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Libros sí, Alpargatas también

16 de mayo de 2003

El público lector pide que uno hable y eso crea una obligación ineludible, considera
Saramago no concibe ir por la vida ''con aires de superioridad''

Cesar Güemes
La Jornada

Un día dejó de ser invisible. Pasó de la vida civil al reconocimiento público, al Premio Nobel de Literatura, a las ventas masivas de sus libros, a las multitudes que lo siguen, arropan y envuelven casi donde quiera que esté. Pese al renombre que en su caso linda con la celebridad, José Saramago conserva el suave tono de voz de siempre. Habla un castellano puntual, acompañado siempre por los gestos de la mano izquierda, cuyo índice reposa en el mentón, transcurre por la barbilla y va señalando una serie de puntos en el espacio según se tercie para decir, por ejemplo:
-La buena fama no pesa. Me imagino que la mala sí, y mucho. Todo esto que vemos tiene que ver con el hecho de que hago mi trabajo. Cualquiera puede decirme que mi labor es escribir nada más, y en parte es cierto. Hubo un tiempo en que los escritores, digamos Voltaire, no daban conferencias de prensa ni entrevistas, pero las costumbres han cambiado. El escritor se ha convertido en una figura pública no sólo por el hecho de que su trabajo se destina a la mayor cantidad posible de personas, sino también porque el mundo interpela, convoca e inclusive desafía. Así que no puedo limitarme a la escritura y no porque se posea una palabra especial o más importante, sino porque el público lector pide que uno hable y eso crea una obligación moral que es imprescindible cumplir.
Afecto por sus lectores
Saramago, autor de obras incluidas ya necesariamente en la bibliografía del lector contemporáneo, está en México para acompañar la salida de su nueva novela, El hombre duplicado, que aparece bajo el sello de Alfaguara, editorial que ofrece al lector otros 15 títulos del prosista portugués.
-No siempre fue usted tan asediado, don José.
El tono bajo y la sonrisa suave para responder:
-No. Recuerdo el tiempo en que era invisible. Pasaba por la calle sin que nadie se diera cuenta. A veces siento un poco haber perdido esa invisibilidad, por el cansancio de las actividades. Pero en el fondo lo que las personas alrededor me expresan es amor por las palabras que aparecen en mis libros. No puedo ahora comportarme como un desagradecido e ir por la vida con aires de superioridad. Lo que pasa es que hay una relación de afecto entre los lectores y mi persona que se vincula con la obra, pero también tiene cierta correspondencia con la persona. Pesa un poco, pues sí, pero las compensaciones son muchas.
Las actividades a las que se refiere José Saramago, al menos las inmediatas, incluyen la recepción el próximo viernes por la mañana del doctorado honoris causa de la Universidad Autónoma del Estado de México; por la noche, las presentación de su nuevo libro en el anfiteatro Simón Bolívar del antiguo Colegio de San Ildefonso, situado en Justo Sierra 16, Centro Histórico, y finalmente el sábado, poco antes de partir, la firma de libros desde las 12 horas en la librería del Fondo de Cultura Económica ubicada en Miguel Angel de Quevedo 115, Chimalistac.
El secreto de la organización
-Los viajes, las entrevistas, el encuentro con sus lectores, las conferencias y los reconocimientos de universidades casi no le dejarán tiempo para escribir.
-Tengo la suerte, que no es la de todos los escritores, de que las 24 horas de cada día me pertenecen. Hay muchos escritores que deben trabajar en otra actividad y disponen de muy poco tiempo para la escritura. He llegado a la conclusión de que lo mejor es, si uno quiere entregarse a un libro, organizarse para dejar viajes, conferencias o presentaciones en una fecha específica y no hacer nada sino escribir. De modo que después de recibir el Nobel, en 1998, reservo varios meses al año para hacer lo mío, en este caso publicar dos libros y sentirme a punto de iniciar uno más. Así que el secreto está en la organización, porque no soy lo que se dice un adicto al trabajo.
-¿Diría que se refugia en Lanzarote para hacer novelas?
De nuevo el índice reflexivo que va del rostro a dibujar una figura en el espacio. Saramago bebe un trago del café exprés que solicitó:
-No necesariamente. Nosotros vivimos ahí desde hace 10 años y para entonces ya había escrito varios libros. Vamos, si uno tiene que escribir, lo hace en cualquier sitio. Claro, Lanzarote puede verse como un refugio porque está más o menos alejado de las grandes ciudades, pero en la época del correo electrónico y las comunicaciones vía satélite, la posibilidad de que el mundo invada la vida personal de uno está justo en la puerta de la casa. El caso es que incluso en las condiciones más adversas si uno trae algo dentro para decir lo dirá, encontrará formas de aislarse aunque esté rodeado de personas, ruido o lo que sea. Mi mejor deseo para los escritores no es que se vengan a vivir a Lanzarote, porque sería un exceso, pero sí que cada uno encuentre su propio Lanzarote.
¿Qué somos nosotros?
-En este Lanzarote interior que hay en usted, ¿qué papel juega su esposa y traductora al castellano, Pilar del Río?
-Además de todo lo que se puede imaginar de una pareja que se quiere y comprende, Pilar tiene una capacidad organizativa y una energía inusitada. Organiza mi espacio, mi tiempo, y me apoya en la creación de un ambiente propicio para la creación.
-El hombre duplicado es una novela cuyo tema central es la identidad. ¿En qué momento empezó a ser usted el José Saramago que buscaba?
-Si uno se plantea ser determinada persona ya eso significa que uno sabe qué persona quiere ser, algo que siempre es difícil. Es diferente pensar en ser médico o ingeniero, hablamos de la identidad más personal. No estoy tan seguro de que un día nos demos cuenta de este hecho, porque de un modo u otro nos vamos identificando con cierta percepción que tenemos de nosotros mismos.
''La identidad se relaciona con lo que llamamos el 'yo', pero va más allá, porque el problema no es quién es uno, sino qué es, cuál es la esencia. En ese dilema se encuentra el protagonista de El hombre duplicado, Tertuliano Máximo Afonso, porque hay otro que murió con su propio nombre, con su identidad documental. Pero tampoco puede ser el otro Alfonso. El está entre un no ser y un no poder ser. Quise plantear todavía la posibilidad de que aparezca un tercer Tertuliano Máximo y que éste mate a uno de ellos para acabar con el juego de duplicaciones.
''En fin, que hice lo necesario para plantear la pregunta fatal: ¿qué somos nosotros? Y para ello no hay respuesta. Por lo menos yo no la tengo.''
-¿Acepta que El hombre duplicado bien pudo ser un ensayo?
Da el último trago a su café exprés y responde:
-Lo acepto. Soy novelista, porque no hago ensayos, aunque de algún modo los vaya deslizando entre mis personajes.