VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
No a la Guerra

Bagdad, preparado para defenderse
y asestar golpes demoledores al enemigo

Parecen impenetrables las defensas iraquíes

Las tropas de Hussein se han revelado como maestras del engaño para ocultar su presencia

Robert Fisk Enviado Especial The Independent

Al Mussayib, Irak Central, 2 de abril. El camino al frente de guerra en la región central de Irak es un lugar de vehículos que se mueven a toda velocidad, de relucientes armas antiaéreas iraquíes, tanques y camiones ocultos en palmares, un tren de vehículos blindados bombardeado desde el aire y cientos de puestos de artillería escondidos tras montones de tierra para defender la capital.
Quien dude que el ejército iraquí está preparado para defender su capital debería to-mar la carretera que va al sur de Bagdad.
¿Cómo, sigo preguntándome, podrán los estadunidenses abrirse paso a través de es-tas defensas? Kilómetro tras kilómetro de trincheras, pozos, búnkers subterráneos, palmares llenos de artillería pesada y ca-miones repletos de tropas en uniforme de combate y casco de acero.
Desde la guerra entre Irán e Irak de 1988 no había visto al ejército iraquí desplegado de este modo; los estadunidenses pueden decir que están "degradando" las defensas del país, pero este miércoles había pocos indicios de ello.
Que un periodista occidental pueda ver más de los preparativos militares iraquíes que los reporteros supuestamente "incrustados" en las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña, dice tanto de la confianza en sí mismo que tiene el gobierno de Saddam Hussein como de la intención de hacer propaganda contra sus enemigos.
Cierto, hay signos de que estadunidenses y británicos golpean a los iraquíes. Dos puestos de ametralladoras quedaron reducidos a cenizas por impactos aéreos directos, y un cuartel militar -vacío como todas las grandes instalaciones que probablemente estén en la lista de objetivos angloestadunidenses- había sido convertido en polvo gris por los misiles.
Un grupo de centrales telefónicas en los poblados de los alrededores de Hilla había sido destruido; si a ello se aúna el bombardeo de seis centros de comunicación en Bagdad, parece que el sistema telefónico del país ha sido acallado.
En una vía férrea, más al sur, un tren de transporte militar había sido bombardeado desde el aire; las explosiones levantaron por completo dos contenedores de transporte de tropas del chasís de los camiones y los arrojaron en pedazos a un terraplén.
Pero otros vehículos de transporte de tropas, entre ellos un viejo American 113 -presumiblemente una reliquia capturada al ejército iraní- seguían intactos.
Si esa es la medida del éxito estadunidense en el sur de Bagdad, hay literalmente cientos de vehículos militares intocados en una extensión de 160 kilómetros hasta la capital, cuidadosamente camuflados para evitar ataques desde el aire.

Ver lo que no es

Al igual que el ejército serbio en Kosovo, los iraquíes se han revelado como maestros del engaño. Un trigal de aspecto inofensivo, flanqueado por palmeras, resultó, observado más de cerca, lleno de búnkers y ametralladoras antiaéreas ocultas.
Se esconden vehículos bajo los puentes de las autopistas -que los invasores no quieren destruir porque desean usarlos si tienen éxito en ocupar el país- y pipas de combustible enterradas bajo montones de tierra.
En un crucero importante, una ametralladora antiaérea estaba montada en el chasís de un camión y tripulada por dos soldados que escudriñaban el cielo azul pálido primaveral, como era de esperarse en un día en que los aviones de los ejércitos invasores cruzaban entre Bagdad, Kerbala y Hilla.
Sobre el centro de Hilla, donde se encuentra la antigua Babilonia, pudo verse a lo lejos un avión estadunidense AWACS volando muy alto en círculos; un puntito blanco indicaba el gigantesco escáner que la nave lleva en la parte superior, y cientos de milicianos y soldados seguían atentos su trayectoria.
Viajando en autobús hacia el sur pude ver soldados que apuntaban a lo alto. Si estar colgado sirve de maravilla para concentrar la mente, temer un ataque aéreo tiene casi el mismo efecto.
Un periodista iraquí que iba a mi lado insistía en que el avión estadunidense o británico cuyo curso habíamos estado siguiendo con tanto temor desde nuestro vehículo daba la vuelta hacia el sur y desdeñaba el tráfico del camino principal. Minutos después reapareció frente a nosotros, volando en dirección opuesta.
Al avanzar por la autopista del sur un montón de ilusiones se alejan de la mente. Hay mercados en los pueblos pequeños en la ruta a Babilonia, puestos con rimeros de naranjas, manzanas y verduras.
Los caminos están saturados de autobuses, camiones y coches particulares, cuyo número excede con mucho el de los vehículos militares, los camiones con tropas y, de cuando en cuando, el esbelto contorno de un transportador de misiles con una lona amarrada apretadamente al vehículo pesado que lo remolca.
En el poblado de Iskandariya había cafés y restaurantes abiertos, las tiendas vendían albóndigas kofta y papas para llevar, así como las nuevas antenas aéreas altas que los iraquíes necesitan ahora para ver su canal nacional de televisión, cuyas propias antenas transmisoras han sido constantemente atacadas por la artillería aérea estadunidense y británica.
Esta no es una población al borde de morir de hambre, ni de hecho parece estar atemorizada. Si los estadunidenses fueran a lanzar hoy un ataque sobre esta tierra agrícola llena de canales, de enormes bosques de palmeras y trigales, a primera vista les parecería un campo pacífico.
Pero las grandes fábricas e instituciones gubernamentales parecían desiertas, y muchos de los trabajadores y empleados de la industria estaban en las puertas principales, de seguro para ponerse a salvo en caso de un repentino ataque aéreo.
En cierto sitio, sólo 30 kilómetros al sur de Bagdad, se oyó el estruendo de bombas y el autobús se estremeció con el impacto de descargas antiaéreas.
Una serie de piezas de artillería a nuestra derecha dispararon hacia un punto situado sobre nosotros, con la boca de las ametralladoras arrojando fuego dorado y humo y los casquillos explotando sobre el fondo del velo de humo gris de los campos petroleros de la capital, que ahora se extiende a lo largo de 80 kilómetros al sur de ella.
Las imágenes llegan a veces a los límites de la comprensión. Niños que saltan sobre el muro de una granja al lado de un radiotransmisor militar oculto; manadas de ca-mellos de grandes jorobas que pasan como animales bíblicos junto a un tanque de combate T-82 oculto con hojas de palmera; campos de flores amarillas junto a depósitos de combustible y soldados parados entre hornos para cocer ladrillos; la explosión de un misil estadunidense que apenas si hace que los granjeros volteen a ver.
En un montón de escombros, al norte de Hilla, alguien había fijado la bandera roja, blanca y negra de Irak, tal como los palestinos colocan sus estandartes sobre las ruinas de sus edificios después de los ataques del ejército israelí.
¿Hay una lección en todo esto? Tuve qui-zá dos horas para asimilar todo lo anterior, para preguntarme cómo podrán los estadunidenses abrirse paso por esta larga y calurosa carretera -se puede sentir cómo se eleva la temperatura mientras más se avanza hacia el sur- con sus tanques y transportes de tropas escondidos y sus interminables y anegados campos de cultivo y plantaciones de palmeras.
Los hombres de uniforme negro del Fedayín de Saddam, con pañuelos rojos y negros llamados kuffia en torno de la cabeza, de los cuales vi miles al sur de Bagdad, estaban equipados con sacos de municiones y granadas impulsadas por cohetes. Y no me dieron el aspecto de un ejército "degradado" al borde de la rendición.

El motivo de la resistencia

Por supuesto todo podría ser una ilusión. Las tropas de combate que vi podrían no tener ánimos de batalla. Los tanques po-drían ser abandonados cuando los estadunidenses se acerquen por la carretera hacia la capital de esta nación, los depósitos de combustible remolcados de vuelta a la capital y las trincheras quedar desiertas.
Saddam podría salir huyendo cuando los primeros proyectiles estadunidenses y británicos caigan silbando sobre los suburbios, y las estatuas del Gran Líder que se levantan a las afueras de tantos pueblos del camino sean ritualmente derribadas.
Pero no era esa la impresión que daba hoy. Tenía el aspecto de un ejército iraquí y una milicia del partido Baaz y unos fedayines preparados para luchar por su líder, como lo han hecho en Um Qasr, Basora, Nasiriya y Suq-al-Shuyuj.
¿O será que lucharán por otra cosa? ¿Por un Irak que, por dictatorial que sea su go-bierno, simplemente rechaza la idea de ser conquistado por extranjeros?
En la guerra Irán-Irak, sunnitas y chiítas combatieron juntos bajo el mismo dictador cuando creyeron que los iraníes preparaban la ocupación de su país.
En Hilla, en la provincia de Babilonia, casi todas las víctimas civiles del reciente ataque con bombas de racimo lanzadas por los estadunidenses y/o los británicos son musulmanes chiítas, esos hombres y mujeres que esperábamos que se rebelarían contra Saddam en nuestro nombre.
Los estadunidenses y británicos jamás esperaron esta resistencia. Tampoco, sospecho, muchos iraquíes. Ni jamás esperé estar recorriendo esta carretera al sur de Bagdad, junto a un ejército del Tercer Mundo que se prepara para defender su capital contra sus antiguos amos coloniales y la única superpotencia del mundo.
Quizá la guerra perdone a esta hermosa campiña; quizá los estadunidenses tratarán de atacar desde el desierto que se extiende al noroeste, cruzando Ramadi. Pero "quizá" es una palabra peligrosa en tiempos de guerra. Inclusive los estadunidenses y británicos -que tan desesperadamente creyeron en el vano "quizá" de un levantamiento iraquí- deben haberse ya dado cuenta de eso.
Este día sólo puedo citar una vez más mi aforismo favorito de Lawrence: "hacer la guerra es como tratar de comer sopa con un cuchillo".
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya