
Aunque Baseotto envolvió su amenazante carta a González García en una figura 
bíblica –"quien alborota a los niños merece que le cuelguen una piedra de molino 
al cuello y lo arrojen al mar"-, no desconocía el uso práctico de ese método 
promediando el siglo XX. Como obispo castrense sabía que -durante al dictadura- 
los oficiales de las tres FF.AA., preferentemente de la Armada, arrojaban sus 
prisioneros al mar y al Río de la Plata. 
Más aún, como confesor de algunos militares que aún revistan en el servicio 
activo, monseñor habrá tenido algunos testimonios. En público el único que habló 
del tema fue el capitán de corbeta retirado Adolfo Scilingo, actualmente juzgado 
por genocidio y torturas en Madrid. 
En 1994, ese militar admitió ante Horacio Verbitsky haber participado en 1977 en 
dos vuelos, "el primero con 13 subversivos a bordo de un Skyvan de la Prefectura 
y el otro con 17 terroristas en un Electra de la Aviación Naval" ("El vuelo").
Scilingo señaló al almirante Luis María Mendía como el alto jefe que había 
transmitido a los marinos la metodología a utilizar con los secuestrados. Mendía 
les aseguró que habían consultado "con las autoridades eclesiásticas" para 
buscar su consentimiento a esta "forma cristiana y poco violenta" de terminar 
con sus enemigos. 
Baseotto conoce de lo que habla pues como obispo castrense se mueve como pez en 
el agua entre la oficialidad en actividad y en retiro. Invocando esa condición y 
oficiando de portavoz de la cúpula castrense en funciones a principios de 2003, 
él pidió una audiencia urgente con la Corte Suprema de Justicia que le fue 
concedida en pocos días. El tribunal estaba presidido por Julio Nazareno y lo 
escuchó argumentar a favor de un fallo a favor de la constitucionalidad de las 
leyes de Punto Final y Obediencia Debida, tal como los cuarteles reclamaban en 
voz baja. Su punto de vista suscitó la amplia simpatía de los magistrados –con 
la excepción de Juan C. Maqueda, pero el único que se atrevió a adelantar un 
pronto fallo a favor de la impunidad fue Adolfo Vázquez. Pifiaron todos, el 
obispo y los cortesanos, de los cuales sólo cuatro siguen en funciones. 
LA POLÉMICA 
Aunque el presidente Kirchner y su esposa Cristina Fernández se han 
manifestado como enemigos del aborto –en esto han coincidido con el denostado 
Carlos Menem-, el ministro de Salud hizo declaraciones a favor de la 
despenalización. 
Esa toma de posición de GGG se conoció por primera vez en noviembre del año 
pasado y se reiteró a mediados del corriente mes en un reportaje a Página/12. 
Allí afirmó: "pienso que hay que despenalizar el aborto. Si ello hubiera 
ocurrido, muchas de esas mamás que no concurren al médico o que llegan al borde 
de la vida, se salvarían". 
En nuestro país se realizan estimativamente 500 mil abortos al año, con un 
índice de mortalidad materna más elevado en las mujeres de condición humilde que 
lo hacen en malas condiciones sanitarias. Las de clases medias y altas, que 
también apelan al aborto como último recurso, tienen dinero para pagarse un 
médico o clínica privada donde ese índice es mucho menor. 
Pese a que la situación económico-social es lo que en muchos casos empuja a 
tantas mujeres a abortar, el obispo castrense no tiene propuestas efectivas para 
superarla pues históricamente su iglesia fue amiga del poder, incluso de los 
peores poderes como el del general Jorge R. Videla. Baseotto no lucha contra la 
pobreza ni por la igualdad entre hombres y mujeres. Sotana al viento embistió 
contra el titular de la cartera de Salud con acusaciones de "apología del delito 
de homicidio por promover la multiplicación del aborto". 
Ninguna mujer aborta por que sí. Lo hace porque a raíz de la explosión de 
pobreza de los ´90 en adelante no tiene sustento material para ampliar su 
familia o porque carece de ésta, porque corre grave riesgo su salud o quedó 
embarazada sin ninguna intención de maternidad. Los extremistas como Baseotto 
quieren seguir discutiendo sobre el sexo de los ángeles pero los seres humanos 
tienen sexo y la sana costumbre de practicarlo, cuando pueden. A veces incluso 
cuando no sería conveniente, con la persona equivocada o en el peor momento del 
mes. 
En fin, en alguna de esas hipótesis suelen producirse los embarazos y cada 
mujer, si está sola, o con su esposo o compañero si lo tiene, debería poder 
decidir sobre su cuerpo. Ella es quien tendría que resolver sobre un asunto 
propio, doloroso e intransferible sin que la Iglesia, y menos el vicario 
militar, le digan qué hacer so pena de mandarla a ser pasto del fuego eterno en 
el infierno. 
Baseotto dice ser defensor de la vida pero oficia de antiabortista, línea de 
acción que anualmente condena a la muerte a varios miles de mujeres de clases 
bajas. El inquisidor no sólo se opone a la despenalización del aborto sino 
incluso al reparto de preservativos. Todas las opiniones coinciden en que el 
condón impide tanto los embarazos no deseados como la propagación del Sida, pero 
el reverendísimo monseñor dictaminó que la porosidad del látex permite el paso 
del virus y que su distribución es un negocio de las multinacionales del látex.
SEPARACION DE IGLESIA Y ESTADO 
El alboroto generado por las declaraciones de apologista de los vuelos de la 
muerte Baseotto tuvo un costado positivo: revelaron a los ojos democráticos la 
persistencia de bolsones de cavernícolas de la derecha eclesiástica, mediática, 
política y empresaria. 
Ese sector había mostrado algunas de sus cartas a raíz de la retrospectiva del 
artista plástico León Ferrari. El arzobispo Jorge Bergoglio condenó la muestra 
por "blasfema" y los grupos neonazis de "Cristo Rey", "Agrupación Cristo 
Sacerdote" y "Agrupación Custodia" mandaron sus energúmenos a romper parte de la 
muestra en la Recoleta, y a sus abogados a reclamar su clausura judicial. 
La cúpula eclesiástica fue más que condescendiente con el fascismo de las juntas 
militares entre 1976 y 1983 que segó las vidas de entrañables católicos como 
Carlos Mugica y Enrique Angelelli, entre tantos otros. Esa institución es 
impiadosa con las mujeres puestas ante la necesidad de abortar, con las 
expresiones del arte crítico, con los movimientos piqueteros y hasta con los 
ministros del Poder Ejecutivo Nacional que cumplen con la ley al repartir 
profilácticos. 
Nadie puede extrañarse de semejante postura obispal pues aún hoy aplican "manu 
militari" hacia adentro de la Iglesia. Allí no se permite que las mujeres sean 
sacerdotes y menos obispos, y se sigue sancionando a los curas que cuestionan 
determinados preceptos como el celibato. El párroco Guillermo Mariani, de 
Córdoba, tiene abierto un proceso canónico a raíz de la publicación de su libro 
"Sin tapujos". El díscolo fue amenazado con sanciones por la jerarquía si sigue 
hablando del tema celibato en los medios. 
Los dichos del vicario castrense causaron malestar en el gobierno. El ministro 
de Defensa, José Pampuro, lo llamó a su oficina para reprobar su carta al 
ministro de Salud. Posteriormente Rafael Bielsa transmitió al nuncio apostólico 
Adriano Bernardini la solicitud presidencial para que el Vaticano cambie al 
polémico obispo. 
Pero la solicitud del jefe del Palacio San Martín no tuvo carácter apremiante. 
Al contrario, se manifestó el deseo de que el pedido tenga buena acogida en Roma 
"con los tiempos propios de la Iglesia". Esta fue una lamentable concesión del 
Ejecutivo porque la gravedad de los dichos del obispo ameritaban un reclamo con 
carácter de urgente. 
El intríngulis diplomático dejó al trasluz otro aspecto muy importante: los 
obispos castrenses no son designados por el Episcopado argentino y menos aún por 
el ministerio de Defensa. Es el papa quien los designa y cambia, por lo que la 
salida de Baseotto del cargo depende exclusivamente de la voluntad del 
pontífice. Como en este momento Juan Pablo II está internado, la cuestión 
planteada por Bielsa puede quedar pendiente por mucho tiempo. 
Este caso se convierte entonces en un nuevo alegato a favor de la completa 
separación de la Iglesia y el Estado. ¿Cómo es posible que un Estado ajeno, el 
Vaticano, sea quien designe el obispo de las Fuerzas Armadas argentinas y el 
único que puede disponer su recambio? 
Se sabía que el Estado pagaba los sueldos de los obispos y contribuía con sumas 
millonarias al sostenimiento de la Iglesia católica; que brindaba presupuesto a 
colegios de ese culto; que la cúpula púrpura se inmiscuía en asuntos terrenales 
médicos y sanitarios; que el cardenal primado imitaba a Torquemada en lo 
cultural, etc. Pero se desconocía que el Estado argentino no podía dar de baja a 
Baseotto, nombrado desde Roma, pese a ser un continuador de Victorio Bonamín, el 
vicario castrense que en 1976 alentó a las FFAA a purificarse en el Jordán de la 
sangre.