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No a la Guerra

18 de marzo del 2003

La construcción de un movimiento contra la guerra
No habrá paz sin dar la pelea

Naomi Klein
Masiosare
Buenos Aires.- En un lodoso pedazo de tierra ocupada, en las afueras de Buenos Aires, Florencia Vespignani planea su próximo tour a Estados Unidos, donde hablará con estudiantes y activistas sobre los movimientos de resistencia en Argentina.

"Estoy un poco asustada", confiesa.

"¿Por la guerra?", pregunto.

"No. Por el avión. Nosotros tenemos guerras aquí todo el tiempo".

Vespignani, madre de 33 años y organizadora comunitaria, es una líder en el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD), una de las docenas de organizaciones de trabajadores desempleados, conocidos como piqueteros, que han emergido de los escombros de la economía argentina.

Cuando Florencia describe la vida como una guerra, no es una metáfora. En un país donde más de la mitad de las personas vive en la pobreza y 27 niños mueren de hambre al día, ella simplemente ha aprendido que para mantenerse viva tiene que salir a las calles y pelear por cada pedazo de pan, por cada lápiz de estudiante, por cada noche de descanso.

Desde la perspectiva del Fondo Monetario Internacional (FMI), los piqueteros son el daño colateral del neoliberalismo -una explosión fortuita que ocurrió cuando la privatización en ráfaga fue mezclada con la austeridad de tipo "shock". A mediados de los noventa, cientos de miles de argentinos de pronto se encontraron sin cheques de nómina, pagos de bienestar o pensiones. En vez de desaparecer silenciosamente a los cinturones de miseria que rodean a Buenos Aires, se organizaron en asociaciones barriales militantes. Bloquearon carreteras y puentes hasta que el gobierno cascó beneficios de desempleo; la tierra abandonada fue tomada para construir hogares, granjas y cocinas colectivas; 100 fábricas cerradas fueron tomadas por sus empleados y las pusieron a trabajar de nuevo. La acción directa se convirtió en la alternativa al robo y la muerte.

Pero esa no es la razón por la cual Vespignani describe la vida en Argentina como una guerra. La guerra es lo que sucede a continuación, después de que ella y sus vecinos se atreven a sobrevivir: las visitas de hombres armados, los brutales desalojos de la tierra tomada y las fábricas ocupadas, los asesinatos de activistas por parte de la policía, el retratar a los piqueteros como terroristas amenazadores. El mes pasado, la policia de Buenos Aires usó gas lacrimógeno y balas de goma para desalojar a 60 familias de un edificio abandonado, cerca de la moderna Plaza Dorrego. Fue la más severa represión en la ciudad desde que dos jóvenes líderes del MTD fueron asesinados por la policía durante un bloqueo carretero el pasado junio.

La policía dijo que estaba preocupada por la seguridad del asentamiento, pero aquí mucha gente piensa que el violento desalojo fue simplemente parte del más reciente ajuste económico cocinado en el hotel Sheraton, donde las delegaciones del FMI llevan semanas juntándose con los banqueros y los candidatos de la próxima elección presidencial. El FMI espera valorar si se le puede confiar a Argentina nuevos préstamos: si pagará la deuda externa y continuará cortando el gasto social.

Pero hay otros criterios que no se mencionan, que los aspirantes presidenciales deben satisfacer para merecer el capital extranjero: deben mostrar que tienen la voluntad de usar la fuerza para controlar aquellos sectores heridos por tales arreglos. Los ocupas, los piqueteros -hasta los cartoneros, los ejércitos de pepenadores que peinan la basura en busca de cartón que puedan vender- son acosados. Según el ex dueño de la mayor compañía privatizada de basura en Buenos Aires, ahora candidato a gobernador bajo el lema de Recuperemos Buenos Aires, la basura es propiedad privada y los cartoneros son ladrones.

En resumen, la desesperada búsqueda por sobrevivir de millones de argentinos es una amenaza a la recuperación de la economía y debe ser frenada.

Recientemente, John Berger escribió: "Sin dinero, cada necesidad humana cotidiana se vuelve un dolor". En Argentina, cualquier intento por aliviar ese dolor se está volviendo un crimen. A esa guerra se refiere Florencia, y mientras viaja por Estados Unidos, tendrá la difícil tarea de explicar la situación a los activistas que están casi exclusivamente enfocados en terminar con otro tipo de guerra, una en la cual la estrategia es "conmociona y atemoriza", no la cotidiana brutalidad y la marginación masiva.

Parada entre los despedazados adoquines, afuera del asentamiento, la noche en que las 60 familias fueron desalojadas, con gas lacrimógeno aún en el aire y docenas de personas en la cárcel, me pregunté sobre los llamados a la "paz" que llegan de Europa y América del Norte. El mensaje contra la guerra resuena con fuerza aquí, y decenas de miles participaron en el día global de acción el 15 de febrero. Pero, ¿paz? ¿Qué significa la paz en un país donde el derecho que más necesita ser defendido es el derecho a luchar?

Mis amigos en Sudáfrica me dicen que allá la situación es bastante parecida: familias desalojadas de miserables ciudades perdidas desde Soweto hasta Cape Flats, la policía y la seguridad privada usan balas y gas lacrimógeno para sacar a la fuerza a la gente de sus hogares, y, el mes pasado, el sospechoso asesinato de Emily Nengolo, una activista de 61 años que luchaba contra la privatización del agua. En vez de enfocar su energía en asegurar alimentos, empleos y tierra, los movimientos sociales alrededor del mundo se ven forzados a invertir su tiempo en luchar en la guerra de baja intensidad contra su propia criminalización.

La gran ironía es que estos movimientos están, de hecho, librando la real guerra contra el terrorismo -no a través de la ley y el orden, sino proveyendo de alternativas a las tendencias fundamentalistas que existen donde sea que haya una verdadera desesperación. Están desarrollando tácticas que permiten a algunas de las personas más marginadas en la Tierra cubrir sus propias necesidades sin usar el terror -a través de bloquear carreteras, ocupar edificios, tomar tierras y resistir desplazamientos.

El 15 de febrero fue más que una manifestación -fue una promesa de construir un movimiento contra la guerra verdaderamente internacional. Si eso va a suceder, los norteamericanos y los europeos tendrán que enfrentarse a la guerra desde todos los frentes: oponerse a un ataque contra Irak y rechazar la etiqueta de terroristas impuesta a los movimientos sociales. El uso de la fuerza para controlar los recursos de Irak es sólo una versión extrema de la fuerza usada para mantener abiertos los mercados y garantizar que países como Argentina y Sudáfrica paguen su deuda. Y en lugares donde la vida cotidiana es como la guerra, la gente que se enfrenta de manera militante a esta brutalidad son activistas por la paz.

Porque todos queremos la paz. Pero recordemos que no llegará sin dar la pelea.

(El texto fue publicado en The Nation -www.thenation.org. Copyright Naomi Klein. Traducción: Tania Molina Ramírez)