3 de agosto del 2002
Salvar el planeta
Ignacio Ramonet
  Le Monde Diplomatique 
  Traducido para Rebelión por Olivier Alvarez y Rocío Anguiano 
  
  
  Johannesburgo, en Sudáfrica, acoge, del 26 de agosto al 4 de septiembre, 
  la Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible. Es un acontecimiento de gran importancia 
  que reunirá el mayor numero de Jefes de Estado y de Gobierno desde hace 
  diez años, así como a unos 60.000 participantes llegados de más 
  de 180 países. Todos juntos intentarán responder a los problemas 
  más graves que afectan a toda la humanidad:
  ¿Cómo proteger el medioambiente? ¿Cómo erradicar la pobreza? ¿Cómo 
  salvar nuestro planeta? 
  Porque la Tierra va mal, muy mal. Sin embargo, el diagnostico sobre los principales 
  males que la afectan se hizo hace diez años, en Río (Brasil), 
  durante la Primera Cumbre de la Tierra. Entonces se dio la voz de alarma: el 
  clima se recalienta, el agua dulce escasea, los bosques desaparecen, decenas 
  de especies vivas se encuentran en peligro de extinción, la pobreza total 
  asola a más de mil millones de seres humanos... 
  En aquella cumbre, los dirigentes del mundo admitieron que "la causa principal 
  de la continua degradación del medioambiente en todo el mundo es un esquema 
  de consumo y de producción inviable, fundamentalmente en los países 
  industrializados, que es extremadamente preocupante en la medida en la que agrava 
  la pobreza y los desequilibrios" y se aprobaron dos acuerdos decisivos sobre 
  el cambio climático y la biodiversidad, así como un plan –llamado 
  Agenda 21- para generalizar el desarrollo sostenible. 
  Este se basa en una idea muy simple: el desarrollo es sostenible si las futuras 
  generaciones heredan un medioambiente cuya calidad sea al menos igual a la que 
  han recibido las generaciones precedentes (1). Este desarrollo supone la aplicación 
  de tres principios: el principio de precaución que favorece la prevención; 
  el principio de solidaridad entre las generaciones actuales y futuras, y entre 
  todas las poblaciones del mundo; y el principio de participación del 
  conjunto de los actores sociales en los mecanismos de decisión (2). 
  Diez años más tarde, en muchos aspectos, las cosas no han mejorado. 
  Al contrario. Con la aceleración de la globalización liberal, 
  el "esquema de consumo y de producción inviable" incluso se ha 
  reforzado. Las desigualdades han alcanzado niveles que no se habían conocido 
  desde la época de los faraones. La fortuna de los tres individuos más 
  ricos del mundo sobrepasa la riqueza del conjunto de habitantes de los 48 países 
  más pobres. La contaminación de la biosfera por parte del mundo 
  rico también se ha acentuado. La treintena de países más 
  desarrollados, que representan el 20% de la población mundial, producen 
  y consumen el 85% de los productos químico-sintéticos, 80% de 
  la energía no renovable, 40% de agua dulce. Y sus emisiones de gas con 
  efecto invernadero por habitante son diez veces más altas que las de 
  los países del Sur. 
  A lo largo del decenio transcurrido, las emisiones de gas carbónico (CO2), 
  causa principal del calentamiento climático, han aumentado un 9%... En 
  Estados Unidos, el país más contaminante del planeta, se han incrementado, 
  durante el mismo periodo en ¡un 18%! Más de mil millones de personas 
  siguen sin disponer de agua potable, y cerca de tres mil millones (la mitad 
  de la humanidad) consumen un agua de pésima calidad. Este consumo de 
  agua contaminada provoca diariamente la muerte de 30.000 personas. Diez veces 
  más -¡al día!- del número de víctimas de los horribles 
  atentados del 11 de septiembre de 2001... 
  Continua también la devastación de los bosques; 17 millones de 
  hectáreas desaparecen cada año – cuatro veces la superficie de 
  Suiza. Y como los árboles ya no están ahí para absorber 
  los excedentes de CO2, el efecto invernadero y el recalentamiento se agravan. 
  Además, cada año, desaparecen cerca de seis mil especies de animales. 
  Una extinción masiva –13% de pájaros, 25% de mamíferos, 
  34% de peces-, como la Tierra no ha conocido desde la desaparición de 
  los dinosaurios, se cierne sobre el planeta como una amenaza. 
  Es fácil imaginar la inmensa esperanza que despierta la Cumbre de Johannesburgo, 
  que podría verse frustrada si predominaran los egoísmos nacionales, 
  la lógica productivista, el espíritu mercantil y la ley del beneficio. 
  Como fue el caso el pasado mes de junio, en Bali, en la conferencia preparatoria, 
  que no fue capaz de adoptar un plan de acción sobre el desarrollo sostenible 
  y concluyó con un fracaso. 
  Para salvar el planeta, es indispensable que los poderosos de este mundo adopten, 
  en Johannesburgo, al menos siete medidas básicas: 1) un programa internacional 
  a favor de las energías renovables, centrado en el acceso a la energía 
  por parte de los países del Sur; 2) compromisos a favor del abastecimiento 
  de agua y de su saneamiento con el fin de reducir a la mitad, de aquí 
  al año 2015, el número de personas privadas de este recurso vital 
  que es un bien común de la humanidad; 3) medidas para proteger los bosques, 
  como preveía la convención sobre la biodiversidad adoptada en 
  Río en 1992; 4) resoluciones para establecer un marco jurídico 
  delimitando la responsabilidad ecológica de las empresas y reafirmando 
  el principio de precaución como previo a cualquier actividad comercial; 
  5) iniciativas para supeditar las reglas de la Organización Mundial del 
  Comercio (OMC) a los principios de las Naciones Unidas sobre la protección 
  de los ecosistemas y a las normas de la Organización Internacional del 
  Trabajo (OIT); 6) reglamentos para exigir a los países desarrollados 
  que se comprometan a dedicar un mínimo del 0,7% de su riqueza a la ayuda 
  pública al desarrollo; 7) recomendaciones imperativas para anular la 
  deuda externa de los países pobres. 
  Al destruir el medio natural, los hombres han conseguido que la Tierra esté 
  dejando de ser habitable. Esta cumbre debe invertir las tendencias que conducen 
  ineluctablemente a la catástrofe ecológica total como un gran 
  desafío para este inicio de siglo XXI. De lo contrario, el propio género 
  humano estará en peligro de extinción. 
  Notas 
  1. Véase Edouard Goldsmith, Le Tao de l'écologie. Une vision 
  écologique du monde. Editions du Rocher, Monaco, 2002. 
  2. Véase el informe « Environnement et développement. Le défi 
  du XXIe siècle », Alternatives Économiques, julio-agosto de 2002. 
  
  3. Véase State of the World 2002, Worldwacht Institute, Washington, 
  2002. Se puede consultar también la página oficial de la ONU sobre 
  la Cumbre de Johannesburgo: www.un.org/french/events/wssd/