VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Libros sí, Alpargatas también

24 de diciembre del 2002

Acto de presentación de la sección Mentiras y Medios
Ponencia de Javier Ortiz en la Facultad de periodismo de la UCM de Madrid

Creo que se me ha invitado a participar en este acto en mi condición de veterano periodista. Y vaya que sí lo soy: llevo trabajando en este oficio la tontería de 35 años. He hecho de todo: he redactado manifiestos de airados abajofirmantes y he confeccionado sesudos editoriales de solemne empaque institucional; me ha tocado lo mismo ejercer de reportero de calle (fotos incluidas) que de crítico cinematográfico, literario y musical (ópera incluida); he levantado tantas columnas que bien podría rivalizar con todos los arquitectos de la Grecia y la Roma antiguas juntos; he sido redactor-jefe al viejo estilo, coordinando el trabajo de muchas decenas de periodistas... Por hacer, hasta me ha tocado en alguna ocasión encargarme de confeccionar crucigramas y horóscopos. En resumen: creo que no hay ninguna variante del oficio por la que no haya pasado: desde las más sesudas y creativas a las de eso que en la jerga del gremio llamamos la carpintería.
Y, porque es así, porque conozco cómo están las cosas, y porque lo conozco en todos sus escalones, incluyendo los superiores, es por lo que estoy aquí para hablar de la necesidad de la información alternativa. De la que ni dan ni darán los periódicos institucionalizados. De la que proporcionan medios como Rebelión.
Hay gente que cree que la gran prensa pinta la realidad actual como se le pone, ocultando, deformando o inventándose cuanto le viene en gana, porque sus responsables son serviles, o insensibles. Eso es tanto como desconocer en qué consisten los grandes medios de comunicación actuales.
Lo suyo no es, en lo esencial, una opción ideológica, sino empresarial.
El gran público no es consciente de cómo funciona la maquinaria de los poderosos mass media actuales y de hasta qué punto la información que le proporcionan está sometida a los más rigurosos controles, con la sola excepción de los de calidad.
¿Qué es hoy en día un gran medio de comunicación? Antes que nada, una empresa. Es muchas más cosas, evidentemente, pero la primera y fundamental es ésa: un medio de comunicación es una empresa. O, por ser más preciso: una parte de una empresa. Ése es un dato que desconsidera bastante gente, incluidos algunos periodistas. Sin embargo, es esencial para entender cómo funciona la Prensa, y por qué.
Como empresa, cuya lógica básica es la obtención de beneficios, los medios tienen la obligación prioritaria de vender su mercancía. No sólo por la renta que obtienen –pongamos, en el caso de un diario– gracias a la venta en kiosco –nada despreciable–, sino también, y sobre todo, porque, cuantos más ejemplares vendan o más audiencia tengan, más anunciantes atraerán y más podrán cobrarles por publicar sus anuncios.
Como sabéis, los ingresos de publicidad son los más importantes para los periódicos, porque no tienen que repartirlos con nadie: ni kiosqueros, ni distribuidores, ni controladores de venta...
Pero, para obtener abundante y bien pagada publicidad, a los periódicos no sólo les conviene vender muchos ejemplares, sino vendérselos, además, al sector de la población con más disponibilidades económicas, porque es éste el que, por lo común, más interesa a los anunciantes.
Es decir, que los periódicos necesitan suscitar aceptación entre las capas relativamente acomodadas de la ciudadanía. O, dicho de otro modo, entre las clases media y alta. Lo que les empuja, de manera digamos casi natural, a adoptar los puntos de vista que más satisfacen a esa franja de la población, mayoritariamente conservadora.
También les interesa, lógicamente, tener contentos a los anunciantes, sobre todo a los principales: a los que les aportan una cartera fija anual más voluminosa (esto es, a los grandes almacenes, las multinacionales del automóvil, de la informática, de la telefonía, etcétera). Huelga decir que estas grandes empresas no se caracterizan ni por su izquierdismo ni por su debilidad hacia los parias de la tierra.
En fin, han de cuidar asimismo, y celosamente, a sus accionistas, que, con independencia de su mayor o menor proximidad genuina al establishment, lo que desean por encima de todo es lograr beneficios, lo que redunda en un reforzamiento de los mecanismos ya citados anteriormente.
Vistas las cosas con esta perspectiva, las diferencias entre los grandes periódicos, y los grandes medios de comunicación, en general, resultan relativamente nimias. Pueden tener diferencias políticas más o menos sectarias, pueden rivalizar entre sí por razones empresariales más o menos confesables, pero, en el fondo, son muy parecidos. Porque todos ellos cuentan con accionistas de parecida estirpe, se benefician de los mismos anunciantes y se vuelcan en un público sociológicamente similar.
No obstante, los grandes periódicos de hoy en día no son empresas independientes, aisladas. En el mundo actual, la tendencia principal en el terreno de los medios informativos es la marcada por la constitución y el reforzamiento de grandes emporios multimedia. Hablo de empresas que publican varios periódicos y revistas, que tienen canales de radio y televisión, productoras y distribuidoras de cine, editoriales de libros y sellos discográficos... Empresas que, en la actualidad, trabajan también en el mundo de la telefonía, de las comunicaciones por satélite, de la informática...
Este conjunto de fenómenos entrelazados conduce a un resultado escasamente discutible para quien mire de frente y sin prejuicios la realidad actual de los grandes medios de comunicación: hace tiempo que desapareció el llamado Cuarto Poder.
En tiempos se decía que la Prensa constituía un Cuarto Poder, distinto de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Un poder encargado de movilizar a la opinión pública –o de manipularla, que tanto da a estos efectos– para contrapesar el poder del Estado y sus eventuales excesos. Nunca fue exactamente así, entre otras cosas porque ese esquema idílico desconsideraba otro poder, por lo menos tan importante como los que citaba: el poder económico, que mediatizaba todos los demás. Pero, en todo caso, sí puede decirse que había una cierta diferenciación, y hasta una cierta rivalidad, entre la Prensa y los poderes públicos.
Actualmente apenas queda nada de eso. Los grandes medios de comunicación no son ya sino terminales de los gigantes de la economía, remodelados para mejor servir a los complejos tinglados de intereses de esas macroempresas multinacionales que, a su vez, han logrado neutralizar en buena medida el papel de los poderes públicos, en parte sometiéndolos y en parte reduciendo su campo de influencia, escapando por la vía de la globalización de sus competencias exclusivamente nacionales y adoctrinándolos en el laissez faire del neoliberalismo.
Quienes vivimos de esa literatura efímera que es el periodismo, tenemos un espíritu crítico medianamente desarrollado y sentimos el impulso irresistible de decir lo que pensamos –una mezcla que resulta no sólo explosiva, sino también altamente inestable–, estamos pasando por momentos nefastos: no sólo porque detestamos las empresas instaladas, sino también, y muy especialmente, porque las empresas instaladas nos detestan a nosotros, como gremio. A algunos todavía nos conservan en un rinconcito, para ofrecer de cara al público una cierta imagen de pluralismo, pero ya digo: a algunos pocos, y siempre que seamos sensatos y no digamos todo lo que sabemos. Aquello que tan pomposamente se decía en tiempos, eso de «el derecho a difundir y recibir información veraz por todos los medios», a lo que parece que se refiere un artículo de la Constitución Española, es hoy en día una actividad supletoria, a la que los grandes medios recurren sólo en la medida en que los intereses del negocio no se vean interferidos.
Por eso hacen falta medios como Rebelión. Medios que hoy por hoy están sólo en la Red, o casi, pero que estoy seguro de que acabarán convirtiéndose en papel y llegando a los kioscos. Ignoro cuándo, cómo y de la mano de quién. Pero sé que ocurrirá. Porque el deseo de saber y de pensar es indestructible. Porque donde hay opresión hay resistencia.