Reencuentro con Mario Roberto Santucho
Por
Luis Mattini
La Fogata
A Mario Roberto Santucho le decían "Roby", sobrenombre que no es de mi gusto
porque me suena una contracción artificial con deje anglosajón, igual que Gaby
por Grabriela o Willy por Guillermo. No es cosa de nacionalismo idiota sino de
sensibilidad musical. Las lenguas son en primer lugar sonido y cada una tiene su
cadencia.
Intente Ud. pronunciar correctamente en inglés "Walter" junto con García y
después me cuenta. .En todo caso en la militancia de los primeros años le
decíamos "Cabeza Chata", o simplemente "el cabeza", no por referencia a sus
ideas sino por la forma peculiar de su cráneo. En fin. por fuerza de los hechos,
me resigno a llamarle Roby.
Luis Segovia, el dirigente de los
metalúrgicos de Villa Constitución, dijo de él en 1975 : "Este hombre que reúne
en su persona la intelectualidad de Lenin, la humildad de Ho Chi Min y la garra
del Che"
Por su parte Domingo Mena, quien por lo común veía en mayor profundidad que la
media, comentó ácidamente: ¿Y la garra de Lenin? Elocuente ironía que
sintetizaba un gran malentendido de la época: si las garras se expresan solo con
testículos cargados de pólvora. Y para ser precisos, si bien es cierto que el
Roby poseía una aguda inteligencia y una notable sencillez, no eran ni la
intelectualidad ni la humildad lo que lo diferenciaba de los demás.
Porque lo que no caben dudas es que Roby era diferente a todos nosotros. Cuando
digo "nosotros" me refiero a un par de docenas de dirigentes de máxima
responsabilidad de las organizaciones armadas.
Benito Urteaga, Domingo Mena , Enrique Gorriarán, Mario Firmenich, Roberto
Quieto, Marcos Osatinky , Luis Pujals, Mario Mendizábal, Sabino Navarro, Luis
Ortolani, Carlos Germán, etc. Los he conocido y tratado a casi todos y estoy
seguro que éramos hombres de mayores o menores talentos pero en todo caso más o
menos parejos, Cada uno podía destacarse en algún aspecto más que el otro, pero
había una media común y una impronta de época. Una generación cuyo mayor mérito
fue "atreverse" y hacerse cargo de lo que considerábamos el desafío de nuestro
tiempo. La generación del hacer. Característica esta en la que el Roby estaba a
la cabeza. Por eso es difícil establecer en qué consistía la diferencia de
Santucho con todos los demás.
No, no es sencillo describir, menos aún demostrar, qué es lo que hacia que
Santucho fuera Santucho. Y más engorroso todavía para mí, que he tenido la
ventaja de educarme desde niño en el rechazo a todo tipo de idolatría y desde la
adolescencia - gracias a Don Enrique Giesch y a Silvio Frondizi - en un marxismo
despejado del culto a la personalidad.
Pero como al mismo tiempo tengo el privilegio de ser el sobreviviente que más
tiempo ha estado a su lado en el período determinante de su vida, es que
procuraré calibrar los adjetivos sobre la personalidad del fundador del ERP e
intentar mostrarlo, tal cual yo lo viví.
Mi primer encuentro con Roby fue de lo más inesperado.. Los acontecimientos
nacionales se precipitaban, la CGT de los Argentinos estaba en auge con Ongaro
al frente y Córdoba a la vanguardia con Tosco a la cabeza. El PRT ventilaba sus
asuntos en período precongreso y al mismo tiempo, sobre todo en Rosario, se
desarrollaban las primeras acciones armadas urbanas, acompañando la movilización
creciente del campo popular.
Santucho había convocado a V congreso y tres semanas antes realizabamos el
plenario precongreso de la regional Buenos Aires. Llegamos al departamento de
los padres del Quique Gelter en pleno Barrio Norte. y cuando subimos nos recibió
Luis Pujal quien de inmediato nos entregó sendas capuchas y nos indicó, "Pasillo
al fondo a la derecha". .Entré a la habitación en donde había un grupo de
encapuchados preparando el temario de la reunión. Cuando esta se inició con el
primer punto "Plan de fuga", como era de rigor, se produjeron chicanas al
momento del recuento del armamento disponible. Varios habíamos ido desarmados
porque la orientación era andar armado solo en situación operativa y no faltó un
comentario irónico en el sentido de qué clase de combatientes éramos que no
llevábamos ni una cortaplumas. . Alguien no lo dejó pasar y dijo que era una
cuestión de línea y no de valores personales. "Si la línea es traer el armamento
yo no tengo problemas de venir con una bolsa de revólveres" -,.. Arreglados los
asuntos de las credenciales congresales, dos personas fueron presentadas como
miembros del Comité Central. Miguel y Rafael. El documento en discusión había
sido escrito por Benito Urteaga y lo llamaban ."El mamotreto de Mariano" tenía
como doscientas páginas para contestar los documentos, no menos voluminosos ni
menos mamotretos, de las otras dos tendencias. Pero a la hora de pasar a la
discusión, Miguel y Rafael presentaron un proyecto de apenas ocho hojas que el
segundo leyó y argumentó con una elocuencia que no ahorraba modestia. Cayó mal a
la mitad de los plenaristas, un poco porque no tenía nada que ver con el
mamotreto, pero principalmente por el tono del disertante. Por mi parte
cuestioné la forma, la falta de mandato de los delegados para considerar un
proyecto no discutido por las bases como lo había sido en "mamotreto" . De todos
modos este cuestionado proyecto me parecía una superación, un aproximación de
guía para "pasar a las hostilidades" que por otra parte ya estaban iniciadas en
los frentes de lucha. Por ello propuse postergar el congreso un par de semanas
para bajar el proyecto a las bases. .Yo era relativamente nuevo en el Partido,
desconocido para la mayoría de los presentes, pero el Indio Bonnet me había
presentado como el delegado de la zona más "proletaria" de la regional. Con
semejante certificado compensaba la desconfianza, por lo que la propuesta, como
venida "de la clase", encontró eco a regañadientes favorable. Por un lado nadie
quería postergar el Congreso pero por otro estaban muy fastidiados por la
pedantería de Rafael.
Entonces usó de la palabra Miguel quien prácticamente no había abierto la boca.
Escuché la voz norteña, pausada, arrastrando alguna erre, de un enmascarado que
se ayudaba con la mano con la palma hacia arriba juntando el pulgar con los
demás dedos en ademán de confianza en vez de levantar el índice amenazador.
Defendió paso a paso el documento con un discurso, pedagógico, convincente y,
como dirigiéndose a mi propuesta, concluyó: "La lucha de clases urge y no
podemos atarnos a formalismos cuando la verdad llega por caminos imprevistos".
La forma de su exposición me impresionó. Pero con los años comprendí que no era
la forma, sino el contenido, no en el sentido objetivo de la racionalidad de las
propuestas, sino la subjetividad de alguien que convencía porque estaba
convencido. Era - como supe después - Mario Roberto Santucho.
El próximo encuentro se produjo a los pocos días ya en el V congreso y, por
supuesto sin máscaras. Tenía treinta años, de cuerpo no grande pero fornido
derrochando vitalidad; moreno, de cabello renegrido con un mechón rebelde que le
caía sobre la frente, nariz de San Martín, ojos pequeños, oscuros y penetrantes,
no obstante a veces relampagueantes a veces huidizos.
Mantenía la cortesía santiagueña despojada de melosidad por una sonrisa cálida,
que trasformaba rapidamente en carcajada si la situación lo ameritaba, Consevaba
la concordancia entre su lenguaje de clara dicción, preciso y económico, con los
suaves modales. Sin embargo esa ambivalencia entre profundidad fuga en su
mirada, me desconcertaba.
Nunca pude determinar si era una
manifestación de timidez o una inconsciente toma de distancia con el
interlocutor. Quizás ambas cosas. Porque la timidez se eclipsaba con su
envidiable seguridad expresada en todos los casos con extrema sencillez.
Debo detenerme en este aspecto porque ha sido el que más condicionó mi relación
personal con él. Porque en efecto, asumí a Santucho sin reservas como el jefe
indiscutido, sin perjuicio de discutirle matices de la política o contenidos
ideológicos parciales de algún aspecto. Desde mi punto de vista era un hombre de
una aguda inteligencia, pero era imposible saber cuanto amplio sería su espíritu
debido a que dirigía sin distracción toda sus energías solo a aquello que él
consideraba útil a la revolución y quizás más que a la revolución, a su
instrumento: el partido. . Hay que recalcar esto, la dificultad no pasaba por la
concentración a la revolución, porque eso fue el rasgo guevarista de la época,
mi dificultad consistía en que yo creía ver en otros compañeros mayor
sensibilidad para extender en calidad y cantidad las cosas "útiles a la
revolución" y este vacío no facilitaba una relación que transformara la franca
camaradería - como la que disfrutábamos - en amistad. Desde luego, no puedo
juzgar cuanto de estrechez tendría y tiene mi pretendida amplitud. Pero en todo
caso lo sentía así y mi enigma era comprender en qué consistía la ascendencia
del Roby sobre nosotros. Porque esa superioridad yo la sentía más con el cuerpo
que con la cabeza y esto dicho en sentido lato y puesto a prueba.
En efecto, lo ocurrido durante la realización del Comité Central en Moreno en el
año 1976, - hecho que se relata en otras páginas - es ilustrativo. Cuando se dió
la orden de retirada yo salí junto a Roby como estaba planificado, precedidos de
un combatiente con FAL que abría camino. Empezamos a correr, dejando el hombre
del FAL que nos cubría, en medio del tiroteo y mi único sentimiento era que
Santucho pudiera retirarse ileso. Por eso me adelanté para destrabar la
tranquera y me detuve a esperar que pasara consciente que podían empezar a
disparar desde ese lado. Literalmente puse mi cuerpo delante del suyo. Cuando
hube comprobado que subía al Torino expropiado junto con Carrizo al volante y
protegido por el FAL sentí que habíamos ganado la mitad de la batalla.
Sólo a partir de allí me concentré en ponerme a salvo. Y desde luego tengo edad
suficiente como para no contar esto como una pretendida hazaña personal, hago
énfasis en un acto del cuerpo. Jamás mi mente racional y antiidólatra, hubiera
propiciado la consigna "la vida por Santucho".
Volvamos al Congreso. Después de arrojar , en un acto de salud intelectual, el
"mamotreto de Mariano" al Río Paraná, se iniciaron las deliberaciones bajo la
presidencia de Luis Pujal y Enrique Gorriarán. Allí el contraste entre Santucho
y buena parte de los oradores fue mayor. Rafaél, nombre de guerra del célebre
José Baxter, exponía en lenguaje florido aderezado con gestos dramáticos, como
si hubiera sido el General Giap después de Dien Bien Phu, El gringo Menna
atronaba con su vozarron que compensaba su corta estatura con un discurso
convincente y sustancioso. Daba gusto escucharlo. . El indio Bonnet parecía el
rubio Menelao declarando la guerra a Aquiles, también con una notable claridad
de exposición y Luis Ortolani gastaba una energía arrolladora y gran precisión
conceptual en sus argumentaciones. El negro Mauro ( Carlos Germán de Córdoba) en
cambio, arengaba a gusto mirando como de "de rabo de ojo a un costado" con ese
porte tanguero del barrio de San Vicente, citando al "camarada Mao", rebatido a
la vasca por Benito Urteaga. Por supuesto yo puse mi parte en mi estilo que
otros juzgarán, centrando en cuestiones de ética revolucionaria, hasta que de
pronto el Cuervo, envidiable asador, tocó zafarrancho de almuerzo en una
parrilla de bogas, bagres y hasta un pequeño dorado, bautizada con vino de la
costa, solo un poco mejor que el actual tetrabrik. Todo un símbolo de la
austeridad del PRT, el congreso se estaba financiando con un asalto a un tren en
el que se habían obtenido varios millones de pesos y se almorzaba bagres o
asados de tira más cerca de la falda que del lomo y con vino común. La voracidad
de los congresales era propia de una treintena de jóvenes pletóricos de
entusiasmo con el estímulo del aire de la Islas Lechiguanas, pero aún así el
apetito del futuro comandante era difícil de empardar.
Reanudada la sesión tomó la palabra Santucho. Al principio su rostro era Buda.
Su dicción muy clara , aunque sin la fluidez y los recursos de la retórica de
los otros oradores. Arrastraba para destacar las palabras que hacían énfasis en
las ideas y uno sentía como "entraba en la voluntad de los demás como el
cuchillo en la manteca", si se me permite parafrasear a Neruda. Santucho
persuadía, convencía. Y no convencía porque era el que más sabía, si de
conocimientos adquiridos se tratase, convencía porque era el que más creía. En
mi larga vida militante solo conocí alguien que le superaba en esa fascinante
capacidad de seducir y persuadir, aunque con un don para la oratoria y una
personalidad totalmente opuesta, Fidel Castro.
Sería por demás aburrido e inútil recordar los ejes de las argumentaciones. No
era cuestión de razonabilidad. Todos los discursos estaban preñados de
racionalidad y arengas y, a su manera, cada uno era válido, porque en el fondo
no había una "verdad objetiva" que dilucidar, un camino conocido que seguir,
sino discutir una apuesta, inventar, e inventarnos nosotros mismos. Tampoco era
resultado de la retórica, pues Santucho comparado con varios de los presentes no
era un orador fluído y sonoro. . Cierto es que el Roby tenía su "barra", los
tucumanos, delegación numerosa que, salvo Clarisa Laplacé, parecía hacer del
silencio un culto proletario y rumiaba una fuerte desconfianza hacia Baxter y,
por otro lado, los rosarinos, heterogéneos y más proclives a la acción que al
debate.
Pero la delegación de Córdoba era un tanque ruso que disparaba con toda la
munición de la verborragia mediterránea. Buenos Aires no se le quedaba atrás y
para ambos grupos, incluído el que esto escribe, Santucho a la sazón todavía no
se había convertido en "el comandante". Era uno más pero ya con algo más..
Al poco tiempo del golpe de estado de 1976, en plena orgía del horror de los
secuestros y las desapariciones, la represión capturó a su tres hijas
preadolescentes junto con su cuñada en una casa del Gran Buenos Aires. En la
cabecera de la mesa del Buró Político Santucho presidía la sesión tal vez más
difícil de su vida. Estábamos a la espera de Eduardo Merbillá que realizaba una
intensa y muy peligrosa investigación sobre el posible paradero de las niñas y
la tía y, sobre todo, las intenciones de los militares. .Sabíamos que las
posibilidades de la imaginación no podrían superar a la realidad. Todos
pensábamos un intento de extorsión y era necesario discutir los pasos a seguir.
Ninguno se atrevía a decir lo que pensaba, las posibles variables eran tantas.
Repasábamos monótonamente los hechos hasta donde se conocian con palabras
medidas por miedo a decir alguna trivialidad. . Con nosotros estaba Edgardo
Enriquez, dirigente del MIR de Chile, un hombre de cultivada sensibilidad ética
y estética, quien más tarde nos manifestaría francamente impresionado ante el
temple de Santucho. "¡Coño! este hombre es la personificación el ERP". Pero
posiblemente en Edgardo primaba el relato épico , las narraciones con que los
protagonistas de la historia suelen aturdirse para darse coraje en su propia
obra: . Las madres criollas ofrendando sus hijos a la patria naciente, Stalin
respondiendo a Hitler "No canjeo un soldado por un general" cuando el nazi le
ofreció la vida de su hijo prisionero a cambio de un general alemán. El General
falangista Moscardó defensor del Alcázar de Toledo rechazando la extorsión de
los asturianos y diciendo a su hijo, al otro lado del hilo teléfonico en manos
del enemigo. ¡Grita Viva España! La madre del mambise cubano que recibe la
noticia que su hijo está prisionero de los gachupines y lo niega. "Si está
prisionero no es mi hijo". El informante aclara: " - Pero no chica, es que está
herido."
-¡Ah, entonces sí es mi hijo!" Alicientes acumulados, retransmitidos en cánticos
de guerra, que funcionan de modo parecido al fragor de la batalla que impiden
ver los ojos del soldado enemigo y explican por qué hombres normales puedan dar
muerte a otros hombres normales. Sin embargo, qué diferencia leer esas historias
en los libros, volcadas a la tela o en el movimiento de la pantalla del cine,
con vivir ahi, presente, al Roby padre de tres niñas, que ya habían perdido a su
madre en los fusilamientos de Trelew . Ahí estaba el padre enfrentado al
Comandante Santucho , en silencio, su mirada detenida en ese intermedio entre la
profundidad y la fuga que yo creía captar. Nos miraba a todos sin parecer ver a
nadie, Su rostro no decía nada. La tensión extrema entre el padre y el jefe y
quizás como nunca uno percibía su estatura de Jefe, eso que lo hacía diferente.
Y uno intentaba meterse en él, ayudarle, pero era inescrutable. Solo los cambios
en los tonos del moreno de su cara ofrecía alguna señal de lo que pasaba dentro
de su alma. ¿Tonos?. No precisamente, tal vez más que el color fuera la tesitura
de la piel.
Emanaba ese imponderable del mármol esculpido por Rodín, como si la piel no
pudiera ya contener más la energía del cuerpo y una inconmesurable tristeza no
encontraba siquiera el consuelo de la catarata de lágrimas. .
. Y yo lo creía percibir en esa especie de punto intermedio entre la profundidad
y la fuga de su mirada. Y hoy me doy cuenta, sin haberlo sabido en aquel
entonces, que ese era el Santucho por el cual poníamos el cuerpo sin vacilar.
Porque no era el todopoderoso sino el que podía actuar a pesar de todo.
Fuente: lafogata.org