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Argentina: La lucha continúa

La otra historia de Rosario
Las guerras viejas

Carlos del Frade
Argenpress

Todavía por acá se encuentran las armas de las guerras viejas -dijo el remisero de la zona de Pavón, cerca de Villa Constitución, en el sur santafesino, durante la primavera de 2004.

Las guerras viejas hacían mención a la batalla de Pavón, donde el proyecto de la Confederación Argentina representado por Justo José de Urquiza fue derrotado por la alianza de la burguesía porteña, las oligarquías bonaerenses y del Litoral con los intereses de los capitales ingleses.

La Argentina, después de Pavón, sería una estancia exportadora a imagen y semejanza de las necesidades de Gran Bretaña.

Casi ciento cincuenta años después, sin embargo, un trabajador cuentapropista de una región que supo ser durante las décadas del sesenta y del setenta del siglo veinte, obrera, industrial y casi con pleno empleo, recordaba el paso de las guerras viejas.

Los ganadores de Pavón, los vencedores de aquellas guerras viejas, impusieron un país donde las minorías conservaban su poder mediante la explotación material a las mayorías y la educación de una historia que marginaba los proyectos que enamoraron a los que eran más en estas tierras.

Concentración de tierras y riquezas en pocas manos y los cambios históricos concentrados en grandes individualidades a las que se vaciaba de contenidos.

Y en las sombras, las masas que con su decisión hicieron posible la primera independencia y soñaron con proyectos que fueron borrados de la memoria porque les podían recordar tiempos felices y por los cuales de podría volver a pelear y dejar, entonces, de ser siempre sumisas.

Las guerras viejas, el pasado en el presente.

Las minorías impunes.

Postal del tercer milenio.

La historia avanzando hacia el pasado.

La lógica al revés.

La novela imponiéndose al supuestamente inevitable progreso de los pueblos del sur.

Hacia 1986, el mayor asesino de estas tierras, el ex comandante de gendarmería, Agustín Feced, sostuvo que peleaba "desde los tiempos de la época viejas, de las guerras viejas".

No se refería como el remisero de Pavón al año 1861 sino a lo que comenzó a construirse desde 1970 en adelante, hasta el golpe de 1976.

Lo que sigue es una serie de postales históricas de Rosario que muestran algunas mentiras sobre el origen y el ocultamiento deliberado de los proyectos políticos que alguna vez conmovieron y comprometieron a los habitantes del viejo Pago de los Arroyos.

Identidad colectiva robada, imposibilidad de saber por dónde avanzar en el presente.

¿Qué cosas de todo aquello sirve para el presente?.

La conciencia política de los primeros movimientos encabezados por rosarinos pueden ser una clave para un futuro mejor.

Señales que vienen de los días de las guerras viejas...

Rosario, la tierra sin mal

Los primeros pobladores que llegaron a las islas que están frente a Rosario fueron los guaraníes del Amazonas.

Ellos buscaban la Tierra Sin Mal.

Los karai, los sacerdotes jefes de la comunidad, dijeron, hace unos tres mil años atrás, que el lugar estaba al oeste.

Hacia 1539, los tupí guaraní llegaron hasta las tierras peruanas. Fue una peregrinación de diez años. Quedaron trescientos de los dos mil caminantes originales que partieron de la selva esmeralda.

"La Tierra Sin Mal es la edad de oro si se quiere, pero no anunciada desde un pasado remoto. Es una tierra prometida en la tierra y que sin embargo no es un reino sino, por el contrario, la abolición de toda forma de poder", dijeron mucho después los antropólogos.

Un paraíso para los vivos.

Para los que tuvieron el valor y la constancia de observar la vida de los antepasados y que guiados "por el poder privilegiado del chamán hayan descubierto el camino hacia él. La búsqueda de los guaraníes duró cuatro siglos. La Tierra Sin Mal, al lado del Paraná, era el lugar donde se iba a vivir en justicia", cuentan los estudiosos.

Tres milenios después la Tierra Sin Mal sigue sin ser.

El proyecto de los habitantes guaraníes era tierra, libertad y justicia.

Marchaban alentados por ese proyecto y se hacía en el camino y los hacía ser lo que eran.

Una nación con un proyecto de estado.

Tres mil años después de los primeros pobladores del Litoral, seis de cada diez chicos no tienen zapatillas ni tampoco para comer cuatro veces al día.

Todavía no lograron La Tierra Sin Mal.

Pero la siguen buscando.

En aquellos tiempos originales, cuando Rosario ni siquiera figuraba en la imaginación de los escribas, los guaraníes decidieron compartir con los jesuitas su proyecto de la Tierra Sin Mal.

Fue el momento en que dos imperios temblaron y decidieron borrarlos de la faz del planeta a sangre y fuego.

Cuando un estado nuevo y diferente, con instituciones nuevas y diferentes, comenzaba a surgir, los estados de las monarquías española y portuguesa y hasta el propio Vaticano, eligieron la conocida herramienta política y económica de la violencia.

A la historia le gusta jugar a las coincidencias: hubo 30 mil guaraníes desparecidos.

Y con ellos un proyecto económico, social, político y cultural que desafiaba las leyes y el privilegio de los decadentes imperios español y lusitano.

Tres mil años después, la desnutrición es el resultado del mapa íntimo que dibujaron las estrategias del poder para imponer sus instituciones, a imagen y semejanza de las minorías.

Clave para entender la historia del poder.

Allí donde el mapa de la Argentina marca el mayor número de necesidades básicas insatisfechas, Formosa, Chaco, Misiones, Corrientes, Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago del Estero; allí hubo antes un lugar en que los pueblos fueron felices hasta que los aplastaron.

Geografía del poder, geografía del hambre.

Consecuencias de la historia política del estado que impuso un proyecto de dependencia y, por ende, en beneficio de pocos.

Donde la tierra está yerma, existió un vergel.

Donde los pies descalzos de los chicos caminan el polvo de la indiferencia, hubo, en algún momento, un proyecto político de liberación y, en forma paralela, de un estado representativo con instituciones respetadas.

Cuenta la historia oficial que la fundación de Santiago del Estero, en 1553; de Mendoza, en 1567; de San Miguel de Tucumán, en 1565; de Córdoba, en 1573; de Salta, en 1582; de La Rioja, en 1591; y de Jujuy, en 1593; coincidió con la expansión hacia los cuatro puntos cardinales, de la colonización por los españoles y los mestizos del Paraguay: fundaron Villa Rica, en 1570; Santa Fe en 1573; Buenos Aires por segunda vez, en 1589; Vera de las Siete Corrientes fue establecida en 1588.

Fue en 1607, cuando se fundó la provincia de Paracuaria, aquel proyecto en el que coincidieron miles de guaraníes y centenares de jesuitas, a contrapelo de las leyes de los imperios y aún, hasta del mismo Vaticano.

Las misiones llegaron a funcionar como verdaderos estados dentro de los estados, la actividad económica que desarrollaron hasta les dio la posibilidad de generar préstamos y tomar depósitos como si fueran bancos mucho más seguros que los existentes en Europa. Hacia finales del siglo XVII, exportaban azúcar, cacao, cueros y semejante desarrollo les generó la enemistad de colonizadores, distintas órdenes religiosas y otras instituciones que, por otra parte, querían a los guaraníes como mano de obra esclava para explotarlos en las minas de la región.

Eran unidades independientes, tanto para la producción como para el comercio.

En esos mismos años finales del 1600, los colegios jesuíticos exportaban una quinta parte de las exportaciones totales de ganado vacuno de la región del Plata a Perú. También era considerable el negocio con las mulas.

"Los jesuitas protegían a sus guaraníes con todos los medios que disponían, al tiempo que condenaban y contribuían a exterminar a las tribus nómades amantes de la libertad", cuenta Magnus Morner, en su libro "Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Río de La Plata".

Hacia 1.702, en 22 reducciones de la provincia, vivían 89.501 personas, agrupadas en 22.857 familias.

Entre 1731 y 1738, los guaraníes de los treinta pueblos de Paracuara, descendieron de 138.934 a 90.287, como consecuencia de las viruelas.

Hasta que en 1750 se firmó el Tratado de Límites entre España y Portugal que justificó el exterminio del proyecto de Paracuara. Tenían que evacuar sus tierras.

Los guaraníes y los jesuitas se opusieron.

Vino, entonces, el terrorismo impuesto por los estados monárquicos español y portugués.

30 mil guaraníes fueron muertos.

No se recuerdan sus nombres.

Un número más que sirvió al reordenamiento del rol de los estados peninsulares.

"Se tiene por mérito para conseguir ascensos en nuestra Corte ser enemigo de los jesuitas...", contaba una carta enviada por el padre José de Robles a otro sacerdote de la Compañía de Jesús.

Es que los jesuitas de América siempre se resistieron a pagar a la Corona diezmos sobre la producción agrícola e industrial de sus propias propiedades.

Semejante actitud fue juzgado como un crimen contra el Rey.

Hacia 1767, 224 jesuitas fueron enviados a Europa.

Nada se supo de la sobrevivencia de los guaraníes.

El investigador Moner remarcó que "la destrucción de los pueblos no fue consecuencia inmediata de la expulsión, como tantas veces se ha afirmado, sino un proceso lento, acelerado sólo bajo el impacto de las guerras fronterizas a principios del siglo XIX".

Según el historiador Halperín Donghi, "otra causa del éxito jesuítico sigue manteniendo plena vigencia: es la superioridad cultural de esa élite internacional que no podía encontrar rivales entre los funcionarios relegados a ese rincón del imperio que era el Río de La Plata y aun menos los hallaría entre los colonos mismos".

Para el estudioso, "el violento final es el signo de un ascenso imperial y regional que hacía ya menos necesaria la presencia jesuíticas; en este sentido la Compañía iba a ser víctima de sus éxitos más aún que de sus fracasos".

Paracuara fue desgarrada.

En el cuerpo de los guaraníes y en los mapas.

De aquella posibilidad de un estado acorde las necesidades de sus habitantes, se llegó a un presente que está lejos de la Tierra Sin Mal de los guaraníes.

Los pedazos de Paracuara se llaman, hoy, Chaco, Corrientes, Formosa, Salta, Misiones, Corrientes y Entre Ríos.

De acuerdo a un estudio de la consultora Equis, en las provincias del Chaco, Corrientes, Formosa y Salta, los chicos menores de 15 años que viven bajo el nivel de indigencia son más del 40 por ciento.

"Ese es el caso de un niño chaqueño de 12 años que suele dormirse del hambre en las veredas del pueblo de San Bernardo: no regresa a su casa porque, según cuenta, si lo hace sin haber conseguido pan para sus diez hermanos, sus padres lo golpean. Es el caso de una niña, hija de una familia igualmente numerosa que a los tres años pesa varios kilos bajo el peso normal, y como consecuencia de la desnutrición que padece, no camina; se arrastra. Tampoco habla. Son más de dos millones setecientos mil niños los que integran esa enorme franja de carencia extrema", relataron los periodistas que recogieron la investigación.

Parece que el sueño original de los guaraníes devino en la Tierra del Mal.

Pesadilla convertida en realidad por la decisión de los distintos estados -nacional, provinciales y municipales- que jugaron su rol en beneficio de los menos y en perjuicio de los que son más.

Inversión del mandato político que viene del fondo de la historia argentina y que le da su más claro sentido de identidad.

Algunas cifras más del informe: las provincias más pobres sufren el impacto del quiebre económico hasta límites nunca antes registrados en el país.

Así, el 45,7 por ciento de los chicos de Chaco; el 44,9 de los correntinos; el 40,4 de los salteños; el 39,1 de los entrerrianos están privados de un crecimiento normal.

Ahora, el record en toda la Argentina se lo lleva la ciudad de Concordia, en Entre Ríos, donde el 53 por ciento de los menores de quince años vive sin las calorías mínimas.

Ese fue el resultado de la consolidación del proyecto de terrorismo de estado que terminó con la experiencia de Paracuara.

Geografía del poder, geografía del hambre.

Las mayorías rosarinas, mientras tanto, no saben que son los continuadores de la búsqueda de la Tierra Sin Mal.

7 de octubre, el día de una masacre

-Vuestra majestad debe mandar se den por todas partes infinitas gracias a nuestro Señor por la victoria tan grande y señalada que ha sido servido conceder en su armada, y porque Vuestra Majestad la entienda toda como ha pasado, además de la relación que con esta va - escribió Don Juan de Austria a Felipe II de la batalla de Lepanto.

Lepanto, sobre el Mar Mediterráneo, escenario de un conflicto de intereses en el siglo XVI.

A comienzos del siglo XVI, el monopolio de Venecia fue roto por los portugueses con sus rutas circunnavegando Africa mientras que desde 1522 con la caída de Rodas, los turcos se fueron haciendo con las posesiones venecianas.

Chipre también había caído en poder de los turcos.

Fue el Papa Pío V el que financió una alianza entre venecianos y la España de Felipe II. En febrero de 1571 se firmaron los pactos entre la República de Venecia, España, la Orden de Malta y el Vaticano.

La alianza tendría una duración de tres años y el mando de la flota quedó en manos de Don Juan de Austria, hermano del rey Felipe II.

España aportó noventa galeras, cincuenta fragatas y bergantines y veinticuatro naves de servicio, mientras que doce galeras y seis fragatas eran las enviadas por el Papa. Venecia envió ciento seis galeras, seis galeazas y veinte fragatas.

Sumaban 13 mil marineros, 43 mil galeotes y 31 mil soldados. En total, 20 mil hombres respondían a España, 8 mil a Venecia y 2 mil al Vaticano.

"A Mesina llegó monseñor Odescalco, obispo de Pena, portador de las indulgencias que el Papa concedía a todos los embarcados junto con un relicario que contenía astillas de la Vera Cruz a distribuir entre los capitanas de la armada...La armada de la Liga recibió como insignia un estandarte azul decorado con Cristo crucificado y la Virgen de Guadalupe y los escudos de España, el Papa y Venecia", sostienen las crónicas europeas.

Al amanecer del 7 de octubre de 1571, la flota turca salió al encuentro de la armada europea que recién había cruzado el cabo Scropha.

-Hoy es día de vengar afrentas. En las manos tenéis el remedio a vuestros males. Por lo tanto, menead con brío y cólera las espadas -dicen que dijo Don Juan de Austrias.

Después agregó: "Hijos, a morir hemos venido o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía, ¿dónde está vuestro Dios?. Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad".

"Hubo en el mar tantos muertos y despojos que las naves parecían haber encallado entre cadáveres. Las naves se quebraban con tanta facilidad como los cuerpos de los hombres, de los que sólo quedaba intacta su ira. Parecía como si se quisiera superar en destrucción a los elementos de la naturaleza", sostienen distintas fuentes documentales.

Aunque los turcos habían sido vencidos en el centro y en la izquierda, en la derecha Uluch Alí había logrado cercar la escuadra de Andrea Doria y allí los cristianos comenzaban a peder terreno en toda la línea. En la Piamontesa de Saboya en la que iba Don Francisco de Saboya, todos sus ocupantes fueron degollados. En la Florencia del Papa, sólo hubo dieciséis sobrevivientes, todos ellos heridos. En la San Juan, también del Papa, murieron todos los soldados y los galeotes. En la Marquesa se hallaba enfermo un soldado de veinticuatro años que cuando supo que se iba a entrar en combate pidió a su capitán Francisco San Pedro que le colocara en el lugar más peligroso, pero éste le aconsejó que permaneciera en la enfermería. "Señores, ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido?. Y así no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura". Doce soldados lo siguieron y fue allí cuando Cervantes perdió su brazo izquierdo.

A las cuatro de la tarde cesó la batalla.

Hubo 5 mil venecianos, 2 mil españoles y 800 hombres del Vaticano, muertos.

Los europeos tomaron 5 mil prisioneros y se calculó que murieron 25 mil turcos.

Ese fue el saldo del 7 de octubre de 1571, de la batalla de Lepanto, casi 33 mil muertos.

El 7 de octubre es el día de una masacre santificada.

El Sultán Selim sostuvo, dice la historia: "Me han rapado las barbas, ya crecerán con más fuerzas".

El Papa instituyó aquella fecha de muerte desbocada como el de la Virgen del Rosario por considerarla la protectora de la fe durante la batalla.

El primero de mayo de 1572 murió y un año después el Sultán recuperó Túnez.

La batalla de Lepanto cerró el capítulo del Mediterráneo en la historia europea.

A partir de 1731, los rosarinos festejaban como su día el de la Virgen, todos los primeros domingos de octubre.

El 3 de mayo de 1773, desde la ciudad de Cádiz, llegó al curato del Pago de los Arroyos la imagen de "Nuestra Señora del Rosario" y que fue depositada en la iglesia construida en los terrenos donados por el capitán Santiago Montenegro, alcalde de la Santa Hermandad del lugar, el 12 de noviembre de 1757.

El gobernador Manuel María de Iriondo convirtió en ley, el 28 de junio de 1940, el 7 de octubre como "el Día de Rosario".

Desde entonces hasta el presente, los rosarinos celebran su identidad y pertenencia en una fecha que recuerda una de las masacres más tremendas del mundo europeo.

Masacre santificada y, en forma paralela, negada a la hora de recordar su significado.

Día de la Virgen no es igual a una fecha trágica.

Hubo una deliberada reconstrucción de la historia a favor de intereses muy concretos y minoritarios.

Cada 7 de octubre, entonces, la ciudad celebra una masacre.

Una marca que permanece en el tercer milenio.

Impunidades santificadas, naturalizadas.

La historia a contramano.

De allí la necesidad de encontrar otras señales que reflejen las luchas de los que fueron más e hicieron de Rosario una ciudad rebelde y no una simple y obediente receptora de mandatos ajenos a sus propias mayorías.