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No a la Guerra

Desde Bagdad la venganza, con escalofriante ferocidad

Por: Robert Fisk / La Jornada

Fue como una puerta que se azotaba muy debajo de la superficie de la tierra, un rugido palpitante de un minuto de duración que trajo a Bagdad esta noche la supuesta cruzada del presidente George W. Bush contra el 'terrorismo'.
Hubo en el horizonte ráfagas de las defensas antiaéreas de Bagdad -la potencia de fuego de las viejas armas soviéticas antiaéreas de la Segunda Guerra Mundial- y luego una serie de tremendas vibraciones que sacudieron el suelo bajo nuestros pies. Burbujas de fuego se elevaron al cielo en distintos puntos de la capital iraquí, de rojo oscuro en la base y doradas en la punta.
Saddam, claro, había jurado combatir hasta el fin, pero la violencia de anoche en Bagdad tenía una auténtica calidad infernal. En cuestión de minutos, mirando hacia la otra ribera del Tigris, pude ver alfilerazos de fuego a medida que las bombas y los mísiles crucero estallaban en los centros militares y de comunicaciones iraquíes y, sin duda, también sobre inocentes.
El primero de éstos, un taxista, fue volado en pedazos en el primer ataque estadounidense sobre Bagdad, esta mañana. Nadie aquí duda que entre los muertos hay civiles. Tony Blair había hablado de eso en la Cámara de los Comunes durante los debates de esta semana, pero al escuchar la tormenta de fuego que cruzó Bagdad esta noche me pregunté si tiene alguna idea del aspecto que esto tiene, de cómo se siente, o del miedo de estos iraquíes inocentes que, en el momento en que escribo, corren hacia sus casas y hacia los sótanos. No hace muchas horas charlaba en una zona pobre de Bagdad con una anciana musulmana chiíta, tocada con el tradicional velo blanco y negro.
Una y otra vez le insistí en que me dijera lo que sentía. Al final sólo respondió: 'Tengo miedo'.
Que esta acción sea el principio de algo que cambiará la faz de Medio Oriente es indudable; que tenga éxito a largo plazo es otra cosa. Su misma violencia, el aullido de las sirenas que advierten del ataque aéreo y los misiles que rasgan el aire en su caída llevan un mensaje político no sólo a Saddam, sino al resto del mundo. Somos la superpotencia, decían esas explosiones. Así es como resolvemos nuestros asuntos. Así es como cobramos venganza del 11 de septiembre de 2001.
Ni el mismo Bush hizo el menor intento en días pasados de ligar a Irak con los crímenes contra la humanidad cometidos en Nueva York, Washington y Pensilvania. Pero algo del fuego que podemos ver esta noche elevándose a través de la oscuridad a lo largo y lo ancho de Bagdad me recuerda otras llamas, las que consumieron el World Trade Center. En forma extraña, los estadounidenses -sin permiso de Naciones Unidas, con la mayoría del mundo en contra- dan expresión a su rabia con consumada y escalofriante ferocidad.
Irak, por supuesto, no podrá resistir esto mucho tiempo. Saddam puede afirmar, como ha hecho, que sus soldados son capaces de derrotar a la tecnología con su valor. Lo dudo. Porque lo que cayó esta noche en Irak -y yo sólo presencié una pequeña parte de este festival de violencia- fue tan asombroso en términos militares como aterrador en términos políticos. Las multitudes que se arracimaban afuera de mi hotel miraban el resplandor de los estallidos, pasmadas por su poderío.
Noche de terror en Bagdad Bagdad, 21 de marzo. El palacio principal de Saddam, inmensa fortificación de 20 pisos de alto, simplemente explotó delante de mí -una bola de fuego, una llama de 25 metros y el sonido atronador que me dejó un zumbido en los oídos que duró más de una hora. Todo el edificio, de imponentes cimientos, se tambaleó con el primer impacto. Después cayeron otros cuatro mísiles crucero.
Se trata del bombardeo más intenso que Bagdad ha sufrido en más de 20 años de guerra. La noche anterior las masivas explosiones hicieron temblar toda la ciudad. A mi derecha, el Ministerio de Procuración de Armamento -un largo edificio de fachada muy semejante a la del Pentágono- escupió fuego cuando cinco mísiles se estrellaron contra el concreto. En una operación que oficialmente tiene la intención de crear 'conmoción y pavor', 'conmoción' no era la palabra adecuada. Los pocos iraquíes que se encontraban en las calles -que, supongo, no son amigos de Saddam- murmuraban maldiciones.
Se escuchaba un ruido ensordecedor de cristales rotos, proveniente de los más altos edificios, tiendas y hogares, a medida que las ondas expansivas atravesaban el río Tigris en ambas direcciones. Minuto a minuto, los misiles seguían cayendo. Muchos iraquíes habían visto por televisión -al igual que yo- las ominosas imágenes de los bombarderos B-52 despegando de Gran Bretaña, apenas seis horas antes. Al igual que yo, ellos habían tomado nota de la hora. Agregaron las tres horas de diferencia entre el horario de Bagdad y el de Londres, y calcularon que el terror comenzaría cerca de las nueve de la noche. Los B-52, que disparaban desde fuera del espacio aéreo iraquí, fueron sumamente puntuales.
Patrullas de policía circulaban velozmente por las calles y con sus altavoces ordenaban a los peatones refugiarse en los edificios. Qué consejo tan útil. Yo estaba en cuclillas guareciéndome en una cuadra de tiendas, del lado opuesto al río, y por poco me cae encima una lluvia de vidrio, que se vino abajo como cascada de las ventanas más altas, cuando las ondas expansivas chocaron con ellas. Podía verse a algunos iraquíes mirando desde sus balcones, rodeados de trozos de vidrio. Cada vez que una inmensa burbuja dorada de fuego reventaba en algún lugar de la ciudad, se metían a sus casas antes de que la onda expansiva los alcanzara. Por un momento me encontré bajo los árboles de una glorieta y la onda creada por los mísiles crucero pasó a poca distancia de mi cabeza. El rasguido de estos proyectiles era casi tan devastador como las explosiones que creaban.
¿Cómo -me pregunto- describe uno todo esto sin caer en el lenguaje del boletín militar? ¿Haciendo definiciones del color, dando los decibeles de las explosiones? Cuando los mísiles crucero se aproximaban, sonaban como si alguien estuviera rasgando gigantescas cortinas de seda en el cielo y las ondas que creaban sus explosiones eran una especie de aterrador contrapunto de las flamas.
Existe algo anárquico en todos los seres humanos cuando de su reacción a la violencia se trata. Los iraquíes que estaban a mi alrededor observaban, como yo, las inmensas lenguas de fuego que salían de los pisos superiores del palacio de Saddam, que parecían alcanzar el cielo. Por extraño que parezca, la electricidad seguía funcionando. Y a nuestro alrededor los semáforos seguían cambiando de rojo a verde. Los anuncios espectaculares se movían por la brisa creada por las ondas expansivas y las luces seguían encendidas en los edificios públicos. Sobre nosotros se posaban masivas cortinas de humo que se extendía por todo Bagdad. El humo blanco provenía de las explosiones en sí, y el negro de los objetivos que se estaban incendiando.
¿Cómo puede alguien resistir esto? ¿Cómo podrían creer los iraquíes que con su tecnología rota y sus 12 años de sanciones debilitantes iban a derrotar las computadoras de estos mísiles y estos aviones? Siempre es la misma historia: Existe un poder irresistible e incuestionable.
Bueno, podría uno preguntarse: ¿hay acaso un régimen más apropiado para ser atacado? Ese no es el punto. Porque el mensaje del bombardeo de anoche fue el mismo que el del martes: Estados Unidos debe ser obedecido. Ni la Unión Europea, ni la Organización de Naciones Unidas, ni la Organización del Tratado del Atlántico Norte, nada ni nadie, debe interponerse en su camino.
De hecho, nada puede interponerse en su camino.
Sin duda esta mañana el ministro iraquí de Información se dirigirá a nosotros nuevamente para insistir en que Irak prevalecerá. Ya veremos. Pero muchos iraquíes ahora se hacen una pregunta obvia: ¿Cuántos días más? No porque quieran que los estadounidenses y británicos lleguen a Bagdad, aunque puede ser que lo deseen profundamente. Pero ante todo quieren que la violencia termine y esto, si lo piensan, es exactamente el motivo por el que estos bombardeos tienen lugar.
Por la noche ya se tenían informes de que habían muerto civiles en las operaciones, lo cual, dada la intensidad de los ataques con mísiles crucero, no es de extrañar. Resulta que también fueron objeto de bombardeos las barracas de Rashid, posiblemente el cuartel más grande de todo Irak. Pero el centro simbólico de este bombardeo fue claramente el palacio principal de Saddam, con sus fuentes, pórticos y jardines. De hecho, debido a las llamas que envolvían la fachada, el edificio parecía una pira funeraria.