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Argentina: La lucha continúa

Ante las elecciones sin opción popular del 23 de octubre, un poco de historia

Alberto J. Lapolla

‘Recuerden que la historia nunca se repite exactamente igual. Lo que primero es una tragedia, vuelve a la realidad como parodia. Si alguna vez llegase a haber otro golpe, el pueblo quedará tan derrotado que la vuelta constitucional servirá solamente para garantizar con el voto popular los intereses del imperialismo y de sus cipayos nativos’.
Juan Domingo Perón 1974

Se fue la gente, volvió el Pueblo

Durante la noche del 19 de diciembre de 2001, aquellos que tuvimos la suerte de marchar junto al pueblo retomando el camino de la historia popular de los argentinos, no pudimos menos que recordar otras marchas y otras peleas en esas mismas calles treinta años antes. Confirmando a Gramsci en el sentido de ‘que los pueblos marchan con toda su historia encima y suelen retomarla allí donde la dejaron’1 , el pueblo argentino recuperaba la calle, expulsaba mediante su movilización contundente a un gobierno colonial y mentiroso, que había intentado abrir el camino de la represión para resolver el hambre de los argentinos. Hambre creado y propagado hasta el hartazgo por el gobierno del más infame traidor a la Patria que gobernara la nación en el siglo XX, entre los años 1989 y 1999. En dos jornadas maravillosas el Pueblo argentino recuperaba su categoría histórica -negando aquello que G. Fernández Meijide y demás teóricos de la recolonización nacional, señalaban en el sentido que ya no había Pueblo sino gente, que la categoría Pueblo era del pasado, porque claro, si existe el Pueblo también debe existir la oligarquía y eso vulneraría los acuerdos que dieron origen a esta democracia vigilada y colonial.
El Pueblo en la calle volteaba al inepto -y harto corrupto- habitante de la Rosada -el Opa Solemne lo llamaron acertadamente alguna vez- y recuperaba la categoría histórica de la movilización popular como eje central de la construcción nacional de los argentinos. Desde que en 1806 el pueblo de Buenos Aires expulsara al virrey Sobremonte por cobarde -y por haber cumplido con su deber de preservar la integridad territorial del virreynato pese a la caida de Buenos Aires- el pueblo argentino y en particular el de Buenos Aires, se ha sublevado una y otra vez torciendo el rumbo de la imfamia que nos gobernara tantas veces desde el aciago derrocamiento y posterior asesinato de Moreno. Y esto no es una expresión de porteñismo del que creemos carecer, sino consecuencia del brutal centralismo de nuestra nación, que ha producido que todo el poder se concentre alrededor de unas pocas manzanas que rodean a la Plaza de Mayo. De allí que cada vez que ese lugar concentra la rebelión popular, produce cambios casi inmediatos en la estructura del poder. Baste recordar que el Cordobazo tuvo la misma magnitud o tal vez mayor que la rebelión del 19 y 20 de diciembre, sin embargo Onganía cayó un año después, ejecución de Aramburu mediante. El sentido contrario puede observarse el 25 de mayo de 1810, el 26 de julio de 1890, el 17 de octubre de 1945 o en la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Ser pueblo, es ser memoria La rebelión del 19 y 20 también retomó otra tradición de lucha de las masas americanas, en el sentido señalado por Alcira Argumedo, en cuanto a que desde la conquista española y su brutal genocidio original, cada generación de americanos se ha sublevado contra el poder opresor europeo y sus representantes vernáculos. Dicha marcha ascencional es particularmente notable a partir de la gran revolución india del Inca Túpac Amaru y de su invicto predecesor Don Juan Santos Atahualpa2. La rebelión del 19 y 20 tiene el gran mérito de sumar una nueva generación a dicho derrotero de lucha, enlazada con los sobrevivientes de la generación de las luchas setentistas que en conjunto llenaron la oleada de movilizaciones y asambleas populares posteriores a diciembre. Si los hijos de la Revolución del 90 hicieron posible el triunfo del Peludo Yrigoyen en 1916, desarrollando la Reforma Universitaria y el gran movimiento huelguístico y de resistencia social de los años veinte.
La generación de sus hijos realizó el 17 de octubre de1945, abriendo el cauce a la revolución nacional y social del peronismo. La generación siguiente, enlazada con la anterior que diera forma obrera y popular al peronismo, construyeron la Resistencia a la restauración oligárquica posterior a 1955. Ellos dieron el golpe de gracia al proyecto de la Libertadora a partir del heroico Cordobazo que abriera la gran gesta revolucionaria de los años 70. Luego de la derrota de 1976, la mayor sufrida por las fuerzas populares desde la batalla de Pavón, y similar en la magnitud del genocidio producido por la oligarquía. Tal vez más grave aún por el carácter calificado del aniquilamiento de los cuadros del movimiento popular, dirigentes sociales que empalmaban estratégicamemente la lucha popular desde 1945 hasta 1976. Más del 58 % de los 30.000 desaparecidos eran dirigentes sindicales de base.
En diciembre del 2001 otra generación tomó la posta de la historia, sumándose con sus rasgos característicos y con las formas de lucha de que dispone, así como con sus códigos y contenido específico, tal cual pudo verse en la heroica jornada del día 20 de diciembre y en la batalla del Puente Pueyrredón de junio de 2002. Allí Darío Santillán retomó los más sublime de nuestra historia, al dar su joven y hermosa vida, para intentar salvar a su compañero Maximiliano Kostecki, en el mejor estilo de Cabral, de Baigorria o de la heroica generación del setenta. El día 20 en la batalla de Plaza de Mayo -y en otros lugares del país ese día, los anteriores y los posteriores- la juventud ocupada y desocupada, dio una pelea frontal y heroica a las fuerzas represivas. Una nueva juventud fogueada en la lucha contra la policía del gatillo fácil, la corrupción y el asesinato de jóvenes y de pobres, en los estadios de fútbol y los recitales, puso a raya a las fuerzas represivas.
Pese a su barbarie, las fuerzas policiales -con un saldo de 35 ciudadanos muertos- debieron ceder el control de la ciudad al pueblo, siendo derrotada por la acción heroica de jóvenes -y cincuentones- que usaban piedras y motos para enfrentar a un enemigo que disponía de todo el arsenal de fuego. Dicha juventud retomó y reformuló la herencia de sus antecesores de los años 70, abriendo un nuevo período histórico que aun transitamos, pese a que todavía no se haya generado una nueva expresión política que lo contenga. Tal vez debamos volver al pensador sardo y recordar su apotegma respecto que ‘hay crisis, ya que muere lo viejo, pero aun no nace lo nuevo’4 . Se puede decir que hasta allí los ‘70 eran asignatura pendiente. A partir del 19 y 20 los ‘70 son ya historia. O empiezan a serlo.

La crisis está allí


Ya en la misma noche del 19 de diciembre la multitud que marchó contra la explosión del modelo neoliberal, mostró señales de un tiempo nuevo. En realidad la crisis del capitalismo colonial argentino era de tal magnitud que se hallaban al descubierto los dos elementos principales del poder capitalista actual: la democracia burguesa, con su representación destrozada al calor del ‘que se vayan todos’ y el capital financiero desnudando la esencia expropiadora del capitalismo, robando desembozadamente los fondos a los dos tercios inferiores de la nación. Esta realidad expropiadora objetiva, era la base del acuerdo en la calle entre los trabajadores desocupados y las capas medias -expresadas casi deinmediato en el enorme movimiento de las asambleas populares-, alianza que desveló al poder colonial durante casi un año y medio. Destruir esa alianza fue el objetivo de todos los partidos coloniales existentes. Es el objetivo principal del elenco gobernante, que ha obtenido éxitos en dicha tarea.
Sólo la inexistencia de fuerzas de recambio político no aparecidas hasta entonces, ni hasta hoy, así como la supervivencia de una izquierda ahistórica, permitieron que el 19 y 20 no eclosionara en un nuevo proyecto político nacional, superador de la crisis. Luis Zamora tendrá sus razones para haberse negado a jugar el rol que la historia le puso frente a sí. Sin embargo la crisis está abierta y pese a los éxitos momentáneos del poder en comprar, encuadrar y domesticar a algunos sectores del movimiento popular, el mismo seguramente alumbrará una nueva etapa de la marcha histórica de los argentinos, una vez más, enmarcada en el resurgimiento de la Patria Grande Americana. La fragilidad del sistema es tal que cada nuevo elemento de crisis devuelve al poder colonial a la situación del 19 y 20, tal como se pudo comprobar con la crisis desatada por la masacre de Cromañón.

Piqueteros, asambleas populares y empresas recuperadas

El 19 y 20 alumbró tres elementos que podrían ser la punta para un nuevo movimiento popular: un potente movimiento de trabajadores desocupados; una expresión natural de organización política popular a través de Asambleas Populares y una profundización del mecanismo de ocupación y puesta en marcha por sus trabajadores de las empresas abandonadas por la burguesía, las Empresas Recuperadas. La enorme potencialidad de dicho movimiento sumado a la posibilidad entonces, de un frente cons las izquierdas -juntos en la calle piqueteros, asambleas populares y partidos de izquierda realizaron las movilizaciones más numerosas y continuadas desde la traición menemista- y los sectores antimodelo, llenó el período de movilización de masas más alto de estos tiempos; el comprendido entre diciembre de 2001 y mayo de 2003. La enorme potencia de esta confluencia en julio de 2002 -luego de la masacre del Puente Pueyrredón-, obligó a Duhalde a tener que irse seis meses antes y a abandonar la política activa. Pero el poder colonial es sabio: en el llamado a elecciones estaba el talón de Aquiles del movimiento popular. Ese enorme potencial de movilización y de acción que se expresaba en la calle, no tendría expresión política alguna. Y así fue. El PJ volvió al gobierno y pudo por ahora regenerar el poder colonial post Anillaco. Claro está que con nueva forma y contenido algo difrente.
El poderoso movimiento piquetero -único movimiento de tal magnitud en el mundo de trabajadores desocupados- y el de las empresas recuperadas, recoge la herencia directa del mayor movimiento sindical que alumbrara América Latina durante el siglo XX: el existente en la Argentina entre 1890 y 1976. En el sentido que estamos analizando es imposible no ubicar la existencia de dicho movimiento sin considerarlo como heredero del potente y revolucionario movimiento sindical clasista y combativo de los años 70, que había jaqueado como nunca antes al poder burgués existente. La estrategia del mando capitalista argentino de desindustrializar a la nación de manera brutal, destruyendo físicamente a la clase obrera, no se entiende sin esa comprensión. Fue el propio presidente de la UIA Elvio Coelho, ya en 1971 -es decir a dos años del Cordobazo y con el Viborazo aun palpitando- quien expresara blanco sobre negro a James Petras los planes que la gran burguesía aplicaría inexorablemente a partir de la dictadura genocida.
"A pesar de todo, no creo que ellos (los guerrilleros A.J. Lapolla) fueran el motivo central del golpe militar que se planeaba en la Argentina (el de 1976. AJL). Ya en 1971 me había impresionado un diálogo que mantuve, si mal no recuerdo, con Elvio Coelho, entonces Presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA). Yo le preguntaba porque no se lanzaban a la industrialización como en Brasil" "- Porque los sindicatos son demasiado fuertes y eso nos llevaría a una guerra civil- contestó. - Pero, ¿porqué no lo intentan? -Porque podemos perder - dijo."5 Coelho no hacía más que refirmar las palabras del hirsuto almirante Isaac Rojas quien en 1955 había expresado toda la visión estratégica de la oligarquía nacida en la Argentina: ‘Para que desaparezca el peronismo, deberán desaparecer las chimeneas.’6 Realizada la matanza otro empresario ‘argentino’, Don Juan Alemann reseñó en 1980 la labor realizada por los genocidas: "Con esta política (la represión y los 30.000 desaparecidos. AJL) buscamos debilitar el enorme poder sindical que era uno de los grandes problemas del país. La Argentina tenía un poder sindical demasiado fuerte, frente al cual era imposible el florecimiento de cualquier partido político, porque todo el poder lo tenían ellos. (...) Hemos debilitado el poder sindical y esta es la base para cualquier salida política en la Argentina."7
Es imposible pensar a la Argentina de hoy después de la destrucción de la nación industrial, tecnológica y científica sin considerar estos planes del estado mayor capitalista. Desde allí debe verse al movimiento piquetero -y a las empresas recuperadas por sus trabajadores- como el heredero de dicha clase obrera destruida en su esencia principal, el trabajo y la solidaridad natural del empleo común. No otro es el significado de la despedida del Ingeniero A. Alsogaray, quien señaló antes de morir: ‘He cumplido mi misión. Hemos logrado que el país retornara al 3 de junio de 1943.’ 8 El Capitán Ingeniero estaba en locierto: en 1976 la nación poseía seis millones de trabajadores industriales sindicalizados con pleno empleo; en el 2001 la cifra de trabajadores industriales se había reducido a menos de un millón.

El hambre como disciplinador social


Debe señalarse sin embargo, la enorme dificultad que entraña para los trabajadores desocupados, el que su lucha se de hoy por fuera de los marcos del empleo, el sindicato, la fábrica, la empresa. Carente del núcleo de cohesión que brinda el empleo y el trabajo, el camino es mucho más arduo y espinoso, debiendo no pocas veces recomenzar su construcción. El poder colonial juega a ello combinando el clientelismo, la cooptación, la dádiva y la represión, ejercidos sobre la base objetiva del hambre del pueblo. Hay ya sectores del conurbano bonaerense -el corazón del proyecto de destrucción de la clase obrera y de la política de devastación social de la nación- con dos generaciones crecidas fuera del empleo, la educación regular, el servicio militar y la comida en el hogar. El hecho de que la conducción sindical se encuentre en gran parte en manos de cómplices de la destrucción de la nación y de su propia clase, y no asuma la representación de los trabajadores desocupados, disminuye la potencialidad política del movimiento y le impide cohesionar a otros sectores sociales como ocurriera en los ‘70 con la CGTA y el movimiento sindical combativo.
El nuevo capitalismo post URSS, basa su poder en el hambre y el desempleo masivo. Es esta la base de dominación del poder colonial actual. Sin embargo es al mismo tiempo su punto de mayor debilidad, dada la brutal contradicción que derrama sobre la sociedad, tal como lo demostrara la gran rebelión popular de diciembre. La base real del capitalismo colonial argentino impide la consolidación del modelo vigente desde 1989, por el contrario coagula a los dos tercios de la sociedad contra la cúpula social. Cúpula excluida por sí misma en countries, barrios privados, plazas enrejadas y restaurantes que impiden el ingreso de los pobres. Ya en el 2001 la transferencia del 80% más pobre de la sociedad al 20% más rico, era de 27.4 mil millones de dólares anuales entre 1989 y 2001. Es decir de 274 mil millones de dólares en diez años. 9 Hoy las cifras son aun mayores, pese a los intentos desesperados del ministro Lavagna por ocultarlos: el INDEC señaló en estos días que la grieta entre el 20% más pobre y el 20% más rico de la sociedad se profundizó aun más durante el segundo semestre de 2004, ya que la brecha pasó de 13,3 a 14,3 veces. Al mismo tiempo el 10% más pobre pasó de recibir el 1.4% del PBI al 1.3% del mismo.10
Para mayor desesperación del gobierno, dado el proyecto estratégico burgués ‘argentino’ a que hacemos referencia empeñado en mantener un nivel salarial que apenas cubre el 60% del costo de la canasta familiar, cada empleo que se crea, crea un nuevo pobre. Si a esto se suma que la propagación del monocultivo de soja transgénica forrajera destruye cuatro de cada cinco empleos en el campo11 , y el 49.6% de toda la tierra del país (es decir la mitad de la teirra cultivable) está en manos de 6900 empresas-familias14 , la situación del empleo y la distribución es estructuralmente insoluble para este modelo. Es decir el modelo no permite la política plesbicitaria que el gobierno pretende, de allí la necesidad de los acuerdos mediáticos con Haddad, Blumberg, Monetta, Tinelli, Ávila y demás envenenadores de la conciencia colectiva. Por el desarrollo natural de las cosas el modelo regeneraría otro 19 y 20, aun mayor probablemente. De allí que el poder trate de aislar lo más posible a los pobres excluidos, de los pobres medios. Pero la realidad y el pueblo dirán lo suyo. No hay que olvidar que una de las enseñanzas de diciembre fue que la realidad social pudo más que el sojuzgamiento de la mentira mediática a repetición. Pese a su retroceso y dispersión actual el movimiento piquetero mostró también una madurez superadora respecto de los años 70. Si la brutal provocación del duhaldo-felipismo en el Puente Pueyrredón se hubiera realizado antes de 1976, es muy probable que la cifra de muertos hubiese sido mucho mayor. Es evidente que el movimiento popular ha aprendido sobre el uso muchas veces desmedido, de la violencia en la epopeya de los ‘70.

‘En busca de los obreros de san Petersburgo’

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El otro gran elemento surgido de la rebelión lo conformaron las asambleas populares que afloraron naturalmente en los 18 meses que siguieron a la crisis de diciembre y aun continuan su marcha. Para desgracia de nuestro pueblo que había hecho le esencial, es decir, salir a la calle, enfrentar a la represión y voltear al gobierno infame, la otra parte, la conducción política necesaria para crear un nuevo proceso político, no existía. Era un conjuto vacío. Fue allí donde se mostró el carácter verdaderamente infantil de la ‘izquierda’ existente en nuestro país. Su papel en la crisis consistió en ‘aparetaear’ y destruir los elementos de poder popular que habían brotado espontáneamente en las masas. No eran formas del ‘poder soviético’ lo que se discutía en las asambleas de ciudadanos que se propagaron como hongos por la Ciudad y el conurbano. No era el tránsito de 1905 a 1917 en la Rusia revolucionaria, como los militanes de los partidos de izquierda expresaban ante atónitos ciudadanos.
Era una vez más el viejo democratismo popular criollo característico y fundante de Nuestra América. Así fue después de las invasiones inglesas, así fue en Mayo de 1810, esas eran las prácticas de Artigas, de Castelli, de Monteagudo, de Moreno, de Dorrego, de Belgrano, de Guemes, de San Martin, de Zapata, de Villa, de Sandino. Eso es el zapatismo. Lo que ocurría en las calles era la herencia de Artigas cuando exclamaba ‘mi poder emana de ustedes y cesa ante vuestra presencia’ o cuando enunciara el viejo apotegma federal, democrático y republicano retomado luego por Felipe Varela: ‘naides es más que naides’. Era la herencia de San Martín cuando es designado jefe del ejercito continental por una asamblea de oficiales americanos en Rancagua y convoca a luchar por ‘ser libres’ porque ‘lo demás no importa nada’ a sus ‘compañeros del Ejercito de los Andes’13 . Fue Rodolfo Terragno quien entendió la magnitud de la crisis: el pueblo ha abolido de hecho el artículo 22 de la constitución nacional, señaló, advirtiendo a sus compañeros el tamaño de la rebelión. Pero claro, como señalara Rodolfo Walsh nuestra izquierda conoce muy bien como Lenin y Trotzky tomaron el Palacio de Invierno, pero desconoce como Martín Rodríguez y Rosas se hicieron del poder en 1820.
Teniendo en cuenta que la Nueva Izquierda surgida en los setenta en sus dos vertientes, el Peronismo Revolucionario y la Izquierda Revolucionaria Guevarista, fuera destruida por la dictadura, la izquierda remanente que sobrevivió es la que ya tenía fuertes limitaciones de comprensión política entonces. Esa izquierda fósil es la que debió salir al encuentro de la crisis de diciembre y ayudar a alumbrar un nuevo momento histórico. Por supuesto, no estaba en condiciones siquiera de llamar a la partera. La realidad mostró que la izquierda existente estaba tan muerta como el resto del sistema político colonial existente, solo que no lo sabía. En lugar de buscar los caminos de unidad propia para generar una fuerza política capaz de profundizar lo espontáneo, se dedicó a destruir lo espontáneo y mirarse el ombligo. Frente a lo espontáneo radica la mayor debilidad de la izquierda, tal cual nos estallara en las manos en los ‘70. Cuando ocurriera el Cordobazo sin ‘ninguna organización revolucionaria detrás’ -como si semejante movimiento sindical de la clase obrera no fuese una formidable construcción social de los trabajadores- muchos dirigentes revolucionarios de entonces se dijeron que eso no podía ser, que había que organizar y controlar lo espontáneo.
Allí se profundizaría la leninización colectiva y coercitiva del proceso político de los ‘70. Tal vez su máxima expresión lo constituirá la leninización de prepo de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) -que no eran leninistas- conocido como Proceso de Homogenización Política Compulsiva. Puede pensarse que en los tiempos de la expansión de la revolución cubana, de Viet Nam, de la China socialista y de la existencia de la URSS podía darse aun crédito al leninismo como teoría revolucionaria. Hacer lo mismo en el hoy, es ignorar nada menos que el colapso de la URSS, la trasnformación capitalista de China y la desaparición del socialismo policíaco europeo por la movilización de sus pueblos. La realidad de la Argentina de diciembre debía ser metida de prepo en las páginas del ¿Qué hacer? o del Estado y la Revolución, y no en el pensamiento de Artigas, de Castelli, de Moreno, de Alem, de Perón, de Evita. Era mejor seguir buscando ‘a los obreros de San Petersburgo’, en la Argentina que aceptar al pueblo tal cual es.

Otra hora de la Patria Grande


El 19 y 20 fue también la expresión argentina de la ola de rebelión antiliberal que viene recorriendo América Latina desde el alzamiento zapatista. A partir de allí América Latina ha retomado su línea de confrontación con el imperialismo, en particular desde el afianzamiento de la gran Revolución Bolivariana de Venezuela comandada por el compañero Hugo Chávez. El hecho de la reivindicación Bolivariana de Chávez y su revolución, posee el aditamento de que desde el vamos retoma la revolución continental de la Patria Grande como proyecto estratégico continental, el camino fundante de la revolución latinoamericana desde los tiempos de la guerra de la Independencia. La Revolución Bolivariana ha consolidado la posiblidad de transitar otro camino en América Latina, como herencia inconclusa de la derrota de la lucha continental de los ‘70, sacando enseñanzas de las derrotas de las revoluciones chilena y sandinista, reformulando la propia Revolución cubana en un nuevo socialismo.
La rebelión de los pueblos mayoritariamente indígenas de México, Bolivia, Ecuador y Perú profundiza la dimensión histórica y épica de la etapa que transitamos, que continúa pero profundiza la lucha continental de los años 70, abierta por la revolución peronista y profundizada por la cubana. El 19 y 20 de diciembre de 2001 se puede constituir en un punto de partida de un nuevo movimiento popular argentino, que se enmarca en la nueva hora continental, ayudando a concluir la tarea de la emancipación nacional y social del pueblo argentino y americano.

Notas

1 Gramsci Antonio. Gramsci dans le texte. París 1985
2 Argumedo Alcira, Los Silencios y las voces en América Latina. Colihue.1999
4 Gramsci Antonio, opus cit.
5 Seoane María. Todo o Nada. Planeta, 1991.
6 La Nación, Octubre, 1955.
7 Andersen Martin, Dossier Secrteto. Planeta. 2001
8 Clarín abril-2004
9 López Artemio, Clarín 30-01-02
10 Argenpress 05-07-05
11 Botta G., y Selis D. UNLP. 2003
14 Censo Nacional Agropecuario 2002.
12 Duhalde Eduardo Luis, Revista Crisis segunda época
13 San Martín José, Orden General del 27 de julio de 1819