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Libros sí, Alpargatas también

A continuación tres fragmentos del libro

"Montoneros. La resistencia después del final"

de Marisa Sadi.
Ed. Nuevos Tiempos, 2004

 "... A pesar de los análisis efectuados públicamente por ex miembros de la organización situando el declive montonero en el 80; a pesar del desconocimiento de la opinión pública y la prensa; a pesar de la lata que suele dársele al tema de la famosa Contraofensiva; en fin, a pesar de la forma sorprendente y descarada en que sigue tergiversándose esta historia, en el año 77 nos terminaron de hacer mierda. Por eso lo que sigue es después del final.

Ya lo hemos visto: los frentes de la JUP no escaparon a los últimos golpes de importancia que asestó la represión entre abril y mayo contra Montoneros a lo largo de todo el territorio nacional. La resistencia universitaria no pudo sostenerse demasiado tiempo, ni dentro ni fuera de las facultades.

Entonces, a medida que se desarmaban las agrupaciones, se iba produciendo una suerte de reubicación, por llamarla de algún modo, de los pocos militantes que quedaban, en los destinos que quedaban. No era una reubicación o recambio organizado ni masivo como aquellos que un par de años atrás involucraron a gran parte de la militancia universitaria.

En algunos frentes, como Sico, permanecían funcionando dos o tres personas, en otros directamente desapareció todo vestigio de la JUP; en Medicina, el funcionamiento de la gente que reagrupara Pablo se sostuvo unos meses y siempre fuera de la facultad. La excepción fue Derecho que funcionó solito y con bastante gente hasta el Mundial. Así estaba la cosa a mediados del 77..."

Pág. 321 del capítulo "1978" ("Manuel, el resto de la historia").

"... Era de noche. Llegó como siempre, serio, tranquilo. No entró atropelladamente ni le faltaba el aliento por haber corrido. Lo dijo grave, suavemente, aunque me esfuerce no podría transferirlo: "Cayó Manuel."

No piensen que en los otros casos había desbordes al anunciar una caída, de parte de nadie: ése era el juego en que andábamos. La frecuencia con que se repetían este tipo de noticias nos fue curtiendo, a todos. Y la delgada línea que separa la vida de la muerte resultaba mucho más fina para nosotros. Pero esta vez era diferente... no sólo por tratarse de Manuel, sino por cómo nos involucraba directa y prácticamente.

Después de veintidós años de buscar las razones de todas estas cosas, puedo decir que -si bien no lo sabíamos en aquel momento- esas dos palabras, "Cayó Manuel" serían el punto de inflexión donde todo se quebró para que ya nada sea como antes.

Mensaje de Magui para el señor Francisco: "Don Cacho y don Manolo están con hepatitis."

Hepatitis, hospital, enfermedad: cayeron vivos.

¡Cuántos compañeros, en aquellos años, tiraron apresuradamente mensajes en clave por los pie telefónicos, utilizando estas palabras, tratando desesperadamente de salvaguardar la vida de los otros!

Empezamos a levantar. Era un deber llevarse o destruir todo el material, de cualquier índole, que pudiere suministrar la más mínima información a las fuerzas represivas.

Así es que llenamos dos bolsos. Agregamos pañales, mamaderas, algunas ropitas de Virgi.

Y más nada. Nosotros salimos con lo puesto, íbamos a la calle.

Gustavo, nuestro único contacto seguro y tabla de salvación, era clandestino, estaba desocupado y alquilaba con su mujer una habitación en una casa de familia. Él no podría guardarnos. Así que imposible llevar más cosas. Resultaba muy fatoso andar yirando con tantos bártulos encima por la calle. Las calles de una ciudad hostil que hacía ya tiempo había dejado de ser nuestra: la cana, los milicos, los falcon verde, los pacos4, los dedos. Sin guita, ni un agujero donde meterse, solos...

La calle era el aislamiento, la indiferencia, el "por algo será", la soledad, el peligro.

No lo asumí. Negando como siempre lo que me estaba pasando, ilusoriamente, me fui creyendo que quizás todo sería una falsa alarma, que a los dos o tres días estaría de vuelta, cuando la emergencia hubiese pasado, como en anteriores levantadas. Me las tomé de ésa, mi primera casa, sin querer cuantificar la verdadera dimensión del desastre. Lo cierto es que nunca más pude volver allí. Afortunadamente al día siguiente, por la tarde o noche, teníamos arreglada una cita con Gustavo. Ellos estaban preservados porque no tenían relación orgánica ni contacto con ninguno de los miembros de la estructura.

Esa primera noche la pasamos viajando, durmiendo de a ratos en el tren Constitución - La Plata - Constitución. Y luego yirar haciendo tiempo, caminando a la deriva, sentarse en una plaza, muy de vez en cuando entrar a algún bar, esperar... Ahí empezó el calvario: el nuestro. Tampoco lo sabíamos o no lo pensamos, pero el otro, el verdadero, el de Manuel, también ese día había comenzado.

Siete años después de ese maldito siete de diciembre, tragándome con avidez "La Acusación" del "Diario del Juicio" arriba de un colectivo, curiosamente de fecha ocho de octubre (el día de nuestro secuestro), lo encontré y supe que su calvario se prolongó por ocho días (antes sólo sabíamos que habían entregado el cuerpo al padre y estaba enterrado en la Chacarita). Supe su verdadero nombre, completo (sabíamos con anterioridad que se llamaba Fernando.) Y confirmé las circunstancias que ya conocíamos.

Anteriormente, a fines del 79, cuando nos agarraron, también supe por boca de uno de los oficiales del GT que no pudieron sacarle nuestros datos y que peleó como el experto combatiente que era en su batalla final. ("Era hábil el hijo de puta" me dijo el milico)

Entonces, ya con Gustavo que fue como un hermano mayor y nos ayudó muchísimo durante toda la levantada, empezamos a ver cómo nos moveríamos, qué pasos íbamos a dar para salvarnos. Desconocíamos la cantidad de bajas, todo era incierto. Sólo manejábamos el hecho de que aparentemente Magui, la compañera de Manuel, había zafado. En virtud de las escasas posibilidades de guardarnos que tenían los pibes, la falta de guita, en fin, el estado de desprotección en que nos encontrábamos, resolvimos intentar un contacto con ella.

Si bien quedaba absolutamente descartado un enganche orgánico para seguir militando -y en esto había consenso-, resultaba imperativo concretar algún nexo con la orga, ya que la vida nuestra no valía un carajo deambulando sin rumbo y sin un mango. La posibilidad de escurrirse se garantizaba únicamente a través de los recursos que pudiéramos conseguir por esa vía. Además ella era la mujer del jefe, de alguna forma iba a ayudar e indudablemente contaría con más información que nosotros.

Constituía un serio riesgo la cita con Magui. Para pensarlo dos veces, digamos, pero no había alternativas. Si había caído nuestra casa -no lo sabíamos- pasábamos a ser clandestinos, no se podía tomar contacto con familiares o amigos. La zona en que nos movíamos era Once y el Centro. Ahí estaban los hoteles más baratos, aunque también los más filtrados y controlados por los servicios. Los recursos se tornaban indispensables, ya sea para alquilar un departamento y guardarse por un tiempo, hasta que afloje la cacería, tomárselas a otras zonas, o simplemente pernoctar en hoteles de mejor nivel, donde no estuviéramos tan expuestos..."

Pág. 273-275 del capítulo "1978" ("Manuel. Registros del perejil").

"... El episodio de la famosa cita envenenada sucedió a fines de Abril. En la segunda quincena de ese mes y en mayo, la represión asestaba el golpe de gracia entre los remanentes y ex integrantes de por lo menos seis frentes de la agrupación.25

La militante de Arquitectura que relatara buena parte de los hechos, cuenta que a partir de las caídas Manuel se quedó sin casa y muy desprotegido y en ese punto aludió a las citadas referencias de Ernesto, su amigo: "Les dice que ellos se vayan pero él se quedaba acá".

Mientras estos sucesos ocurrían, un pequeño núcleo de militantes universitarios intentaba pasar a instancias territoriales, en virtud de la pulverización del frente que integraban, Filosofía.

Ya desde las caídas de marzo del 77 habían entendido claramente que tenían que rajar, despegar del enganche con el frente, y buscaban la salida a Barrios. La permanencia en esa agrupación que prácticamente no funcionaba como tal y donde la represión golpeó masivamente cuatro veces en menos de un año, significaba potenciar al máximo la posibilidad de una caída. También allí, después de la razia de Enero, había llegado "gente de Ingeniería" y de Económicas intentando la recomposición ante esa segunda barrida, pero la reinserción en otras facultades a esa altura se dificultaba en virtud del momento crítico por el que atravesaba el frente universitario: "Me anoté en Económicas pero después el instinto me alcanzó para buscar otro destino."

 

Tipi

El destino que por esos días terribles de abril y mayo del 77 procuraban alcanzar Silvia, su compañero y Virginia, era la zona Sur del Gran Buenos Aires.

Veían en el Sur una válvula de escape y, por descarte forzoso de otras zonas, el único horizonte posible, además, porque allí estaba Tipi.

Había sido responsable en Filo y ellos estaban estrechamente vinculados a ese militante, quien en algún momento que no hemos podido precisar pero sin dudas fue con anterioridad a mediados del 76, había pedido el pase a Territorio. Desde entonces militaba en Sur, más precisamente en la zona de Francisco Solano.

Las primeras noticias sobre Tipi llegaron a través de Alejandro, mezcladas en su enredadera de recuerdos "deshilachados y truncos", cuando enumeraba los militantes que recordaba de la JUP de Filo.

"... este pibe Tipi, morochito, que noviaba con una piba también de Filo, que lo mataron en una villa, era hijo de un jetón del peronismo, hijo adulterino..." Alejandro nos contaba

que había sido estudiante de Historia y después hacía una sugerencia que, por algún motivo o tal vez por una serie de motivos, se convertiría en una suerte de mandato: " retrazar su historia sería importante..."

Alejandro creía que Tipi apareció ahorcado o colgado.

El Alemán, por su parte, recordaba a "Tippy, un chico que quedó como cuadro de dirección de Filo" y nos contaba que recién a los veinte años se enteró quién era el padre "porque hasta entonces había vivido en condiciones paupérrimas con su madre soltera, al parecer, ex sirvienta en la casa de ese hombre. Tippy pasó los últimos meses huyendo de casa en casa hasta que lo mataron."

Lo describió como un chico muy jovial y joven, delgado, no muy alto, de tez cetrina y pelo enrulado, con algo de sangre mulata. También Alejandro había aclarado que "no era un morocho del interior: Tipi era casi mulato." Y en esa polifonía de recuerdos que a veces suele darse, Silvia no lo definiría como mulato, pero sí muy moreno y con pómulos bien marcados. Recordó también que Tipi en un tiempo solía ir a hostigar al padre para que lo reconociera, pero jamás quiso decir quién era. Declinamos, por razones obvias, volcar las presunciones de sus compañeros; lo que afirmaban con seguridad es que nunca le dio el apellido.

El Alemán recordó que había vivido con su madre en San Telmo, de allí era. Alejandro fue más específico, "vivían en el Bajo, cerca del Viejo Almacén".

Revisamos cuidadosamente cada nombre, rastreamos, completamos y chequeamos los datos de la lista de desaparecidos del barrio de San Telmo. La misma surge de un trabajo de investigación llevado a cabo por las fuerzas sociales de la zona, pero no incluye a nadie cuyos datos se ajustaran a las referencias con que contábamos sobre Tipi. Meses de búsqueda arrojaban resultados semejantes: sus pasos se extraviaban en el Sur, hacia mediados del 77. Allí lo perdió Silvia. Después, vaya a saber cómo ni cuando, había

empezado a circular la historia sobre su caída. Nadie podía dar fe acerca de lo sucedido, sus compañeros de la facultad ignoraban el origen de las versiones sobre el final de Tipi.

"Lo terrible es el desconocimiento total de su historia familiar. Uno puede imaginar a su madre y él mismo, solos, sin las redes familiares de toda familia; también una especie de vergüenza de hacer conocer esa vida..."

Lo cierto es que, como dijimos, en algún momento había pedido el pase a Territorio. La cita para el enganche y su salida al Sur la consiguió a través de Enrique de Pedro quien, como se ve, también talló en Filosofía y había sido dirección de cuadros responsables de ese frente.

Por esos días en que Manuel le escapaba a la muerte en aquella legendaria cita y la represión golpeaba con furia sobre los militantes universitarios, Enrique de Pedro caía acribillado en una calle de Buenos Aires. Por esos mismos días de abril, el pequeño núcleo de Filo seguía buscando la salida al Sur. Con mayo llegó la cuarta barrida y con ella, la desaparición de Virginia..."