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NO A LA GUERRA
REFLEXIONES DE UN BOMBARDEO

Sensación de estar bordeando el abismo


Editorial de Gara

No vale lo mismo la vida de todas las personas. Ayer volvió a quedar en evidencia. Los atentados sufridos en Nueva York y Washington son terribles. Sus resultados, sobrecogedores. Los muertos se contarán por miles. Cada uno de ellos con su historia particular, con sus familias, sus amigos, sus inquietudes... Exactamente igual que cada una de las decenas de miles de víctimas que la política exterior estadounidense ha causado en las últimas décadas. Baste recordar que los niños y niñas muertos por el bloqueo impuesto a Irak son casi un millón y la esperanza de vida en aquel país se ha reducido de 66 a 57 años. Se puede hablar también de los efectos de otras guerras, declaradas o no, auspiciadas por EEUU.
No se trata, en ningún caso, de justificar la masacre de ayer. Tan sólo de contextualizarla en lo que cada día viene ocurriendo en el mundo. Porque lo que se ha visto pasar ya en Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, Irak, lo que en un goteo interminable viene siendo «normal» en Palestina, se ha trasladado ahora a territorio estadounidenses. EEUU está acostumbrado a librar todas sus guerras fuera de su territorio, dejando a sus civiles al margen de la contienda, mientras las mujeres y niños muertos por sus ataques, las ciudades convertidas en ruinas por sus misiles, engrosan la cuenta de los «daños colaterales». De hecho, todos ­desde los gobernantes de buena parte del mundo a la llamada opinión pública­ nos habíamos acostumbrado a que fuera así. Por eso ahora una parte importante de la humanidad vive con la sensación de encontrarse bordeando un abismo. Unos, porque aún están desconcertados por lo que consideraban que era imposible que llegara a suceder y, ante un escenario inédito, son incapaces de evaluar cuáles pueden ser sus consecuencias reales en el futuro. Otros, porque temen que, sea quien sea quien finalmente aparezca como el responsable real de los atentados, acabarán inexorablemente pagando de una forma cruel la venganza del gigante herido en su cuerpo y en su orgullo.
El temor a las represalias se extiende entre los países y movimientos que EEUU tiene catalogados como enemigos. Pero, aunque resulte ingenuo, sería deseable que ­ahora que el daño causado es ya irreparable­ la reflexión sobre lo ocurrido, el conocimiento de primera mano de lo terribles que resultan las consecuencias de la guerra que con tanto entusiasmo en ocasiones animan, hiciera reconsiderar a los estadounidenses el papel que están desarrollando en otros conflictos. Lamentablemente, se trata de una idea descabellada a corto plazo. Sólo cabe confiar en que la evolución de los acontecimientos avance por el camino de la racionalidad.


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