Eva Perón

A 51 años de su fallecimiento
Evita

Hugo Presman
Argenpress
El fin de siglo XX y el comienzo del XXI dibujan un escenario caracterizado por el predominio de las banderas del libre mercado, la globalización, el capitalismo salvaje y la entronización de un feroz individualismo, aunque se percibe una saludable reacción incipientemente organizada contra un modelo planetario irracional y profundamente injusto. En ese contexto, a cincuenta y un años de su muerte, el recuerdo de Evita adquiere proyección universal.

Eva Duarte de Perón provenía de la marginalidad extrema: hija extramatrimonial, mujer, provinciana y pobre, el futuro carecía de puertas en la sociedad argentina de la tercera década del siglo XX. Dejó atrás su Junín natal, buscando el ascenso y la popularidad en el radioteatro. Encontró en un naciente movimiento popular, el peronismo, el papel histórico que superaría largamente su interpretación de mujeres famosas que representaba en mediocres radioteatro. Con sólo veintiséis años, realizó una gigantesca obra, que a través de la Fundación que llevaba su nombre llegó a todo el país para suplir las carencias temporarias de un proceso de redistribución del ingreso y nacionalización de la economía. Fogosa, tenaz, su discursos de barricada identificaban con precisión al enemigo. Su odio de clase la identificaban con los sectores más plebeyos del peronismo. Tenía un techo señalado por la devoción incondicional a su esposo. Su obrerismo trocaba de signo si algún sindicato se oponía a Perón.

En una sociedad dividida visceralmente, tuvo apoyos incondicionales y animadversiones insuperables. Ningún cabecita negra, sus hijos y nietos olvidarán jamás las máquinas de coser, los colchones, las dentaduras, los zapatos, los juguetes, las casas, el trabajo, las campañas de salud pública, las colonias de vacaciones, los torneos infantiles, la protección, la defensa de los sectores postergados que quedaron asociados a su incesante batallar. Sus enemigos convocaron a los calificativos más peyorativos para denigrarla. A tantos años de distancia, en sus discursos emerge con nitidez su lucha inclaudicable en favor de sus 'grasitas, su intemperancia, sus adjetivos durísimos, la devoción a Perón, pronunciados ante multitudes que la vitoreaban. Evita, antes que el cáncer abatiera su fogosidad y vitalidad increíble convirtió en ley el voto femenino. No fue feminista, pero concretó la posibilidad que en el cuarto oscuro las mujeres accedieran a su condición de ciudadanas y al ejercicio de la política. No pudo llegar a la vicepresidencia por una relación de fuerzas desfavorables, pero su renunciamiento en la 9 de julio tiene el dramatismo y la belleza de las tragedias griegas, donde el coro es sustituido por una multitud enfervorizada exigiéndole que aceptara un cargo que la realidad le arrebataba. Antes de morir, consecuente hasta el final, compró armas para defender las conquistas conseguidas y las entregó a la CGT. Mientras en millones de hogares humildes se rezaba por su vida que languidecía, en una pared quedó estampado ' Viva el cáncer'.

Su muerte es la exteriorización de un dolor profundo y es también la burocratización imperativa de un sentimiento que se tradujo irracionalmente en el duelo obligatorio. Sólo tenía 33 años.

María Elena Walsh, en su hermoso poema Eva lo describió así:

Calle Florida. Túnel de flores podridas
Y el pobrerío se quedó sin madre
Llorando entre faroles con crespones
Llorando en cueros. Para siempre. Solos.

Su desaparición precipitó la pendiente de declive del peronismo, derrocado el 16 de septiembre de 1955 por la Revolución Fusiladora . El cadáver embalsamado de Evita, sometido a flagelaciones inconcebibles, realizó un largo y novelesco peregrinaje, hasta que fue devuelto a Perón en septiembre de 1971, como parte de la política de seducción emprendida por Alejandro Agustín Lanusse, el último presidente de facto de la dictadura autocalificada de 'Revolución Argentina'. A cincuenta y un años de su muerte, junto al justo reconocimiento, hay un intento del establishment de pasteurizarla, de matarla elegantemente en forma de homenaje, de momificar su vida con la misma pasión con que vejaron su cadáver. Pero los adversarios quedan delatados finalmente, con los pelos de gorila que asoman por doquier. Junto a ellos están aquellos presuntos seguidores que actuaron como si fueran sus herederos políticos y que han practicado las relaciones carnales y la sumisión extrema con los enemigos históricos, los que la traicionan diariamente y la meten de vez en cuando en las campañas electorales. Para ellos, Evita le reservaría su ira y su desprecio más profundo.

Más allá de su autoritarismo, de la arbitrariedad, y de la intolerancia de Evita, su recuerdo gana significación con el paso del tiempo. En el páramo del posmodernismo, su figura, expresión de ideales colectivos, se yergue asentada en sus méritos, al tiempo que los años diluyen sus aristas más conflictivas. Desde algún lugar de la historia el futuro avizorado por Evita es una utopía imprescindible, en un siglo XXI que nos encontró dominados y unidos a falacias sostenidas por muchos, pero fundamentalmente desde el partido que ayudó a consolidar. La Argentina actual le produciría un dolor mucho más intenso que el de su larga agonía. Sus obreros son marginales, sus descamisados son desocupados, los niños de ser 'los únicos privilegiados', pasaron a ser chicos en la calle, cartoneros, atravesados por el hambre y la desesperanza. Cien de ellos se mueren todos los días por causas evitables, como ofrenda criminal a un modelo que los considera un gasto, y a los viejos se los mata de inanición, extrayendo de sus magras jubilaciones fondos para pagar la deuda externa. Hubiera montado en una furia colosal al saber que durante décadas, los únicos privilegiados fueron los mercados y los acreedores, a los que se le ofreció la vida, el futuro y las esperanzas de los argentinos. Comprendería con estupor que los que bombardearon a un pueblo inerme el 16 de junio de 1955, los que profanaron su cadáver, los que fusilaron en los basurales de José León Suárez, los que arrasaron y asesinaron bajo las etiquetas de 'La Revolución Libertadora', 'La Revolución Argentina' o 'Proceso de Reorganización Nacional', los que vaciaron la democracia con promesas falsas y traiciones permanentes, son los que se adueñaron del país, y que cada tanto realizan una gigantesca fiesta con cargo a los descamisados.

Muchos hijos y nietos de aquellos obreros que llegaron a participar del 50% de la renta nacional, hoy cortan rutas y se han convertido en piqueteros. Han perdido todo, pero dan dura batalla para mantener la dignidad. Quedan muy pocas industrias con chimeneas a través de las cuales el humo asciende hacia el infinito. Hoy las densas humaredas surgen de los neumáticos quemados en rutas cortadas donde se juntan los excluidos para no perder definitivamente las esperanzas. Esas que despertaba Evita tratando de avanzar hacia un mañana repleto de futuro.

En palabras de María Elena Walsh:

Cuando hagamos escándalo y justicia
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas, como vos tuviste
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.

Agallas para defender a muerte
agallas para hacer de nuevo al mundo.

Tener agallas para gritar ˇbasta!
Aunque nos amordacen con cañones.

* Hugo Presman es periodista