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        ARGENTINA, 
        LALUCHA CONTINUA.... 
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Mala sangre
Donar sangre es una responsabilidad social, un acto de 
solidaridad, un gesto de buenas personas; así se busca promover la donación 
voluntaria de sangre desde diferentes campañas –oficiales y privadas– que en el 
mes de noviembre –por recordarse el Día del Donante– se convierten en 
habituales. Lo que callan estas campañas es que no cualquiera puede hacerlo: 
homosexuales, personas con tatuajes o piercing, las que declaren haber tenido 
parejas ocasionales en los últimos doce meses –con o sin protección– quedan 
fuera del ágora de la solidaridad para convertirse en una extensa tribu de 
sospechosos. En exclusiva, Soy tuvo acceso al documento con el cual el 
Ministerio de Salud se propone justificar este acto de discriminación 
"saludable". 
Diego Trerotola 
Página 12
La gota de sangre que rebasó el vaso 
Hace varios meses, como consecuencia de un accidente doméstico, mi madre se 
quebró la cadera y la rodilla por una caída. Al ser una persona cardíaca y 
sexagenaria, la operación necesaria para su equilibrio requería de un monitoreo 
especial y una cantidad mayor de trasfusión de sangre durante y después de la 
intervención quirúrgica. Por eso el hospital solicitaba al menos dos dadores de 
sangre para poder autorizar la operación. Ahí empezaron los problemas. Yo no 
podía donar sangre principalmente por ser gay: estaba imposibilitado de 
solidarizarme con mi madre, igual que la mayoría de mis amigos. Y no era que 
recién me despachaba del asunto: como activista de la CHA, desde hacía más de 
diez años con esta organización había realizado distintos actos denunciando esta 
discriminación, pero ahora la padecía por primera vez. La base de todo este 
problema es la idea oficial de seguir sosteniendo un cuestionario obligatorio de 
autoexclusión (llamado técnicamente anamnesis) que se le hace a cada persona 
dispuesta a donar sangre. Ese famoso formulario de respuesta obligatoria, que 
funciona como declaración jurada de cada paciente, impide que donen sangre 
quienes en los últimos doce meses cumplan con algunas de estas características, 
entre otras: 
Quienes se hayan realizado tatuajes, perforaciones de la piel en alguna parte 
del cuerpo o acupuntura. 
Varones que tengan o hayan tenido relaciones sexuales entre hombres. 
Mujeres que tengan o hayan tenido pareja sexual con un hombre que tiene también 
sexo con hombres. 
Quienes hubieran mantenido relaciones sexuales ocasionales o tengan conocimiento 
de que su pareja las tiene, aun con protección. 
Quienes suelan tener o hayan tenido sexo por dinero y quienes hayan tenido 
relaciones sexuales con la clase de personas recién enunciadas. 
Quienes hayan estado encarcelados o detenidos por más de 72 horas. 
Sospechosos todos y todas; probablemente infectados, se supone. A la hora de 
donar sangre, hasta la declamada efectividad del preservativo se diluye. El 
grupo de riesgo queda así bien identificado, bien definido, sin el corset de la 
corrección política: estamos hablando de sangre y se la precisa pura, libre de 
sospecha, pura sangre. 
Yo mismo, e incluso muchos de mis amigxs cercanxs, sin estar enfermxs, 
entrábamos en varias de las categorías que nos dejan fuera del grupo de elegidos 
como donantes. Incluso quienes gozaban de excelente salud cumplían con casi 
todas las características de la exclusión: su sangre tal vez podría haber sido 
considerada la más tóxica del país por las instituciones que dictaron y avalan 
la Ley Nacional de Sangre. Claramente, estar dentro de ese grupo no me parecía 
degradante, ninguno de esos rasgos me eran impropios, pero que se me obligara a 
responder gratuitamente sobre algunos de mis actos adultos responsables, y 
estigmatizar a las personas que los practican como posibles enfermos, era algo 
bastante intolerable. Está bien: si era por ayudar a mi madre, bien podía o 
podíamos mentir; las marcas de la (auto)exclusión no siempre son visibles. Pero, 
entonces, ¿para qué el cuestionario? ¿Es un llamado a la conciencia, una 
invitación a arrepentirse? ¿Una apelación a la vergüenza? 
Prostitutxs, agujereados, tatuados, putos, mujeres y varones de sexualidad 
flexible, perseguidos y perseguidas por la ley, presidiarios y presidiarias con 
o sin condena, somos ahora lxs parias de la sangre, una suerte de tribu aislada 
en la reserva donde la confinó el pulcro vallado de la ciencia. Y ni siquiera 
podremos donarnos sangre entre nosotros. ¿Quién lo iba a decir? ¿Cuál sería 
nuestro estigma o nuestro logotipo insignia? 
Tal vez sea una gota de sangre con los cuernos del diablo. 
¿Homofobia o hemofobia?
Está claro que la ley es retrógrada y está basada en prejuicios 
homofóbicos que todavía ubican a la diversidad sexual y a otros comportamientos 
individuales en el sector de grupos de riesgo relacionados con el VIH, aun 
cuando la Ley de Sangre Humana (Nº 22.990/1983) haya sido modificada en 2005. 
Antes estaban excluidos directamente los homosexuales, pero ahora se sacó la 
mención directa de la orientación sexual para focalizar en las prácticas 
sexuales a lo largo de un tiempo determinado (con o sin protección, ya se dijo). 
La situación sigue siendo la misma, el cambio es puramente retórico: se excluye 
a toda persona que tenga sexo con hombres homo o bisexuales, se defina como se 
defina. La nueva variante es que no se discrimina a los homosexuales que en los 
últimos doce meses no hayan tenido relaciones sexuales, volviendo viejo e inútil 
el axioma de la prevención: la abstinencia. Sólo así la sangre está segura, al 
menos si sos homosexual. 
Esto de homologar a los homosexuales y a aquellas personas que tienen sexo con 
ellos como personas de sangre no apta se deriva supuestamente de una 
interpretación científica de las estadísticas epidemiológicas sobre la 
transmisión del VIH. Pero, a la luz de una validación realmente científica, no 
parece haber mucha razón en esa interpretación, sobre todo porque las campañas 
oficiales, aquellas que promueven los mismos que aprueban ese formulario, 
sostienen que el sida se transmite en cualquier relación sexual sin protección, 
más allá de la orientación sexual y la identidad de género de los implicados. 
Desde hace muchos años, la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) desarrolla 
distintas acciones y argumentaciones en pos de suprimir cualquier "referencia a 
la orientación sexual de las personas, ni tampoco, como alternativa, la sola 
mención de las prácticas sexuales, porque serían igualmente discriminatorias 
para nuestra comunidad". La última respuesta oficial obtenida fue el 10 de 
agosto de 2008 cuando, por primera vez, el Ministerio de Salud de la Nación, 
frente a una serie de reclamos históricos de la CHA, hizo elaborar una respuesta 
de siete páginas a la Sociedad Argentina de Infectología (SADI) y a la 
Asociación Argentina de Hemoterapia e Inmunohematología (AAHI) para aclarar la 
razón de la persistencia de esta discriminación. La respuesta se difunde 
públicamente por primera vez en esta nota y deja en claro la base 
discriminatoria y poco científica de estas organizaciones, que defienden una 
postura tan antigua que sigue considerando que con mantenerse lejos de los 
"grupos de riesgo" es posible mantenerse a salvo. 
¡Ay, poca ciencia!
Por un lado, la SADI sostiene que "teniendo en cuenta los datos obtenidos 
de la bibliografía, existe una mayor posibilidad de transmisión de HIV en 
donantes varones que tienen sexo con varones y, por ende, no hay ninguna razón 
científica para modificar la situación actual". La bibliografía adjunta está 
fechada de 2003 a 2005, entre cinco y tres años antes del momento en que se 
realiza la argumentación, lo que hace difícil pensar en la validez del análisis 
epidemiológico en la actualidad, especialmente porque tampoco se cita ninguna de 
las estadísticas ni la interpretación. Aun peor: la AAHI sostiene que puede ser 
válida la interpretación de las organizaciones Glttbi, pero no da crédito a 
ellas: "Así como las organizaciones de homosexuales que defienden legítimamente 
sus derechos dentro de la comunidad interpretan los resultados epidemiológicos y 
hacen propuestas de cambio en la selección de los donantes de sangre, algunas 
organizaciones de pacientes, que han sido severamente golpeados por las 
infecciones trasfusionales, ya están preocupadas por el impacto que en su 
seguridad puede tener cualquier medida que se tome desde los organismos rectores 
que no esté basada estrictamente en evidencia científica. Tales organizaciones 
deben ser involucradas en la discusión". He aquí una elegante manera de situar a 
quienes están dentro y fuera del corralito de la consideración científica. Se 
habla de organizaciones de pacientes sin nombrar a tales organizaciones, dejando 
bien en claro que adentro están quienes sufren los embates de quienes, afuera, 
se entregan a la vida lujuriosa. La ciencia, incólume. De la responsabilidad de 
los organismos rectores en la falta de análisis apropiados sobre la sangre que 
causó las infecciones trasfusionales, ni una palabra. 
Hay una tendencia más terrible en las argumentaciones y tiene que ver con una 
desigualdad para las partes implicadas. La SADI dice que "se deben priorizar los 
derechos del receptor sobre los deseos del dador", y que, por lo tanto, "los 
Servicios de Hemoterapia deberían basar sus decisiones en aspectos científicos 
más que en los deseos del donante y, por lo tanto, deben reconocer que los 
derechos de los receptores deberían estar por encima de los del donante". Por su 
parte, la AAHI sostiene que "lo que está en juego, y nosotros tutelamos, es la 
seguridad de los pacientes que requieren trasfusiones para mantener la vida, más 
allá de la percepción de discriminación que algunos puedan sentir". En lo que se 
ponen de acuerdo ambos organismos en sus discursos es en que el receptor de la 
trasfusión tiene derechos y los dadores sólo tienen deseos y sentimientos: esta 
asimetría semántica anula el acceso al derecho a los dadores convirtiéndolo casi 
en un capricho, como si donar sangre fuera un lujo suntuario y no, además de un 
derecho –a ejercer la solidaridad, a ser parte de la sociedad–, una necesidad, 
en muchos casos. ¿Nadie se preguntó si es posible respetar a ambas partes? ¿A 
nadie se le ocurrió que ambas partes no son tales sino grupos dinámicos, que un 
día se puede ser paciente y otro necesitar a las o los dadores? 
Que la desacreditación al reclamo por discriminación por orientación sexual sea 
la expresión "deseo" o "sentir" de alguien es un síntoma de homofobia claro que 
no necesita de un erudito en el análisis de discurso para notarlo. 
Sin embargo, la parte más violentamente discursiva de la argumentación la lleva 
a cabo la SADI, que sostiene que la exclusión de dadores homosexuales "no debe 
ser tomada ni entendida como discriminatoria, sino exclusivamente como 
preventiva, similar a otras situaciones expresamente aclaradas en el 
cuestionario de autoexclusión, tales como haber padecido infecciones de 
transmisión sexual, enfermedad de Chagas, paludismo, etcétera". ¿La 
homosexualidad es similar a infecciones y enfermedades? ¿No hacía varias décadas 
que la Organización Mundial de la Salud había excluido a la homosexualidad como 
enfermedad, incluso de las enfermedades mentales? Crear ese efecto discursivo 
comparando sólo a la homosexualidad con enfermedades es lo más retrógrado y poco 
científico que se puede leer en una argumentación médica. 
Mala información
Mientras la SADI sostiene como modelos de su política de exclusión de los 
donantes a "EE.UU., Canadá, y muchos otros países industrializados", la CHA 
opuso como modelo antidiscriminatorio el redactado por la Comisión de las 
Comunidades Europeas, publicado en marzo de 2004 en el Diario Oficial de la 
Unión Europea, cuyo "Anexo III. Criterios de selección de donantes de sangre y 
componentes sanguíneos" sostiene inhabilitar sólo a "personas cuya conducta 
sexual supone un alto riesgo de contraer enfermedades infecciosas graves que 
pueden ser transmitidas por la sangre", sin hablar de la orientación sexual, ni 
mucho menos de otras opciones como el sexo por dinero, etcétera. La SADI y la 
AAHI no aceptan este modelo y no argumentan tampoco en su contra. Para demostrar 
definitivamente la discriminación abierta a los varones homosexuales, también 
cuatro activistas de CHA se presentaron como dadores y, como fueron 
discriminados, presentaron un recurso de amparo en 2006, que todavía no tuvo su 
debida respuesta. El tema es que, en la presentación, tres de los activistas 
–Luis de Grazia, Cristian Vera y Martín Lanfranco– se presentaron con sus 
respectivos exámenes serológicos negativos y tampoco fueron aceptados: es decir, 
sólo su orientación sexual los excluía. El cuarto activista, Marcelo Suntheim, 
argumentó en el recurso de amparo que se "hace expresa reserva de presentar su 
serología si Su Señoría lo solicitare. Dicha reserva tiene como fundamento la 
convicción de que no hace falta demostrar su carácter de seronegativo por ser 
homosexual... Si un heterosexual contagia a una persona, no creo que le pidan al 
resto de la comunidad heterosexual la comprobación de su serología". 
Frente a una presentación de casos de discriminación por parte de la CHA en el 
Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la xenofobia y el racismo), 
este organismo se esmeró en desarrollar una argumentación sobre la 
discriminación en esta Ley Nacional de Sangre, elaborando un texto de doce 
páginas que concluyen que la vigente "Ley Nacional 
Nº 22.990 sobre regulación de las actividades relacionadas con la sangre humana, 
sus componentes, derivados y subproductos, es considerada DISCRIMINATORIA". Sus 
argumentos son bien claros: "Consideramos que, a la hora de establecer 
limitaciones basadas en el potencial riesgo, éste nunca debe ser medido por las 
características personales del/la donante sino que debe tenerse en cuenta el 
hecho de haber realizado conductas que –no siendo riesgosas en sí mismas– se han 
llevado a la práctica en un modo riesgoso, es decir, sin las medidas preventivas 
que cada caso exige (preservativos, barreras de látex, jeringas descartables, 
etcétera). Realizar juicios de valor sobre la calidad de la sangre de las 
personas sólo por el hecho de pertenecer a cierta minoría o realizar ciertas 
actividades es no sólo un determinismo y una violación al principio de no 
discriminación sino que también implica vulnerar sus derechos a la autonomía 
personal, a la dignidad, el respeto a la libertad, a la intimidad, a la 
privacidad y a la protección de las conductas autorreferentes de disposición del 
propio cuerpo, comprendidos todos en el artículo 19 de la Constitución Nacional, 
en al artículo 11 de la Convención Americana y en el artículo 17 del Pacto de 
Derechos Civiles y Políticos". 
Nada parece alterar el curso de estas leyes claramente discriminatorias, 
denunciadas una y otra vez. En lugar de afrontar el correcto testeo de la 
sangre, de convocar a los dadores desde una postura abierta y pluralista sin 
crear mitos sobre las identidades, ciertas organizaciones supuestamente 
científicas siguen promoviendo modelos arcaicos. En su sitio oficial de su 
campaña "Donando Sangre" (www.donandosangre.org), 
la AAHI sigue difundiendo mala información y señala abiertamente como 
"situaciones de riesgo" toda "actividad sexual entre hombres". Y luego de un 
click aclara que están imposibilitados de donar sangre "varones que tengan o 
hayan tenido relaciones entre hombres" (sic). Parece que ahora no se trata de 
relaciones sexuales sino de todas las relaciones y vínculos homosociales. Parece 
que el acto del lenguaje de la AAHI es sintomático de una homofobia extrema que 
explota en el discurso: eliminar el sexo diverso del lenguaje tal vez marque el 
deseo de eliminarlo definitivamente de la sociedad. O tal vez así traten de 
volver los años de oscuridad y represión: los tiempos del "deseo que no se puede 
nombrar".