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Libros sí, Alpargatas también

20 de enero de 2004

Entrevista con Ismael Serrano
Para no estar solo

Bladimir Zamora Céspedes
La Jiribilla

La semana pasada al llegar a esta incesante redacción de La Jiribilla, recibí la grata sorpresa de que un amigo me presentara a Ismael Serrano, el notable cantautor español: «Yo creo que canto para recuperar lo perdido, incluso el tiempo y la memoria. Está en todo mi trabajo el rescate de la memoria histórica para recuperar las batallas perdidas, y los amores perdidos también».

La semana pasada al llegar a esta incesante redacción de La Jiribilla, recibí la grata sorpresa de que un amigo me presentara a Ismael Serrano, el notable cantautor español nacido en la comunidad madrileña de Vallecas —que él gusta llamar Vallekas— en 1974. Muy poco conocido por el público cubano, en donde no ha realizado ningún concierto y raramente se ha escuchado por la radio, es una figura aclamada no solo en los más importantes escenarios, sino en casi todos los países del resto de nuestra América y ha recibido numerosos reconocimientos de relevancia internacional por su trabajo discográfico.
Sin haber cumplido aún los treinta años, Serrano tiene ya cinco álbumes, en los cuales se hace elocuente su compromiso con las más nobles causas, enarboladas en estos tiempos amenazados por las guerras rapaces, por quienes no renuncian a amar y amar y construir. Desde aquella canción «Cuéntame otra vez papá», escuchada inicialmente en pequeños sitios de su ciudad, hasta un tema más reciente como «Un hombre espera en el desierto», él ha descrito una parábola donde se aprecia en perpetuo crecimiento tanto de su lírica bella y sin afeites, como su música dispuesta siempre a ensancharse con la contribución de las sonoridades más disímiles.
Para no perder de todo la oportunidad de testimoniar su paso con empeño de hombre común por La Habana, le hice unas pocas preguntas, a fin de conocer su experiencia como integrante del puñado de cantautores que en la medianía de la década de los 90 revivió la canción de autor en España, dotándola de nuevas resonancias en consecuencia de los tiempos actuales.
«En los 90, sobre todo en Madrid, empieza a formarse un circuito de canciones de autor, en pequeños cafés: Libertad 8, Galileo, Nuevos juglares. Todos aquellos lugares casi desaparecen al volver a la democracia. Y no es que desaparecieran los cantautores, sino un poco «los cantaoyentes», sobre todo las gentes jóvenes de mi generación, que habíamos crecido oyendo en el tocadiscos de mi padre a Serrat o Silvio. Nosotros buscábamos una referencia que nos diera una visión diferente, pero en esa tradición.
Es el mismo momento en que se produce un auge de las Organizaciones No Gubernamentales. De repente, hay una generación que no se siente comprometida con los partidos tradicionales y busca otro marco de participación, a través de las ONG que no están enmarcadas en las ideologías convencionales.
Del mismo modo hay muchos jóvenes —minoría, es cierto, pero con mucha fuerza— que no se sienten identificados con lo que suena en la radio, y en esos circuitos de cafés se habla de forma veraz del mundo en que se está viviendo.
¿Cuál es tu experiencia individual, siendo uno de los que empezó a interactuar en ese momento?
Quizás el hecho de haber crecido escuchando el tocadiscos de mi padre tuvo fuerza en marcarme. En el primer mano a mano de Silvio y Aute yo estaba presente. Mi sueño era poder hacer esas canciones, que me hacían sentirme menos solo y pensar que otro mundo era posible.
Como yo otra gente le fue encontrando sentido y con la guitarra en las manos se fueron sacando sus propias dudas de adentro.
Desde el punto de vista comercial —por más que nos caiga mal esa palabra— ¿cómo te inscribes en el mundo de los discos, teniendo en cuenta que estás en contracorriente?
Antes de grabar mi primer disco, por algo más de dos años estuve solo interpretando. En esos momentos comienzan a surgir autores, como Pedro Guerra y Javier Álvarez y las compañías de disco empiezan a poner en sus puntos de mira a los jóvenes «catantuores». Yo llevaba mucho tiempo, con un público fiel en esos cafés, y de repente un productor me propone grabar un disco. Al disco llega mucha gente y luego da la suerte que a la compañía le es rentable. La sorpresa para todo el mundo —incluyéndome a mí—fue la existencia de un público que demandaba mis canciones, incluso personas más joven que yo, en una época en que demasiada gente dice que las ideologías han muerto, que la historia ha terminado y que no tiene mucho sentido seguir con ese tipo de música que va más allá. Tal ha sido la sorpresa para la compañía que me da la impresión de que no saben trabajar con estas músicas nuestras, sin embargo, es una realidad artística ante la cual no pueden quedar indiferentes porque la demanda creciente, les indica que es una fuente de mercado, aunque desde luego no invierten tanto en nosotros, como con otro tipo de cantantes.
¿Cómo ha sido el contacto con creadores cubanos de tu misma generación?
Yo conozco a Gerardo Alfonso —lo conocí en Santiago de Chile, en un concierto de homenaje al Che— y tengo buenas relaciones con él. A Santiago Feliú lo conocí en España. Con Frank Delgado he compartido escenarios en Madrid —en el Libertad precisamente conocí a Polito Ibáñez. Poco a poco te vas enterando de que existe una continuidad y que las gentes más joven no tenía. Y también voy encontrándome con Vanito o Kelvis Ochoa.
¿Además del calor del tocadiscos de tu padre, cuál ha sido la razón fundamental de que te consagres lanzar tus canciones hacia los cuatros puntos cardinales?
Yo creo que el «cuadro clínico» de todos los que nos subimos a un escenario es un terrible miedo patológico a la soledad. Es una evidencia de que en mi vida cotidiana no sé hacer nada solo. No voy solo ni al cine. Cuando estoy solo en casa, ni siquiera hago comida. Y creo que es como una huida, la forma de buscar gentes que compartan conmigo mis dudas, inquietudes, y miedos.
El valor que tiene la música —quizás el arte en general— es ser un acto de solidaridad casi por definición, sabiendo de quienes han tenido tus propias vivencias. Y eso va incluso con esas canciones más «perras» que uno oye cuando está jodido. Antonio Machado decía que se canta lo que se pierde.
Yo creo que canto para recuperar lo perdido, incluso el tiempo y la memoria. Está en todo mi trabajo el rescate de la memoria histórica —la personal también— para recuperar las batallas perdidas, y los amores perdidos también, claro.
Mis canciones a veces son como instantáneas que tratan de combatir ese miedo que me produce la fugacidad de las cosas.
Es la posibilidad de ser capaz de lograr una canción a un barquito de papel —que todos hemos hecho en algún momento—, esa cotidianidad que nos hace ver que al final hay muchas más cosas que nos une con los demás.
Pude ser que también lograra componer para atreverme a decirle cosas a una mujer porque pensaba que sonaban menos cursis si las decía cantadas, aunque probablemente esas primeras canciones mías fueran tan cursis cantadas como escritas o recitadas.
Antes de salir a la noche habanera, otro amigo le brindó su guitarra y nos cantó con el gusto de los que comienzan o con la disposición a complacer de los amigos de verdad.
Discografía Atrapados en azul (1997) La memoria de los peces (1998) Los paraísos desiertos (2001) La traición de Wendy (2002) Principio de incertidumbre (2003)