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Latinoamérica

Manuel Cepeda Vargas

 
Iván Cepeda Castro
Visur

El próximo 9 de agosto se cumplen diez años del asesinato del último senador de la Unión Patriótica elegido por voto popular, Manuel Cepeda Vargas. La especificidad de este caso, y de lo que ha sido su proceso de esclarecimiento judicial, es que en sus expedientes se encuentra plasmada, con particular nitidez, la responsabilidad del Estado y los paramilitares en la ejecución de actos que por su naturaleza pueden ser catalogados como crímenes contra la humanidad. Este magnicidio fue preparado en forma concertada.
La cúpula militar y la jefatura de los grupos paramilitares organizaron el atentado como parte del "Plan Golpe de Gracia", que fue diseñado para eliminar a líderes de la UP sobrevivientes del genocidio perpetrado contra este movimiento político de oposición. La realización del operativo criminal contó con la participación de un equipo mixto conformado por suboficiales del Ejército y sicarios paramilitares. Próximamente, la Corte Suprema de Justicia se pronunciará sobre estos hechos, que han sido suficientemente evidenciados en el libro de Carlos Castaño, Mi confesión.
La documentación judicial de este caso hace parte de la jurisprudencia que se viene acumulando sobre la responsabilidad estatal en la creación y desarrollo de la estrategia paramilitar en Colombia. Una pieza fundamental de dicha jurisprudencia es la sentencia que la Corte Interamericana de Derechos Humanos profirió el pasado 5 de julio en relación con la desaparición forzada de 19 comerciantes del Magdalena Medio. En esta sentencia, por primera vez un tribunal internacional ha hecho, entre otras, tres afirmaciones especialmente significativas. La primera es que el grupo paramilitar que desapareció a los comerciantes surgió al amparo de leyes adoptadas por el Estado (Decreto 3398 de 1965 y normas subsiguientes) y que además tenía "estrechos vínculos con altos mandos de la Fuerza Pública y recibía apoyo y colaboración de éstos". La segunda es que los tribunales penales ordinarios competentes tendrán que investigar y sancionar a los agentes estatales que participaron en los hechos.
Y la tercera –muy relevante para los acuerdos a los que se llegue en Santa Fe de Ralito– es que el Estado "deberá abstenerse de recurrir a figuras como la amnistía, la prescripción y el establecimiento de excluyentes de responsabilidad, así como medidas que pretendan impedir la persecución penal o suprimir los efectos de la sentencia condenatoria". Esta última afirmación va en la misma dirección de otras sentencias en las que la Corte ha dicho que las leyes de amnistía para crímenes atroces carecen de valor jurídico y deben ser anuladas.
La creación de grupos paramilitares ha sido un método de "guerra sucia" en Colombia, cuya finalidad principal es ahorrar a sectores del Estado los costos políticos de las atrocidades que ellos mismos han ordenado. Ahora se pretende que las estructuras descompuestas de esa "estrategia irregular" se conviertan en los pilares de un nuevo modelo de sociedad por medio de un esquema de olvido e impunidad. En lugar de ello, todo proceso tendiente a la superación definitiva de este fenómeno debiera contemplar medidas que impidan que el Estado vuelva a adoptar en el futuro leyes o mecanismos que permitan el desarrollo de grupos armados paraestatales. Asimismo, toda medida tendiente a garantizar verdad, justicia y reparación para las víctimas debiera considerar, en primer lugar, la responsabilidad de quienes, desde el poder económico y político, han sido los planificadores y máximos beneficiarios de esta modalidad de terrorismo estatal.

fm_cepeda@yahoo.fr