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Argentina: La lucha continúa

Lucha por la distribución del ingreso

Luis O. Saavedra
elidaluis@ciudad.com.ar
http://www.hipotesisrosario.com.ar

El cepo colombiano era una forma de tortura y pena de muerte usado en ese país, que consistía en estaquear a la víctima envuelto en un chaleco de cuero crudo mojado, a su medida. Cuando se seca, el cuero se encoge inexorablemente y va oprimiendo lentamente a la víctima, quebrándole los huesos y asfixiándolo, hasta que muere en medio de espantosos sufrimientos.

El modelo económico Menem, Cavallo, de la Rúa, cuya viga maestra era la Ley de Convertibilidad, que ficcionaba un peso - un dólar, era para la economía y la sociedad argentina un verdadero cepo colombiana.

En diciembre de 2001 el pueblo argentino se sacó violentamente el cepo colombiano y entre cacerolas e incendios reclamó algo diferente, aunque los diversos actores sociales y políticos no tenían un proyecto colectivo que refiriera a ese algo diferente.

En este tipo de explosiones de masas se generan sueños que prefiguran futuros, pero la realidad se termina estabilizando en el punto que determinan las relaciones de fuerzas sociales enfrentadas. En otros términos, las relaciones de fuerzas entre el bloque de poder de las clases dominantes y el bloque popular que intenta construir un contrapoder.

Los sueños argentinos fueron los piquetes, las asambleas, las empresas recuperadas y tantas otras experiencias que tienen un común denominador: la aspiración a la autoorganización. Estos sueños no han muerto, sino que han cambiado de escenario.

De las grandes batallas callejeras, que retornan periódicamente en distinta escala y con distintas motivaciones, se ha pasado a la construcción cotidiana en los socavones de la sociedad, donde aquí y allá, continúa esa construcción de nuevas formas de vida y de trabajo, con mil ensayos, aciertos y errores.

Pero la vida de la sociedad y la institucionalidad política se estabilizaron, precariamente, en el punto que marcó la relación de fuerzas entre las clases en pugna.

Primero operó la banda de los devaluadores, encabezada por el Grupo Techint y representado en el gobierno por el senador bonaerense que se hizo cargo de la Presidencia, Eduardo Duhalde y sus ministros de Economía, Jorge Remes Lenicov y José Ignacio de Mendiguren, hasta entonces presidente de la Unión Industrial Argentina (U.I.A.) y que dicen que fue ministro de la Producción, aunque eso no se vio..

Su propósito era echar un poco de agua al incendio, para lo cual convocaron a la famosa Mesa de Diálogo, que fue un diálogo de sordos, pero principalmente llenarse bien los bolsillos, licuando las fabulosas deudas en dólares que habían contraído para sostener la fuga de capitales.
Pero se les fue la mano. A fines de abril de 2002 el empleo y el ingreso popular seguían cayendo en picada, mientras el dólar superaba raudamente la marca de los 4 pesos y en el horizonte se dibujaba el fantasma de la tercera hiperinflación argentina y de nuevos incendios sociales.

El 27 de abril, asumió como nuevo ministro de Economía el Licenciado Roberto Lavagna y las cosas comenzaron a cambiar. Para fines de ese año, los indicadores económicos eran ya distintos. Pero Lavagna no es mago ni populista.

Simplemente es la expresión de un nuevo bloque hegemónico dentro de las clases dominantes, que se apoya en la nueva relación de fuerzas con los sectores populares.

Durante el menemato y su continuación aliancista, el bloque hegemónico estuvo constituido por las privatizadas, los bancos y los acreedores externos, en el marco de un modelo económico financiero y de servicios. Sin que por eso dejaran de tomar su porción de la torta los agro exportadores y las multinacionales petroleras, pero subordinados al sector dominante.

Lavagna expresa racionalmente un nuevo modelo productivista y exportador, en el que los capitanes del barco son los vinculados al agronegocio, las petroleras y las empresas siderúrgicas. Sin que dejen de hacer su negocio bancos y privatizadas y sumando nuevos sectores como los vinculados a la construcción, maquinaria agrícola, turismo y otros.

Este nuevo modelo se apoya en tres ejes principales: dólar alto, salarios bajos y tarifas de servicios, por ahora, congeladas. Y, por supuesto, un alto superávit fiscal, basado principalmente en las retenciones a la exportación, que sirve para seguir pagando la deuda externa, aunque en nuevas condiciones.

La escasa resistencia del movimiento obrero, que venía de una etapa defensiva, en la cual las luchas se daban en torno a no seguir perdiendo puestos de trabajo, incluso a cambio de reducciones de salarios y conquistas sociales, permitió que el modelo funcionara, con baja inflación, indicadores económicos positivos y relativa paz social.

Así fue el modelo económico de Lavagna con Duhalde y así continuó siendo con Kirchner, a lo cual el patagónico le agregó su estilo frontal en política, que produjo algunos avances positivos en materia de derechos humanos, transparencia judicial y otros aspectos, incluyendo cierta inédita firmeza en las negociaciones internacionales, que culminó con los cachetazos a Bush y al ALCA en Mar del Plata.

Pero ya no basta con gestos. Después de tres años de crecimiento del producto bruto a porcentajes sin precedentes, con el Tesoro nacional reventando de superávit y el Banco Central atiborrado de reservas en divisas, la gente que produce todo este milagro con sus manos, su sudor y su sangre empieza a pensar que es hora de mejorar su miserable porción, de la torta que sólo ellos producen.
La conflictividad social comienza a manifestarse de las más variadas formas. Ya no son sólo, ni siquiera principalmente, los desocupados los protagonistas de los conflictos. Trabajadores en negro y en blanco, se manifiestan aquí y allá por mejoras salariales y condiciones de trabajo, por blanquear a quienes están en negro, por quitarle la soga al cuello del impuesto a las ganancias a los que trabajan en blanco.

Los patrones, con su alerta olfato de clase, adoptan, como Bush, la guerra preventiva. Se niegan a convalidar convenios ya firmados, despiden gente, ponen variados palos en la rueda.

Por citar sólo los más recientes y producidos en nuestra zona, Sulfacid salió rápidamente a la carga, negándose a convalidar el convenio firmado entre la Federación Química y la Cámara de los empresarios del sector y produciendo el despido de 40 obreros. Después de la movilización de los trabajadores, apoyados por legisladores e intendentes de la zona y con la intervención del Ministerio de Trabajo nacional, se logró anular los despidos y solucionar el tema salarial, pero siguen otros temas en discusión.

ICI, la antigua PASA, también se negó a convalidar el convenio químico y petroquímico y en estos momentos están bajo conciliación obligatoria, que fue alargada por el Ministerio en cinco días más.

En Rosario, Linderma S.A. empresa se dedica a la distribución de una marca de gaseosas y dos de cerveza, despidió a 26 trabajadores.

Y en General Lagos, General Motors, que dice estar en plena expansión, despidió a 34. Tras un paro de 16 horas, el SMATA, gremio que no se caracteriza por su lealtad a las bases, logró un acuerdo que favorece más a los patrones que a los obreros.

Se reincorporó solamente a 5 que estaban con parte médico al momento de ser despedidos (lo cual es completamente ilegal, acotemos de paso). Los 29 restantes recibirán la indemnización al 180 por ciento que regía hasta antes de ayer, más un plus de 6.000 pesos y algunos aportes a la obra social. Y las 16 horas de paro serán descontadas en 4 meses.

Acuerdo poco prometedor para todos los trabajadores, habida cuenta que el Secretario Adjunto de SMATA, Hugo Zimman Din, es ahora el nuevo Secretario de Trabajo de la zona Rosario.

Y el pragmático Lavagna va tomando medidas antiinflacionarias, que nada tienen que ver con los intereses populares. La semana pasada se decidió que el excedente de superávit fiscal no será para obras públicas ni planes sociales, sino que se constituirá un fondo anticíclico. En buen castellano, quedará fondeado en el Tesoro nacional.

Y el jueves nos enteramos que, entre otras cosas, se reduce la doble indemnización del 180 al 150 por ciento, se proyecta una nueva ley de accidentes de trabajo que volverá a poner en cabeza los intereses de las Aseguradores de Riesgos del Trabajo y se invita al Banco Central a que eleve los encajes, para secar la plaza de excedentes monetarios.

Medidas de neto corte monetarista que niegan la más elemental realidad: los precios no suben porque haya mucha plata en circulación, sino por la formación oligopólica de los mismos y la voracidad de los grandes formadores.

El equilibrio precario de la relación de fuerzas sociales se está rompiendo. Y será a favor de quien pegue más duro. A los sectores populares le esperan momentos de grandes luchas.