VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
No a la Guerra

16 de febrero del 2003

Sumisos avalistas de la guerra

Higinio Polo
Rebelión

La carta firmada por ocho dirigentes europeos, -Blair, Berlusconi, Aznar, y Havel entre ellos- ha escenificado a juicio de muchos observadores la división de Europa. A esa carta se ha añadido después otra, firmada por diez mandatarios de países de la antigua Europa socialista, que no han tenido el más mínimo pudor en declarar que están dispuestos para entrar en la coalición de guerra contra Iraq, a las órdenes de los Estados Unidos. Estos nuevos guerreros firmantes de misivas se declaran prestos para participar en la matanza, como si no hubiera una vergonzosa desproporción de fuerzas entre Bagdad y Washington; aunque, más allá de la pobreza expositiva y del limitado vocabulario empleado en la primera carta de Blair y sus asociados, que nos habla de la talla política de estos estadistas de ocasión, todo el documento es un texto ejemplar que muestra -sin pretenderlo- la manipulación y la mentira de esos apasionados amantes de la libertad y solícitos compañeros de Washington..
Ambas cartas han sido sugeridas por Washington, poniendo en evidencia que Estados Unidos no admite más que la sumisión: tanto el amago de otra política por parte de la Unión Europea como las iniciativas franco-alemanas, han sido contestadas de inmediato estimulando la ruptura de la incipiente unidad simbolizada por el euro. Sin embargo, no es cierto que esas cartas hayan supuesto una ruptura entre los países europeos: si la sumisión de las élites políticas al designio imperial norteamericano, la sucia decisión de contribuir a una guerra de conquista y expolio, son un hecho, no debe olvidarse la oposición de la gran mayoría de la población europea, que rechaza la guerra como instrumento, como indican todas las encuestas realizadas hasta ahora en el continente. No es así sólo en Francia o en Alemania. También es así en Gran Bretaña, en España, en Italia, en Polonia, en Hungría, en la república checa; y en el Este europeo, desde Estonia hasta Bulgaria..
Esas cartas han sido firmadas también pese a la reciente resolución del Parlamento Europeo condenando el recurso a la guerra. Esos estadistas de la destrucción, Aznar y Blair, Berlusconi y Havel, envueltos ahora en la bandera de las barras y estrellas, no han temido apostar por la división europea, rompiendo el acuerdo al que llegaron los quince países miembros de la Unión Europea y que pedía la continuación del trabajo de los inspectores de la ONU. Y la han firmado optando por el servilismo ante Washington; ocultando, como jugadores tramposos, que no disponen de argumentos para justificar la guerra, ocultando que lo que está en juego no es el destino de un dictador como Saddam Hussein sino el del pueblo iraquí, ocultando que la supuesta relación de Al Qaeda con Iraq apenas es un truco de jugador con ventaja, ocultando que las supuestas armas iraquíes de destrucción masiva son un pretexto para la rapiña. La han firmado, también, sabiendo que la peor forma de terrorismo es la guerra; la fría, sucia y espantosa guerra..
Esos sumisos avalistas de la guerra, que desprecian el deseo de paz de sus ciudadanos, hablan de los Estados Unidos como del símbolo de la libertad, eludiendo las evidencias del apoyo norteamericano a Franco, a Salazar, a Caetano, a los coroneles griegos, al terrorismo negro, a los golpes de Estado en Chile o Argentina, en Irán o en Indonesia, en Turquía o en el Congo, en América central o en Filipinas, por no hablar de tantos otros escenarios del horror que han visto pasearse a la bandera de las barras y las estrellas. Esos sumisos avalistas de la guerra contra Iraq mienten hasta cuando hablan de la derrota de la Alemania nazi, como si no supiéramos que el esfuerzo de guerra soviético en la segunda guerra mundial para derrotar al nazismo no admite comparación posible con el que hicieron los Estados Unidos. No importa: dispuestos a participar como comparsas en los designios del nuevo imperialismo norteamericano, esos dirigentes europeos firmantes de las dos cartas, muchos de los cuales forman parte de las corruptas oligarquías formadas tras la desaparición de la Unión Soviética, no temen a la mentira. Porque, ¿podemos considerar símbolo de la libertad a la única potencia, Estados Unidos, que ha bombardeado decenas de países en cuatro continentes distintos? ¿Símbolo de la libertad, los verdugos de Vietnam? ¿ Símbolo de la libertad, quienes hicieron posible aquella "autopista de la muerte" cubierta de cadáveres de soldados iraquíes, muchos de ellos asesinados fríamente cuando ya se habían rendido? ¿Símbolo de la libertad la potencia que ha hecho posible un criminal embargo contra el pueblo iraquí, que ha traído la muerte de más de un millón y medio de personas en una década? .
Despreciando la opinión de sus pueblos, dispuestos a bendecir guerras preventivas, incumpliendo leyes y referéndums, como en el caso de España, acudiendo al altar en el que se les exige sacrificar vidas humanas, esos supuestos estadistas juzgan que a muchos ciudadanos iraquíes les ha llegado el momento de morir. No lo dicen así, porque su hipocresía les hace jugar con las palabras, para ahuyentar la pestilencia de los cadáveres que sospechan. No se detienen ante nada. Sonríen, como ese grotesco Berlusconi; como Blair, un hombre que "no descarta utilizar bombas atómicas", como aseguró ante la propia Cámara de los Comunes británica. Como Aznar, dispuesto a contribuir con tropas españolas en la fría matanza que se prepara en las asépticas oficinas del Pentágono; como ese turbio Havel que ahora se va, tan amante de la libertad, elevado a los altares de la santidad democrática por la prensa occidental, que apuesta ahora por la guerra, y cuyo gobierno checo ya ha comprometido tropas, e incluso tiene soldados en Oriente Medio, a las órdenes del Washington. Sonríen, como ese Medgyessy, primer ministro húngaro, que mientras aloja en su país a miles de mercenarios iraquíes en una base de la OTAN, reclutados por la CIA, entrenados por los militares norteamericanos, no duda en prohibir en Hungría las manifestaciones por la paz del próximo 15 de febrero. Sonríen, sintiéndose compañeros del más fuerte, procurando no enseñar los colmillos, intentando que el apestoso aliento a petróleo de Bush y Cheney, de Rumsfeld y Rice, no les ahogue; sonríen, procurando que la sangre quede lejos, oculta entre los barrios empobrecidos de Bagdad, mezclada en las marismas sucias de Basora, escondida entre las ruinas de la guerra, arrastrada por el Tigris, enterrada entre la arena del desierto..
No, no es Iraq la mayor amenaza para la paz mundial, sino los Estados Unidos, envueltos en una aventura imperial que rompe toda legalidad internacional, y que no piensa detenerse en Iraq. Los firmantes de esas cartas lo saben, aunque repitan las mentiras de Washington. "Estamos trabajando intensamente por la paz", decía el vicepresidente del gobierno español. Y Condoleezza Rice tenía el cinismo de asegurar que Estados Unidos no tiene pretensiones colonialistas sobre Iraq. ¡Y lo decía al mismo tiempo que Washington anunciaba que tenía la intención de instalar un nuevo gobierno en Bagdad, nombrado por los Estados Unidos! Van a declarar la guerra y tienen la hipocresía de afirmar que "están luchando por la paz"; van a desatar el peor terrorismo, la guerra, pretendiendo que el mundo crea que van a luchar contra las redes del terror..
Sin embargo, el mundo está contestando ya: tres días después de que Aznar y sus colegas hiciesen su llamamiento a la guerra, centenares de actores, directores y personas ligadas al cine español contestaban a los sucios avalistas de la guerra, lanzaban un digno y emocionado grito por la paz, compartido -lo sabemos- por millones de personas en todo el mundo. Estaban diciéndoles a esos firmantes hipócritas que compartimos la angustia del pueblo iraquí, estaban diciendo no a la guerra, estaban diciendo que la libertad no tiene nada que ver con las bombas, ni con la guerra, ni con la muerte. Lo mismo ocurre en medio mundo, y lo saben. Han decidido la guerra, pero aún podemos pararla..
Con ese gesto, los sucios avalistas de la guerra se apresuraban a lanzar a la opinión pública sus mentiras. Esos siniestros postulantes de la guerra se estaban traicionando, sin saberlo: no mostraban ningún gesto de piedad por la matanza cometida hasta hoy, por el sufrimiento y la muerte de centenares de miles de iraquíes. También, llevaban su propia abyección al extremo de pedir a los ciudadanos su apoyo a una guerra sucia, a una vergonzosa invasión, a una nueva aventura imperialista. Antes de que empiecen a caer las bombas, antes de que se inicie la matanza, esos tipos que ahora firman una carta, como si fueran simples ciudadanos preocupados por el futuro del mundo y por la paz, han participado ya en una sucia guerra, siguiendo los dictados de Washington. Rompiendo con sus propias opiniones públicas, sin dignarse recordar el sufrimiento del pueblo iraquí, sin reclamar el levantamiento del embargo, se han mostrado como lo que son, sumisos avalistas de la guerra, matarifes sobre las fosas comunes de la destrucción y de la muerte, compañeros de los carros de combate de Washington, apenas trofeos colgados de los bombarderos, solícitos servidores del imperio, dispuestos a todo para destruir Bagdad.