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28 de diciembre de 2001
Los intelectuales y la guerra:
de la retirada a la rendición
James Petras
Traductor: Germán Leyens


Introducción

La oposición de los intelectuales izquierdistas occidentales a la devastadora guerra de Washington en Afganistán se ha prácticamente desintegrado. Esto nos hace preguntarnos si el fin de una tradición de oposición intelectual requiere un nuevo comienzo, el que por su parte necesita severas reflexiones sobre el pasado reciente.
Ya hubo claras señales de un repliegue intelectual a mediados de los años 60, cuando numerosos intelectuales apoyaron la guerra de EE.UU. en Vietnam, hasta que se vio claramente que no se ganaría la guerra, y entonces comenzaron a oponerse a ella. A principios de los años 70, muchos intelectuales de izquierda abandonaron su breve amorío con los movimientos sociales independientes contra la guerra y contra el racismo, para volver al Partido Demócrata y a su portaestandarte liberal, George McGovern.
El primer cambio inconfundible hacia un redescubrimiento de la naturaleza virtuosa del imperialismo, ocurrió durante la Presidencia Carter. Después del derrocamiento de los dictadores y gobernantes coloniales respaldados por EE.UU. en Etiopía, Nicaragua, y especialmente en Irán, y con nuevos gobiernos izquierdistas radicales en Afganistán, Angola, Mozambique y Guinea Bissau, la administración Carter lanzó una nueva ofensiva militar contrarrevolucionaria, acompañada por la retórica sobre los derechos humanos. La presidencia Carter armó y organizó una serie de fuerzas reaccionarias para destruir o debilitar a los nuevos gobiernos. Cientos de millones de dólares en armamentos fueron canalizados a Savimbi en Angola, a los contras en Nicaragua, a Renimo en Mozambique y a los señores de la guerra tribales en Afganistán. A pesar de todo, numerosos intelectuales occidentales se intoxicaron con la retórica sobre los derechos humanos de Carter.
La contraofensiva imperialista, que devastó los países contra los que se dirigía y que revirtió las reformas progresistas, se justificó como parte de una campaña por los derechos humanos y fue endosada por un sector importante de la izquierda. La masiva intervención de EE.UU. en Afganistán fue respaldada por el dictador militar paquistaní, el general Zia y su policía secreta, así como por el tesoro de Arabia Saudita. EE.UU. y sus estados-clientes reclutaron a decenas de miles de voluntarios fundamentalistas en todo el mundo árabe, Procedieron a destruir las escuelas mixtas, las instituciones seculares, y a degollar a cientos de mujeres que enseñaban en las escuelas rurales y a los campesinos que habían recibido tierras del programa de reforma agraria del gobierno secular. La insurrección reaccionaria, auspiciada por EE.UU., de los señores de la guerra tribales y los mercenarios extranjeros, obligaron al régimen secular izquierdista de Kabul a apelar a la URSS para que suministrara ayuda militar y soldados.
La intervención de EE.UU. y la contrarrevolución tenían un doble propósito: derrocar a un régimen izquierdista y provocar la entrada de la Unión Soviética en una guerra de desgaste. La secuencia de los acontecimientos provee un contexto importante para comprender la traición de los intelectuales occidentales. La verdadera secuencia del establecimiento de un régimen izquierdista secular en Afganistán, seguido por el terrorismo auspiciado por EE.UU. contra la población civil y, finalmente, la intervención soviética, siguiendo la invitación de un aliado y vecino bajo ataque, fue totalmente obliterada por la maquinaria de propaganda de Washington. La insurrección auspiciada por EE.UU. fue etiquetada como "la invasión soviética de Afganistán," la intervención de los mercenarios fundamentalistas extranjeros fue bautizada como lucha por la liberación de los muyahidin afganos. Zbigniew Brzezinski, el consejero de seguridad nacional del presidente Carter, se ha vanagloriado abiertamente de que la intervención militar de EE.UU. comenzó seis meses antes del ingreso de tropas soviéticas en Afganistán y que fue preparada para debilitar el régimen de Kabul y obligar a pedir con urgencia la presencia de tropas terrestres soviéticas.
La izquierda occidental en su casi totalidad -y la mayor parte de la izquierda en el Tercer Mundo- se alineó con Washington en el ataque contra "la intervención soviética." Prácticamente no hubo intelectuales occidentales apoyando el régimen secular sitiado en sus campañas por la igualdad de los géneros a través de la educación y la reforma agraria.
Mientras los diversos señores de la guerra retrógrados avanzaban contra las tropas afganas y soviéticas combinadas, violaban y asesinaban a miles de mujeres trabajadoras, obligaban a miles de doctoras y maestras a huir de los campos y a confinarse en sus casas y a vestir la burka.
Ninguna de las organizaciones feministas occidentales, ni las dirigentes feministas marxistas, denunciaron la contrarrevolución auspiciada por EE.UU. y la destrucción de las reformas por el avance de los señores de la guerra fundamentalistas. En lugar de hacerlo, se unieron al "coro antisoviético." La mayor parte de las sectas de izquierda, la sopa de letras de los grupúsculos trotskistas, maoístas y anarquistas, agregaron su retórica antisoviética a la campaña orquestada por EE.UU. Algunos, desde luego, criticaron a los muyahidin por sus excesos y trataron de encontrar a un señor de la guerra tribal progresista que postulara la "Tercera Vía".
La retirada de los intelectuales izquierdistas occidentales (IIO) confrontados con "Afganistán I" fue estratégicamente importante. Al encontrar una base común con los intereses y las políticas estadounidenses, los IIO comenzaron el proceso de socavar toda la noción de imperialismo como el principal carácter definitorio de EE.UU.
La "nueva forma de pensar" que comenzó en 1980 levó a muchos intelectuales occidentales de izquierda a considerar el imperialismo sólo como una política, no como una estructura de poder y de expansión económica. Según esa visión, una política imperial era sólo el producto de una constelación específica de funcionarios gubernamentales que competían con otros funcionarios. El resultado era que la política imperial o humanitaria dependía del contexto, los valores y de políticos influyentes. Los "nuevos pensadores" entre los IIO procedieron a atacar a la izquierda antiimperial por ser "antiestadounidense" o "marxistas ortodoxos" porque los antiimperialistas nunca encontraban nada positivo en la política de EE.UU. Uno de los aspectos positivos, por ejemplo, fue la oposición de Washington contra la "invasión soviética de Afganistán". Los IIO suspendieron todo juicio crítico o investigación seria sobre la secuencia en el levantamiento tribal auspiciado por EE.UU. y el ingreso soviético. Después de "Afganistán I" un importante sector de los IIO se unió a las filas del imperialismo humanitario.
Los estrategas políticos en Washington sintieron que valía la pena repetir su exitosa fórmula para lograr el apoyo de los intelectuales occidentales en la guerra afgana. Tenían razón.
Washington justificó su intervención en Granada, citando una toma del poder "estalinista" de un gobierno populista. En Panamá, EE.UU. justificó su invasión pretendiendo su oposición contra el "narco-dictador" Noriega. En la Guerra del Golfo, EE.UU. entró a la guerra para oponerse a "un nuevo Hitler". El imperialismo humanitario se ganó a otros pocos IIO. Flaquearon en su oposición, pretendiendo que se "oponían" tanto a las fuerzas invasoras de EE.UU. como al dictador. Se olvidaron de que una invasión imperial destruye a un país y su derecho a la autodeterminación, una condición previa para toda lucha contra un régimen dictatorial.
Esta ecuación simplista, igualando a los ejércitos imperialistas con dictaduras locales que se oponen a la ocupación del país, se convirtió en el distintivo de la evasión y de la decadencia moral de los IIO. La "teoría del doble demonio" fue un punto de tránsito entre un antiimperialismo consecuente y la apología del imperialismo humanitario. La naturaleza del régimen que se opone a la invasión imperial es secundaria frente a la conquista imperial del poder, especialmente para los intelectuales en los estados imperiales. La alternativa no es el imperialismo humanitario o las dictaduras del Tercer Mundo, sino la autodeterminación o la recolonización.
La discusión sobre la guerra comienza con esta alternativa básica dentro del sistema entre estados. La dinámica histórica de la conquista imperial exitosa en una región lleva inevitablemente a más agresión y conquista en otras regiones. Resulta en continuas guerras y en el saqueo de países y continentes. Es el motivo por el cual la oposición a los dictadores locales está subordinada a la lucha antiimperialista.
Antes de y durante el siglo XX, y sobre todo durante los últimos veinticinco años, las principales guerras han sido de naturaleza antiimperialista. Washington comenzó con Granada, seguido por Panamá e Irak, y luego los Balcanes, Afganistán y numerosos otros países por venir. El ejercicio del poder imperial por Washington es cada vez más devastador en su aplicación y más destructivo en sus consecuencias.
La dinámica del imperialismo histórico no es comprendida por los IIO, que consumen la propaganda humanitaria con la que Washington y sus portavoces mediáticos bombardean el mundo, perdiendo de vista la interrelación entre una guerra imperial y la otra.
El momento crucial para los IIO fue la Guerra del Golfo. Fue la "última batalla" de la izquierda antes de su colapso durante los salvajes bombardeos de la OTAN y su ocupación de los Balcanes. Sólo días antes de que el presidente Bush padre lanzara su ataque militar contra Irak, la mayor parte de los intelectuales de izquierda se oponían a la guerra. Exigían una solución diplomática y un retiro pacífico de las tropas iraquíes de Kuwait, o simplemente se oponían a la intervención de EE.UU. como parte de una estrategia motivada por el petróleo. La rápida y abrumadora victoria militar de Washington - con la ayuda de sus socios comanditarios europeos- sin sufrir pérdidas importantes, convirtió a un público dividido en una inmensa mayoría a favor de la guerra. El grueso de los IIO que se oponían a la guerra fue silenciado. Muchos se retiraron o se unieron al ruidoso coro pro-guerra de los intelectuales ex-izquierdistas, acoplados a la política exterior israelí a los que no les bastaba con aplaudir la guerra, sino que exigían que se marchara sobre Bagdad.
La demonización de Sadam Husein en la propaganda de los medios estatales (un "Hitler árabe") fue repetida por los izquierdistas arrepentidos. Renunciaron convenientemente a su inteligencia crítica para abrazar la partición y ocupación del espacio terrestre, marítimo y aéreo iraquí, y un bloqueo económico genocida que ha llevado a la muerte de 500.000 niños.
La fusión de los sentimientos pro-israelíes y pro-imperialistas alimentó un nivel intelectual particularmente vitriólico, que encontró un amplio espacio en los principales medios de comunicación impresos y electrónicos. Sus ataques personales contra intelectuales de izquierda de principios, sirvieron para intimidar o para restringir la crítica de colegas indecisos.
Una vez más, reapareció la retórica del "doble demonio". El asesinato en masa de cientos de miles de iraquíes, la colonización de facto del país, el bloqueo económico, la legalización del espionaje para identificar objetivos de bombardeo a través de los inspectores de armamentos de la ONU, fueron equiparados con el régimen dictatorial de Sadam Husein, que estaba defendiendo su país de la destrucción total. La política perversa de los "equivalentes morales" pasó por alto la lógica histórica de la escalada de la expansión imperial y el creciente poderío y la disposición a destruir toda resistencia a esa expansión.
Irak fue el primer terreno de pruebas para el uso de un poder militar masivo contra una potencia de segunda línea -en comparación con estados marginales como Granada y Panamá. El bombardeo y la invasión de Yugoslavia por EE.UU. y la OTAN, extendió los parámetros de intervención a un régimen europeo que no había realizado invasión alguna, que tenía una economía de mercado y un gobierno multi-partido elegido. En este caso, un conflicto entre etnias, azuzado por políticos separatistas, y alentado por las potencias de la OTAN, sirvió como pretexto para la intervención imperial. Washington se alineó con los musulmanes bosnios y con el régimen pro-fascista de Croacia, mientras que Alemania apoyaba a los eslovenos, y el régimen mafioso de Albania apoyaba a un sector de los kosovares albaneses anexionistas - todos opuestos a la multi-étnica República Yugoslava, gobernada por serbios.
"Historias de atrocidades" publicitadas por Washington, tendenciosas, exageradas, o inventadas, estaban saturadas con la sangre de la limpieza étnica serbia. Deliberadamente omitieron los degüellos de civiles serbios por musulmanes fundamentalistas en Bosnia, o la expulsión de 200.000 serbios de la región Krajina ocupada por el ejército croata.
El aluvión propagandístico de Washington y la OTAN, con intensas imágenes de atrocidades reales o falsificadas, hicieron un impacto masivo en el público y particularmente sobre los IIO. Casi la totalidad de los IIO apoyaron la guerra humanitaria de Washington y sus masivos bombardeos de objetivos civiles en Belgrado, Kosovo y otras partes. Hospitales, fábricas, puentes, trenes de pasajeros, estaciones de radio y televisión fueron bombardeados. Los IIO no dudaron, gimoteando a favor de las víctimas bosnias en Sarajevo, de los albanos en Kosovo.
La ceguera moral e intelectual de los IIO les impidió reconocer que la mayor atrocidad cometida en Sarajevo fue tramada por los musulmanes bosnios: el bombardeo de su propio mercado, matando a una multitud de personas, para lograr la simpatía de Occidente y dar a la OTAN el pretexto necesario para la intervención militar "para salvar a los musulmanes del genocidio serbio". La ceguera moral y política aseguró a los intelectuales de las ONGs un certificado de 'Ética Política' de la OTAN y les ayudó a embolsarse millones de dólares en el período de 'reconstrucción'. Los IIO con su certificado ético se hicieron los ciegos durante la intervención de EE.UU. y la OTAN en Kosovo y su subsiguiente armamento del Ejército de Liberación de Kosovo terrorista y el asesinato y brutal expulsión de cientos de miles de civiles serbios, roma, albaneses cristianos, turcos, bosnios, y judíos. El silencio ensordecedor y las excusas abyectas de los IIO para los bombardeos terroristas de la OTAN contra Yugoslavia y para la limpieza étnica del ELK, fueron la señal del fin de la política intelectual de izquierda occidental, tal como la habíamos conocido durante los cincuenta años previos.
El strip-tease moral de los IIO comenzó con la primera guerra afgana, cuando los intelectuales se despojaron de sus vestimentas exteriores, rehusando apoyar al régimen secular en Kabul y respaldando la insurrección fundamentalista respaldada por EE.UU. Después, se despojaron de sus camisas y pantalones, dando un apoyo subrepticio a la conquista imperial de Irak ("¡Había que hacer algo para detenerlo!") En los Balcanes se despidieron de la ropa interior: el apoyo de los IIO para la masiva guerra destructiva contra Yugoslavia, repitiendo como papagayos la línea del Pentágono de la guerra humanitaria. (Algunas sectas trotskistas llegaron a proponer que se compraran armas para los tratantes de blancas, traficantes de drogas, y autores de limpiezas étnicas del ELK.) Un caso de reacción política combinada con una psicosis.

De dobles demonios y del gran demonio.


La actual guerra de Washington contra Afganistán evocó el menor disenso de cualquiera de las recientes guerras imperiales. El silencio y la complicidad se han convertido en un hábito. En la guerra de los Balcanes, los IIO habían entregado sus principios morales y políticos. Ya no podían analizar la secuencia de las guerras imperiales destructivas; en lugar de hacerlo consideraban cada guerra como otra respuesta humana a tiranos, traficantes y terroristas. Lo que es igualmente reprensible, igualaban la agresión global de un tirano imperialista con la resistencia de un autoritario local.
Las bases intelectuales y morales para la capitulación política fueron establecidas mucho antes de que las primeras bombas de 7.000 kilos (corta-margaritas en el morboso léxico del Pentágono), cayeran sobre Afganistán. La cobardía moral estaba enraizada en el silencio intelectual sobre la lucha palestina. Renunciando a la responsabilidad moral y a los principios políticos los IIO simularon su horror ante la "violencia" en el Oriente Próximo. La tortura, la expulsión, el asesinato y la mutilación de cerca de 20.000 palestinos -cristianos, musulmanes, izquierdistas seculares- y la destrucción de miles de casas, miles de hectáreas de olivares y huertos frutales, para establecer asentamientos coloniales, fueron "igualados" con el repudio de los atentados suicidas contra autobuses y bares por individuos oprimidos por el colonialismo, incapacitados para combatir contra tanques, helicópteros artillados y misiles teleguiados. La cobardía tanto como la vacuidad moral, condujeron al silencio, a la ambigüedad moral y al abandono de los principios anticoloniales más elementales. La cobardía nacida del temor de ser calificado de "antisemita" por fanáticos intelectuales judíos y partidarios incondicionales de la colonización israelí de los territorios ocupados y de la expulsión de la población cautiva. La cobardía intelectual ante los asesinatos cotidianos y la tortura institucionalizada - y nada de esto oculto tras chimeneas humeantes y malolientes. Los IIO que temen las recriminaciones de sus colegas pro-israelíes agresivos dirán, "Después de todo el conflicto del Oriente Próximo es importante para ellos, no es mi prioridad". Es lo que dicen muchos IIO cuando están entre ellos, sin sus colegas pro-israelíes. "Palestina" no es una prioridad, por el temor de ser descalificado políticamente y quedar aislado en los medios y en las esferas profesionales.
El temor también proviene de la propaganda de los medios estatales y de la multitud enfurecida agitando banderitas en el caso de Afganistán. Cuando el 11 de septiembre llevó al 7 de octubre, cuando el presidente, respaldado por ambos partidos, el Congreso y todos los medios de comunicación de masas declaró la guerra contra Afganistán y confrontó al mundo con su agresivo "o están con nosotros o están con los terroristas," la mayor parte de los IIO ni pensaron en dudar. Se pusieron sus uniformes, saludaron y procedieron a discutir objetivos bélicos, el terrorismo y la seguridad nacional. "La guerra total" (el bombardeo indiscriminado de todas las instalaciones civiles y militares), se convirtió en una parte aceptada, aunque no declarada, del discurso antiterrorista que dominaba a los IIO. Muchos críticos, que solían ser izquierdistas, aceptaron las premisas básicas de la guerra: que bin Laden y una conspiración internacional apoyada por Afganistán eran responsables por el 11 de septiembre y que Washington tenía derecho a "defender su pueblo" -bombardeando al pueblo afgano. Lo que fue crucial para la conversión de los IIO a la II Guerra Afgana fue el hecho que los atentados terroristas del World Trade Center en Nueva York y el Pentágono fueron exagerados hasta llegar a convertirlos en eventos de importancia en la historia mundial, "sin precedentes en los tiempos modernos" según los hiperbólicos pronunciamientos que emanaban de Washington y de los medios de masas de EE.UU. y eran repetidos por sus pares en el resto del mundo. En realidad, la muerte de entre 2500 y 3000 personas no fue ni con mucho un acontecimiento sin precedentes. Aproximadamente la misma cantidad de serbios fue asesinada o 'desaparecida' por los terroristas del ELK en Kosovo durante la ocupación de la OTAN, Los bombardeos de EE.UU. y Gran Bretaña y el bloqueo de Irak, causaron cientos de miles de muertos entre los niños de menos de diez años -unas mil muertes por semana. Se podrían citar muchos otros ejemplos de la violencia política dirigida por EE.UU. con mayores tasas de mortalidad que el 11 de septiembre. En una palabra, el número de víctimas mortales no constituye precisamente una tragedia humana "sin precedentes". Sin embargo, los IIO se alinearon dócilmente, repitiendo las invocaciones de los medios de masas y difundiendo el mensaje de que la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Afganistán era una "guerra justa," con la piadosa advertencia de que la guerra debería evitar víctimas civiles. Era la deshonestidad derivada de la cobardía -intelectuales que sabían perfectamente que la guerra sería total, que habría masivos bombardeos de todos los objetivos, incluyendo hospitales, hogares, campos de refugiados, etc. Sus reservas fueron ahogadas por el coro celebrando una "guerra justa".
Entre los intelectuales de Nueva York el ataque del 11 de septiembre hizo aflorar valores totalitarios derivados de su apoyo incondicional al estado terrorista israelí. Seymour Hersh, y otras figuras consagradas de la izquierda literaria liberal, abogaron por la tortura de los miembros de las familias de los sospechosos de terrorismo, citando y elogiando los infames métodos practicados a diario por la policía secreta israelí. El izquierdista convertido al terror estatal del imperio, conjuró el fantasma paranoico de una inminente acometida terrorista que, afirmaba, justificaba la tortura como una política de 'defensa nacional'.
El Secretario de Defensa Rumsfeld y el Fiscal General Ashcroft no llegaron tan lejos como esos intelectuales neoyorquinos -ellos 'sólo' arrestaron a cientos de sospechosos árabes, suspendieron los derechos de hábeas corpus y defendieron la proposición del presidente Bush de utilizar tribunales militares secretos y ejecutar a los condenados en juicios secretos.
Las ambigüedades en las que se han empecinado durante años los intelectuales de Nueva York -su apoyo a la represión israelí contra los palestinos y su crítica a la intervención militar de EE.UU. en otras partes- se resolvieron: ahora podían apoyar la guerra de EE.UU. contra Afganistán y la matanza de palestinos por parte de Israel. La sinergia de este abrazo de la violencia, eliminó sus últimas dudas críticas. Los intelectuales neoyorquinos apoyaron plenamente la guerra total. Propagaron una visión paranoica de un terrorismo omnipresente para exacerbar la guerra permanente. Eran los totalitarios culturales que escuchaban a Bach y elogiaban los B-52, que publicaban revistas culturales en papel satinado y se sonreían ante Kabul en ruinas, que elogiaban a la Orquesta Sinfónica de Israel e ignoraban a los 6000 niños palestinos mutilados en el último año de represión. Su visión es y será siempre el totalitarismo cultural.
Si los intelectuales de Nueva York, por sus vinculaciones pro-israelíes, se encontraban en el último extremo de la comitiva belicista de los IIO, hubo muchos otros que descubrieron sus propias razones para justificar su capitulación ante la máquina de guerra imperial. Feministas que apoyaron originalmente la guerra, desde Carter a Clinton, contra el régimen afgano secular, progresista respecto a los problemas de género (todas se opusieron a la 'invasión soviética'), cambiaron de trinchera y apoyaron la guerra de EE.UU. contra los talibán. La guerra de EE.UU. se convirtió, desde su punto de vista, en una oportunidad para liberar a las mujeres de la opresión, olvidándose de que todos los dirigentes afganos de la Alianza respaldada por EE.UU. eran partidarios de la opresión de las mujeres. La constante en el ala feminista de los IIO no es su apoyo a la igualdad de los géneros, sino su leal apoyo al poder global de EE.UU., esperando extraer fondos y sitios en la cola de las ONGs para recibir prebendas.
No todos los IIO apoyaron la guerra, por lo menos abiertamente. Algunos recurrieron, como era de esperar, al argumento del doble demonio, comparando el ataque del 11 de septiembre con el continuo bombardeo terrorista de un país empobrecido. La muerte de unos 2.500 ciudadanos estadounidenses por un cerebro gris -lo que aún queda por probar-, fue comparada con el bombardeo terrorista de 27 millones de personas, el asesinato y la tortura de miles de civiles y prisioneros de guerra, y el desplazamiento de 3,5 millones de refugiados de sus aldeas y hogares arrasados. Los teóricos del doble demonio argumentan que lo que importa es el "principio" del terror, no la cantidad de víctimas. Para los que deciden la política imperial, el criterio no es la cantidad, sino la calidad: una víctima estadounidense vale por 100.000 refugiados afganos; veinte agentes de bolsa valen por 20.000 hospitales, clínicas, escuelas, almacenes y mercados.
La perversión fundamental de la equivalencia moral se encuentra en los dos factores de la ecuación: El terror estatal de EE.UU. es evidente para todos; el otro factor es un gran signo de interrogación, pero con un asterisco -nadie sospecha al régimen afgano de ser responsable de los ataques. Lo más lejos que han llegado las acusaciones es que ha brindado refugio al presunto terrorista Osama bin Laden. El régimen afgano ofreció negociar y entregar el acusado a un tribunal internacional independiente si se presentaba una evidencia objetiva. No se ha presentado jamás alguna evidencia que podría servir para fundamentar una condena en algún tribunal que valga su nombre, como admitió Tony Blair después de presentar una lista de "pruebas" circunstanciales.
El aspecto teórico y moral es que no hay una culpa equivalente en lo que respecta a la guerra y el terror a "ambos lados". Por un lado, Washington es culpable de terrorismo en masa en aras de una victoria militar; por otro lado, jamás se ha probado que el régimen afgano haya estado implicado en el incidente terrorista en EE.UU. y ha estado dispuesto a considerar una resolución judicial del sospechoso en su territorio. El uso del terror estatal por la administración Bush es inmoral. La proposición de negociaciones diplomáticas sobre la evidencia judicial de los talibán, fue una propuesta civilizada y humana para enfrentar conflictos entre estados.
Si el ardid de los IIO de basarse en la equivalencia moral está plagado de suposiciones falsas y de conclusiones inmorales, ¿para qué sirve? A los IIO les suministra una tapadera política. Les permite distanciarse de los defensores de la independencia afgana y asegurar al estado imperial y a su coro de partidarios, que ellos también están de acuerdo con que los talibán fueron parte del atentado en EE.UU. Sobre todo, piensan que la equivalencia les otorga protección política, mientras critican la guerra como el medio erróneo de confrontar el "crimen" de los talibán. El resultado es legitimar la causa de la agresión imperial, condenando al mismo tiempo la reacción belicosa. En el mundo real, la asociación que hacen los IIO entre el régimen afgano y bin Laden y el incidente terrorista del 11 de septiembre exacerbó la sensación de que se trataba de un imperio herido. Después de que han nutrido el frenesí del terror de los medios de comunicación, la crítica de la guerra que declaran los IIO resulta intrascendente. Habiendo reforzado la justificación difundida por el estado, las dudas de los IIO respecto a la guerra llegan a pocos y convence aún a menos.
Como en toda guerra imperial anterior, la izquierda oportunista evita los temas fundamentales, concentrándose en aspectos secundarios para justificar su hipocresía política. Se concentran en, y amplían, cualquier y todo defecto en las políticas y prácticas del régimen que se opone al poder imperial. Citan la opresión de las mujeres, el analfabetismo, las tasas de mortalidad infantil, el autoritarismo, las prácticas religiosas restrictivas. Las políticas reaccionarias de los talibán son analizadas con un microscopio y se pregonan repetidamente a los cuatro vientos. El verdadero mensaje es que el régimen merece ser destruido, que los bombardeos de área de los B52 representan un evento liberador... Los IIO no apoyan realmente a los B52, sólo contextualizan el acto de violencia y luego se retuercen las manos en señal de desesperación. Las fuerzas retrógradas apoyadas por EE.UU. y la masiva destrucción de la mínima estructura social existente en Afganistán es contemplada a través de un telescopio, lo que provoca aún más retorcimiento de manos. Los IIO evitan los temas fundamentales: la autodeterminación, el anticolonialismo, la imposición imperial de un régimen cliente, y la lógica de las invasiones imperiales pasadas, presentes y futuras. Estos problemas son enterrados y en su lugar los medios de masas presentan una discusión de la libertad del cambiador de divisas en Kabul, de los vendedores de vídeos en Kandahar y de los propietarios de prostíbulos en todas partes.
Si los intelectuales neoyorquinos uniformados aconsejan a los interrogadores de la policía, aplauden los bombardeos y llaman a nuevas guerras contra "los árabes," en Los Ángeles, los patrones culturales y los actores de Hollywood se presentan como voluntarios para servir a los conquistadores militares. El 3 de diciembre de 2001, más de 40 ejecutivos superiores y dirigentes sindicales del cine y la televisión, se reunieron con Karl Rove, consejero político de la Casa Blanca, y con Jack Valenti, jefe de la Asociación de la Industria Cinematográfica de EE.UU. para considerar cómo la industria cultural podría movilizar el apoyo para la guerra en EE.UU. y entre las tropas en ultramar, mientras hacen propaganda en el resto del mundo. El primer batallón de soldados rasos de Hollywood -incluyendo a George Clooney, Matt Damon, Andy Garcia y Julia Roberts- viajó a las bases militares de EE.UU. para levantar la moral. "Estrellas" de cine, representantes de la cultura mediática de EE.UU., están jugando un papel importante como herramientas propagandísticas en la guerra imperial. En un ejemplo simbólico del salvajismo de la guerra, David Keith, estrella de "Tras las líneas enemigas," una película militar- dijo a los marinos estadounidenses en un portaaviones en el Mar de Omán: "ustedes son los puños para destrozar sus bocas... y nuestros dientes para desgarrar sus gargantas", (Financial Times, 2 de diciembre de 2001, p. 9).
Hollywood está preparando una serie de películas que en estilo y sustancia van a transmitir explícitamente la línea de Washington sobre la guerra. El propósito es convencer a los estadounidenses de que apoyen la expansión de la guerra a otras regiones, preparar al público de EE.UU. para que acepte futuras víctimas (si es necesario), presentando las invasiones de EE.UU. como guerras justas con altas probabilidades de victoria. Las películas de propaganda "recontextualizarán" los hechos de una guerra pasada según un productor hollywoodense. Una película basada en la invasión de Somalia por EE.UU. presentará a los africanos como agresores y a las tropas invasoras de EE.UU. como liberadores. El papel de Hollywood en las guerras de conquista es importante. El mensaje político de las películas de Hollywood complementará la retórica imperial de Washington, glorificando a los depredadores imperiales, "personalizando" a los conquistadores, incluyendo romances entre los conquistadores y los conquistados y ennobleciendo la conquista al omitir la tortura y la destrucción civil. Las películas convertirán a las víctimas en verdugos y a los conquistadores en liberadores, y elogiarán a los colaboracionistas locales como si fueran patriotas.
¿Qué obtiene Hollywood por esta colaboración "voluntaria" con el estado? Como corporaciones de miles de millones de dólares, comparten los intereses y la ideología de los responsables de la política imperial. También esperan aprovechar la fiebre bélica para atraer inmensas audiencias y beneficios lucrativos. En una palabra, esperan que la transmisión de la propaganda del estado valga la pena. La radio y la televisión se unieron desde el 11 de septiembre a las filas de la maquinaria de guerra. Uno de los principales presentadores de "noticias," Daniel Rather de CBS, declaró públicamente que está "listo para recibir las órdenes del presidente Bush". La televisión saturó los hogares y las oficinas de imágenes, entrevistas y comentarios apoyando el bombardeo de Afganistán. Excluyeron toda "información negativa" y restaron importancia o justificaron las víctimas civiles y reprobaron la oposición tanto en Afganistán como en el resto del mundo. Las fuentes de las "noticias" de la televisión y la radio provenían invariable y exclusivamente de funcionarios estadounidenses, de expertos favorables a la guerra o de señores de la guerra clientes. Estos comentarios parciales reforzaron la posición política oficial de Washington. Los medios de masas eliminan cualquier mención de la complicidad o la responsabilidad de EE.UU. por atrocidades pasadas o presentes - tales como la tortura y el asesinato de 600 prisioneros en Mazar-i-Sharif. Ningún medio menciona el apoyo de EE.UU. a los fundamentalistas en su guerra contra el régimen secular afgano en los años 80. No se incluye una sola palabra sobre la activa cooperación de Washington con los fundamentalistas en Bosnia, Kosovo, Chechenia y Macedonia durante toda la década del 90 y a comienzos del nuevo milenio. No hay discusión alguna en los medios sobre el subsidio de 40 millones de dólares de Washington a los talibán en mayo de 2001 - para eliminar el cultivo y el transporte del opio. Ante todo, los medios evitan relacionar la huida de millones de refugiados afganos con los bombardeos estadounidenses de ciudades y aldeas.
Confrontados con esta arremetida mediática, la mayor parte de los intelectuales occidentales se retiran a su "horror del 11 de septiembre" - como una excusa para el hecho de que no están dispuestos a declarar públicamente su oposición a la guerra total.
Ante la tragedia del pueblo afgano, causada por los masivos bombardeos y los ataques asesinos de los señores de la guerra clientes, el reparto del país y el desencadenamiento de los traficantes de drogas y forajidos que saquean todo lo que no forma parte de caravanas armadas de comerciantes que hacen largos recorridos, la mayor parte de los intelectuales izquierdistas occidentales, que no han sucumbido a la tentación totalitaria, se retiran a sus libros, bibliotecas y oficinas. ¿Es por cinismo o por cobardía? Ante monstruosos crímenes contra la humanidad, se tornan hacia sus estudios de temas arcanos y se absorben en sus tareas rutinarias.
Hay intelectuales y periodistas disidentes y valerosos. El periodista británico, Robert Fisk, es un brillante ejemplo de esta minoría. Pregunta si debería establecerse un Tribunal de Crímenes de Guerra para los perpetradores de la Guerra Total. Seguimos esperando una reacción de los IIO.
Los manifestantes contra la guerra protestan, sin ser tomados en cuenta por los medios de masas, y son calumniados por los derechistas del Nuevo Totalitarismo, intelectuales franceses como Bernard-Henry Levy y Jacques Julliard por su "anti-americanismo". Esos intelectuales "amigos de EE.UU." conocen sólo el EE.UU. del imperio e ignoran su linaje revolucionario antiimperialista.
Muchos antiguos IIO mitigan sus ansiedades repitiendo las banalidades patrioteras y celebrando una "guerra justa". Otros vacilan mediante la equivalencia moral. La mayoría se retira a reflexiones apolíticas.
Los intelectuales izquierdistas occidentales han llegado a un callejón moral sin salida. La rendición intelectual de hoy tiene sus raíces en el reflejo anticomunista de principios de los años 80 y en el apoyo auto-ilusorio de las guerras imperiales humanitarias de los 90. Su transvaloración de la guerra total como una ·"guerra justa" es una perversión de los imperativos morales al servicio del imperio. Las guerras imperiales, como escribió Jean Paul Sartre, son el cáncer de la democracia.
El renacimiento de la práctica intelectual de la izquierda occidental requerirá más que una inteligencia crítica, requerirá un coraje moral capaz de resistir la fácil elección entre dobles demonios y equivalencias morales. Los nuevos intelectuales izquierdistas tendrán que decir lo indispensable sobre los estados coloniales, a pesar de las sensibilidades étnicas de sus colegas. Ante todo, reconocerán que viven en un imperio y que tienen la singular responsabilidad de reconocer que los imperios no hacen guerras humanitarias, sólo guerras contra la humanidad.

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