VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
No a la Guerra

20 de febrero del 2003

La barbarie de la guerra preventiva

Roberto Mesa
El Periódico

En las últimas semanas, contagiados por los vientos bélicos que soplan desde Washington, todos hablamos a pleno pulmón de la guerra como si fuese uno más de los fenómenos normales de la vida. Incluso se plantea, política y académicamente, la posibilidad de hacer la guerra como un mecanismo para impedir males mayores. Aceptar, sin más, los términos del debate, equivale a la aceptación de la monstruosidad. Aunque la opinión pública está demostrando una especial sensibilidad, no está de más recordar alguna cuestión pertinente y proporcionar algún instrumento que permita rechazar la criminalidad del mensaje.

Jurídica y políticamente, la guerra es un fenómeno humano que está fuera de la normalidad y que ha sido condenada reiteradamente. Lo cual no significa, desgraciadamente, que no se sucedan las guerras una tras otra; pero ésta es otra historia.

Desde 1928, año en que se firmó el Tratado Briand-Kellogg, los estados renunciaron a la guerra como instrumento de política nacional. Y no fue una renuncia puramente declarativa. La violación de este tratado internacional fue una de las principales actas de acusación de los criminales de guerra procesados en Nuremberg al final de la segunda guerra mundial.

LA CARTA DE las Naciones Unidas (San Francisco, 1945), fue aún más lejos. Su lectura siempre es aleccionadora. En su preámbulo, los que no estén ciegos, pueden leer el propósito de la ONU de "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra". Pese a esta loable intención, pueden darse, y de hecho se dan, situaciones de "amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión". En estos supuestos, el Consejo de Seguridad y sólo él "podrá hacer uso de la fuerza" (artículo 44). Ningún estado, por poderoso que sea, puede arrogarse este derecho. La guerra está fuera de la ley. El uso de la fuerza por parte de las Naciones Unidas se encamina exclusivamente a restablecer la paz o a preservarla de una amenaza fundada.

Con respecto a la llamada guerra preventiva, término que la consejera de Seguridad Nacional de EEUU, Condoleezza Rice, acuñó en septiembre pasado para plantear la crisis de Irak, se trata de un concepto aún más repulsivo que el de la guerra misma. Ni tan siquiera puede recurrir a ella el único detentador de la fuerza, que es el Consejo de Seguridad. Para no confundir a la opinión pública, ha de recordarse que en el pasado jamás hubo guerras preventivas, sino simplemente actos de agresión --"guerras ofensivas", las definió el teórico Karl von Clausewitz--, que son cosa muy distinta.

Cierto que más de un pensador se ha planteado el tema. Entre los más lúcidos está Raymond Aron, el compañero de liceo de Jean-Paul Sartre. En las reflexiones, elaboradas en plena guerra fría, que hace en su magistral Guerra y Paz entre las naciones, Aron, que no era hombre sospechoso de debilidad y ni mucho menos de izquierdismo, escribió unas palabras muy claras en estos tiempos de confusión: "La situación de dos gánsteres es, por definición, la más inestable. Si fuese perfectamente simétrica, sería incluso de una inestabilidad que no podría durar. Uno de los dos tomaría rápidamente la iniciativa de eliminar a su rival para librarse de una amenaza intolerable. ¿Por qué vivir bajo el miedo de una catástrofe posible, si golpeando el primero podría eliminarse el peligro para siempre?" El lector puede dar el nombre que quiera a cada uno de estos dos forajidos. Pero, con la frialdad que le caracterizaba, Aron añadió: "La guerra nunca es preventiva; hoy día, anticiparse, sería arrojarse al agua por miedo a mojarse".

TAL COMO están las cosas, Irak, destrozado desde 1991 y vigilado y bombardeado desde entonces, no representa ninguna amenaza para la paz, aunque Sadam Husein, el Frankenstein fabricado por Occidente, sea un desalmado. Si aún tiene en su poder armas químicas y biológicas, que sean buscadas, localizadas y destruidas por los inspectores de la ONU. Si, pese a todo, Washington, por encima de la ONU o manipulando al Consejo de Seguridad, agrede a Irak, se estará abriendo, para siempre, la puerta a una sociedad internacional convertida en una jungla, donde imperará la ley de la fuerza impuesta por el más poderoso. Un espacio donde todo crimen quedará impune. Habremos pasado de la guerra preventiva a la práctica cotidiana de la barbarie.

* Catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense