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Opiniones

25 de noviembre del 2003

Por un socialismo global, emancipatorio y civilizatorio

Antonio Romero Reyes
Rebelión

«¿Estáis a favor de la transición democrática al socialismo? Muy bien, pero no os agarréis a Gramsci porque él era el último de los leninistas. ¿Estáis a favor de la política del consenso? Bien, pero en ese caso romped con Lenin, que se sublevó y clausuró las puertas de la Asamblea constituyente. ¿Estáis a favor de la construcción de una política económica de la clase obrera en el periodo de transición? Entonces dejad de leer El Capital: allí la crítica de la propiedad privada es radical y no se concede espacio a una política económica.»[1]

Transición democrática, consenso y propiedad privada han sido tres de los más importantes conceptos que estaban proscritos, en la jerga política doctrinaria, del llamado marxismo-leninismo entre los años 60 y 80. Vis a vis, uno era sinónimo de socialdemocracia o reformismo, el segundo equivalía a conciliación de clases, mientras que el tercero era asociado con frecuencia al mercado y al imperialismo, pero tenía su principal oponente en los diversos programas de nacionalizaciones y estatizaciones.

El advenimiento de la contrarrevolución neoliberal y la imposición del Pensamiento Único, hizo transitar sin más al otrora doctrinarismo ortodoxo hacia un lenguaje que en los hechos buscaba reacomodar al viejo comunismo y a las izquierdas en retirada a los nuevos tiempos. El resultado ha sido la adopción discursiva de categorías como gobernabilidad, crecimiento económico y democracia. ¿Quiénes son los más beneficiados con esta simbiosis? En primer lugar los superpoderes que dirigen la globalización capitalista, los cuales ya decidieron el rol de los países periféricos en el nuevo orden que se está construyendo, el cual ha sido aceptado de buena o mala gana por la mayor parte del espectro político que ocupa el escenario público de los diferentes países. Podría decirse -muy apretadamente- que el nuevo sistema de dominación que nos han impuesto, consiste en lo siguiente: la economía y las finanzas (de los pocos) son intocables, pero la política debe aguantar todo y evitar / controlar los desbordes.

Ese nuevo orden pretende hacer de la economía y la política dos esferas autónomas y separables. La economía es identificada con el mundo de lo técnico, la racionalidad y su eficiencia, la asignación y manejo de los recursos "escasos", de la capacidad empresarial y ámbito de especialistas; la política es el dominio de los asuntos públicos y del Estado que los políticos profesionales se reservan para sí. En estas circunstancias, el dislocamiento que se produce es evidente: ¿cuál es el lugar que ocupa la sociedad? Para el fundamentalismo neoliberal no existe sociedad sino mercados más o menos interconectados donde cuentan quienes tienen ingresos, riquezas, dinero, trabajo, propiedades, capacidades técnicas y tecnología. Por eso la globalización, como nunca antes en la historia, acarrea un proceso de polarización social, política y económica donde la mayoría va dejando de acceder y participar en los circuitos del mercado y los círculos del poder.

Las consecuencias para la práctica de la política son graves. Hay quienes desde posturas centristas, de centro-izquierda y aun de izquierda, sostienen o dan a entender que desde dentro del mercado ya no se puede cambiar ni reformar el sistema. Para hacerlo se le tiene que contraponer -desde fuera de su órbita- la democracia desde la esfera de la política, es decir, una política democrática. Esta separación entre mercado y democracia no es ajena a la partición del concepto de libertad en dos, la cual no es menos perniciosa en sus alcances y consecuencias. Al desprender de allí una libertad económica y otra de naturaleza política, se separan asimismo los espacios de las relaciones donde se interviene en uno u otro sentido.

El problema de la Transición

Desde una perspectiva de transformaciones y cambios profundos, la transición tiene un sentido bastante preciso: consiste en un periodo de tiempo (por lo general largo) durante el cual se van transformando las viejas relaciones, y entre ellas las mercantiles. Pero no se trata de una transición similar a la que América Latina atravesó en los 80.

Una transformación de las relaciones sociales, mediante la movilización revolucionaria y/o reformas radicales, no va a poder prescindir de mecanismos heredados como el mercado al menos durante un largo periodo de transición. Que lo digan las experiencias o los ensayos de socialismo. En la actualidad de la globalización, ¿acaso no han aparecido movimientos sociales que han incorporado entre sus métodos de lucha los propios mecanismos del mercado? Un par de ejemplos: los "paros telefónicos" de los usuarios contra las alzas de tarifas, o las campañas ecologistas de la "docena sucia" contra el uso de agroquímicos en el cultivo de alimentos, y existen muchos más.

Con relación al problema de la transición se puede uno preguntar: ¿con qué reemplazamos al mercado? Esta cuestión carece lamentablemente de respuesta desde el arranque. Por más que haya voluntad subjetiva de cambiar estamos prisioneros (en el sentido braudeliano) de las tradiciones, prácticas sociales, modos de pensamiento, matrices culturales, estilos de vida y praxis política arraigada en el pasado.

El mercado como institución es un mal necesario que heredaremos del capitalismo en un proceso de cambios, sea o no revolucionario. Evitemos caer en el error de convertir al mercado en una aberración, ni caer en la falsa ilusión de que el capitalismo, después de todo, tiene "algo bueno" que darnos. En el fondo, el problema no es el mercado sino quiénes y de qué manera sacan provecho, por ejemplo de generosas concesiones cedidas mediante la privatización de empresas públicas, a costa de la desesperación y pobreza de la mayoría. El reto para cualquier proyecto radical es plantearse la posibilidad de utilizar al mercado para cambiar las relaciones que impone la dictadura del mercado. Hasta qué punto y en qué medida es esto posible, es algo que solo estaremos en condiciones de responder con la experiencia. Marx en su crítica a la Filosofía del Estado de Hegel decía que esta se hallaba puesta de cabeza; algo así se encuentra la economía como ciencia hoy en día porque sus postulados solo responden a una minoría dominante. Para darle la vuelta a esto es necesario pelearle al capital en su propio terreno, en el mercado, que ciertamente no es el único escenario de confrontación, pero sí uno de los más importantes.

El proyecto radical no puede prescindir de una política democrática (cuyo escenario es el sistema político) ni del mercado (compuesto de relaciones económicas que asimismo son relaciones de poder) como escenarios relevantes para producir nuevos cambios (consigna: al mercado hay que cambiarlo desde adentro y no solo con decretos). Si se quiere ser fiel a Marx, el cambio debe ser abordado como un proceso dialéctico, como una "larga duración", como un proceso abierto que puede llevarnos a la felicidad (no al cielo) o a la ruina (y en este caso a una nueva frustración). En suma, todo cambio comporta una transición.

Colonialidad del saber y del poder

¿Por qué el capitalismo triunfó y no se autodestruyó? ¿Por qué mucha gente cree que el mercado es todavía una fuente de oportunidades? ¿Por qué los pobres desean desarrollar sus microempresas y competir? ¿Por qué la razón instrumental autoproclamó su triunfo sobre la razón histórica en la globalización?

Desde las ciencias sociales, latinoamericanas sobre todo, hemos estado durante mucho tiempo obsesionados tratando de derrumbar un concepto, una idea, un dogma: el concepto, la idea y el dogma del mercado que nos implantó Occidente desde la teoría y la práctica a la vez. Y aun continúa esa obsesión enfrascando los esfuerzos intelectuales en un litigio escolástico (palabras de Marx en sus Tesis sobre Feuerbach), esta vez desde la crítica a la globalización capitalista. ¿Cómo podemos vencer la hegemonía mercantil que gobierna las formas de pensar y de actuar en la economía, la sociedad y la política? Es un problema práctico que se resuelve descubriendo lo que discurre en nuestra realidad, particularmente en la realidad de los sectores populares que en América Latina son los portadores del cambio. Como historiador que fue, Braudel entendía por estructura "una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar"[2]. Desde este punto de vista el mercado es una estructura (mental, social, institucional) que existe sin ninguna duda, pero no es solamente el tiempo el que va a encargarse de desgastarlo sino, y sobre todo, la acción y/o la intervención de los actores del cambio. Considerando la larga duración podríamos preguntar: ¿qué viene después del mercado? Es una gran pregunta que está abierta pues la historia puede ir en cualquier dirección o mantenernos igual en la misma cárcel.[3]

El mercado tiene una realidad impuesta con métodos de violencia, de la cual América Latina da fe de ello; pero el mercado puro o perfecto, su autorregulación como sueñan los fundamentalistas del capital, son asimismo una irrealidad y una ficción. ¿ Cómo se resuelve en la práctica del capitalismo esta paradójica realidad de una de sus estructuras pilares? Con tres instrumentos básicos, a saber: poder, estado (léase: leyes y coerción) y aparatos ideológicos, cuya finalidad consiste en mantenernos a todos en la misma prisión y no dejarnos avanzar en el sentido de una genuina emancipación. ¿Cómo podemos resolver la misma paradoja desde la trinchera opuesta? La respuesta, igualmente, se halla en la práctica. Los sectores populares a pesar del sometimiento y la opresión que pretenden ejercen las leyes "inmutables" del mercado, han sabido recrear -y lo siguen haciendo- sus estrategias de sobrevivencia; más aun, recreando sus propios mecanismos internos de organización, reciprocidad y cooperación.

Desde hace mucho tiempo, a consecuencia de la imposición globalizadora del capital y el «pensamiento único», las ciencias sociales en América Latina habían abandonado la crítica del poder y de la explotación. En palabras de Agustín Cueva,[4] aquellas pasaron de una «teoría de la revolución» (años 60 y 70) a una «teoría del orden» de los 80 en adelante. Ese abandono de los temas del poder y de la explotación fue sustituido a lo largo de los noventa por una epistemología empirista y pragmatista, impregnando tanto las prácticas de investigación como de reflexión y producción de conocimiento de las ciencias sociales. La verdad y la validez de una teoría tenían que estar respaldadas en "datos" empíricamente medibles y verificables, tal como se reza en muchos manuales. Agustín Cueva (1937-1992) fue una de las pocas voces discrepantes que más sintió el viraje de las ciencias sociales que, como producto de las transiciones "democráticas" de los ochentas, terminaron abandonando temas como el de la dependencia y la «marginalidad».[5]

En círculos intelectuales y políticos se ha vuelto moneda corriente hablar de «gobernabilidad», lo cual denota además que en países como los latinoamericanos se sigue siendo tributario del Estado. Pese a los procesos de descomposición y corrupción por la que ha venido atravesando, atizados además por las crisis, todo planteamiento sobre la reorganización de la sociedad y sus instituciones no ha podido evitar colocar al Estado en el centro de las alternativas.

En el marco de los procesos de reforma del estado, en América Latina, se persigue que las reivindicaciones y aspiraciones populares sean sometidas, canalizadas y negociadas, de manera diferenciada, a través de los canales institucionales del Estado -incluyendo al parlamento y poder judicial, entre otros- y de los partidos políticos "democráticos". La economía de mercado y la concertación social son mecanismos constituidos para buscar la institucionalización del conflicto, la pobreza y la desigualdad. En suma, responden a la agenda de la gobernabilidad (controlar el desborde social, anclar las demandas a lo estrictamente reivindicativo, asociar subversión con terrorismo).[6] Las aspiraciones de libertad, democracia y justicia social de los trabajadores y del pueblo en general, como horizonte de sentido, son así hábilmente sustituidas por la libertad y democracia a secas, formales en última instancia, tan caras y funcionales para el juego electoral.

El debate sobre la validez del Estado-Nación

¿Cuán válido sigue siendo el «Estado-Nación» como categorización sociopolítica y como sistema de ordenamiento mundial del poder? Están quienes lo cuestionan mediante el uso de la noción de Imperio (Hardt y Negri) y quienes defienden su actualidad y vigencia in crecendo (entre ellos Atilio Boron).[7] Vayamos a los hechos mundiales recientes: la "guerra" contra Irak. Esta mostró a todo el mundo que el "nuevo orden" descansa fuertemente en la superhegemonía de los Estados Unidos. Es una hegemonía que se percibe asimisma como incontestable e incuestionable, por tanto perdurable hasta el fin de los tiempos (¿vana ilusión?). Si dejamos de lado la opinión vulgarizada por los medios sobre la globalización (igual a expansión de los mercados), el asunto de fondo es que estamos inmersos en un nuevo patrón de poder mundial, en cuya cúspide están los grandes grupos de interés apoyados por sus respectivos estados nacionales, y cuyo garante del sistema es el Estado nacional más poderoso de todos, económica y militarmente hablando: los Estados Unidos.

Antes del 11 de setiembre del 2001 ese nuevo orden aparecía para todos y todas como circunscrito únicamente a la economía (procesos de apertura y privatización, neoliberalismo, volatilidad de los capitales, negociaciones comerciales, constitución de mercados regionales, Consenso de Washington, etc.). Después de esa fecha, y más aun con lo de Irak, la ONU entró abruptamente en crisis y se desató el caos. ¿Acaso estos hechos no pusieron en cuestión la validez de un sistema (como el plasmado en la ONU) que descansaba supuestamente en la soberanía de los estados nacionales y en el principio de la capacidad de negociación entre "iguales"? Todo esto era una farsa. Nadie se dio cuenta que paralelamente a la globalización de las "fuerzas del mercado" se cocinaba también la globalización del poder (económico, político y militar). ¿Se han olvidado los cientistas sociales "de izquierda" que economía y política siempre marchan juntas? Sucedió que el 11 de setiembre (un hecho histórico) alumbró bruscamente ese proceso, pero sacó a la luz -valga la redundancia- sus rasgos más agresivos, nefastos, xenofóbicos e ideológicamente delirantes (v. gr. cruzada del bien contra el mal, o la "guerra infinita").

Ciertamente la cuestión de la validez del estado-nación depende fuertemente de como se asuma o visualicen los procesos globales en curso, y de como se entienda la globalización misma como proceso fáctico en toda su extensión y totalidad. Abordando la dimensión económica de la soberanía, como aproximación a la soberanía de los estados latinoamericanos, o del estado nacional periférico, por ejemplo, se puede preguntar: ¿Tienen (han tenido en el pasado) los estados nacionales dependientes la capacidad soberana para definir sus políticas económicas? ¿Cuáles son (han sido) los márgenes de maniobra de estas políticas? En otro terreno, en el tema de la deuda externa, ¿por qué la periferia se dejó avasallar por las condicionalidades impuestas para pagar primero la deuda y volvernos competitivos después? ¿No tuvieron que ver en esto los estados nacionales o, mejor aun, el tipo de regímenes políticos que nos impusieron durante la "década perdida" y el "diluvio neoliberal"?

Concedamos siquiera un poco de crédito a los defensores del estado-nación, y digamos con ellos que sí, el estado-nación mantiene su validez; más aun démosle la razón a Boron cuando dice: «...todos los indicios disponibles parecen señalar de manera inequívoca que en el 2020 la gravitación del Estado en las sociedades de esa época no será menor sino mayor que en la actualidad».[8] Maticemos / relativicemos también las tesis contrarias (pérdida de soberanía de los estados-nación). ¿Qué pasa entonces? Ocurre que los estados-nación se están refuncionalizando bajo el orden global que se está construyendo (si es que no ha terminado de construirse ya) teniendo como garante un único poder hegemónico. Digamos que en este orden global en construcción a los estados-nación se les está permitido realizar "ciertas" políticas o emprender "ciertos" cambios internos pero que no vayan más allá de "cierto" umbral.

Por ejemplo: políticas sociales focalizadas; mantener el orden (lo tradicional) y cuidar las fronteras. En cambio, de las fronteras hacia fuera existen otras "reglas" que nuestros países no controlan ni menos pueden determinar como países individualmente considerados (v.gr. la OMC), pero que tienen necesariamente que acatar (abrirse a los mercados internacionales) porque de lo contrario no hay ayuda para el desarrollo ni préstamos ni inversiones. Se podrían mencionar otras esferas donde lo nacional es solamente una referencia geográfica porque lo que impera es un Orden (con mayúscula), donde los estados nacional-dependientes tienen por supuesto un rol asignado desde el centro. ¿Se puede apreciar hasta dónde llega la validez de lo "nacional"? Para el capital, de las fronteras de la periferia hacia fuera existe solamente la formalidad de reconocer un determinado territorio como a un estado-nación-país, así como existe la formalidad democrática de reconocer como ciudadanos "iguales" a individuos que son socialmente diferentes. La "gravitación del estado" a la que se refiere Boron, solo puede adquirir sentido desde una orientación política transformadora y revolucionaria, que sea vinculante y no aislacionista (como la del «Socialismo en un solo país»).

¿Con qué estrategia revolucionaria enfrentar la globalización?

En el capítulo XXIV del primer tomo de «El Capital», sobre la acumulación originaria, discurre una dialéctica que toma en cuenta tanto el lado siniestro como liberador del capital, es decir, un proceso contradictorio cuya conclusión es revolucionaria: Mientras que el desarrollo de las fuerzas productivas tiene lugar a costa de la separación / escisión de los trabajadores con respecto de los medios y las condiciones de producción que pasan a ser apropiadas por el capital, el desarrollo de la producción va generando formas de cooperación y socialización del trabajo que vienen acompañados por el desarrollo de la ciencia y la técnica así como de nuevas formas de gestión colectiva. Esta conclusión fue escasamente dilucidada y desarrollada tanto en términos teóricos como prácticos por los intérpretes de la obra de Marx. Es más, se llegó al extremo de hacer una separación tajante entre la lucha económica, supeditada a reivindicaciones en torno al salario, y la lucha política, enfocada a la toma del aparato del estado.

Marx nunca imaginó que su concepción materialista de la historia, desarrollada junto con Engels, vendría a ser convertida por los epígonos en el dogma del materialismo histórico (es decir, doctrina de la sucesión lineal de sucesivos modos de producción), y que las previsiones de «El Capital» como aquella de la baja tendencial de la tasa de ganancia llevaría a interpretaciones apocalípticas como la del «derrumbe del capitalismo». Lenin nunca hubiera imaginado que su propuesta de 1903 sobre la organización del partido, pensada como adecuada para actuar bajo las condiciones específicas de la Rusia de principios de siglo, llegara a ser utilizada luego como modelo del Partido Revolucionario y que este deviniera después en instrumento de dominación sobre la sociedad soviética desde el Estado totalitario.

En el prólogo a la edición rusa de su famoso folleto sobre el imperialismo (Petrogrado, 26 de abril de 1917) Lenin sostenía que «la época del imperialismo es la víspera de la revolución socialista». En el prólogo a las ediciones francesa y alemana (6 de julio de 1920) el mismo Lenin señalaba quien encarnaba la revolución (que no es lo mismo a decir quiénes la debían dirigir): «El imperialismo es la antesala de la revolución social del proletariado.»

Si establecemos la identidad entre globalización e imperialismo para la época en que escribió Lenin, que fue además una época revolucionaria, resultaba claro que la única política anti-imperialista concebible tenía que ser la del socialismo revolucionario, y que la (única) clase social portadora de esta política venía a ser el proletariado industrial. Se trataba de tesis irrebatibles, elevadas en su momento a principios supremos de táctica y estrategia, sancionadas luego como lineamientos políticos de la III Internacional. Posteriormente dichas tesis fueron sucedidas por la política "antifascista" del frente de clases de los años 30 y 40, así como por la consigna estalinista del socialismo en un solo país. Es decir, la línea política "leninista" de clase contra clase no funcionó. Llevó más bien al divisionismo y al enfrentamiento contra partidos y movimientos políticos "hermanos" o que se sentían hermanados con el socialismo; divisionismo y enfrentamiento fratricida que costaron sucesivas derrotas estratégicas a todos los intentos revolucionarios en Europa, el más representativo de los cuales ocurrió en Alemania (noviembre 1918-enero 1919) donde la clase obrera fue aplastada y sus principales líderes políticos (los emblemáticos Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo) brutalmente asesinados.

Al final, la única revolución triunfante con ese carácter declaradamente socialista, en esos años, fue la revolución de octubre en un país atrasado como Rusia; y en lugar de las revoluciones socialistas en los países europeos más avanzados, sucedieron guerras de liberación y luchas anticoloniales en Asia y Oriente medio. La realidad, pues, operó de manera totalmente diferente a las expectativas del mismo Lenin alrededor de una revolución socialista mundial, sin querer con ello desmerecer la gran capacidad política del líder y revolucionario bolchevique, pero hay que decir también que él no fue un dirigente infalible.

Si algunas lecciones se pueden extraer de esa experiencia son las siguientes: 1) El proletariado no puede enfrentarse solo contra el imperialismo ni (auto)marginarse del resto de fuerzas sociales y políticas que comparten la lucha contra un antagonista común; 2) El socialismo como ideal de sociedad no es patrimonio exclusivo de una única clase social; 3) El socialismo se construye no solo en el proceso de lucha sino también en el respeto hacia el otro; 4) La política revolucionaria no es el resultado de la elaboración de una elite intelectual iluminada, sino el producto de una dialéctica no exenta de conflicto con los intereses de los trabajadores y la sociedad toda; 5) El socialismo empieza a ser realidad desde que brota como aspiración de cambio en la conciencia del "pueblo", no como algo natural pero tampoco como algo implantado o extrapolado desde el exterior; 6) Como escribiera Mariátegui en 1928 -refiriéndose a la construcción del socialismo "indo americano"- el socialismo es una creación heroica que se forja desde las prácticas sociales (y políticas) concretas. Es decir, la verdad del socialismo radica en su terrenalidad.

Podríamos seguir derivando una serie de otras lecciones para que la historia no se repita, algunas de las cuales buscan dar cuenta de la pregunta: ¿Qué es el socialismo?, o mejor, ¿qué no es ni debe ser el socialismo?

Hoy, en plena globalización capitalista, el socialismo tiene la oportunidad de resurgir con una energía y vitalidad renovadas, que sea capaz de conquistar la dirección y darle sentido histórico a todas las manifestaciones sociales globales que están ocurriendo cada vez con nuevos bríos e ímpetus. El verdadero Socialismo y no su remedo burocrático sigue siendo una esperanza latente, sigue esperando ser realizado. Lo que se viene es bastante grave en términos de los retos para los que la época que se está iniciando nos convoca. Para emprender grandes y trascendentales cambios, los socialistas honestos, consecuentes y revolucionarios tienen que esforzarse por conquistar un lugar en los movimientos sociales, ganar un espacio, y competir democráticamente por ganar la dirección de esos movimientos o compartirla mancomunadamente, sin sectarismos ni hegemonismos inútiles que, en lugar de fortalecer, más bien debilitan y dividen.

Dado su extraordinario crecimiento en tan pocos años (contando desde el I Encuentro Interconti-nental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, realizado en Chiapas, México, 27 de julio al 3 de agosto de 1996) las grandes potencialidades de los movimientos que pregonan una «globalización alternativa» radican en al menos dos cosas: 1) la amplitud de sus convocatorias que han ido abarcando todos aquellos frentes (económico, político, cultural, ambiental, derechos ciudadanos, deuda externa y más) donde se manifiestan las consecuencias nefastas del nuevo orden mundial; 2) por eso mismo, la progresiva incorporación en esta lucha de nuevos y diversos contingentes sociales; 3) la construcción de una democracia global fundamentada en el ejercicio de la participación, el intercambio de experiencias, saberes y expresiones culturales, la comunicación con los "otros", junto con la puesta en común de valores de justicia, equidad y solidaridad.

Dichas potencialidades y otras más que de hecho existen, pueden ser bloqueadas en su desarrollo de persistir algunas de las debilidades que es posible detectar de manera apreciable: 1) las protestas y resistencias aun carecen de un camino y un norte, que se refleja en la pregunta: ¿hacia dónde se quiere ir?; 2) el horizonte cognitivo de los discursos están sobredeterminados por la colonialidad del poder, y por eso son discursos de la subalternidad (para ponerlo trivialmente: al capital se le presenta un conjunto de exigencias o pliego de reclamos). En otras palabras, está por verse el (re) surgimiento de una crítica al poder capitalista, cuestionadora de la explotación- dominación en todos los órdenes de la existencia, que venga en reemplazo del discurso declamativo y de mera denuncia. Pero este paso implica una transformación de las subjetividades en el sentido de su (auto)liberación (producción de nuevos sentidos, universos simbólicos, inclusive de nuevas subjetividades e imaginarios colectivos). 3) No menos importante es esta posible debilidad (en palabras de Quijano): «No es inevitable que las versiones eurocéntricas convencionales (el "materialismo histórico") obtengan la primacía inmediata en el comando de la resistencia. Pero casi siempre ocurre que las gentes comienzan a actuar no solo frente a sus problemas y a sus necesidades, sino también apelando a su memoria para definir las nuevas situaciones y orientaciones en ellas.»[9] Pareciera que las debilidades pesaran más que las potencialidades, lo cual no es para menos, dado el tiempo de derrotas del que se proviene y del «diluvio neoliberal» que le sucedió, y permítaseme apoyar esta afirmación en otra cita del mismo autor: «Esos procesos han afectado ante todo a los trabajadores y ha sido modificado a fondo el mundo del trabajo y su lugar en el poder capitalista. La recesión, el desempleo masivo, la reducción de sus ingresos, en tanto que mecanismos de una masiva re- estructuración del poder, han llevado a gran parte de la población trabajadora fuera de sus relaciones anteriores de clase (sobre todo los obreros industriales...); igualmente, fuera de sus movimientos y organizaciones gremiales y políticas (de los sindicatos, especialmente); fuera de su identidad social previa, que en muchos casos estaba todavía en consolidación...; finalmente, fuera de una conciencia social en curso de formación.»[10]

Al globalismo neoliberal y capitalista solo se lo puede enfrentar políticamente, no con un pliego de reclamos sino con un proyecto de sociedad y un modelo de economía alternativos, construido y consensuado entre todos los actores del cambio; construcción que debe hacerse desde abajo y cuyo proceso estar acompañado de prácticas democráticas innovadoras y novedosas, lo cual permitirá replantear también la democracia formal vigente. Esa política no debe tener como límite las fronteras de cada país, sino que deberá confluir en un proceso de unidad continental porque es principalmente en este nivel donde descansará su fortaleza y su fuerza. Además se deben respetar las diferencias nacionales y regionales (al interior de cada país), las identidades étnicas, las nacionalidades indígenas, los derechos de las mujeres y de las minorías discriminadas en la actualidad. En suma, la unidad descansa en nuestra diversidad y esa política debe hacer lo posible para que cada pueblo o nación escoja con libertad y democráticamente sus propias formas de gobierno, así como el tipo de estado o régimen político que más le convenga. Lo que más debe importar es que nuestros países superen la postración, el estancamiento y la pobreza, donde la dirección de la política la determine el pueblo, los sectores populares organizados. Para llegar a este estado de cosas tenemos que preparar el camino desde ahora: educación y concientización, construcción de una ciudadanía militante, participación popular en los asuntos públicos, gobiernos locales (que no se confunda con municipios) participativos, fiscalización, vigilancia ciudadana, democratización de las decisiones, derecho a la información, búsqueda y experimentación de modalidades alternativas de organización económica (a nivel micro e intermedio). Se trata de un proceso largo y difícil.

James Petras, reconocido intelectual norteamericano de izquierda, crítico acérrimo de los dogmatismos del pasado y observador atento de cuanto acontece en el mundo, escribió:[11]

«El amplio rechazo del liberalismo y del imperialismo de los EE.UU. y el crecimiento del socialismo programático sin estalinismo es un evento histórico de categoría histórica mundial.»

«Hay desafíos inmensos en la creación de una nueva conciencia socialista revolucionaria, generalizándola para que llegue a los millones que están en movimiento; organizando y suministrando una nueva teoría inclusiva para proveer una diagnosis y una dirección estratégica. Una cosa está muy clara. El progreso intelectual de esta Izquierda pujante, no depende de las modas y flaquezas de los intelectuales prosternados... que han perdido contacto con la realidad.»

Podemos legítimamente preguntar: ¿Ese socialismo programático debe traducirse, entre otras cosas, en una «alternativa civilizatoria» abarcadora de todos los ámbitos de la existencia (individual y social)? En las condiciones actuales, ¿la reestructuración y el ejercicio del poder no pueden pasar a manos de la sociedad democráticamente organizada? ¿Cuál es el concepto de democracia y cuál el contenido del Estado, implicados en aquello?

El socialismo renovado, la democracia radical y la crítica civilizatoria son algunos de los ejes que definirán la identidad política de izquierda en los próximos años. Es el socialismo con un horizonte de sentido, y no aquel trasnochado socialismo que se limita a "mantener" / "profundizar" / "reforzar" la gobernabilidad, al que se refiere Petras cuando lo valora como un evento histórico.

La política revolucionaria frente a los intereses globales imperialistas no puede ser otra que la del socialismo revolucionario y un nuevo internacionalismo. En el marco de la irrupción de renovados movimientos anti-capitalistas y por una «globalización alternativa», el capitalismo globalizado y su estado más poderoso no pueden seguir sosteniéndose sino a costa de agudizar y amplificar la violencia. En este sentido, el futuro del socialismo lo decidirá una nueva confrontación, donde se juega la suerte de la humanidad o la continuación de la barbarie, esta vez a gran escala. En cambio, la suerte de cualquier socialismo con posiciones de centro será la que siguió la II Internacional en los años de la primera guerra mundial, es decir, podrá sobrevivir en el sistema pero al precio de su bancarrota y sumisión. ¿Estamos retornando a esos tiempos turbulentos? La historia puede traer ironías pero no se repite.

Lima, 18-19 de Octubre 2003




Notas


[1] Humberto Cerroni, Problemas de la transición al socialismo.

Barcelona, Editorial Crítica, 1979, pp. 154-155.

[2] Fernand Braudel, La Historia y las Ciencias Sociales. Madrid: Alianza Editorial, 1968 (8va. reimpresión, 1990), p. 70.

[3] Aníbal Quijano, «Las ideas son cárceles de larga duración, pero no es indispensable que permanezcamos todo el tiempo en esas cárceles». Revista David y Goliat N° 49, julio 1986, pp. 40-45.

[4] Agustín Cueva, Las democracias restringidas de América Latina. Quito: Editorial Planeta, 1988.

[5] A. Cueva, «Sobre exilios y reinos II: Notas críticas sobre la socialdemocratización de la sociología sudamericana», en América Latina en la frontera de los años 90, Quito: Editorial Planeta, 1989, pp. 103-120.

[6] Como sostiene Atilio Boron, el Estado contemporáneo sigue siendo «el Leviatán hobbesiano de los ghettos y los barrios marginales, mientras garantiza las bondades del contrato social lockeano para ricos, famosos y poderosos.» A. Boron, «Imperio: dos tesis equivocadas», en Memoria N° 167, enero 2003. México: Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista.

[7] A. Boron, «Imperio: dos tesis equivocadas», op. cit.

[8] A. Boron, «América Latina: crisis sin fin o fin de la crisis», en América Latina 2020. Escenarios, alternativas, estrategias (López Segrera y Daniel Filmus, compiladores). Buenos Aires: UNESCO / FLACSO, 2000.

[9] A. Quijano, «El regreso del futuro y las cuestiones del conocimiento», en www.urbared.ungs.edu.ar/debates/artvinc1.html

[10] A. Quijano, La economía popular y sus caminos en América Latina, Lima: Mosca Azul Editores, 1998, pp. 47-48.

[11] J. Petras, «Apuntes para comprender la política revolucionaria actual», Rebelión (www.rebelion.org) 16 de mayo 2001.