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Salvador Allende

11 de septiembre del 2003

La Santísima Trinidad del 11 de septiembre

Manuel Vázquez Montalbán
La Jornada
Hasta el 11 de septiembre de 1973 esa efemérides era de exclusiva propiedad de los catalanes, pueblo mediterráneo activo pero melancólico, que en esa fecha conmemoraba su día nacional, coincidente con una de sus derrotas históricas más importantes. El 11 de septiembre de 1714, los catalanes perdieron la guerra contra las tropas del borbónico rey de España y la derrota significó una dura agresión contra el hecho diferencial catalán, agresión ultimada por el general Franco dos siglos después. A trancas y barrancas, en plena clandestinidad antifranquista, todos sabíamos que el 11 de septiembre había que acercarse a la estatua del héroe nacional Rafael Casanova todo lo que la policía lo permitiese, que era poco.

Hete aquí que a la coalición ITT-Kissinger-Pinochet se le ocurre dar el golpe de Estado en Chile el 11 de septiembre de 1973, y lo que era fecha reivindicativa exclusivamente catalana se convierte en un hito global de las izquierdas y otras fuerzas más o menos de progreso. En ese día la ocupación militar de Chile, la destrucción del legítimo poder democrático de la Unidad Popular, lo que podemos considerar el asesinato objetivo del presidente Allende, fomenta el holocausto de las izquierdas en el Cono Sur de América en una operación mancomunada entre Chile, Argentina y Uruguay. Ya en la década de los 60, el golpe contra el presidente Goulart en Brasil había sido la señal de que los poderes imperiales estaban dispuestos a corregir la correlación de fuerzas en América del Sur mediante el empleo de los militares, especialmente de aquellos sectores del ejército reducados en Panamá en una escuela especial organizada por Estados Unidos, destinada a formar a la parte de la oficialidad latinoamericana dispuesta a hacer frente a la subversión comunista. Esta oficialidad fue educada no sólo en tácticas antiguerrilleras sobre el mapa, sino también en tortura de guerrilleros en los sótanos del poder y en ocasiones determinados miembros de las embajadas de Estados Unidos eran expertos en tortura, como el conocidísimo Dan Mitrione, destinado a la legación estadunidense en Montevideo. Como ocurre en el poema advertencia de Bertoldt Brecht, se empieza deteniendo y torturando a los enemigos más señalados y se acaba deteniendo y torturando a tu vecino o a ti mismo. Si sumamos los objetivos y efectos de la Operación Cóndor en Argentina, Chile y Uruguay comprobamos el papel del cinismo, en el sentido no filosófico de la palabra, en las estrategias de dominación del capitalismo multinacional y de su principal fuerza militar disuasoria. La criminalidad político-militar sólo ha sido reconocida y algo castigada en Argentina, pero sigue impune en Chile y en Uruguay, y si ha sido castigada en Argentina se debe a que los militares dirigentes del proceso represivo cometieron el error de provocar y perder la guerra de las Malvinas.

El 11 de septiembre de 2003 tiene en Chile una importancia especial ante todo por una simple cuestión de acumulación aritmética de la nostalgia. El gran cantautor cubano Pablo Milanés escribió una canción profética en la que se prometía volver a recorrer las calles de Santiago ahora ensangrentadas y liberadas por la razón democrática. Se cumplen 30 años del golpe, gobiernan los demócratas y los militares se han recluido en sus cuarteles, aunque siguen formando un corro defensivo en torno de su jefe histórico, Pinochet. Resultaría higiénico, pero también algo cínico, que el general fuera juzgado en esta vida, a manera de anticipo del Juicio Universal, por tribunales de carne y hueso, mientras su socio en la empresa del 11 de septiembre de 1973, Kissinger, es premio Nobel de la Paz y normal invitado en los mejores salones y palcos de campos de futbol. Tampoco la ITT ha rendido cuentas por si invirtió o no en el golpe chileno de 1973 que le devolvía la hegemonía a la hora de fijar, entre otros, los precios del cobre.

Pero como si se tratara de una fecha a la vez monstruosa muñeca rusa, si en su núcleo lleva la modesta fecha catalana, sobre la que se enroscó la conmemoración chilena, de pronto el 11 de septiembre de 2001 provoca en Nueva York la primera catástrofe seria padecida por el nuevo orden internacional desde el final de la guerra fría y el desmantelamiento del bloque soviético. La propia cultura dominante del espectáculo impone que cualquier prodigio, positivo o negativo, ocurrido en Nueva York borre cualquier otra posible percepción de prodigios. Ni siquiera el bombardeo de la Gran Muralla o el Taj Mahal o del Kremlin, hubiera podido competir con el de las neoyorquinas torres del comercio, a poca distancia de las calles tan bien cantadas y bailadas por Gene Kelly, Dan Dailey y Frank Sinatra, pintadas con los colores del mejor technicolor urbano, servida de los ronroneos del saxo onanista de Woody Allen y sus volátiles madres judías. Además, el bombardeo de Nueva York revestía caracteres de superproducción cinematográfica, con aviones comerciales convertidos en proyectiles dirigidos, inteligentes, inteligentísimos, que apuntaban adonde más daño podían hacer al sistema.

En el gran mercado de las tragedias globalizables, mal lo tienen el 11 de septiembre catalán o el chileno para competir con el estadunidense, propuesto incluso por la extrema derecha que controla casi todos los poderes en Estados Unidos como el final y el inicio de una nueva era, la de la justicia infinita o libertad duradera. El 11 de septiembre estadunidense ha tratado de legitimar emocionalmente operaciones de piratería internacional como la invasión de Afganistán o Irak, como el vergonzoso gulaj de Guantánamo consentido o no impugnado por todos los cómplices del Imperio del Bien, las matanzas y torturas de resistentes a todas las invasiones angloestadunidenses, la sofisticada lógica sangrienta instalada por el Estado de Israel en Palestina, réplica de la segunda intifada, y al terrorismo resistencialista.

Tal vez haya que volver de vez en cuando, con toda la intensidad del cerebro y del corazón, a los onces de septiembre menos colosalistas, el de los catalanes o el de todos los demócratas del mundo todavía estupefactos ante el cadáver de Allende ocupante de todo el horizonte del mundo. Pero sepamos, sabemos, que esa trilogía de onces de septiembre, Cataluña, Chile, Nueva York implica a la Santísima Trinidad de la Historia en todas las causas aplazadas y sobre todo en la lucha contra una de las conspiraciones culturales más certeras de la nueva derecha: el descrédito de la memoria histórica. Se trata de construir una historia sin culpables.