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Libros sí, Alpargatas también

Nuevo Cine Argentino: Contra viento y marea

Carlos Prieto y Pato Llavona
Ladinamo

Ni la crisis, ni el saqueo al que se ha visto sometido el país han frenado la impresionante cosecha de premios recolectados por el cine argentino en los últimos tiempos. De su capacidad para afrontar de una manera original los problemas actuales del país dan fe las cinco películas que recomendamos en este artículo. Además, LDNM ha hablado con Pablo Trapero, autor de películas como El bonaerense y Mundo Grúa, y uno de los cineastas de mayor talento surgidos en el cine latinoamericano en los últimos años.

Pablo Trapero se haya inmerso otra vez en el tortuoso proceso de posproducción de una nueva película, Familia rodante. Con todo, el director argentino no suena especialmente ansioso al otro lado del teléfono. Quizás porque, como el mismo asegura, "uno está entrenado para lo imprevisible en este país, nunca se sabe qué va a pasar y siempre hay que tener soluciones para seguir adelante".

¿Cuál es tu opinión sobre el momento que atraviesa el cine argentino?
Es innegable que es un buen momento. Ante un fenómeno así es inevitable que se generen dos impresiones distintas. Por un lado, la alegría de ver que está ocurriendo lo que uno deseaba que ocurriera. Por otro, la sensación de expectación por ver cómo termina de establecerse todo esto, porque lo cierto es que sigue tratándose de algo nuevo, más claro y consolidado que hace dos o tres años, pero aún en formación. Ahora bien, el cine argentino tiene una tradición histórica muy fuerte. Ese título de Nuevo Cine Argentino hace honor a una historia del cine argentino que, para mí y para la mayoría de autores de la nueva generación, es fundamental. Uno aprende de esa experiencia previa. No se trata de una generación espontánea.

¿Qué relación hay entre la crisis económica que asola el país y el reciente boom del cine?
Obviamente no tiene nada de casual, ambos fenómenos están relacionados. Es otra contradicción más de vivir en Argentina el que algo tan "suntuoso" como pueda ser una película sea tan necesario para tanta gente actualmente. Hay más de 12.000 o 13.000 estudiantes de cine y ya perdí la cuenta del número de escuelas de cine que se fueron abriendo en los últimos años. Y el público, poco a poco, va respaldando películas que antiguamente estaban relegadas a circuitos más restringidos. Como digo, no creo que sea por casualidad, creo que hay una necesidad de debatir, de discutir sobre todo lo que está pasando. Pero esta discusión no es parte del enunciado de las películas. No son películas que deliberadamente se propongan discutir sobre ciertas cuestiones sino que estos temas forman parte de su espíritu, de los personajes, de la historia...

¿Crees que el tipo de personajes que aparecen, por ejemplo, en Mundo Grúa, irían al cine a ver una película como la tuya si existieran en la vida real?
Bueno, el cine no es barato en Argentina. De todos modos, en ocasiones, se dan casos particulares: El bonaerense tuvo muy buena respuesta de público en la provincia de Buenos Aires y fue una sorpresa para mí y para los distribuidores descubrir que tenía buena aceptación entre la gente de zonas marginales. Pero fue un caso particular que no siempre sucede. Desde luego, cualquier persona que puede adquirir una entrada de cine en Argentina está de alguna forma definiéndose, enmarcándose en una clase social. Hay mucha gente en este país que en su vida vio una película. O que nunca tuvo trabajo. La contradicción es muy fuerte en ese sentido.

¿Cómo te documentas para realizar tus películas? ¿Qué tipo de contacto tienes con los ambientes que se reflejan en ellas?
El origen de Mundo Grúa es bastante casual. La idea de contar la historia de un obrero, de una persona que desea manejar una grúa, surge del siguiente modo: yo vivía en un departamento y desde la ventana de mi habitación veía una grúa permanentemente. Me preguntaba cómo podía ser la vida de la persona que trabajaba allí arriba y pensaba en el simbolismo que representa el rol del operador de una grúa en una obra en construcción y en una ciudad en general. En Argentina se pasaba por un momento crítico tremendo (finales de los noventa) pero se intentaba dar una imagen de país en construcción, en progreso, cuando estaba claro que esto no era así... se trataba de una especie de parodia o comedia. Así nació la idea. Luego, una vez que te introduces en el proyecto, empiezas a investigar un poco más para entender el mundo en el que te vas a meter. Por un lado, tengo el mismo enfoque que tiene cualquiera que se acerca a algo que no conoce directamente pero, por otro lado, se trata de situaciones o de anécdotas que me resultaban cercanas, que había visto o vivido por criarme en San Justo, provincia de Buenos Aires. Ambas películas tienen que ver con lugares donde yo me crié.

El tema del aprendizaje, sobre el que se articulan tus dos primeras películas, ¿te interesa especialmente o se trata más bien de un recurso narrativo? Te pregunto esto porque me da la sensación de que esa manera de contar las cosas –el día a día del aprendizaje, sin subrayar nada en particular– te permite retratar cierta realidad social sin caer en las trampas en las que se suele caer cuando se pretende hacer crítica social (como, por ejemplo, que el director hable por la boca de los personajes o que peque de discursivo). ¿Estás de acuerdo?
Es una cuestión que me preocupa bastante. No me gusta que las ideas del director estén por encima de los personajes. A mí, como espectador, no me gusta sentirme así, me gusta que la película me deje espacio para decidir qué quiero pensar o sentir mientras la veo o una vez que termina. Me interesa evitar esa posición dogmática sobre los personajes o sobre la historia. Pero lo del aprendizaje no es necesariamente un truco para sortear ese obstáculo. Me interesa mucho el mundo del trabajo, la ceremonia cotidiana que supone cualquier trabajo. En cualquier lugar podemos saber a qué se dedica una persona fijándonos en su manera de hablar, en sus gestos, en su ropa. Esta es la consecuencia del trabajo, en el que uno gasta la mitad de su vida o más. Incluso la falta de trabajo, como en Mundo Grúa, nos identifica: el Rulo es un tipo especial, que atraviesa un periodo especial y que, evidentemente, no es la misma persona cuando tiene trabajo que cuando lo busca. El mundo del trabajo en general, de cualquier tipo, no necesariamente proletario, es un buen lugar para buscar historias. En cuanto a El bonaerense, hubiera sido otra película si en vez de tratar sobre Zapa, que acaba de entrar en la policía, hubiera sido sobre uno que está en el cuerpo desde hace veinte años. Lo que me interesaba era la transformación. En Mundo Grúa vemos un proceso similar al del Zapa pero treinta años después: se trata de una persona que a los cincuenta tiene que empezar como si fuera un aprendiz de veinte.

Respecto al protagonista de El bonaerense, parece que, sin comerlo ni beberlo, se ve primero abocado a hacerse policía y luego a caer en una espiral de corrupción. ¿Se trata de un hombre superado por las circunstancias o no tiene nada de inocente? ¿Se podría entender su actitud como una metáfora de la tesitura en la que se ven envueltos diariamente muchos argentinos en un entorno de desprotección social?
La película es un poco un debate sobre eso mismo: ¿dónde pierde uno la inocencia y cuando es responsable de las decisiones que toma? Creo que este nivel de corrupción se da en muchos otros aspectos de la vida, en muchos otros tipos de trabajo. Por ejemplo: si tu jefe te "obliga" a tomar una decisión con la que no estás de acuerdo te estás corrompiendo de algún modo. Este tipo de situaciones se producen muy a menudo y van desde una mera cuestión de trabajo hasta otro tipo de situaciones más densas y fuertes, con implicaciones políticas y económicas. En Argentina esto pasa continuamente y creo que, desgraciadamente, también sucede en otros lugares y más frecuentemente de lo que imaginaba, por lo que pude ver cuando estuve promocionando El bonaerense. Por momentos, el límite de la moralidad, el lugar donde cada persona decide dar el paso o no, se vuelve cada vez más difuso. Obviamente en El bonaerense ese límite está claro y es fácil que el espectador descubra cuándo está dando ese paso el personaje. Precisamente la idea es que la película no sea solamente un análisis sobre el Zapa como policía que se corrompe sino que uno pueda intentar reflexionar a través de ella sobre las pequeñas decisiones que tomamos todos los días, allá donde esta moralidad se pone en juego.

Durante el rodaje de El bonaerense os enfrentasteis a graves problemas de producción debido al "corralito". Ahora, como productor, ¿que opinión te merecen los problemas de exhibición del cine independiente en tu país por la competencia del cine estadounidense?
Como ya sabrás por las noticias que te llegarían, en la época del corralito vivir en este país era muy difícil. Si a eso le sumas la producción de una película... pues te puedes imaginar. Tanto que cuando me toca explicar lo que pasó muchas veces no sé ni cómo hacerlo. Era muy, muy, muy, complicado. Producir una película en cualquier lugar es difícil y genera todo tipo de situaciones absurdas pero en este caso el absurdo era inimaginable. Pero la película se hizo a pesar de todo. Sobrevivimos al corralito, también en la vida cotidiana. No sabemos en qué va a terminar todo esto... pero bueno, en eso estamos. Por otra parte, lo de la exhibición es un problema que dista mucho de poder solucionarse a corto plazo. Pese a todo, en los últimos años el cine argentino ha recuperado cierto espacio en las salas. Desde hace algún tiempo se estrenan tres documentales argentinos a la semana, cuando todos sabemos que ningún distribuidor o exhibidor estrena una película para perder dinero. Bueno, puede haber cuestiones ideológicas en juego pero en algún momento las cuentas te tienen que cuadrar. Con todo, la situación es muy difícil, las reglas del juego no son iguales para todos y es muy complicado competir contra el cine estadounidense. No obstante, se trata de un espacio y un público que lentamente hay que tratar de ir ganando. Esperemos que con el tiempo, y con una política cultural adecuada, la cosa se resuelva.


Cinco películas recomendables

Pizza, Birra, Fasso (Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, 1997)
Para algunos el acta fundacional del Nuevo Cine Argentino. Caetano y Stagnaro nos cuentan la historia de un grupo de jóvenes que viven en los rincones de la marginalidad, en pleno corazón de Buenos Aires. Conviven en una casa tomada (ocupada), sufren las penurias del desempleo y roban para subsistir. Los diálogos, en un argot muy cerrado, son tan realistas como su final, que bien podría ocupar una página de sucesos en los periódicos de esa gran capital.

Mundo Grúa (Pablo Trapero, 1999)
Rulo, un hombre divorciado, cincuentón y a la caza de empleo, es recomendado para un puesto de gruista en una obra. A su vez, debe cuidar del pasota de su hijo, que se dedica a holgazanear y al rock’n’roll. Zarandeado por la crisis, Rulo acabará trabajando a mil kilómetros de su casa de Buenos Aires. Muy buena. Un gran ejemplo de lo mucho que pueden dar de sí cuatro duros

La ciénaga (Lucrecia Martel, 2000)
Uno de los debuts más impactantes de la historia reciente del cine latinoamericano. En una finca del noroeste argentino vive Mecha, una madre alcoholizada, y su numerosa familia. La película es una disección de las relaciones familiares aunque, si escarbamos, encontramos muchas otras cosas: como ya se ha dicho, en La ciénaga, como en todo terreno pantanoso, no se deja ver lo que se esconde bajo la superficie. Peliculón.

Bolivia (Adrián Caetano, 2001)
Racismo hacia el inmigrante, precariedad laboral y represión policial son algunas de las duras realidades que nos muestra Adrián Caetano en este filme que deja muy claro lo que quiere mostrar. Un inmigrante que llega a Buenos Aires en busca de un futuro mejor del que le podría deparar su país de origen se ve obligado a afrontar toda una serie de penurias que le ofrece una sociedad capitalista en vías de dolarización.

El bonaerense (Pablo Trapero, 2002)
Tras Mundo Grúa, Trapero dirige, escribe y produce otro paseo por la sociedad argentina a través de una historia "pequeña", la de un hombre de pueblo que se ve obligado a marcharse a la capital y allí, para asegurarse un salario, entra a formar parte de la policía local, la "Bonaerense", donde se ve envuelto en una espiral de corrupción. Según el autor, El bonaerense "propone un acercamiento profundo y cotidiano a la vida de una persona sin rumbo".