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¿Cambió el escenario? 
Después del primer hallazgode restos de desaparecidos 
Los últimos acontecimientos confirman que es posible acceder a la verdad, que es necesario restituir el imperio de la justicia y que la caducidad ya no es funcional a la impunidad.
Samuel Blixen 
Brecha
El hallazgo de restos humanos en una chacra de Pando donde la Fuerza Aérea 
enterró a dos prisioneros muertos en tortura instaló en la sociedad, con la 
fuerza de la evidencia, la conciencia definitiva sobre los extremos aberrantes 
del terrorismo de Estado. En un proceso que se había iniciado 30 años atrás, con 
las primeras denuncias judiciales sobre desapariciones –pero que para la 
población cobró certeza definitiva a mediados de este año cuando los mandos 
militares admitieron finalmente la responsabilidad institucional en los crímenes 
de la dictadura–, las imágenes aterradoras y dolorosas difundidas el mismo 
martes 29 dibujaron un nuevo escenario, haciendo añicos las excusas para la 
defensa de la impunidad. 
UNA CONFIRMACIÓN 
El nuevo contexto político, tras la exhumación del cadáver de un detenido 
desaparecido, vuelve inútiles los esfuerzos de resistir el surgimiento de la 
verdad y de entorpecer el camino de la justicia. Las excavaciones no sólo 
confirmaron lo evidente –la existencia de cementerios clandestinos, el propósito 
de ejecutar una segunda y hasta una tercera desaparición tras el secuestro, la 
tortura y el asesinato, para ocultar la prueba del crimen–; también confirman la 
necesidad social de terminar con la impunidad, y su soporte legal, la ley de 
caducidad.
¿Cuáles son los elementos determinantes de este nuevo escenario? Primero, la 
comprobación de que la política de derechos humanos inaugurada por Tabaré 
Vázquez es realizable en cuanto a la ubicación de los restos de los 
desaparecidos, que completa el duelo de los familiares y avanza en el 
conocimiento de la verdad. Segundo, que la ubicación de restos no altera la 
institucionalidad ni implica el riesgo de desestabilizaciones. Tercero, que el 
desmantelamiento de la impunidad, un reclamo que se generaliza, tampoco implica 
riesgos institucionales y, por el contrario, facilita la recuperación del honor 
de las Fuerzas Armadas mediante la depuración de aquellos que con sus crímenes 
lo convirtieron en una caricatura.
Al pie de la fosa donde aparecieron los restos de uno de los dos prisioneros 
desaparecidos por personal de la Fuerza Aérea –los militantes comunistas 
Ubagesner Chávez Sosa y José Arpino Vega– el presidente Vázquez reiteró su 
confianza en la veracidad de la información brindada por los mandos militares, 
aliviando la tensión por la ausencia de resultados en la búsqueda que se realiza 
en los predios de los batallones 13 y 14. "Si alguien mintió no fueron ellos; 
pudieron haber recibido información falsa, pero yo estaba convencido de la 
intencionalidad correcta, del compromiso adquirido por los comandantes en jefe y 
de que estaban dispuestos a cumplir con las órdenes que el Ejecutivo había dado, 
y aquí están las pruebas", aclaró. Por ello, el abogado Javier Miranda, miembro 
de la Asociación de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, 
reclamó del Ejecutivo la disposición para iniciar trabajos de búsqueda en otros 
lugares donde las informaciones confidenciales sugieren enterramientos 
clandestinos, y recordó que el objetivo es el rescate de los restos de otros 200 
desaparecidos o al menos el conocimiento exacto de su destino final. Los casi 
nulos resultados de la búsqueda en el Batallón 13 reforzaban la intención de la 
Presidencia de rescatar otro testimonio sepultado en el olvido, el del soldado 
Ariel López Silva,* quien afirmó haber enterrado, personalmente, cinco cadáveres 
en los fondos del citado batallón.
Los hallazgos en la chacra de Pando confirmaron las diferencias entre las 
informaciones aportadas por el Ejército y las proporcionadas por la Fuerza 
Aérea, y pusieron de relieve el tenor de las actitudes: el comandante de la 
Fuerza Aérea, Enrique Bonelli, dejó constancia de la disposición existente entre 
el personal bajo sus órdenes, tras lo que llamó "la maduración de una nueva 
situación", aludiendo a la nueva política de derechos humanos. En ese contexto 
se explica la información brindada espontáneamente que confirmó la existencia 
del llamado "segundo vuelo", el traslado de unos 18 prisioneros uruguayos 
secuestrados en Buenos Aires y que, ahora se sabe, desaparecieron 
definitivamente en Uruguay. Las revelaciones de la Fuerza Aérea contrastan con 
la reticencia del Ejército a confirmar la identidad de las personas que fueron 
trasladadas.
El Ejército parece seguir atrincherado en un supuesto "pacto", al cual volvió a 
hacer mención el El País (de ayer, jueves): "En filas de las Fuerzas Armadas se 
espera que el gobierno ‘cumpla’ con las afirmaciones del secretario de la 
Presidencia, Gonzalo Fernández, referidas a que con el hallazgo de los restos de 
los desaparecidos, la revisión del pasado estaría concluida para la 
administración del Frente Amplio". Según esa versión, el comentario del 
secretario de la Presidencia fue realizado en reuniones con militares retirados 
tendientes a obtener datos sobre los desaparecidos.
La información sobre los enterramientos en Pando, que derivó en el hallazgo del 
cadáver, provocó la reacción del ex presidente Jorge Batlle, quien reprochó a 
Bonelli no haber aportado la información a las autoridades del anterior gobierno 
(véase página 6). "No la dimos porque no nos consultaron directamente", afirmó 
Bonelli. Los dirigentes del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Colorado 
reaccionaron airadamente: "Los colorados no tenemos nada que esconder. Queremos 
que no se nos siga asociando a la impunidad", declaró el ex presidente Julio 
María Sanguinetti. El ex ministro de Defensa Yamandú Fau contraatacó: "La 
obligación de un militar es decir la verdad. Un militar que hace del honor un 
asunto insustituible no puede sostener que la verdad sólo la dice cuando se le 
ordena", afirmó.
El entredicho volvió a poner en el tapete la cuestión del ejercicio del mando 
supremo de las Fuerzas Armadas; confirma que los militares acatan órdenes, de 
modo que corresponde al poder político impartirlas. En estos días en que se 
produce, como elemento del "nuevo escenario", un sarpullido de revisionismo 
histórico, en especial sobre la conducta de los partidos tradicionales durante 
la aprobación de la ley de caducidad y sobre las intenciones de quienes la 
impulsaron, quedan en evidencia algunas coyunturas donde hubo notorias ausencias 
de órdenes, en especial en aquel momento de 1986 en que el comandante del 
Ejército secuestró las citaciones judiciales para que cuatro oficiales no fueran 
interrogados por desapariciones. ¿Acaso el presidente Sanguinetti ordenó al 
general Hugo Medina tramitar las citaciones y abstenerse de obstruir la 
justicia? 
ORDENE, PRESIDENTE 
La potestad del presidente de la República de impartir órdenes, en su condición 
de comandante supremo de las Fuerzas Armadas, se convierte en un eje del nuevo 
escenario. Así como la orden de brindar información sobre los enterramientos 
clandestinos tuvo un efecto inmediato en la calidad de la respuesta brindada por 
la Fuerza Aérea –y eventualmente exige nuevas órdenes para el caso de que la 
información del Ejército sea falsa–, también se vuelve un instrumento decisivo 
en otros aspectos. El comandante Bonelli, interrogado sobre su opinión respecto 
al proyecto de ley interpretativa de la ley de caducidad, fue explícito: "Sobre 
el tema político uno puede tener una opinión formada, pero nosotros estamos 
sujetos a jerarquía, el mando superior de las Fuerzas Armadas es el presidente 
de la República y en ese aspecto, el aspecto político, es el que toma las 
decisiones. Si el señor presidente eleva un proyecto de ley o el Parlamento 
decide hacer efectiva una ley nosotros no tenemos nada que decir, salvo 
cumplirla. Y es lo que vamos a hacer".**
La actitud contrasta con la asumida por el cuerpo de generales del Ejército, que 
el viernes 25 debatió sobre las probables implicancias del proyecto elaborado 
por parlamentarios del Frente Amplio y analizó la eventualidad de impulsar una 
recusación por inconstitucionalidad, si el proyecto era sancionado. Para 
entonces, los generales se sentían respaldados por las afirmaciones de un 
miembro de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) que, según la versión de El 
Observador, adelantó una opinión favorable a la inconstitucionalidad. La 
organización de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos resolvió elevar 
un planteo formal a la SCJ ante lo que considera un acto de prejuzgamiento.
Frente a una explícita injerencia de los mandos del Ejército en asuntos 
políticos, el gobierno prefirió mantener silencio. Para entonces, la iniciativa 
de la ley interpretativa recogía tajantes rechazos en el Partido Colorado, pero 
dividía las posiciones en el Partido Nacional; sugestivamente dos de los más 
notorios aspirantes a una futura candidatura presidencial, los senadores Luis 
Alberto Heber y Francisco Gallinal, coincidían en la conveniencia de interponer 
un texto propio sobre interpretación de la ley de caducidad, mientras que Luis 
Alberto Lacalle y Jorge Larrañaga explicitaban su desagrado (véase página 4).
La aparición de los restos en Pando alimentó las esperanzas, entre ciertos 
políticos, de que el "nuevo escenario" diluyera la necesidad de aprobar el 
proyecto. Pero senadores oficialistas las aventaron, sosteniendo que, por el 
contrario, la novedad reforzaba la oportunidad de legislar. El presidente 
Vázquez precisó que la ley interpretativa era una iniciativa de parlamentarios 
de su partido, pero aclaró que "el Poder Ejecutivo estaba ya actuando en la 
misma dirección en que pretende ir la ley interpretativa. Desde el Ejecutivo 
siempre dijimos y actuamos, en los casos donde la justicia nos consultó, que 
todo lo anterior al 27 de junio de 1973 no estaba incluido en la ley de 
caducidad y que lo posterior al 1 de marzo de 1985 tampoco; que los secuestros 
cometidos con intenciones económicas no están incluidos; que los mandos 
militares de la época tampoco, igual que los delitos cometidos fuera del 
territorio nacional".
De hecho, las apreciaciones presidenciales ponen en evidencia la responsabilidad 
del Poder Judicial: si la ley de caducidad no ampara a quienes secuestraron 
niños, cometieron delitos económicos y a quienes siguen siendo responsables de 
delitos de desaparición, en tanto se trata de crímenes que continúan 
cometiéndose en el presente, ¿por qué razón los magistrados permanecen impávidos 
y se eximen de actuar? 
* López Silva proporcionó la información en 1985 ante la Comisión Investigadora 
de Diputados sobre Ciudadanos Desaparecidos, y 12 años después la confirmó a la 
revista Posdata.
** Sobre otros temas, Bonelli efectuó declaraciones de muy otro tenor a diversos 
medios escritos y audiovisuales (véase nota de Sergio Israel).