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La otra campaña: las cuentas del collar
Luis Hernández Navarro 
La Jornada
Muchas de las cuentas que dan forma al collar de la resistencia contra el 
neoliberalismo en México están puestas sobre la mesa. Los materiales de los que 
están hechas, su color, su tamaño, son todos diferentes. No se encuentran aún 
ensartadas por hilo alguno. Siguen siendo piezas independientes unas de otras. 
Pero decidieron juntarse. Y han bautizado su aspiración de llegar a ser collar 
con el nombre de la otra campaña. 
La diversidad de sus integrantes es sorprendente: sindicalistas, organizaciones 
indígenas, intelectuales, artistas, religiosos, colonos, feministas, 
homosexuales, lesbianas, defensores de los derechos humanos, ambientalistas y 
estudiantes. 
Las formas de asociación que tienen son sumamente heterogéneas: colectivos, 
organizaciones gremiales, articulaciones etnopolíticas, grupos de afinidad, 
plataformas políticas, protopartidos, frentes sociales, agrupamientos cívicos, 
ONG, medios de comunicación. 
Sus proyectos políticos son extraordinariamente variados: del marxismo 
neanderthal al anarquismo clásico, pasando por el autonomismo, el 
anticapitalismo difuso, el feminismo radical, el comunismo ortodoxo, el 
ecologismo, las distintas variantes de trostkismo, el altermundismo, el 
antiautoritarismo libertario y, por supuesto, el zapatismo. 
Están allí los sobrevivientes del naufragio del socialismo junto a los jóvenes 
que no lo vivieron, pero quieren cambiar el mundo y se niegan a pagar facturas 
que no son suyas. Así son unos y otros; así llegaron hasta allí. Están una parte 
nada despreciable de las fuerzas sociales que han acompañado al EZLN durante 
casi 11 años. Y están, también, los hijos del zapatismo: la generación que nació 
a la política a raíz del levantamiento armado de enero de 1994, que se ha 
educado con los escritos del subcomandante Marcos y que ha sido parte de 
sus iniciativas, como la Marcha del Color de la Tierra de febrero-marzo de 2001.
La otra campaña les ha proporcionado a todos ellos visibilidad pública, 
un espacio de convergencia y un horizonte de lucha que ninguno tenía en lo 
individual. Ha dado un lugar de encuentro a proyectos con distintas tradiciones, 
esquemas de organización y lenguajes. Lo ha hecho, además, a contracorriente de 
la contienda electoral. 
La Sexta Declaración ha logrado un éxito real al hacerse parte de la agenda 
política nacional. Un país que prácticamente no existe en los medios de 
comunicación se ha colado en ellos. La reaparición pública del EZLN ha sido 
divulgada por los grandes consorcios informativos, en mucho por las críticas 
formuladas a Andrés Manuel López Obrador y al Partido de la Revolución 
Democrática (PRD). El deslinde con El Peje ha suscitado un intenso y 
apasionado debate que ha permitido a la otra campaña posicionarse en la 
prensa escrita. 
En los encuentros realizados en la selva Lacandona para organizar la otra 
campaña ha resultado notable la continuidad de la lealtad del movimiento 
indígena al zapatismo, la persistencia del tejido invisible que une comunidades 
distantes geográficamente, pero muy cercanas en sus aspiraciones. Sobresaliente 
ha sido, también, la respuesta de jóvenes y estudiantes a la convocatoria del 
EZLN. Alejados de las precampañas electorales han expresado, en cambio, su 
cercanía con los alzados. 
Asimismo ha sido destacada la participación de grupos de defensores de derechos 
humanos, en un momento en el que la capacidad para articular intereses de muchas 
ONG ha disminuido y sus márgenes de independencia con respecto a lo 
gubernamental se han perdido. Finalmente, llama la atención la nada despreciable 
presencia obrera y sindical en las reuniones preparatorias. Se trata de un 
sector que hasta ahora, salvo excepciones notables, como la de los 
electricistas, no había viajado hasta Chiapas para reunirse con los rebeldes.
La nueva propuesta zapatista, sobre todo su drástica diferenciación del partido 
del sol azteca y su candidato, ha provocado en cambio que una franja de 
militantes de ese instituto que se sentían identificados tanto con el zapatismo 
como con su partido haya tenido que escoger de qué lado se encontraba. No pocos 
representantes del movimiento urbano popular y de organizaciones rurales 
nacionales, provenientes de las filas de la izquierda radical, pero 
estrechamente ligados a la política electoral, se encuentran también en esa 
disyuntiva. En la mayoría de los casos, esos dirigentes se han inclinado por 
mantener su compromiso partidario. 
No son pocos los intelectuales de izquierda que rechazan el lenguaje de la 
otra campaña. Se niegan a hablar en ese idioma. Y no se trata de los 
pensadores que tradicionalmente han criticado al zapatismo, ni de los que lo 
acompañaron en sus primeros momentos y luego se alejaron con gran resentimiento, 
sino de aquellos que simpatizan con su causa, y que adquirieron una notoriedad 
que no tenían a raíz del levantamiento armado. Algunos han forzado malabarismos 
teóricos para demostrar que no hay conflicto entre adherirse a la Sexta 
Declaración y promover el voto a favor de López Obrador. Otros aseguran "no 
entender", cuando lo que verdaderamente quieren decir es que quieren que sea 
así. Algunos más critican sin ambages el nuevo rumbo de los rebeldes. El 
divorcio con los intelectuales es hoy mayor que el existente durante la huelga 
de la UNAM en 1999. 
No está claro aún si las cuentas que forman el collar de la resistencia al 
neoliberalismo puedan ser enhebradas por la otra campaña, o si, por el 
contrario, el proceso electoral y el peso del pasado lo impiden. Pero, por lo 
pronto, ha logrado agrupar una parte muy relevante de la izquierda mexicana 
realmente existente por afuera del PRD. Y aunque su mensaje no ha sido aún 
cabalmente comprendido en el país, no por culpa de los emisores, sino de los 
retransmisores, ha calado en sus destinatarios originales. ¿Nueva política? 
Veremos, dijo el ciego.