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        Zapatismo | 

Historia de un poblado zapatista *
Subcomandante Insurgente Marcos 
 Insurgentes 
y bases zapatistas en la comunidad Dolores Hidalgo, el pasado 20 de agosto FOTO 
José Antonio López
Insurgentes 
y bases zapatistas en la comunidad Dolores Hidalgo, el pasado 20 de agosto FOTO 
José Antonio López 
Compañeros y compañeras: 
Les voy a contar una historia. Unas partes me las relataron los compañeros y las 
compañeras zapatistas, y otras las vi y viví. Si hay algunas imprecisiones, 
dejémosles a los historiadores su aclaración. Con sus hechos comprobables, sus 
leyendas, sus imprecisiones y sus vacíos, ésta es parte de nuestra lucha, la 
historia del EZLN. 
Este lugar donde estamos era una finca de nombre Campo Grande. La historia de 
este lugar es una síntesis apretada de la historia de los indígenas chiapanecos. 
Y, en algunas partes, de todos los indígenas del sureste mexicano, no sólo de 
los zapatistas. 
Campo Grande hacía honor a su nombre: más de mil hectáreas de buena tierra, en 
planada, con agua abundante, caminos especialmente hechos para sacar ganado y 
maderas preciosas, pistas de aterrizaje para que los dueños no se empolvaran o 
enlodaran transitando por los caminos de terracería y pudieran llegar en sus 
avionetas; miles de indígenas a quienes explotar, despreciar, violar, engañar, 
encarcelar, asesinar. Entonces, la reforma agraria del PRI, la revolución 
institucionalizada, se concretaba en Chiapas así: las tierras buenas y en 
planada para los finqueros; los pedregales y cerros para los indígenas. 
El dueño de Campo Grande fue Segundo Ballinas, conocido entre los habitantes 
como un asesino, violador y explotador de indígenas, principalmente de mujeres, 
niños y niñas. Después la finca se fraccionó: una parte se llamó Primor y su 
dueño fue Javier Castellanos, uno de los fundadores de la Unión de Propietarios 
del Segundo Valle de Ocosingo, una de esas asociaciones con las que los 
finqueros disfrazaban sus guardias blancas; otra parte se llamó Tijuana y su 
propietario era un coronel del Ejército Mexicano, Gustavo Castellanos, que 
mantenía sojuzgada a la gente con su guarnición personal. Y otra parte fue 
propiedad de José Luis Solórzano, miembro del PRI y su candidato a distintos 
puestos, conocido en la zona por sus promesas incumplidas, sus mentiras 
descaradas y su trato prepotente y despectivo hacia los indígenas. Así, en estas 
tierras se sintetizaba el Poder de Chiapas: finqueros, ejército y PRI-Gobierno. 
Para esa maldita trinidad, Chiapas podía ser un potrero para ganado, una 
hacienda para ejercer el derecho de pernada, incluso con niñas; un campo de tiro 
sobre blancos humanos y uno de los laboratorios de lo más moderno de la 
"democracia" del PRI: aquí no era necesario conocer a los candidatos, ni 
siquiera sus nombres ni sus propuestas, ni saber la fecha de la elección ni 
cuáles eran las opciones ni tener identificación. Vaya, ni siquiera era 
necesario acudir a las urnas. 
En cada proceso electoral, en la cabecera de Ocosingo, en los locales de las 
asociaciones de propietarios y ganaderos, se pagaba con una torta y un refresco 
la jornada llenando boletas. Claro que esa "democracia" tenía sus excesos: en 
alguna elección antes del año de 1994 el PRI obtuvo más de ciento por ciento de 
la votación. Tal vez fueron demasiadas tortas y refrescos. 
En un agosto como éste que nos recibe aquí, pero en el año de 1982, los 
finqueros y sus guardias blancas desalojaron con violencia a los habitantes del 
poblado Nueva Estrella. Balacearon, golpearon y tomaron presos a los indígenas 
varones. Algunos fueron asesinados. A las mujeres las apartaron y las obligaron 
a ver cómo quemaban sus casas. Les quitaron todo. Al tiempo regresaron. Cuando 
alguien les preguntaba por qué regresaron después de todo lo que les hicieron, 
ellos respondían con este gesto (Marcos abre una mano con los dedos hacia 
arriba, dando a entender: "por huevos"). 
En 1994, el primero de enero, miles de indígenas de esta zona tzeltal, junto con 
miles más de las zonas tojolabal, chol y tzotzil, después de diez años de 
preparación, se cubrieron el rostro, cambiaron de nombre y nombrados 
colectivamente como "Ejército Zapatista de Liberación Nacional" se alzaron en 
armas. Los finqueros huyeron, lo mismo hicieron sus guardias blancas, y dejaron 
abandonadas las armas sobre las que sustentaban su dominación. Los zapatistas 
recuperaron las tierras. Ojo: no las "tomaron", sino que las "recuperaron". Así 
llaman los compañeros y compañeras a este acto de justicia que hubo de esperar 
decenas de años para cumplirse. Estas tierras que fueron de indígenas y que 
fueron usurpadas, ahora vuelven a ser indígenas. Han sido pues recuperadas. Las 
tierras se repartieron. Cientos de familias indígenas, que antes se amontonaban 
en un espacio de 2 hectáreas, fundaron, junto con otros indígenas sin tierra de 
otros poblados de la zona, este poblado zapatista que hoy nos recibe. Este 
poblado ahora es habitado, entre otros, por aquellos que fueron atacados por los 
finqueros en 1982. 
Este poblado zapatista se llama Dolores Hidalgo y, según me cuentan los 
fundadores, veteranos del alzamiento de 1994, el significado de "Dolores" es el 
del dolor que tenemos de más de 500 años de resistencia, y el nombre de 
"Hidalgo" es por don Miguel Hidalgo y Costilla, que luchó por la independencia.
Fíjense que dijeron "500 años de resistencia" y no "500 años de dominación". Es 
decir, a pesar de la dominación nunca han dejado de resistir a ella. Y cuando 
hablamos de dominación, es decir, cuando contamos nuestra historia, hablamos 
también de la resistencia. Y ahora no estoy hablando de nuestra historia como 
EZLN, sino de nuestra historia común, la que compartimos con ustedes, con sus 
organizaciones sociales y sus movimientos. Nuestra historia común, ésa que, 
donde dice "mando y domino", nosotros y ustedes decimos "resisto y me rebelo".
Pero los zapatistas que fundaron Dolores Hidalgo no se refieren sólo a la 
resistencia. Nombran también el dolor de ella. El dolor de lo largo del camino; 
el dolor del cansancio, el dolor de quienes traicionaron en el trayecto, el 
dolor de las derrotas, el dolor de los errores y, sobre todo, el dolor de seguir 
adelante a pesar de todos los dolores. 
De su historia como organizaciones y como movimientos, de sus dolores de su 
resistencia y rebelión, nos contarán ustedes. Seguramente en más de una historia 
nos reconoceremos. Muchas otras nos parecerán ajenas. Pero en todas iremos 
aprendiendo de ustedes. Y les diremos lo que les hemos dicho a otros: que 
queremos seguir aprendiendo. Aprendemos con ustedes, y con muchos más como 
ustedes, a pensar bien, bien decir y a bien sentir cuando digamos "compañero, 
compañera". 
Bienvenidos compañeros, bienvenidas compañeras. 
Muchas gracias. 
* Texto leído al inicio de la tercera reunión preparatoria de la otra 
campaña, convocada por el EZLN con organizaciones y movimientos sociales, 
realizada en la comunidad Dolores Hidalgo, municipio autónomo rebelde zapatista 
de San Manuel.