|  
        
        Latinoamérica 
     | 
  
|  
      
       | 
  
La reivindicación del moderado
Jorge Gómez Barata 
Visiones Alternativas 
En todos los tiempos, especialmente en momentos de grandes tensiones, todas las 
civilizaciones y todas las culturas han tenido en alta estima a los espíritus 
serenos que procuran la avenencia y promueven el diálogo y logran la concordia. 
Miami se definió como excepción al inventar un neologismo bárbaro: "dialoguero" 
con el cual estigmatizó a su gente más serena. Ser moderado era en todas partes 
una virtud, menos allí. 
Tales anomalías no exclusivamente políticas sino civilizatorias se deben a un 
complejo proceso que imbricó a las políticas anticubanas de las sucesivas 
administraciones de Estados Unidos con la contrarrevolución cubana, 
adicionándole errores en el diseño y la conducción de esas políticas, entre 
otros el conceder un desmesurado protagonismo a la CIA que apostó por la 
violencia, la subversión y el terrorismo. 
La total liberalización de la emigración hacía Estados Unidos, incluida la 
práctica de recibir allí a las personas llegadas de cualquier modo, incluso 
mediante el empleo de embarcaciones y aeronaves secuestradas o robadas y de 
convertir la capacidad de ejercer violencia contra Cuba en un merito, fue 
penetrando en la colonia cubana a la que se impuso como lideres a los cabecillas 
contrarrevolucionarios. 
De ese modo Miami, asiento de una numerosa e influyente Comunidad Cubana, se 
convirtió en una especie de ghetto caracterizado por la vigencia de un clima de 
violencia, extremismo e intolerancia cuyos gestores se sostenían, no sólo con el 
enorme poder económico acumulado mediante el ejerció del anticastrismo, 
convertido en un lucrativo negocio, sino gracias al respaldo concedido por la 
administración a una ultraderecha vengativa y revanchista que se apoderó de 
resortes de poder en la ciudad y se impuso, no sólo a la Comunidad radicada 
allí, sino incluso al gobierno federal y a los candidatos a la presidencia. 
Sin embargo, pese al clima de terror instalado en la ciudad y los procedimientos 
antidemocráticos y mafiosos utilizados por los cabecillas contrarrevolucionarios 
que no admitían la menor disidencia y obligaban a los cubanos que llegaban por 
cientos y miles al ghetto a declararse anticastristas e integrarse a la 
actividad contra Cuba, a fines de los años setenta, se hicieron visible 
elementos integrantes de un sector que no aceptaba tal estado de cosas y era 
partidario del diálogo con las actividades cubanas. 
En aquel contexto de violencia e intransigencia, la extrema derecha reveló su 
entraña más perversa, actuando no sólo contra Cuba sino contra elementos de 
aquella propia comunidad a los que atacó y persiguió con brutal ensañamiento. 
Fue la época en que los actos terroristas se cometían tanto o más en Miami que 
en La Habana, se ponían bombas y se atacaban revistas, comercios, emisoras de 
radio y a personas promotoras del diálogo. 
Viajar a Cuba, enviar cualquier tipo de ayuda a los familiares en la Isla o 
reconocer de modo público o privado el más mínimo mérito a la obra social 
impulsada por las autoridades de la Isla, eran motivos de exclusión, incluso 
simpatizar con un equipo o deportista radicado en Cuba o aplaudir a algún 
artista era suficiente para ser reprimido, repudiado, perder el empleo o sufrir 
represalias, incluso físicas. Varias personas perdieron la vida o quedaron 
mutiladas como consecuencia de aquellos atentados. 
Sin embargo, los moderados y los partidarios del diálogo con la Isla para la 
solución de necesidades legitimas de la Comunidad Cubana, resistieron y 
exponiéndose a sufrir las represalias, arriesgando su bienestar económico y la 
seguridad propia y la de sus familias, resistieron, y aun cuando no eran siempre 
comprendidos y respaldados por algunos sectores de la población y las 
autoridades de la Isla, continuaron sus esfuerzos que en los años noventa, 
cuando más difícil era la situación de Cuba, alcanzaron un clímax. 
El poder de la derecha, reforzado considerablemente durante los gobiernos de 
Reagan y Bush padre e hijo y, al asociarse con legislaciones extremas como la 
Helms-Burton, los sucesivos planes de Bush para la transición y las acciones de 
la contrarrevolución, neutralizaron en parte la actividad de los círculos 
moderados, que no obstante sobrevivieron. 
No sólo como resultado natural del peculiar funcionamiento de la sociedad 
norteamericana, sino también como respuesta a los desafueros de las 
administraciones conservadoras, incluyendo su actitud visceral hacía Cuba y su 
respaldo a la violencia y la intolerancia contrarrevolucionaria, la moderación, 
en la persona de Barack Obama parece haber tomado el poder. 
La fuerza y la influencia de la ultraderecha contrarrevolucionaria en Miami es 
considerable y no es probable que desaparezca o se neutralice automáticamente, 
pero por paradójico que resulte, deberá moderarse y probablemente girar a favor 
de las corrientes y sintonizarse con los aires que favorecen el dialogo. Tal vez 
nos quedan cosas por ver.