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No a la Guerra

21 de febrero del 2003

Somos el pueblo
Millones de personas no olvidarán jamás el 15 de febrero de 2003

Madeleine Bunting
The Guardian
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Millones de personas no olvidarán jamás el sábado 15 de febrero de 2003. Fue una extraordinaria combinación de lo tremendamente prosaico y lo profundamente emocionante: una vejiga que revienta y los aseos más cercanos a horas caminando desde Hyde Park, una espalda adolorida y ampollas, y la visión impresionante de una palpitante masa de gente que va por el Embankment y converge con las multitudes que cruzan el puente de Waterloo. Por todas partes, sorprendentes yuxtaposiciones: los peaceniks con su body-piercing junto con los dignos ancianos paquistaníes con sus barbas blancas; el letrero hecho en casa "La única mata [bush] en la que confío es la mía" que provoca nerviosas risitas de un grupo de mujeres musulmanas cubiertas con sus velos.

Fue un día que echó por tierra docenas de suposiciones sobre nuestra época. Cuánto más difícil es hablar ahora, en comparación con hace una semana, de la apatía y del egoísta individualismo de la sociedad de consumo. El sábado llevó a todos los negocios de una capital a una gloriosa parálisis. Ni un coche ni un autobús se movió en el centro de Londres, las frenéticas actividades de compras y de gastos se detuvieron en amplias áreas de la ciudad, las calles se convirtieron en un vasto y vibrante espacio cívico para una expresión de solidaridad nacional. Además, contrariamente a ocasiones anteriores en las que se han reunido multitudes, no fue para marcar alguna pompa real, sino para articular un sentimiento británico poco familiar - de derechos democráticos: somos el pueblo.

Por eso el sábado fue un momento de definición en la cultura política contemporánea - logre lo que logre en el debate sobre la guerra contra Irak. En primer lugar, cambió el tono de lo que Gran Bretaña cree que representa. ¿Vamos a ser intimidados por amenazas a la seguridad y por el temor a nuestros vecinos, va a paralizarse nuestra cultura política por la sospecha y ser conducida a campañas de horrible persecución? La marcha del sábado fue un desafiante no. Lo mejor de Gran Bretaña estuvo en las calles de la ciudad (y por cada persona que desfiló, hubo más simpatizantes en su casa): nos mostramos como una nación contenta consigo misma, compasiva, multicultural y tolerante. Una de las muchas ironías del día fue que ésta es la Gran Bretaña a la que recurren tan frecuente los ministros en sus discursos. Entre los manifestantes del sábado estaban los aliados naturales del Nuevo Laborismo -gente justa, decente, el tipo de personas que no cruzan al otro lado de la calle. Eran maravillosamente británicos -esperando pacientemente cuando la marcha se detuvo, pidiendo cortésmente disculpa si chocaban contigo, y no demasiado amistosos, su reserva se rompía sólo breve y ocasionalmente.

Segundo, el sábado demostró que la decadencia de la democracia ha sido exagerada. Lo que ha cambiado es el tipo de participación; podrá ser que los partidos políticos y el número de votantes estén disminuyendo, pero el intenso compromiso político episódico está aumentando. En los últimos años hemos visto el menor número de votantes y las mayores manifestaciones en la historia política británica -es una interrogante que podrá ocupar a cientos de estudiosos de la política.

Tercero, esta protesta tuvo otra característica fascinante. Mientras caminábamos lentamente por el Embankment, alguien gritó por un altavoz que íbamos demasiado silenciosos, nos llamó a gritar. En respuesta, hubo un rugido que se pudo escuchar a todo lo largo de la marcha. No eran palabras, no eran consignas, sólo un rugido que se extinguió rápidamente. Durante las próximas cinco horas no hubo altavoces hasta que terminamos por llegar a Hyde Park, justo cuando terminaban los discursos - y ni siquiera éramos los últimos, las calles seguían repletas detrás de nosotros. Miles de personas no llegaron a escuchar un solo discurso el sábado. ¿Importaba? ¿Nos perdimos algo? No, porque para hablar claro, los oradores eran una lista de nombres políticos del pasado de segunda y de celebridades, y sus discursos fueron bastante malos. Fue una protesta sin líderes y con poco que decir, no estaba interesada en la discusión. Lo "poco" que tenía que decir, era NO. Así de simple.

Fue el aspecto más importante de todo. La manifestación fue motivada por una emoción muy poderosa y muy accesible: una repulsión profundamente sentida contra la guerra moderna. Durante el siglo XX, cuando nuestra pericia tecnológica hizo la guerra cada vez más brutal, descubrimos que eran los civiles más débiles los que más sufrían-los viejos, los jóvenes y los enfermos. Y al desarrollarse la complejidad de las armas -bombas de racimo, minas terrestres- aprendimos que la matanza continúa mucho más allá de la firma de los tratados de paz. Y cuando se muestran imágenes en todo el mundo dentro de minutos, comprendimos cómo la violencia en una parte del globo puede desestabilizar y radicalizar otra, provocando reacciones en cadena incontrolables de más violencia.

Todos estos conocimientos son respaldados por algo mucho más visceral. Es una sensibilidad formada por muchas películas de guerra como Platoon, Salvar al soldado Ryan. Y miles de imágenes televisivas del sufrimiento de las víctimas de la guerra. ¿ Cómo podremos soportar el sufrimiento de los civiles iraquíes en nuestras pantallas de televisión dentro de dos meses? Las lágrimas que nos han incomodado en nuestros asientos en el cine y en nuestros sillones pueden haber sido manipuladas por Hollywood o por los periodistas, pero han ampliado nuestra imaginación emocional. Ahora podemos imaginarnos, de una manera que ninguna generación anterior lo ha hecho, a las familias -exactamente como la nuestra- en un suburbio de Bagdad, cuyas vidas están actualmente en juego. Y podemos imaginarnos los sufrimientos de aquellos que hacen la guerra, los hijos y los seres queridos -como los nuestros- que se preparan para matar, y para morir.

Esta oleada de emoción no genera cólera -no se mostró mucha el sábado- más bien una resistencia pertinaz. Es lo que hace que la batalla de Tony Blair por convencer al público británico sea tanto más difícil. Se puede discutir con gente que está enfurecida -puede tener lugar un debate, pero no se puede discutir con un "No". Ésta es la política de la emoción que es alimentada, inspirada y manipulada por los medios de comunicación de masas. Blair está luchando contra las imágenes de las víctimas de la guerra que alzamos sobre nuestras cabezas -como la que el Daily Mirror publicó de un niño enfermo en su portada del sábado.

No se puede utilizar argumentos sobre el derecho internacional contra una semejante oposición emocional, como lo comprende ahora Blair -en su discurso del sábado, se mudó al campo moral. Es donde terminan las discusiones sobre la guerra, incluso si no es donde comienzan.

Pero es el terreno más difícil para que Blair gane; es él quien tiene que probar que esta guerra causará menos sufrimiento que Sadam Husein, una tarea imposible en vista de las inmensas incertidumbres sobre la conducción de la guerra, para no hablar de su impacto sobre el Oriente Próximo y sobre las relaciones entre el Islam y Occidente.

Ni una bomba ha sido lanzada sobre Irak, no se ha disparado un tiro, y ya ha habido el mayor movimiento de protesta global jamás visto. ¿Qué ocurrirá una vez que los huérfanos, los enviudados y los matados aparezcan en nuestras pantallas? Entonces, la obstinación se convertirá en cólera. Dijimos No, No en nuestros nombres, y lo dijimos en serio. Jamás perdonaremos a Blair. Un trágico fin para un buen primer ministro que fue llevado al poder por su promesa de que "las cosas sólo pueden mejorar".

17 de febrero de 2003
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