VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Libros sí, Alpargatas también

28 de julio del 2003

Analista de la alienación actual
El entierro de Marcuse

Lisandro Otero
Organización Editorial Mexicana
Hace una semana se efectuó en Berlín el entierro de Herbert Marcuse, el célebre filósofo alemán. El funeral se efectuó veintidós años después de su fallecimiento pues el pensador murió en Alemana, de un infarto a los 81 años de edad, en 1979. Su viuda decidió calcinarlo pero no lo hizo en Alemania pues dijo que allí ya habían sido incinerados suficientes judíos. Fue en Austria que cremaron sus restos y ella los llevó a una funeraria de Connecticut. La viuda falleció en 1988 y la urna con las cenizas permaneció todo este tiempo, en un anaquel, esperando que alguien se acordara de ella.

En 2001 el nieto, Harold, encontró en su correo un mensaje de un profesor belga que deseaba saber dónde se había enterrado a su abuelo. La investigación le permitió conocer el destino de la urna. Ofreció inhumarlo definitivamente en tierra alemana y fue aceptado. Se le destinó el cementerio de Dorotheenstädtischen Fried-hof en Berlín. Conozco ese camposanto pues visité alguna vez la tumba de Bertolt Brecht, quien se encuentra allí, en compañía de Helen Weigel y de Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Es una necrópolis distinguida, sin boatos monumentales ni derroches marmóreos, sino un espacio recatado de garbosos cipreses y noble pasto.

Marcuse alcanzó el pináculo de su fama en 1968 cuando las revueltas estudiantiles en Francia y Alemania le señalaron como mentor. Aquél fue un año turbulento durante el cual perecieron asesinados Robert Kennedy y Martin Luther King, la Unión Soviética invadió Checoslovaquia, en México se perpetró la masacre de Tlatelolco y los norvietnamitas lanzaron la ofensiva del Tet contra los invasores norteamericanos que marcó el inicio de su derrota. Nuevos líderes estudiantiles como Daniel Cohn Bendit en Francia y Rudi Dutschke en Alemania alzaron la voz de una nueva generación que venía decidida a cambiar la vida, a derribar las viejas estructuras sociales y germinar un orden más justo.

Marcuse había venido predicando que la respuesta digna que podía dar el individuo ante la sociedad de masas era la negación. Había sido marxista y emigró a Estados Unidos cuando el nazismo se apoderó de Alemania. Alumno de Heidegger y Husserl, compañero de Adorno y Horkheimer, miembro de la escuela de Francfort, sostenía que los productos materiales de la alta tecnología se habían convertido en el basamento del conformismo y la docilidad. Estados Unidos era un país unidimensional, en su criterio, donde habían desaparecido todas las opciones alternativas de pensamiento o conducta. La sofocante sociedad creada necesitaba un gran rechazo; el hombre rebelde sartreano era el arquetipo de actuación que proponía. Los jóvenes de todo el mundo leyeron ávidamente sus libros: El hombre unidimensional, Eros y civilización y Contrarrevolución y rebelión. En las universidades las ideas de Marcuse eran el combustible que alimentaba la insurgencia civil.

La escuela de Francfort había resucitado el concepto de alienación ideado por Hegel y desarrollado por Marx. El ser humano no podía satisfacer sus necesidades mediante el trabajo porque el modo capitalista de producción lo impedía. Se vivía en un medio autoritario y represivo que conquistaba la complacencia de las masas con un ficticio bienestar material.

Al llegar a Estados Unidos Marcuse asumió una cátedra en la Universidad de Columbia y al comenzar la guerra ofreció sus servicios al ejército norteamericano y trabajó en el servicio de inteligencia, en la sección centroeuropea. Al terminar el conflicto mundial en 1945 ingresó en el cuerpo docente de la Universidad de Harvard. Más tarde enseñó en Brandeis y en la Universidad de California donde, como profesor emérito, permaneció hasta su muerte.

Marcuse contribuyó a una intensa reflexión que se difundió en todo el orbe universitario y prendió en las masas, en la inquieta década de los sesenta. El episodio de sus funerales pospuestos ha vuelto a traerle a la actualidad mundial en un período en que su voz habría sido necesaria para denunciar el presente hegemonismo de la ultraderecha norteamericana.