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Argentina: La lucha continúa

El imperialismo y el expolio cuando son progresistas, son menos dolorosos

Jorge López Ave
Argenpress

La clase política, esa que opera como una casta aparte, que se mueve sólo y exclusivamente en la salvaguarda de los intereses de los poderosos, hace lo imposible para que no se le note en exceso su condición y razón de ser. El populismo progresista parece ser una de sus últimas trincheras, es en ese lugar donde se guarecen y diseñan estrategias muy pegadas al marketing y a las agencias de publicidad. Desde ahí nos seducen con el recuerdo de cuán malos eran los anteriores burgueses que nos gobernaron, en general, ladrones y sanguinarios, y la suerte profunda que tenemos con este gobierno progresista que da una de cal y otra de arena, es decir, lo justo y necesario para congelar revueltas sociales, protestas sindicales, algaradas estudiantiles, en unas palabras, operando como un antídoto ante lo que pueda quedar de rebeldía en la vida social.

No son pocas las voces que ven que estos gobiernos de 'centro izquierda' (por denominarlos de una forma más espacial que ideológica), vienen haciendo el trabajo sucio para los grandes intereses económicos. Esos, que en un alarde de razonamiento sesudo, llegaron a la conclusión que tanto los gobiernos totalitarios de corte fascista en la década de los setenta, como los neoliberales de derecha de siempre en los ochenta y noventa, estaban trayendo demasiado descontento y riesgos de explosiones sociales. Por ello era obligado el alumbramiento de gobiernos de corte reformista, humanista, de cara amable, con apoyos masivos en las calles, practicantes del consenso, y con cierto currículo de progresista, incluso, llegado el caso, a esos dueños del mundo no le desagradan los políticos con pasado revolucionario, pero con pruebas sanguíneas indiscutibles de su reconversión para la causa del mercado, y la actual necesidad de expolio de lo público, eso sí, disfrazado de inversiones extranjeras que salven la alicaída economía nacional.

Es cierto que hay momentos donde la realidad se presenta descarnada, y el maquillaje no puede evitar que descubramos quién de verdad son, y para que están en el escenario político y social. En estos días en los que el Presidente de Gobierno hispano, José Luis Rodríguez Zapatero, ha visitado a sus homónimos brasileño, argentino y chileno, esa realidad nos ha dado de bruces. Zapatero ha viajado a defender los intereses, no del estado español, sino de las poderosas empresas que operan en esos países, y de otras que aspiran a ello. La noticia no es que el líder del PSOE vaya a preocuparse por los intereses de sus poderosos paisanos, ni siquiera que confunda el papel del Estado con el de empresas privadas, sino que todo se haga desde esa óptica progresista según la cual, si ese viaje donde se le impone a Argentina, por ejemplo, tarifas de productos básicos que explotan empresas españolas, lo hubiera hecho el fascista de Aznar y su PP, hubiera habido unanimidad en el progrerío en calificar la visita como de un viaje con ribetes imperialistas intolerables, pero, como el viajador es Zapatero, a nadie parece preocuparle las razones, es como si por arte de birlibirloque, lo que sería un viaje típico del invasor a imponer sus intereses, se convierte en un viaje de un gobernante moderno que lleva inversiones, algo así como una onejé que lleva desarrollo a países hermanos, de la mano de empresarios benefactores.

Capítulo aparte merecen las actitudes de Lula, Kirchner y Lagos, que no contentos con que aparezcan en el horizonte barcos cargados de bagatelas, dispuestos a llevarse todo lo valioso que se presente a precios ganga, tienen el atrevimiento de elogiar a un corrupto como Felipe González, en un ejemplo claro de hasta donde puede llegar la genuflexión ante el visitante inversor invasor. La engañifa colectiva, de que estas reuniones son las propias de lideres mundiales de la izquierda, debe salir a la luz.