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Argentina: La lucha continúa

Cambios en el tablero del poder

Jorge Eduardo Rulli
Horizonte Sur en Radio Nacional AM

Tuvimos elecciones y los resultados no escaparon demasiado a las previsiones de las consultoras de opinión.Ahora nos enfrentamos con los imaginados cambios en el tablero del poder, cambios que ya se anticipan en rumores, conatos de copamientos, renuncias de algunos, abroquelamiento de otros en sus nichos y temor de los muchos que oscilan entre sus lealtades y sus inseguridades, en un modelo en que las identidades son volátiles, las memorias ligeras y el pase de facturas un hábito ya incorporado de la vida política argentina. La Sociedad se ha tribalizado y la política en minúscula ha devenido una especulación de operadores que olvidados de la realidad dramática del común de los argentinos, urden sus martingalas y sus jugadas complejas en torno al recambio de figuras y al enfrentamiento de los grupos de poder. Algunos politicólogos nos recuerdan hoy que el voto es siempre la expresión más sublime y emblemática de los derechos ciudadanos, como si acaso no recordáramos cuando con la misma asertividad y un poco más jóvenes que ahora, pretendían enseñarnos que el poder surge de la boca de los fusiles. En momentos como estos, el ejercicio de la memoria en que nos obstinamos, suele ser molesto, debemos reconocerlo. Y el ejercicio de la memoria incluye la elección de lo que queremos recordar y también de cómo lo queremos recordar. Ya lo hemos dicho en anteriores editoriales, nos subleva que se reivindiquen los derechos humanos de hace treinta años y se cierren los ojos a las flagrantes violaciones de los más elementales derechos sociales que sufren hoy los "prescindibles" del modelo, y quiero recordar muy especialmente a esos niños de la calle y a esos adolescentes que aspiran pegamento no como lo hacían antes, de una manera encubierta y ocultando la bolsita de plástico en la manga, sino ostensiblemente, y hasta de manera desafiante, en medio de los vagones del subterráneo o del ferrocarril, para ser vistos, para que los veamos, para que veamos cómo una porción de jóvenes argentinos prescindibles se elimina a sí mismo antes que lo hagan las patotas del gatillo fácil o algún Cromagnon carcelario de la provincia de Buenos Aires. Como dijo el poeta Gelman ayer en Salamanca: "la miseria es el único plato que se le sirve a millones de latinoamericanos cada día".
Constantin Costa-Gavras, el realizador de películas memorables como Zeta y Estado de Sitio, de visita en Buenos Aires, y con la autoridad moral de quien en su momento se jugó en hacer públicos los crímenes de las dictaduras, nos dice que "tomar posturas sobre las denuncias sobre atrocidades llevadas a cabo hace dos o tres décadas resulta irrelevante en el mundo actual en que ya no se discuten los valores de la Democracia y los DDHH, pero en que el tejido social se deshilacha con fenómenos como el desempleo, que priva al hombre de lo más necesario, de un salario". Tiene razón Costa-Gavras, no se discuten los valores de la Democracia, me parece que lo que se estaría discutiendo en todo caso, es cómo democratizar la democracia. O tal vez, cómo incorporar la Justicia Social a una democracia que, y más allá de su creciente empobrecimiento, fue pensada en los marcos del liberalismo, para asegurar la continuación de una casta en los manejos del poder y la consecuente y conveniente marginación política de las grandes mayorías. Quiero decir, que se están discutiendo los modos de la participación y del modelo de representación, pero se está discutiendo en el fondo asimismo, el espíritu de esta democracia que, dista en esencia y creo que es importante recordarlo, de la que el peronismo supo pensar para asegurar en su momento la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación.
Que la clase política pretenda no advertirlo, importa poco, si lo hicieran se suicidarían. se negarían a sí mismos, al menos deberían reconocerse como herederos de las prácticas liberales y gorilas impuestas a partir de la Revolución Libertadora.. nos pesa sin embargo, que no lo quieran admitir muchos que nos aseguraban compartir estas preocupaciones y que pese a ello, se sumaron alegremente al carnaval electoral para añadir un papelón a la complicidad de la participación en el comicio. Pasadas las elecciones, volvemos a enfrentar los problemas de siempre y deberemos, seguramente, volver a sentarnos con los perdidosos de ayer que una vez más nos asegurarán que quieren cambiar el mundo, tal como nosotros... nosotros, los muchos que en este país luchamos siempre, toda la vida, menos en los períodos electorales, en esos períodos en que aparecen como protagonistas otros, los que no conocíamos, los que nunca demostraron sensibilidad por los grandes temas, los que hacen negocios con sus vidas hasta el momento justo en que corresponde acordarse formalmente de la patria, de las grandes injusticias, de poner orden, de salvar la sociedad, etc.. El modelo de representación está en definitiva crisis, aún más todavía: el modelo de representación está agotado. pero, tiene razón Luis Matini, ello no significa que desaparezca, ni que deje de mantener su enorme capacidad de seducir y de arrastrar a los más, aunque ya los partidos no puedan siquiera mantener sus propias clientelas, y muchos voten por cualquier candidato u hagan juegos absurdos con boletas diversas. El modelo de representación está en crisis pero mantiene su capacidad de reproducirse y lo hará más allá de los estallidos sociales, en la medida en que no generemos otra cosa. ¿Y qué es lo que podríamos generar frente al modelo obsoleto y en crisis de los partidos políticos? Creo que lo que debemos generar es otra vez, un espíritu de movimiento. Debemos generar un espíritu que nos permita la recuperación de un Movimiento Nacional desde la Sociedad Civil para refundar la vida política argentina. Y soy consciente de la gravedad de lo que digo y de la dimensión enorme y aplastante de la tarea que tenemos por delante. Hablo de refundar el espíritu de Movimiento, que no es igual que divagar como hiciera en su momento el alfonsinismo, con el tercer movimiento histórico, o como hacen ahora muchos confundiendo los reagrupamientos transversales con lo nuevo, cuando no son sino la más fuerte prueba de la caducidad de los corrales partidarios y de la primacía de los intereses inmediatos por encima de toda tradición partidaria, de todo programa y de toda propuesta que no vaya más allá de las operatorias necesarias y hasta dolorosas con que una generación reemplaza a otra en el manejo de la cosa pública. Significa acaso este trasvasamiento generacional cambios significativos? En principio no, aunque nada puede descartarse, ya que somos hijos de la realidad que es cada vez más compleja y embroncada, y no de nuestros meros propósitos. En principio, un cambio de gerenciadores de la empresa pública puede significar tan solo otros estilos de conducción, pero puede sin embargo significar asimismo nuevas oportunidades para los que desde abajo presionan buscando su lugarcito bajo el sol, y puede también abrir espacios para construir pensamientos comunes que nos permitan saber qué queremos y cómo podemos reconstruir la Comunidad y la esperanza del cambio. Ayer noche lo decíamos en un Seminario que dimos en la Universidad de la Matanza sobre la Resistencia Peronista y recordando nuestras conversaciones en los años sesenta con ese viejo sabio que fuera César Marcos. Cuando aún no sabíamos qué queríamos, porque volver a lo que fuera no era una propuesta suficiente aunque el recuerdo y la adhesión de la gente a ese pasado fuera motivación suficiente para la lucha, cuando aún debatíamos entre nosotros qué Argentina nos propondríamos reconstruir sobre las ruinas de los enfrentamientos, estábamos sin embargo ciertos de una cosa, la capacidad de aquel Peronismo y de ese Pueblo de impedir cualquier estabilización, la capacidad de desorbitar todo intento de institucionalizar la dependencia, parecía absoluta. Esa era nuestra fuerza. Éramos el hecho maldito de la Sociedad Argentina. No podíamos ganar todavía, pero nadie, ninguna oligarquía, podría normalizar algún tipo de poder o de sociedad del privilegio, mientras tuviera a ese pueblo en contra y mientras persistiera esa capacidad gigantesca de Resistencia que habíamos demostrado tantas veces. Claro que las cosas han cambiado, que esa capacidad de desorbitarlo todo, de sacarlo de marco y de conducirlo al desastre, hubo quienes lo aplicaron de manera absolutamente criminal en los años setenta con nuestro propio gobierno. Que luego y en buena medida gracias a esos desvaríos, tuvimos una dictadura escarmentadora como ninguna antes y que las huellas del terror impuesto aún persisten en los subterráneos de la conciencia de la gente. Que fue necesario por fin para estabilizar de alguna manera la dependencia, la deuda y el neocolonialismo, hacerlo con las propias banderas populares, bajo la liturgia engañosa y travestida del menemismo. Llevando de esa manera la locura de los setenta a ese más allá de la locura que fueron los años noventa, años en que por fin la Civilización se disfraza definitivamente de Barbarie y ya no sabemos quién es quién, porque Menem besa a Rojas y se trasmuta, y la hechicería se completa con los ministros de Born el secuestrado, ahora en el Ministerio de Economía estableciendo las pautas de la nueva república sojera y los apresurados de ayer que se alistan de a centenares en las filas del Cavallismo o acaso en los servicios de informaciones como el Canca, Fidanza y tantos otros, y ya no es el cambalache discepoliano de los años de la crisis del treinta, que fuera algo casi previsible e inocente frente a este nuevo maridaje diabólico que se genera en los noventa y que no sabemos romper sino saliendo hacia delante, persistiendo obstinadamente en plebiscitar a Menem una y otra vez, hasta que tocamos fondo en nuestras propias miserias, sin sueños ni esperanzas, cuando una de las propuestas era la de dolarizar la economía y ser tal vez una estrella más de la bandera odiada y terminar para siempre con tanta historia de rebeldías, historias de derrotas y de desaciertos que ya no soportamos..
Y entonces, son los finales del dos mil uno y estallamos con furia y como en las borracheras nos sale a la superficie lo peor y lo mejor que somos y que tenemos dentro, y como siempre ocurre, unos hacen negocios con el dólar y con los ahorros de los más, mientras otros mueren en las calles, y muchos emigran buscando en la patria de los abuelos que llegaron alguna vez para hacerse la América, poder olvidar el propio fracaso, y otros nos quedamos, nos quedamos en el país en estado de catástrofe, nos quedamos de emperrados nomás o porque no pudimos irnos, pero nos quedamos, y como pelear en los marcos de un partidito partiducho de los tantos que nos ofrece la Democracia liberal nos parece irrisorio, casi indecente luego de haber sido parte de uno de los más grandes movimientos históricos de la posguerra, entonces nos dedicamos unos a la docencia, otros a trabajar con los pueblos aborígenes, los más a trabajar con humildad en la base y entre el pobrería, y algunos a enfrentar a Monsanto y al modelo de la Sojadependencia, porque no hallamos otro enemigo más emblemático quizá que convenga a nuestras ganas de darle pelea a los gringos, mientras no logremos resolver el acertijo trabucado de nuestra propia identidad.
Y en eso estamos, mal, pero un poco mejor que ayer. Al menos sabemos que no es cierto como se decía en los setenta que lo bueno de la situación es lo malo que se está poniendo. también sabemos que el marxismo hoy ya no es un método científico de comprensión de la realidad sino un modo de aceptar las escalas y las lógicas de los agronegocios y de justificar que nos alimentemos con comida transgénica. También sabemos que Cuba seguirá siendo para siempre en nosotros la Revolución y el Che, Copelia y las noches de amor en el malecón de la Habana y las guardias solitarias en la montaña y en la selva con el Kalasnikov entre las manos, pero ya no es lo que buscamos, ya no es lo que nos proponemos. es en todo caso una experiencia más en el largo camino recorrido. una experiencia entrañable y dolorosa. que hoy ya no podemos dejar de vincular a los experimentos quiméricos de la ingeniería genética, a la difusión de semillas transgénicas en América Central y a la instalación de plantas de procesamiento de yogures y supuestas leches de soja transgénica en la Venezuela rebelde de Chavez. Esa Venezuela populista y plebeya, esa Venezuela que tanto nos recuerda nuestra propia experiencia de los años cincuenta. Esa Venezuela que reivindicamos como propia y que nos lleva a preguntarnos si acaso no esta llegando la hora de reagruparnos, de volver a dar la pelea por reconstruir el Movimiento Nacional, justo en este momento en que sentimos que la espiral de la historia de que nos hablaba Hegel, ha dado otra vuelta completa y estamos en otro nivel pero en la misma coordenada aquella en que entre FORJA y el movimiento sindical, entre las herencias libertarias de los anarquistas y de los bandoleros sociales, entre el nacionalismo de unos pocos y la necesidad de reencontrar una patria para todos de los muchos, esa necesidad de los humildes y de los descastados que se decidieron un día a marchar sobre la Plaza de Mayo, y que entre todos, pusieron en marcha un proceso revolucionario que todavía puede dar frutos en esta hora de globalizaciones planetarias en que necesitamos que las jóvenes generaciones de argentinos vuelvan a sentir que la historia pasa por ellos y que de ellos y de su propio esfuerzo depende lo por venir y que ese porvenir incluye un sueño de necesidades satisfechas pero también y sobre todo, una aspiración de felicidades colectivas que sean nuevamente políticas del Estado Nacional.
Jorge Eduardo Rulli Horizonte Sur en Radio Nacional AM