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No a la Guerra

27 de marzo del 2003

Humo y terror sobre Bagdad

Higinio Polo
El País

Tu tumba te está esperando. Esa frase feroz le lanzó a la cara Abdulá bin Abdelaziz, príncipe heredero de Arabia, a Muammar el Gaddafi en Sharm el Sheij, una población egipcia donde el 2 de marzo de 2003 estaba reunida la Liga Árabe. Ese príncipe sabía de qué hablaba, cómplice como es de los señores de la guerra de Washington. En estos días, algo semejante le han dicho al pueblo iraquí, desde una isla perdida en el Atlántico, esos tipos -Bush, Blair y Aznar- que sonreían ante una mesa bien dispuesta, lanzando al mundo el trueno de la venganza y el fuego sofocante de la muerte..
El inicio de la guerra de agresión contra Iraq, una guerra ilegal lanzada despreciando a las instancias internacionales, era la lógica consecuencia de varios meses en los que todo el esfuerzo diplomático de los Estados Unidos ha estado dirigido a legitimar la guerra, en el propio Consejo de Seguridad de la ONU. No trabajaban por conseguir el desarme, no intentaban acabar con las supuestas armas de destrucción masiva iraquíes de las que ya no hablan: perseguían la guerra. Ese desprecio a la ONU, al derecho internacional, a la comunidad de países que rechaza la fuerza -a excepción de algunos regímenes corruptos y algunos Estados clientes-, revela una actitud golpista de Washington contra las instancias internacionales que trabajosamente han surgido en el último medio siglo..
El cinismo de Washington es aterrador: aseguraban que existían amenazas para la paz. Y, por eso, declaran la guerra. Exigían librar al mundo de las terribles armas de destrucción masiva, y son ellos quienes las atesoran y utilizan. Sus portavoces insistían en sus propósitos para crear en Iraq "una sociedad libre y con esperanza", y por eso están arrasando ciudades iraquíes. No les preocupa Saddam Hussein, sino asegurar su propio poder. El siniestro Rumsfeld declaraba en las horas iniciales de la agresión militar que el mundo asistiría a "algo nunca visto antes", como si hubiésemos olvidado Hiroshima, o Vietnam, como si ignorásemos los cadáveres despanzurrados bajo las botas sangrientas de los marines norteamericanos en decenas de países..
El sobrecogedor ataque contra Bagdad, el diluvio de bombas lanzadas sobre un pequeño país al que han pretendido presentar como un peligro para el mundo, el despiadado terror de unos matarifes sin escrúpulos que matan a distancia, que ahogan en polvo y ruido a desarmados ciudadanos condenados a la soledad de las noches de bombardeos, muestra el desprecio que al gobierno de Washington le merece la vida de tantos iraquíes inocentes. Esos hombres del Pentágono están dispuestos a repetir sus hazañas de ayer, a quebrar la dignidad maltratada de las víctimas, a imitar a aquel sicario de sus tropas que mataba a sangre fría a un guerrillero del vietcong en una calle desolada, o a hacer huir de nuevo a la niña que corría despavorida en una olvidada carretera vietnamita después de haber sufrido el bombardeo con napalm de los B-52, o a sepultar de nuevo a los panameños aplastados en las ruinas de sus casas por las bombas norteamericanas. Siempre las mismas víctimas. Ya lo hemos visto, otra vez, en la imagen sobrecogedora de la niña iraquí con las piernas destrozadas, llevada en los brazos de un iraquí que la miraba, sabiendo que soportaban la furia de los asesinos. Son otros asesinos, pero son los mismos..
Es esta una sucia guerra que traerá de nuevo las imágenes de los refugiados, el gesto de tantas mujeres que se esconden el rostro entre las manos para ocultar el llanto de los que saben que han sido condenados por la feroz máquina de guerra de Washington, que ya ha escrito un epitafio para las próximas víctimas inocentes. Tu tumba te está esperando. Esa es la frase que ha lanzado Bush contra el pueblo iraquí. En medio del terrorismo del ejército norteamericano, bajo el fuego de Bagdad, otra vez, la tragedia de las madres que gritan a sus hijos, el miedo de los que intentan resistir, las caras asustadas de quienes miran al cielo para ver los aviones cargados de bombas, para ver llegar la muerte; la memoria angustiada de los supervivientes que intentarán vivir de nuevo, como si fuera posible después de tanta destrucción y tantos muertos. Mientras, los tanquistas norteamericanos y británicos que avanzan sobre Bagdad sonríen, satisfechos de su poder sobre la vida y sobre la muerte..
Donald Rumsfeld se ha mostrado indignado porque Iraq ha mostrado imágenes de soldados norteamericanos que han sido apresados. Según su opinión, Iraq ha violado la Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra. El cinismo del secretario de Defensa norteamericano, ese feroz señor de la guerra que no ha temblado al ordenar la invasión de un país, le lleva a ignorar que Washington lleva más de un año manteniendo como prisioneros de guerra, en condiciones infrahumanas, a centenares de hombres hechos prisioneros en Afganistán, sin permitir que puedan acogerse al derecho a la defensa, manteniéndolos presos sin acusación, sin derecho a la defensa; ignora que ellos mismos han sido los primeros en mostrar imágenes de prisioneros iraquíes. El mismo Rumsfeld protestaba ante Moscú por que supuestamente Rusia ha vendido a Bagdad sistemas de interferencia electrónica. Su obscenidad y su indecencia llegan tan lejos que, además de haber forzado la eliminación de misiles iraquíes de corto alcance, Estados Unidos pretendía por lo visto que Iraq permaneciese en la indefensión absoluta, de tal forma que pudiesen bombardear impunemente el país, resguardados sus militares tras su poder lejano. Soldados descalzos contra fortalezas volantes que arrojan bombas de varias toneladas. Porque estos señores de la guerra quieren bombardear el mundo sin encontrar ninguna resistencia, pretenden hacer matanzas para las que se han preparado con fría determinación, sin que el mundo les acuse de asesinos..
Bombardeando, sembrando la muerte como han hecho en las últimas décadas, como hicieron en Panamá o en Granada, en Afganistán o en Yugoslavia, esos tipos siniestros del Pentágono que mientras hablaban de libertad ayudaban a Suharto en Indonesia, a Duvalier en Haití, a Mobutu en Zaire, a Videla en Argentina, por citar algunos de los nombres de la infamia que han dejado las huellas del horror en la memoria del mundo, esos sujetos, son los que ahora están arrasando Iraq. Concienzudamente, con sus manos manchadas de sangre y cocaína. No es un exceso: en Vietnam más de la tercera parte de los militares norteamericanos se drogaban regularmente, antes o después de formar las patrullas de asesinos que mataban guerrilleros, mujeres y niños en los arrozales vietnamitas. Ahora, mientras esos soldados borrachos, drogados con cocaína y con mentiras, como en Vietnam, intentan aplastar a un pueblo inerme ahogado por años de bloqueo, otros sujetos semejantes -más siniestros, si cabe- siguen investigando formas más precisas de matar. Así lo hicieron en Vietnam, satisfechos sus científicos de conseguir un napalm más mortífero que el anterior..
Los Estados Unidos ganarán la guerra, esta guerra sucia, desigual, indigna. Ocuparán Bagdad, acariciarán después atacar Irán, Corea del Norte, Siria o Cuba. Hay que hacer todo lo posible por parar la guerra, aunque sepamos que ganarán: pero perderán la paz, porque el mundo está dispuesto a combatir un poder despótico y brutal, a resistir a ese país que ha bombardeado decenas de naciones en cuatro continentes distintos, y que pretende seguir haciéndolo, exhibiendo un desnudo imperialismo que está poniendo en peligro al planeta. Todo lo que hagamos será poco, aunque sólo acompañemos con nuestra protesta los sufrimientos del pueblo iraquí, mientras pretendemos conjurar con palabras y con gestos la certeza de que la vida, la difícil vida bajo el embargo, será recordada como la emboscada que presagiaba el tableteo de las ametralladoras, el ruido sordo de las bombas que ahogan, la agonía y el estiércol de los condenados al destino andrajoso de los pobres..
Cuando de nuevo llegue la paz, cuando de nuevo las gentes puedan mirar en las mañanas los amaneceres luminosos de Mesopotamia, cuando de nuevo intenten empezar otra vez allí donde la guerra los detuvo, espero que nosotros y los iraquíes recordemos el rostro de los asesinos, el rictus siniestro de los que fríamente decidieron llevar a la muerte a muchas de las personas que intentaban proseguir la vida en condiciones infernales; espero que recuerden la máscara desnuda de un sistema criminal, que maldigan el nombre de esos miserables para que escupan sobre él sus hijos, y los hijos de sus hijos. Porque cuando termine la guerra, el mundo debe exigir que los asesinos sean llevados ante los tribunales, por difícil que sea, y debe comprender que los supervivientes escriban el nombre de los asesinos, que graben en la piedra de sus tumbas la vergüenza y el desprecio que merecen las alimañas, que esparzan sobre ellas el recuerdo de la sangre viscosa vertida en una sucia guerra..
Esas bombas no están dirigidas sólo contra Iraq. Esas bombas aterradoras son un aviso al mundo, porque nadie está a salvo del poder destructor de los Estados Unidos, de la locura asesina de los amos de Washington. Los turbios comerciantes de la muerte no lo saben todavía, y acarician la victoria, la sucia victoria de los asesinos, pero el mundo ha visto sus rostros y no olvidará. Es probable que, pese a las apariencias, pese al humo y al terror sobre Bagdad, el tiempo de los asesinos, de los señores de la guerra de Washington, esté empezando a terminar. No podemos saber cuantos días podrán resistir los iraquíes en ese combate desigual, pero el mundo no debe olvidar. Estados Unidos perderá este conflicto que ya empieza a ser planetario, que se adivina en el horizonte, y lo perderá porque, víctimas de su propia propaganda, los señores de la guerra han creído que son más fuertes de lo que son en realidad. Perderán, pero el mundo llorará lágrimas de sangre.