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No a la Guerra

10 de marzo del 2003

Si Irak cae, es un decir

Santiago Alba Rico
Kalegorria

Los iraquíes, estos días, se cubren la cabeza con un pañuelo o una hoja de papel: en otros lugares del mundo los llaman casas.

Había una vez un país, muy lejos de allí, en el que vivía el 3% de la población mundial y que consumía la mitad de la gasolina del planeta. Había sido en otro tiempo el mayor productor y exportador de petróleo, pero ahora tenía que importar el 60% y muy pronto hasta el 80 para mantener permanentemente encendida, como el fuego de las vestales, la antorcha de la Libertad: cocinas, calefacciones, plantas eléctricas, centros comerciales, ciento ochenta millones de automóviles y toda una confitería de plásticos de colores fuente de una alegría no biodegradable. Pero este país ambicionaba aún más libertad y para eso tenía ineludiblemente que construir de 1300 a 1900 centrales eléctricas en diez años, 400.000 kilómetros de gaseoductos secundarios y 90.000 de gaseoductos principales. Su gobierno velaba desinteresadamente por el cumplimiento de esta empresa: 20 de sus miembros eran ejecutivos de la industria petrolífera y otros 32 trabajaban para las grandes compañías de armas. Sacrificando clínicas públicas, escuelas y un millón de empleos, habían conseguido elevar el presupuesto militar a una cifra que superaba la suma de todos los del resto del mundo. En estas condiciones, nadie podía dejar de reconocerles el derecho a proteger su "seguridad nacional".

Los iraquíes, estos días, se saben una amenaza para las libertades de ese remoto país y se acurrucan en cáscaras sin valor y cartones imposibles de esconder: en otros lugares del mundo los llaman hombres.

El linchamiento de Irak representa tan sólo la ola de un maremoto que amenaza con barrer, más allá de las últimas briznas de libertad y democracia (allí donde las había), las condiciones mismas de todo entendimiento entre los hombres y a los hombres mismos. Por esto, con todas las diferencias que queramos, su defensa es tan imperativa hoy como lo fue la de la España republicana en 1936; y, del otro lado, los peligros de ese remoto país de plásticos en libertad son tan acuciantes y siniestros como los de la Alemania de Hitler. En nombre de los más altos valores que jamás haya invocado la humanidad, un nuevo hegemonismo imperialista está a punto de repetir viejos, eternos desafueros justificados en otro tiempo con palabras menos nobles y acometidos con medios menos temibles. La "democracia" puede ser tan dictatorial como las dictaduras y más totalitaria que los totalitarismos; puede ser tan destructiva como las bombas nucleares que amenaza con usar y bajo cuya sombra, como recordaba Anders, toda resistencia será siempre "legítima defensa" y toda libertad un cuento. Como pedía Montesquieu, nuestro lenguaje se ha librado de las tiranías de la familia, de la tribu y de la patria, pero eso no sólo no ha impedido la guerra y la destrucción sino que muy probablemente las ha reproducido a gran escala. Bajo las condiciones capitalistas, cuyo epónimo imperialista es ese remoto país de vestales a motor, la Humanidad es más tirana y excluyente que la más xenófoba de las tribus. Porque más allá de ella no hay nada: sólo el reverso tenebroso, la contra- universalidad inasimilable, el vivero espectral y confuso de los "terroristas" con los que no hay nada que negociar y a los que no se puede reconocer ningún derecho (como en Guantánamo). En ciertas condiciones -atentos- el concepto de Humanidad puede funcionar para el exterminio tan eficazmente como el de Raza.

Si Irak cae, es un decir... El petróleo es sólo un detalle y casi un "valor" (una honrada justificación) que invocar también ante los drogodependientes de las mercancías. El petróleo es vital para Bush como lo era Polonia para Hitler; pero la campaña es más ambiciosa y apunta a muchos frentes, como Hitler: a Oriente Medio, desde luego, y a la defensa del eje estadounidense-israelí; pero también a China y Rusia; a una Europa ya dividida y debilitada y, más acá o más allá, a ese "frente interno" del que hablaba Parenti en un reciente artículo. Lo que ya ha muerto, si es que alguna vez llegó a vivir, es la política y el terror que se anuncia servirá sobre todo para eso: para impedir que vuelva a nacer, incluso bajo sus formas más moderadas o reformistas.

Por eso hay hoy que apoyar a Irak, aún a riesgo de apoyar a Sadam, como en 1939 hubo que apoyar a Inglaterra aún a riesgo de apoyar a Churchill, quien -no lo olvidemos- también había gaseado a los kurdos.