WASHINGTON, (IPS). El gobierno
de George W. Bush continúa dividido acerca de si Estados Unidos debe atacar
a Iraq como el siguiente objetivo tras Afganistán en su guerra contra el terrorismo.
Todos los sectores del gobierno concuerdan
en que la primera etapa de la guerra pretende reemplazar al régimen fundamentalista
islámico Talibán, que controla más de 90% del territorio afgano, y destruir
la infraestructura en Afganistán de la organización Al Qaeda (La Base), de Osama
ben Laden.
Estados Unidos acusa a Ben Laden
de ser el principal sospechoso detrás de los atentados terroristas mediante
aviones secuestrados contra las torres gemelas de Nueva York y el edificio del
Pentágono en Washington, el 11 de septiembre.
Pero casi todos los altos funcionarios
del Pentágono (Departamento de Defensa) apoyan una segunda etapa dirigida a
expulsar del poder al presidente iraquí Sadam Hussein, más de una década después
de que una coalición militar dirigida por Estados Unidos obligara al ejército
iraquí a retirarse de Kuwait.
Este grupo tiene el respaldo de columnistas
y asesores ajenos al gobierno, muchos de ellos admiradores del primer ministro
israelí Ariel Sharon, como el presidente del Consejo de Política de Defensa
del Pentágono, Richard Perle, y la ex embajadora estadounidense ante la Organización
de las Naciones Unidas, Jeane Kirkpatrick.
Entre los columnistas se encuentran
William Safire, del diario The New York Times, y Charles Krauthammer,
Michael Kelly y George Will.
En el bando contrario se encuentra
en primer lugar el secretario de Estado (canciller) Colin Powell, criticado
por los conservadores porque, como comandante de las fuerzas aliadas contra
Iraq, puso fin a la guerra del Golfo en 1991 sin haber sacado a Sadam Hussein
del poder.
Como hiciera entonces, Powell advierte
ahora que una guerra contra Bagdad, sin las pruebas que vinculen a Sadam Hussein
a los atentados del 11 de septiembre, disolvería la coalición contra Al Qaeda
que el secretario intentó armar en el último mes, y podría desestabilizar a
aliados árabes clave en el Golfo.
Un fuerte aliado de Powell es el
primer ministro británico Tony Blair, cuyo gobierno ha manifestado su inquietud
por la falta de pruebas que vinculen a Iraq con los atentados en Estados Unidos.
Preocupado, Safire preguntó este
lunes en su columna del New York Times si las advertencias de Blair contrarias
a la guerra contra Iraq habían puesto en el "congelador" los planes
del Pentágono para la segunda etapa de la guerra.
Los organismos de inteligencia estadounidenses
estarían de acuerdo con las conclusiones británicas acerca de la inocencia de
Bagdad con respecto de los atentados.
Pero eso no amilanó a las fuerzas
contrarias a Iraq dentro del Pentágono, que la semana pasada enviaron a Europa
al ex director de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) James Woolsey para
recabar pruebas de la posible complicidad iraquí, sin siquiera haberle informado
al respecto al Departamento de Estado.
Esa maniobra es parte de una estrategia
para excluir a Powell, rival de los conservadores fuera del gobierno que sostienen
que su plan de concentrar el combate en Afganistán atenta contra el objetivo
de Bush de atacar a los terroristas y a todos los estados que los protejan.
El 19 y el 20 de septiembre, según
el New York Times, Perle convocó al Consejo de Política de Defensa, un
organismo semigubernamental designado por el presidente, cuyos 180 integrantes
accedieron en principio a que Estados Unidos ataque a Iraq después de Afganistán.
El Consejo está integrado por Woolsey,
el exsecretario de Estado Henry Kissinger, el exvicepresidente Dan Quayle y
el expresidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, entre otros.
El Departamento de Estado no fue invitado a la reunión ni informado al respecto.
Powell se habría sentido "afligido"
cuando una carta enviada al Consejo de Seguridad de la ONU por el embajador
de Estados Unidos John Negroponte, en el primer día de bombardeos contra Afganistán,
señaló que Washington se reservaba el derecho de atacar a "otras organizaciones
y otros estados".
La frase habría sido incluida por
el asesor adjunto de Seguridad Nacional, Stephen Hadley, considerado un aliado
de los conservadores en el Pentágono, según el New York Times.
El argumento más poderoso sobre la
participación de Saddam Hussein en los atentados de septiembre se basa en informes
de inteligencia que indican que Mohammed Atta -considerado el agente clave en
los secuestros de los aviones- se reunió este año en Praga con un espía iraquí
y luego con el embajador iraquí ante Turquía.
También se basa en la labor de la
especialista en Iraq Laurie Mylroie, quien sostuvo en el diario Wall Street
Journal que la inteligencia iraquí fue cómplice del atentado explosivo contra
las torres gemelas en 1993 y de otro plan para bombardear la sede de la ONU
y dos túneles en Nueva York.
A pesar de sus diferencias ideológicas
y políticas, según Mylroie, Ben Laden y Sadam Hussein se han consultado a través
de colaboradores a lo largo de los años, y poco antes de los atentados de 1998
contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, ambos divulgaron
amenazas "con un refrán similar".
Woolsey reconoce que las pruebas
contra Bagdad son circunstanciales, pero dijo a la publicación National Journal
esta semana que la complejidad de los atentados de septiembre sugieren la participación
de un "servicio de inteligencia estatal". Perle coincide con esa opinión.
"Vamos a tener que ir detrás
de los agentes estatales que tengan más dificultades para ocultarse, e Iraq
lidera esa lista", dijo Perle al National Journal.
Incluso si Iraq no tuvo que ver en
los atentados del 11 de septiembre, según Perle y otros conservadores, Washington
debe intentar derrocar a Sadam Hussein.
En una carta enviada a Bush el 20
de septiembre, Perle, Kirkpatrick y 36 conservadores más argumentan que, de
lo contrario, "será una rendición prematura y quizá decisiva en la guerra
contra el terrorismo internacional"
(Tomado de Info-ong.org 148, 19 de
octubre de 2001)