VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
No a la guerra

19 de noviembre del 2002

Una huelga general contra la guerra

Higinio Polo
Rebelión

La aprobación por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de la resolución 1441, por la que se emplaza al régimen iraquí a nuevas inspecciones para asegurar el desmantelamiento de sus programas de "armas químicas, biológicas y nucleares", y la aceptación de la resolución por parte de Sadam Husein, parece alejar la perspectiva de la guerra y ha abierto un período de incierta espera que, sin duda, será aprovechado por Estados Unidos para preparar nuevos pretextos que justifiquen nuevos bombardeos y avalen el inicio de su intervención militar terrestre en Irak. La resolución, que tiene grandes dosis de ambigüedad, representa una victoria - momentánea y parcial- de los países cuyas diplomacias pretenden que el sistema de Naciones Unidas siga siendo el lugar donde se discutan las crisis internacionales y donde se tomen decisiones vinculantes, frente al progresivo unilateralismo de Washington, que ha convertido sus heridas del 11 de septiembre en el pretexto para una nueva redefinición política y militar de grandes zonas del planeta.
Sin embargo, tanto el embajador ante la ONU, John Negroponte, viejo organizar del terrorismo en América Latina, como el propio George W. Bush, han advertido al mundo que la nueva resolución no limitará "la libertad de acción de Estados Unidos". Es decir, Washington, aunque no pueda prescindir por completo de las Naciones Unidas ni de las opiniones de las otras potencias, se reserva el derecho de juzgar el grado de cumplimiento por parte de Irak de la resolución 1441 y se reserva el derecho de decidir el inicio de la guerra, aun sin el consentimiento del Consejo de Seguridad. De hecho, no sería la primera vez que lo hiciese: recuérdese que tanto las actuales zonas de exclusión aérea en Irak, como el inicio de los bombardeos y de la intervención militar en Kosovo (Yugoslavia) fueron acciones unilaterales que no disponían del aval del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
A esa peligrosa situación ha venido a añadirse la conclusión de las recientes elecciones celebradas en los Estados Unidos, que han dado la victoria a los candidatos republicanos del partido de George W. Bush, y cuyo resultado ha sido presentado por su gobierno como un aval de la población norteamericana a la política exterior de su administración en la crisis con Irak y en la persecución de lo que abusivamente llama el "terrorismo internacional". Para el presidente norteamericano no importa que el sistema político de su país esté basado en el dinero y en la compra de candidatos: el propio Bush gastó más de 200 millones de dólares para ser elegido presidente, ni le debe parecer significativo que los grandes grupos de presión de la industria militar dicten una buena parte de la política exterior que Powell y el Pentágono aplican. Bush se ha declarado satisfecho con los resultados electorales, aunque debe hacerse notar que la prensa de difusión masiva ha ocultado que en ningún caso esos resultados pueden interpretarse como signo de la voluntad de los norteamericanos: han votado poco más del 35 % de los ciudadanos. Aunque es probable que Bush no considere esos datos como relevantes. Después de todo, como ha recordado Edward W. Said citando una encuesta reciente, el 86 por ciento de la población norteamericana está segura de que Dios los ama, y, en ese terreno del favor de Dios, los Bush, Powell, Rice, Rumsfeld, Cheney, o Negroponte, se sienten seguros.
Los grupos militaristas que gestionan el gobierno norteamericano cuentan con la complicidad de relevantes dirigentes europeos en su aventurera política en Oriente medio, como Blair, Berlusconi y Aznar, y también con la aquiescencia del siniestro Putin, capaz de resolver de manera sangrienta un secuestro terrorista al tiempo que acepta la instalación por parte de Estados Unidos de nuevas bases militares en antiguas repúblicas soviéticas, sancionando así el papel secundario que Washington concede a Moscú. Por eso, por la complicidad con los propósitos de Bush de buena parte de los gobiernos que -sobre el papel- cuentan con cierta capacidad de maniobra en los foros internacionales para oponerse a la ciega política imperial de Washington, es tan importante la movilización de los ciudadanos. La convocatoria de las últimas manifestaciones de protesta tanto en Europa como en Estados Unidos ha conseguido éxitos multitudinarios bajo la sensata consideración de que debemos "evitar la guerra antes de que estalle", pero los riesgos continúan siendo muchos.
Es indudable que los movimientos ciudadanos, los partidos de izquierda, los sindicatos, deben trabajar para que no estalle la guerra, informando a la población, lanzando iniciativas y llevando la protesta a las calles de forma constante, pero deben analizar al mismo tiempo la posibilidad de que Washington consiga sus propósitos y fabrique una situación de crisis con los inspectores de Naciones Unidas, o simplemente organice una provocación: no sería la primera, ni mucho menos. En ese caso, si la movilización ciudadana no ha conseguido impedir el inicio de una guerra contra Irak de consecuencias, hoy por hoy, imprevisibles, las redes opositoras de izquierda deberían responder con la convocatoria de huelga general de alcance internacional.
Es cierto que la apuesta es arriesgada y que son muchas las dificultades, pero tanto los movimientos agrupados en el Foro Social Mundial de Porto Alegre como las organizaciones de izquierda deberían empezar ya a trabajar con ese objetivo: después de todo, tanto la Confederación Europea de Sindicatos, como la CIOSL, o como los propios sindicatos norteamericanos, AFL-CIO, están representados en el Consejo Internacional del Foro Social Mundial como miembros de pleno derecho, y entre los objetivos declarados de éste figura "la delimitación política del FSM como espacio de entidades y movimientos de la sociedad civil que se oponen al neoliberalismo y al dominio del mundo por el capital y por cualquier forma de imperialismo" y han declarado que son contrarios a la guerra como instrumento de dominación.
Los sindicatos europeos agrupados en la CES -en España, CC.OO., y UGT- deberían también empezar a definir las formas de movilización si la guerra estalla. Los trabajadores de las bases militares norteamericanas, llamadas "de utilización conjunta", y especialmente los de Rota, deberían participar en una paralización total de actividades, al igual que los sindicatos deberían lanzar un llamamiento a la paralización de los puertos y aeropuertos europeos susceptibles de ser utilizados como apoyo logístico por la máquina de guerra norteamericana. Si en Alemania, por ejemplo, miles de personas son capaces de oponerse al avance de un tren con residuos nucleares ¿no serán capaces también de asediar las bases norteamericanas, de poner cerco a las empresas y a las embajadas de Washington, de atacar sus intereses comerciales con formas de boicot y de sabotaje ciudadano? En Alemania, en Francia, en Italia, en España, donde sea posible.
Los sindicatos españoles podrían presentar de inmediato una propuesta de esas características en la CES europea: de otro modo, ¿cuál sería su utilidad si en momentos como el presente no movilizasen su estructura? La propia AFL-CIO norteamericana, que pese a su negra historia está presente en los organismos de gobierno del Foro Social Mundial de Porto Alegre, debería también ponerse manos a la obra para dificultar la puesta en marcha de la guerra. La escasa representación de Asia y África, y también de las naciones árabes, en el Foro Social Mundial no debe suponer una limitación: después de todo en cada momento histórico los movimientos progresistas han contado con fuerzas limitadas, con dificultades. También las organizaciones civiles y las redes de solidaridad, muchas de ellas representadas en el Foro Social Mundial, deberían realizar convocatorias similares, y el Consejo Internacional del FSM podría realizar un llamamiento contra la guerra.
La perspectiva de la guerra obliga a decisiones trascencentales. La crisis internacional abierta por la aventurera política norteamericana puede cerrarse con pérdidas limitadas o desembocar en una catástrofe imprevisible, pero no hay duda de que tenemos que vivir sin miedo. Hay que evitar que estalle la guerra, pero si no podemos conseguirlo no nos queda otra opción que responder con la huelga. Una huelga general contra la barbarie. Una huelga general contra la guerra.