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Libros sí, Alpargatas también

4 de julio del 2003

Entrevista con George Orwell en el centenario de su nacimiento
"Estoy con la clase obrera"

elperiodico.com

El miércoles 2 de junio se cumplieron 100 años del nacimiento de George Orwell. Una entrevista ficticia a partir de sus textos y un repaso de los escenarios españoles por los que estuvo durante la guerra civil le rinden homenaje.

D
emacrado, enfermo, andrajoso y distante. Éste es el aspecto de George Orwell. Su visión impacta y atrae al sexo femenino (lo certifican las numerosas aventuras que se le atribuyen), y a ello no es ajena su estatura (casi 1,90 metros) y delgadez. Las escuelas británicas han imitado su estilo hasta la saciedad: chaqueta gastada de mezclilla con parches de cuero en los codos, camisa oscura, corbata áspera y pantalones holgados de paño. Pero pese a su imagen obrera, Orwell conserva el acento aristócrata de la elitista escuela de Eton. El estrecho y recio bigote que le deja una franja desnuda bajo la nariz es lo único que conserva de sus años en la India, cuando sólo buscaba aventuras y aún usaba su nombre real, Eric Arthur Blair.

Luego, con el seudónimo de George Orwell, se convirtió en el escritor político más influyente del siglo XX.

--Un recuerdo de sus días de infancia...

--Los sufrimientos que padecí por la idea que imperaba entonces de que eras imbécil si no sabías leer antes de los 6 años. Eso me ocurrió a mí, aunque más tarde me convirtiera en un gran lector. Las monjas fueron las primeras, entre muchos profesores, que me humillaron durante mis días de colegio y me hicieron sentir que no valía nada.

--Sus padres le llevaron a estudiar al elitista colegio de Eton, y estaba destinado a ser un hombre de éxito, ¿no?

--Mis padres hicieron todo lo posible para convertirme en un pequeño y odioso esnob, pero no lo consiguieron. Después de cinco años en Eton renuncié a la universidad: no quería convertirme en una de esas jóvenes bestias adineradas que se deslizan con tanta elegancia de Eton a Cambridge y de Cambridge a las revistas literarias. Yo quería lograrlo esforzándome por una vía propia, aunque tortuosa.

--Resulta extraño imaginar a un idealista como usted convertido en policía imperial británico en Birmania.

--Con 20 años aún admiraba el Imperio británico. Pero con el tiempo me di cuenta de que el imperialismo era funesto y de que cuanto antes renunciara a mi trabajo y saliera de allí, mejor.

--¿Cómo llegó a esa conclusión?

--Siendo policía uno ve de cerca el trabajo sucio del Imperio: los desgraciados prisioneros hacinados en las jaulas malolientes de las cárceles, los rostros grises e intimidados de los sentenciados a mucho tiempo en prisión, las nalgas llagadas de los hombres azotados con ramas de bambú. Todo eso me oprimía con una intolerable sensación de culpa.

--¿Quiso expiar esa experiencia viviendo en la indigencia en París y Londres?

--Quería hundirme para estar de verdad entre los oprimidos. Sabía que, cuando me hubieran aceptado, habría tocado fondo y, según sentía, aunque era irracional, sí, habría expiado parte de mi culpa. Deseaba destruir el sentimiento de clase social que me acechaba. Y quería escribir de ello.

--Por entonces poco había escrito.

--Cierto. Pero ya tenía claro que quería escribir. Desde los 5 o 6 años sabía que de mayor sería escritor. Con 16 quería escribir enormes novelas naturalistas con finales desgraciados, llenas de descripciones y símiles impresionantes.

--Pero se fue por otros derroteros y el naturalismo acabó en propaganda.

--En una época tranquila sí habría escrito libros descriptivos y de adorno, y apenas me habría dado cuenta de mis lealtades políticas. Pero tal como han ido las cosas, me he visto forzado a convertirme en propagandista. Mis experiencias como policía y vagabundo aumentaron mi odio natural a la autoridad y me hicieron consciente de la existencia de la clase trabajadora. Pero estas experiencias no fueron suficientes para concretar mi orientación política en 1935. La guerra civil española desequilibró la balanza y supe entonces dónde estaba.

--Ni con los imperialistas, ni con los fascistas, ni con los estalinistas...

--No, estoy al lado de la clase obrera, cuya lucha es como una planta que crece. La planta es ciega y sin seso, pero sabe lo suficiente para estirarse sin parar y subir hacia la luz, y no cejará en ello por muchos obstáculos que encuentre.

--Henry Miller le llamó idiota por venir a luchar contra el fascismo en España.

--Efectivamente, se limitó a decirme que ir a España en aquel momento era propio de idiotas. Él podía entender que alguien marchara allí por motivos egoístas, por curiosidad, pero mezclarse en esas cosas por un sentido de la obligación, tal y como yo lo sentía, por querer parar el fascismo, para él constituía una auténtica estupidez. No obstante, Miller me deseó buena suerte y me dio una chaqueta de cuero que me resultó muy útil en el frente de Aragón.

--De ahí nació Homenaje a Cataluña.

--Sí, el mejor libro que he escrito. El medio año que pasé en España fue la experiencia más importante de mi vida. Cada línea de trabajo serio desde entonces ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático, cuyo verdadero objetivo es la fraternidad humana.

--Algún crítico le ha acusado de arruinar un libro por culpa de la política.

--Ningún libro se halla libre de intencionalidad política. La opinión de que el arte no tiene nada que ver con la política es en sí misma una actitud política. Me parece una inconciencia, en una época como la nuestra, pensar que uno puede evitar escribir sobre política. Escribo, entre otras razones, porque busco una intencionalidad política, un deseo de empujar el mundo en cierta dirección, de alterar las ideas de otras gentes sobre el tipo de sociedad que deberían perseguir.

--¿Por qué otras razones escribe?

--Por puro egoísmo, por desear que se hable de mí, para ser recordado después de muerto, para resarcirme de los adultos que me despreciaban en mi infancia... También escribo para buscar el entusiasmo estético, el placer en el impacto de un sonido u otro, en la firmeza de una buena prosa o en el ritmo de una buena historia. Por último, busco el impulso histórico, el deseo de ver las cosas como son, de indagar en hechos reales y de almacenarlos para la posteridad.

--¿Y qué razón pesa más en usted?

--Por naturaleza soy una persona en la que estos últimos motivos pesan sobre la intencionalidad política. No puedo afirmar cuál de ellos es el más fuerte, pero sí creo que, inevitablemente, donde me faltó intencionalidad política escribí libros sin vida, me traicioné en pasajes púrpura, en frases sin sentido, en adjetivos decorativos y en tonterías.

--Aparte de política, hace literatura.

--Lo que me incita a escribir es alguna mentira que exponer, algún hecho sobre el que llamar la atención, y mi preocupación inicial es lograr receptores. Pero no podría escribir si no fuera, también, una experiencia estética. Mientras esté vivo y me sienta bien, seguiré apasionado por el estilo de la prosa, amando la tierra y gozando con los objetos sólidos y los materiales de información.