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Uniendo retazos
Kintto Lucas *
Sab�s qu� hermano, a veces la memoria vuela m�s que las
palabras y vuelve a colocarme en la encrucijada del tiempo, y en la
encrucijada de los s�mbolos. Otro hermano, otra historia, pero sigue siendo
nuestra historia...
�Qu� pedazo de vida aprieta �l entre sus manos? �Una flor, un fruto, un mundo?
�Qu� son las manos sosteniendo el silencio? Es tan dif�cil el tiempo sin
palabras. Son tantas las alas que necesitan las palabras para volar. Tanto que
decir para ponerse al d�a. Tanto tiempo...
La voz susurra apenas: "�Cu�ntos a�os mijo!". El acaricia las manos de ella y
se queda mir�ndolas con alguna l�grima bordeando la mejilla. Sus ojos evitan
encontrar los de ella que, regalan un destello de amor, una chispita de
comprensi�n y recuerdos, en el rostro que empieza a preparar la expresi�n del
reencuentro, que intenta dejar de lado las l�grimas, que quiere invadir de
alegr�a la ma�ana. �C�mo se puede espantar los dolores, sin que las palabras
traigan hombres y mujeres bienqueridos, que se fueron? �C�mo preguntar por
ellos y recordarlos, sin que la ma�ana se inunde de sangre, de sombras y
ceniza? Doce a�os de ternura imaginada a miles de kil�metros, de ausencias y
regresos, dolores y rabias, fuegos y c�rceles, nubes y lluvias, abruman de
pronto la sala del aeropuerto habanero donde �l la mira sin saber qu� decir.
"Hace tanto que quer�a verlo mijo", dice ella, con esa voz pausada, llena de
paz. Esa voz que lleva a cuestas todo el dolor de la tierra, todo el tenebroso
dolor de su Montevideo, oscuro por las sombras, con las almas encerradas y las
miradas intentando quebrar los muros.
Doce a�os robados a la locura de tanta muerte, de tantos espejos rotos, de
tantas balas en las paredes de un pa�s que espera. Y como deb�a ser, los ojos
y las l�grimas se chocan, y ella habla nuevamente: "Tiene el pelo blanco mijo,
parece que los a�os no han pasado en vano". Y de repente, por su cabeza pasa
la vida en cinco segundos, pasa su soledad que es la de tantas madres, pasan
sus cinco hijos, las rejas, la casa, los tambores sonando en las madrugadas de
febrero, las tardes de mate y tortas fritas en la vereda. Pasa un mundo
acurrucado en un rinc�n del coraz�n.
El la mira, le pide perd�n por no haber pensado en ella, le toca el pelo y le
dice: "Te has envejecido vieja". Ella se sonr�e, acaricia su cara y contesta:
"No hay que perdonar. Lo que hab�a que hacer se hizo, mijo. L�stima haber
perdido. L�stima que pas� lo que pas�". Y en ese mismo momento, por la cabeza
de �l, pasa la vida en cinco segundos; pasa su soledad, que es la de tantos;
pasa la lluvia del invierno montevideano; los muchachos en la esquina; los
�rboles del barrio, asesinados; los libros de la casa, quemados; las noches
clandestinas, de ojos abiertos; la playa, el caf�, los amigos, las consignas,
el hermano que se fue, los hermanos...
Y las palabras invaden los minutos, y en el trayecto por la V�a Blanca rumbo a
Santa Cruz del Norte, se van poniendo al d�a. Para cada nombre que �l
recuerda, hay una respuesta diferente de ella, hasta que baja la cabeza y el
silencio vuelve por unos segundos. Y as�, venciendo el temor a preguntas sin
respuestas, van reconstruyendo un mundo quebrado. Y el d�a se marcha, y la
noche sigue sin sue�os, detallando ausencias y presencias. Y la luna entra por
la ventana, entran las estrellas, la miradas, las alas, por todas las ventanas
de la casa, que se inunda de luz.
Ella -la madre- y �l -el hijo-, siguen charlando, uniendo los retazos de doce
a�os separados, rumbo a la madrugada, sin interrupciones �Qui�n puede intentar
que se detenga un di�logo que derrot� las trampas del silencio?
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* Este texto pertenecen al libro CARTA A UN HERMANO (retazos de la memoria) de
Kintto Lucas, que aparecer� pr�ximamente en algunos pa�ses de Am�rica.