La intima trama del capitalismo y el patriarcado


Argentina Indymedia
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En el mundo actual, capitalista, patriarcal y globalizado, nuestras vidas se encuentran regidas por los valores, principios y mandatos del capital, que ha logrado, desde el surgimiento y afianzamiento de la burguesía y las "democracias" industrializadas, no solamente estructurar la sociedad en los ámbitos delimitados de producción y trabajo, sino también condicionar la estructura de los ámbitos de vida que se encuentran por fuera del ciclo de producción y de mercancías, profundizando la opresión patriarcal. En este mundo, en el que éxito está conjugado en términos de incorporación plena al mundo de la explotación –o del trabajo-, todo aquello que es generado por el mismo sistema para autosustentarse –como la familia y el ámbito de la vida "privada", lugar donde se gestarán y educarán los futuros trabajadores- es simultáneamente subordinado a este.
Así, la humanidad occidental se organizó adjudicando a los hombres los espacios públicos, de producción y de toma de decisiones, y a las mujeres todas aquellas tareas necesarias para sostener la producción de mercancías y reproducir la mano de obra, en un ámbito separado e "independiente", no regido totalmente por la lógica del trabajo y su transformación forzada en materia dinero.
En la segunda mitad del siglo XX, se produce la incorporación progresiva de las mujeres en el sistema laboral. Esto que se percibe como una liberación o como un avance hacia la autonomía, al sostenerse la división de roles asignados y con ella también el ámbito de las actividades "femeninas" por fuera de los ámbitos de producción, supuso y supone para las mujeres una doble carga. Lejos de cuestionar las divisiones de roles del patriarcado, esta nueva estructuración e incorporación de las mujeres reprodujo las jerarquías al interior del trabajo, y, en los hechos, son las mujeres las que siguen ocupando los puestos peor pagos y más precarios, y en su inmensa mayoría, aquellas labores del sector de servicios relacionadas con las tareas asignadas históricamente a las mujeres.
En nuestro país, en los últimos años, la incorporación de las mujeres al ámbito laboral se ha dado de la mano de la crisis económica, el crecimiento astronómico de las cifras del desempleo y la precarización total del trabajo. Lejos de ser fruto de reivindicaciones históricas del movimiento de mujeres y feminista, y como tal planteada en términos de igualdad o realización personal, esta incorporación se produce como respuesta a la urgencia de satisfacer las necesidades más básicas de las familias ante la desocupación creciente de los "garantes del sustento", los "jefes" de familia.
Paralelamente, y con mayor fuerza desde la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001, fueron desarrollándose en todos los niveles de la sociedad, diversos movimientos y protestas sociales, que se materializaron en el surgimiento de un sinnúmero de pequeñas organizaciones con diversos fines, y principalmente en las asambleas, el movimiento piquetero y las empresas recuperadas. En estos espacios, desde sus orígenes, las mujeres tuvieron una participación activa y en mayor número que los hombres. Muchas argumentaciones se han dado alrededor de estos hechos. Todas, o por lo menos gran parte de ellas, explican esta participación masiva de las mujeres en función de la fuerza y el empeño que les da su "naturaleza" maternal, que sería lo que las impulsa a garantizar del modo que sea el sustento, ante la depresión y desesperación de sus compañeros y, en este recorrido, a elegir el camino de la lucha social y de la exigencia, principalmente al Estado, de condiciones mínimas de vida.
Esto hace que, a pesar de implicar la irrupción de las mujeres en el ámbito de lo público el rompimiento del aislamiento doméstico y la posibilidad de crear las condiciones para procesos de reflexión colectiva y cuestionamiento a los fundamentos del sistema patriarcal capitalista, no es de por sí la garantía de que se generalice una visión crítica y de transformación social. Y es que al interior de estos movimientos en general se reproducen las relaciones jerárquicas entre hombres y mujeres. Sin embargo, al mirarse a sí mismas desde otro lugar, como autoras de la historia y tomando conciencia de sus capacidades y su autonomía, las mujeres reflotan las consignas y reivindicaciones y encarnan toda la lucha histórica por nuestros derechos, no solo como mujeres, sino como seres humanxs, exigiendo el acompañamiento, comprensión y compromiso de sus compañeros.
Con esto empiezan a cuestionar el hecho de que los hombres, aunque menos numerosos, ocupen los lugares de decisión y de exposición pública, y que las mujeres realicen mayormente las tareas relacionadas con el cuidado, o sea, extiendan su rol de maternidad del ámbito privado, a los comedores y piquetes, haciendo de ella una "maternidad social".
Se nos plantea una encrucijada: que la participación de las mujeres en los ámbitos de producción y en las organizaciones sociales perpetúe las jerarquías patriarcales sin cuestionarlas conscientemente, o que la crítica del sistema se radicalice y profundice, y trascienda de los cuestionamientos y exigencias al Estado, visibilizando las maneras en que la lógica del capital está inscrita en nuestros cuerpos y en nuestra vida cotidiana.
En este sentido, la lucha debe darse en dos niveles. Por un lado, las tradicionales reivindicaciones de las mujeres como trabajadoras: "igual remuneración para trabajo de igual valor", "condiciones laborales dignas", "jornada laboral de 6hs.", etc. Por otro, el cuestionamiento radical de este sistema que subyuga a hombres y mujeres a la lógica de la producción y del capital, aplicándoles los criterios de productividad, utilidad y eficiencia, y dejando así excluida a la mitad de la humanidad. Es decir, nuestra lucha debe ser por una sociedad humana libre.