VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
No a la Guerra

La barbarie que viene

José Blanco / LA JORNADA

El desenlace de la invasión militar a Irak por Estados Unidos e Inglaterra aún es un enigma. La agresividad feroz del gobierno estadounidense continuará su pugnaz propósito de eliminar al gobierno de Hussein, pero paralelamente crecen en el mundo fuerzas cada vez más activas en contra de la guerra de rapiña, ilegal, ilegítima e inmoral de Bush contra los iraquíes.
Hoy parece posible -si bien aún no probable- que la oposición mundial de sociedades y gobiernos pueda detener la matanza, sobre todo si se creara una gran oposición interna estadounidense, lo que puede ocurrir si la resistencia de Bagdad se alarga y los muertos del ejército invasor aumentan.
En todo caso la matanza de los invasores marcha por senderos muy distintos a los anunciados por la obtusa arrogancia de Bush, quien suponía sería recibido como héroe por lo iraquíes. La jactancia pueril del emperadorcito se ha llevado una lección abrumadora.
Mejor aún, si el freno a la agresión pasa por la asamblea de la ONU se restablecería el frágil derecho internacional y habría ocasión de que la sociedad de las naciones se plantee una reforma democratizadora severa. Pero hay otro escenario, acaso más probable: una barbarie inscrita como posibilidad real en los acontecimientos en marcha y en lo que éstos revelan el juego y la contraposición de intereses múltiples a escala planetaria.
Si a pesar de la oposición mundial, la obstinación asesina del imperio consuma la destrucción del ejército y la matanza de población civil iraquí y Estados Unidos ocupa el territorio de Irak y se propone llevar a cabo por sí solo la reconstrucción de lo que le venga en gana (los palacios y las construcciones históricas habrán muerto para siempre), tal como anunció Colin Powell -contradiciéndose más tarde- y, además, pretende organizar una administración estadounidense para su nuevo "protectorado" (aun a través de un gobierno pelele), una crisis política mundial de alcances insospechados se abriría a velocidad vertiginosa, porque todo lo que ello anuncia es el propósito de controlar el futuro de Medio Oriente y sus recursos por Estados Unidos.
El 20 de marzo se iniciaron rupturas múltiples. La alianza atlántica (OTAN) se partió en los hechos respecto de sus miembros más sobresalientes; la Unión Europea (UE) se dividió porque en la alianza se quedaron Dinamarca, los nueve candidatos de los países bálticos a ingresar a la UE, los estados de la Europa central y oriental (algunos en curso de incorporación a la OTAN) y, por si hiciera falta, Italia y España, todos los cuales se sintieron más seguros asociados a la nueva oligarquía mesiánico integrista que se hizo del poder en Estados Unidos, que quiere la cabeza del poder mundial a perpetuidad, mantenido por las fuerza bruta de las armas.
La integración política en construcción de la UE ha quedado en cuestión seriamente. Las diferencias políticas de Rusia con Estados Unidos crecen por hora, alimentadas por los intereses rusos en Irak y por las acusaciones de la venta de armas a este país provenientes de Rusia. Francia e Italia se acusan mutuamente de las rupturas en el seno de la UE. Japón se expresó, sin querer hacerse notar demasiado, del lado estadounidense. De este modo, esta crisis ha mostrado descarnadamente los intereses de todas las potencias en Medio Oriente y sus recursos petrolíferos, cuyo equilibrio precario fue roto por la ambición estadounidense. Se estaría anunciando así la configuración de dos ejes contrapuestos: el eje Francia, Alemania, Rusia y China, y el eje Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Japón, cada uno con su caudal de satélites.
Ello no sólo golpearía severamente el futuro de la UE. También el futuro de la APEC (Foro de Cooperación Asia Pacífico). La OCDE quedaría quebrada y fracturado quedaría aun el Grupo de los Siete, que controla y decide la política financiera mundial. Todas las instituciones multilaterales creadas en la posguerra quedarían igualmente maltrechas. Los efectos devastadores sobre la economía mundial de este encadenamiento de fracturas es imprevisible. La institucionalidad internacional es injusta y antidemocrática, pero su derrumbe no traería como consecuencia la justicia y la democracia al planeta. El mundo subdesarrollado sería herido gravemente.
Este escenario apocalíptico de lunáticos parece imposible, pero es el caso que los intereses de Francia, Alemania, Rusia y China, y de Estados Unidos, Inglaterra Italia y Japón, en Medio Oriente, son absolutamente irrenunciables para todos, porque el futuro económico de todos depende en gran medida de los recursos energéticos de esa infausta región del planeta.
Y Estados Unidos la quiere para sí literalmente a sangre y fuego.
Ese escenario es la antesala de una degradación infame de la civilización humana. Por eso es indispensable parar a Estados Unidos y alcanzar un acuerdo mundial sobre la transición energética que salve a la humanidad de los endriagos de Washington.
fuente: La Jornada" (México)