6 de septiembre del 2002
La naturaleza funciona
Santiago Alba Rico
  
  Otras Voces-León 
  
  El vendedor de ladrillos era un gran defensor de la Naturaleza. Todos 
  los días, hacia las ocho de la mañana, un terremoto derribaba 
  el barracón de su vecino. 
  El vecino compraba, pues, nuevos ladrillos y reconstruía la casa. 
  Trabajaba toda la jornada, sin levantar la cabeza, y cubría aguas cuando 
  la noche ya madura comenzaba a desteñir en el cielo. 
  Extenuado, se dejaba caer en el interior y dormía tres horas sobre el 
  barro. Por la mañana, salía de su nueva casa dispuesto a remar 
  en el río y silbar a las sirvientas; entonces la Naturaleza sacudía 
  la tierra bajo los cimientos y reducía la modesta construcción 
  a escombros; y el vecino tenía que comenzar desde el principio. 
  El vendedor de ladrillos estaba contento porque vendía ladrillos; al 
  vendedor de ladrillos su vecino se le antojaba contento porque después 
  de todo -de grado o por fuerza- era albañil. 
  Una mañana, a las ocho y cinco el edificio seguía en pie: el terremoto 
  no se había producido. El albañil se sentó bajo el sol 
  picante y, por primera vez en veinte años, encendió su pipa. Pasaron 
  tres días. 
  Al otro lado de la empalizada, el vendedor de ladrillos esperaba con ansiedad. 
  Su situación era desesperada: estaba a punto de arruinarse. Cayó 
  de rodillas y, con los ojos bañados en lágrimas, imploró 
  al Dios justo y clemente. 
  Unos instantes más tarde la tierra tembló, la casa se vino abajo 
  y el albañil, que se había acostumbrado a fumar bajo el sol, acudió 
  a comprar ladrillos. La Regla se había restablecido. "La Naturaleza funciona", 
  exclamó admirado el vendedor mientras descorchaba una botella de vino. 
  
  El buitre y la hiena se reunieron bajo una roca a cotejar su balance anual. 
  Habían muerto ciento ochenta animales en incendios, trescientos veintiuno 
  a consecuencia de las riadas, ochenta y siete de hambre o de frío, cincuenta 
  y tres de enfermedad, a catorce los había tumbado el viento. "La Naturaleza 
  funciona", se frotaron las patas delanteras con irrefrenable satisfacción. 
  
  Muy lejos de allí, en un aéreo edificio de Nueva York, Jeroglifo 
  y Voluptón, capitostes del FMI y del Tesoro, acudieron a la sala de reuniones 
  con voluminosos informes bajo el brazo. Cien países habían declinado 
  hacia la catástrofe, dos mil millones de personas vivían en régimen 
  de pobreza absoluta, ochocientos sufrían de malnutrición, más 
  de mil millones carecían de agua potable, más de dos mil de luz 
  eléctrica, unos cuatro mil quinientos millones de medios de telecomunicación 
  de base. Veintisiete millones de seres humanos habían tenido que abandonar 
  sus casas a causa de la guerra, mil millones no sabían ni leer ni escribir, 
  diez millones de niños habían muerto de inanición, miles 
  y miles habían enfermado por el amianto, el plomo, la dioxina y el monóxido 
  de carbono. "La Economía funciona", prorrumpieron con entusiasmo Jeroglifo 
  y Voluptón mientras degustaban un canapé de foie, conscientes 
  de estar conservando para la Humanidad el gusto por la buena comida. 
  "Cuando aumenta el peligro, aumentan también los medios de salvación", 
  había escrito Hólderlin. "Cuando la rama está a punto de 
  romperse, todo el mundo se pone a inventar sierras", había escrito Brecht. 
  
  Hemos acabado ya con la Naturaleza. ¿Para cuándo la Economía?