20 de diciembre del 2002
Prestige: 
Chapapote y cortinas de humo 
Cádiz Rebelde 
  
  Mientras Aznar y Zapatero parecen disputar una cátedra sobre la 
  buena gestión pública ante "catástrofes naturales", y el 
  presidente del Gobierno aplica tratamiento de shock mediático a la angustia 
  del Norte, con el anuncio de compensaciones económicas y materiales que 
  lloverán de las instituciones y de los presupuestos estatal y europeo, 
  los paisanos gallegos -y en menor medida los asturianos, cántabros y 
  vascos- lloran una pérdida tan irreparable y tan profunda como su amor 
  a la tierra. Porque el primer daño irremediable viene de ese amor a sus 
  perfiles, colores y olores, a la increíble belleza litoral de la inmensa 
  y eterna frontera entre la tierra y el mar. Viene de ese amor lastimado que 
  no entienden los políticos del mercado, la competencia y la ganancia, 
  y del tremendo desprecio por la naturaleza y la vida que ha lanzado oleadas 
  de chapapote sobre las costas gallegas. 
  Nada puede demostrar con mayor claridad la irrealidad absoluta de esa imagen 
  publicitaria de un estado representante de los ciudadanos, como la tragedia 
  vital, económica y ecológica de las sucesivas mareas negras que 
  se abaten sobre Galicia. 
  Nada como este desastre apocalíptico para poner de manifiesto la lógica 
  implacable de las ganancias empresariales, siempre por encima de todo. Porque 
  la ruina que era el Prestige mucho antes de romperse delante de las costas gallegas 
  es, para el gigantesco negocio del petróleo, margen de beneficio. Y beneficios 
  empresariales a manos llenas son también las inspecciones de dios sabe 
  por quién y dónde; los aseguramientos de navíos o de cargas 
  por compañías interpuestas; los abanderamientos de buques en países, 
  como Panamá, rescatados hace algún tiempo -lo recuerdan- no de 
  la mafia de la droga sino para la mafia empresarial que controla los grandes 
  negocios. El margen de ganancia se mide por el óxido de los cientos de 
  gigantescos petroleros que cargados hasta los topes crujen en los mares esperando 
  la designación de un puerto de destino. 
  Aznar nos quiere demostrar que la actuación de su gobierno ante el inconmensurable 
  desastre del Prestige ha sido eficaz. Algún fallo ha habido - dice el 
  presidente del gobierno-, pero se ha corregido inmediatamente. En todo caso 
  nadie -sigue afirmando Aznar-, nadie de buena fe, puede dudar del dolor del 
  gobierno y de su tremenda sensibilidad social. El gobierno llora. 
  En la otra banda del mercadillo político, Zapatero nos quiere demostrar 
  a su vez que la gestión de la crisis ha sido un desastre tanto por parte 
  de la Xunta de Galicia como del gobierno central. Pero el político-alternativa, 
  como su compadre en el tuyo-mío de la "democracia" española, apenas 
  se queda en la superficie de las cosas. Tal para cual. 
  Más allá de la realidad ineludible de la enorme capa de chapapote 
  denso, apelmazado y pegajoso, mal oliente y ácido, negro sobre fondo 
  negro, que impregna, emborrona y dibuja, con una fealdad dolorosa, el perfil 
  de las playas y acantilados de Galicia, todo se pierde en una profunda niebla. 
  
  Aznar y Zapatero tendrían que darnos muchas explicaciones. 
  No nos sirve la de que éste es un asunto de barco demasiado viejo, temporal 
  demasiado duro, y petróleo demasiado sucio y demasiado denso. Una combinación 
  excepcional de decrepitud y mala suerte. 
  Tendrían que explicarnos que el Prestige no era un barco pirata ni un 
  buque mafioso. Era simplemente un elemento del negocio petrolero, matriculado, 
  revisado, fletado, y asegurado, para evitar riesgos empresariales, para descargar 
  impunemente sobre la gente de cualquier lugar los enormes costes sociales de 
  un accidente como el que sufren ahora las costas occidental y norte de la península. 
  Tendrían que darnos detalles engorrosos sobre los cientos de buques igualmente 
  desvencijados que han cargado una y otra vez decenas de miles de toneladas de 
  petróleo, y han navegado, recalado y descargado en aguas, puertos, refinerías 
  y terminales europeos. 
  Cuando se buscan culpables todo es maraña empresarial, compañías 
  interpuestas, propietarios ocultos, legislaciones y jurisdicciones dudosas. 
  Ingeniería financiera, y bancos y bancos de niebla. 
  Aznar y Zapatero se perderán muy pronto en el negocio red inextricable 
  y nuestra indignación irá desapareciendo. Cuentan con ello. 
  Así será hasta que los hombres y mujeres que pelean hasta la extenuación 
  arrancando chapapote de las peñas, sean capaces de abandonar la lógica 
  de sus depredadores, la de las compensaciones económicas de cada uno, 
  y miren el litoral con la mirada de todos. Y de los hijos de todos.