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NO A LA GUERRA
REFLEXIONES DE UN BOMBARDEO

DESPUÉS DEL TALIBÁN

Por Heinz Dieterich Steffan
(Publicado por Semanario Rebelde, El Siglo, el 12 de diciembre de 2001)

La interrogante que se discute en la prensa latinoamericana es ¿qué sucederá en Afganistán después de la derrota del Talibán? Mucho más adecuado sería, sin embargo, preguntarse ¿qué sucederá en América Latina después de la derrota del Talibán?
Antes de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, la situación política en la aldea global se caracterizaba por un ascenso de las luchas populares contra el régimen neoliberal. Las fuerzas democratizadoras globales (Seattle, Davos, Génova) habían conquistado la iniciativa estratégica frente a la burguesía atlántica -Estados Unidos y la Unión Europea-, tanto en el terreno político como ideológico. Sin embargo, esa correlación de fuerzas cambió a raíz de los atentados: la burguesía atlántica, que desde hace quinientos años determina dictatorialmente los destinos de la humanidad, logró recuperar la iniciativa estratégica para volver a la ofensiva.
Dentro de esta ofensiva, personificada por Bush II y Tony Blair, hay dos elementos novedosos de extrema importancia para América Latina: sus objetivos estratégicos y su metodología.
En cuanto a lo primero, es evidente que ya actuamos dentro de un nuevo Tercer Orden Mundial, que afianza el poder de ambos imperialismos pero, sobre todo, el de Estados Unidos, y que tiene una alta probabilidad de lograr el sometimiento neocolonial de cuatro áreas de gran importancia para el sistema mundial: Medio Oriente, Asia Central, India y América Latina. Sobre este afianzamiento del poder de Occidente, la élite atlántica ejecutará su política de "contención" para convertir a China en neocolonia e integrará a Rusia en la Unión Europea y la OTAN, quitándose de encima, de esta manera, los dos únicos rivales serios que tiene en el planeta.
Si este afán de la burguesía atlántica de perpetuar el sistema mundial de explotación, dominación y enajenación, establecido a partir de la invasión europea del 12 de octubre de 1492 al hemisferio occidental, es preocupante, no lo es menos la metodología que ha venido desarrollando en los últimos diez años, durante la fase de transición del segundo orden mundial al tercero. La enorme facilidad con que Occidente ha obtenido sus sucesivos triunfos militares en Panamá, Irak, Kosovo y Afganistán ha restablecido el modus operandi de su fase de imperialismo clásico del siglo XVIII: la bisagra, de ultimátum político-ataque militar, como instrumento fundamental de su política exterior. Desaparecida la Unión Soviética, cuya presencia impedía el uso de este instrumento tradicional contra los países socialistas, hoy día la humanidad entera vuelve a ser rehén de la lógica binaria imperial de este mecanismo.
Las implicaciones de los objetivos del Tercer Orden Mundial y de su metodología de ultimatum político-ataque militar, para la Patria Grande, son obvias: los espacios para experimentos de desarrollo y democracia nacional se estrechan violentamente y el imperio exige el cumplimiento exacto de sus reglas de juego, bajo amenaza de neutralizar a toda fuerza disidente. Esto explica la actual política de Washington y sus aliados europeos en América Latina, cuyas cabezas de lanza son: la derrota electoral sandinista, causada por el terrorismo psicológico y los dólares de Washington que en una intervención descarada impusieron un títere reaccionario en la presidencia; el avance del proyecto neoliberal de Washington y su homólogo Pastrana, en Colombia, con métodos fascistas; la evidente decisión de Bush II de remover al presidente Hugo Chávez en Venezuela y terminar con el ya precario proceso bolivariano. No está claro si esa remoción se hiciese de manera institucional o mediante un golpe de Estado, pero sería ilusorio pensar que la decisión no se haya tomado.
La renovada vocación de Occidente de utilizar toda su gama de poder frente a los democratizadores o disidentes globales y nacionales, es agravada en América Latina por la quiebra económica de la mayoría de los países del hemisferio, entre ellos Argentina y Brasil. Esa profunda crisis económica propiciará crecientes protestas populares que, a su vez, servirán para la intervención represiva de la fuerza pública.
Ante este panorama, es fundamental que las fuerzas democratizadoras definan adecuadamente la correlación de fuerzas que determinará las políticas a seguir. Un análisis realista de esta correlación no deja dudas: a nivel mundial, las fuerzas democráticas están a la defensiva y su tarea consiste en parar los avances del proyecto Bush-Blair.
Para América Latina esto significa: (a) concentrar todas las fuerzas en la defensa de la soberanía e integración autónoma y derrotar al ALCA; (b) impedir el triunfo del Plan Colombia; (c) apoyar al proceso bolivariano en Venezuela y (d) tratar de aprovechar el Foro de Porto Alegre del año 2002, para estabilizar el frente de las fuerzas latinoamericanas. Pero, es necesario ser realista y prever la posibilidad de que algunos de esos objetivos no se logren y que la lucha por la democracia y justicia social tendrá que seguir aun después de algunas batallas perdidas. Porque lo importante no es ganar una batalla, sino la guerra: la guerra por la democracia de las mayorías.
(Tomado de El Carrasclet 217, semana del 7 al 13 diciembre de 2001)

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