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Género y transformación social, historias diferentes (Parte II)


Carolina Aguilar Ayerra*

Desarrollo desigual: lo publico y lo privado

Con el progreso del conocimiento, de los instrumentos de labor, junto con la naciente propiedad y el desarrollo del intercambio mercantil en sus formas primarias, se produce una primera división social del trabajo, fundada en la base económica.

El factor biológico no pudo determinar estos cambios ocurridos en la comunidad primitiva, ya que no ha variado en el transcurso de la existencia de la especie humana, sino que fue el modo de producción de los bienes materiales, lo que provocó estos cambios.

Como puede apreciarse, otro punto de partida para entender el concepto sobre los géneros reside precisamente en la consideración de que la condición que determina el desarrollo de la sociedad humana es el modo en que se producen los bienes materiales.

Con el surgimiento de la propiedad privada y la consecuente división de la sociedad en clases, la vida social se escindió en dos ámbitos claramente diferenciados: el ámbito público y el ámbito privado.

Estos tuvieron una evolución desigual: en el público se producían las grandes transformaciones históricas mientras que en el ámbito privado la familia se acomodaba dúctilmente a los intereses del primero.

Todos los cambios fundamentales en los campos de la economía, la política y la cultura tuvieron su centro en la esfera de acción dominada por los hombres. Se fue estructurando en la práctica la división sexual del trabajo, una verdadera especialización en las tareas realizadas por las mujeres y los hombres; el trabajo de ellos cristalizó en la producción de objetos y mercancías económicas visibles, mientras que el de las mujeres se individualizó progresivamente, quedando oculto en la esfera doméstica, invisible, no considerado trabajo al no tener valor de cambio, a pesar de que consume tanta energía física y mental.

Por tales razones, puede afirmarse que las mujeres y los hombres tienen historias diferentes porque ocuparon posiciones diferentes dentro de las sociedades clasistas. Federico Engels califica así esta etapa del desarrollo humano:

'El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas de la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción'.

Indirectamente, el trabajo doméstico realizado por las mujeres es el cimiento económico invisible de todas las formaciones sociales conocidas. Además de la reproducción, estrictamente biológica, la mujer fue y es aún, en la mayoría de los casos, la responsable de la reproducción de la fuerza de trabajo y de la reproducción social, al ser ellas casi exclusivamente quienes asumen la crianza, educación y formación de los hijos.

Los roles de ama de casa, madre y esposa asignados y asumidos en la familia, crean también en su interior una división del trabajo entre el hombre y la mujer que ha llegado hasta nuestros días; se desarrollaba durante milenios una poderosísima ideología que aún determina la imagen de la mujer y su papel en la vida social.

Desde la Antigüedad, como se conoce cada vez con mayor certeza, las mujeres fueron asignadas al espacio de lo privado. En la formación social esclavista, surgida de la descomposición de la comunidad primitiva, apuntamos que la mujer pasó a ser propiedad del hombre cabeza de familia. Sin embargo, en la civilización egipcia, cercana a la sociedad pastoril, las mujeres gozaban de mucha libertad, sobre todo las de la familia real y de las clases acomodadas.

Herodoto, el gran historiador griego, explica en sus Historias , que las costumbres de los egipcios eran únicas entre todos los pueblos antiguos: 'en Egipto son las mujeres las que ejercen el comercio y van al mercado, mientras los hombres se quedan en casa tejiendo'.

La egipcia tenía, hace más de cinco mil años, derechos que la equiparaban con el hombre. Los hijos llevaban el apellido materno, las costumbres les permitían salir de la casa libremente, poseer bienes propios, administrarlos y heredarlos. Aquellas que integraban la familia real podían reinar y no son pocos los nombres de valerosas reinas como Hatchepsut, la guerrera que gobernó por más de 20 años, Nefertiti y la famosa Cleopatra, entre otras. Las mujeres del pueblo compartían con los hombres todas las tareas; sin embargo había una enorme distancia social entre ellas y las de la nobleza.

En la Grecia antigua y en Roma, el padre, figura principal en la familia patriarcal, ejercía la autoridad suprema sobre la mujer, los hijos y los esclavos.

Durante la Edad Media, los espacios público y privado estaban confundidos dentro del ámbito del feudo y dentro del ámbito doméstico: la mujer ejercía simultáneamente roles domésticos y productivos, ya que el feudo constituía una sociedad sociopolítica y productiva cerrada y en la familia, además de procesar los alimentos, se confeccionaban ropa, muebles, y todos los enseres necesarios para la vida.

Los campesinos y los artesanos del medioevo, ayudados por sus familiares, comenzaron a producir mercancías que luego vendían. Se perfeccionaron los instrumentos de labor y se desarrolló el comercio, a pesar de los grandes impuestos que los señores feudales establecían para permitir el traslado de mercancía de uno a otro feudo.

Durante la etapa feudal se desarrollaron grandes ciudades en Europa y se inventaron la máquina de vapor, el torno de hilar, el telar de cintas, la brújula, la imprenta, y muchos otros descubrimientos y avances.

Las mujeres adquirieron muchas destrezas, sobre todo en el hilado de lanas y otras fibras, las confecciones, el tejido manual, y la producción artesanal de bienes para el consumo. Día a día las distintas regiones fueron especializándose en determinado tipo de mercancías para la venta, lo cual intensificó el comercio, dando lugar a la formación del mercado nacional.

En el feudalismo la situación de la mujer no fue mejor que en la sociedad esclavista. Aparte de ser considerada propiedad del hombre pasó también a ser propiedad del señor feudal. Como todos los siervos, estaban obligadas a darle parte de su trabajo al señor feudal. Las leyes reconocían el 'derecho de la primera noche'. Por la misma se obligaba a las mujeres de los siervos de la gleba a pasar la noche de la boda con el dueño del feudo (derecho de pernada), a menos que este renunciara mediante el pago de un elevado impuesto. Las de las clases ricas no podían ocupar cargos políticos y el matrimonio se realizaba por conveniencia.

Entre los siervos y los libertos, campesinos y artesanos, la división del trabajo reafirmó los roles de las mujeres en el espacio de lo privado, pero favoreció el desarrollo de capacidades para producir bienes, ya que la familia del medioevo fue realmente una unidad de producción. Esto tendría una repercusión posterior en la naciente etapa del desarrollo de los talleres artesanales y la manufactura, los primeros rasgos del capitalismo surgidos del régimen feudal.

Uno de los hitos que debemos resaltar en los orígenes del capitalismo, por su directa incidencia en la historia de las mujeres, es la Revolución Industrial, entendida como los cambios que se produjeron en la sociedad cuando el trabajo manual empezó a sustituirse por el de las máquinas.

Desde luego, esta revolución tecnológica fue el resultado de las condiciones materiales creadas en Inglaterra, en el siglo XVIII, cuando se produjo un acelerado desarrollo de la agricultura y la ganadería, y la energía de vapor comenzó a utilizarse en las máquinas industriales y en el transporte marítimo y terrestre.

La industrialización trajo nuevas fuentes de riqueza, pero también graves problemas sociales que han permanecido hasta los tiempos actuales. El capitalismo vació a las familias de funciones económicas y políticas. Las máquinas sacaron a los artesanos/as de su hogar o taller íntimo y familiar. A causa de la escasez de hombres en algunos sitios donde se instalaron fábricas, los dueños empezaron a utilizar mujeres y niños como obreros, pagándoles salarios mucho más bajos que a los hombres.

En las hilanderías inglesas trabajaban tres mujeres por cada dos hombres. Ellas también se integraron a la fuerza laboral en las industrias del tabaco, calzado, porcelana, ladrillos, papel y confecciones textiles. La costura a domicilio era el trabajo peor pagado, las aprendizas y obreras de la aguja figuran entre las primeras en organizarse en busca de alguna mejoría.

La explotación de los niños y las mujeres en la producción industrial se acrecentó en el siglo XIX. De este asunto trató profundamente Carlos Marx en su obra El Capital. La participación de la mujer en el trabajo industrial asalariado significó la primera ruptura de las barreras entre los espacios público y privado; al propio tiempo que surgieron como efecto de la división sexual del trabajo, una gran cantidad y variedad de conflictos que ejercen presiones cruzadas sobre las mujeres: la desarticulación entre los roles que sigue desempeñando en la esfera de la reproducción, con su incorporación a la producción social.

En el ámbito de lo político, uno de los mayores acontecimientos históricos fue la Revolución Francesa (1789), que marcó el ascenso al poder de la burguesía con una amplia participación de las mujeres francesas en la cruenta lucha que desembocó en la toma de La Bastilla. La Revolución burguesa en el poder produjo su Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, que postuló los principios de Igualdad, Fraternidad y Libertad.

Sin embargo, las luchadoras revolucionarias no vieron plasmadas en ese documento sus reivindicaciones y una de ellas, Olympia de Gouges, redactó en 1791 una Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, a consecuencia de lo cual Robespierre ordena guillotinarla el 7 de noviembre de 1793 'por el delito de haber olvidado las virtudes de su sexo para mezclarse en los asuntos de la república'. Ella pagó con su vida la corroboración sexista de los 'derechos del hombre'.

Desde su origen, el capitalismo deparaba para las mujeres un destino que reforzaba la división sexual y social del trabajo tradicional. Sus ideólogos más connotados ofrecieron sus argumentos para que el principio de Igualdad fuera visto a través del prisma del sexo.

La naturaleza diferente de las mujeres, proclamada por Juan Jacobo Rousseau en el capítulo V del Emilio, determinaba que no fueran igualmente libres y, en consecuencia, que no pudieran ser partícipes del contrato social.

Las conclusiones acerca del papel reservado para las mujeres en la sociedad burguesa, resultan obvias. Pero para completar la idea es bueno recordar a Napoleón Bonaparte, el genio militar que también se ocupó de los derechos civiles de los ciudadanos. Sobre las mujeres pensaba: 'La naturaleza quiso que las mujeres fuesen nuestras esclavas... son nuestra propiedad... nos pertenecen, tal como un árbol que pare frutas pertenece al granjero; la mujer no es nada más que una máquina para producir hijos.'


* Carolina Aguilar Ayerra es Directora de la Editorial de la Mujer (Cuba).