17 de diciembre del 2002
Prestige: Carta de un voluntario de Muxía
David Hernández Castro 
  
  
  Acabo de leer el artículo de Silvia Fernández en vuestras 
  páginas y os escribo para rubricarlo y aportaros más información. 
  Yo también estuve en Muxía durante el puente de la Constitución, 
  junto al resto de voluntarios que se empeñan en este insufrible trabajo 
  de Sísifo. 
  Es cierto que la Administración civil descoordina más de lo que 
  aporta. Nunca serán suficientes las veces que se denuncie la contradicción 
  inherente al hecho de combinar una necesidad palpable de voluntarios con los 
  llamamientos reiterados de la Administración a inscribirse en listas 
  fantasmas cuyo destino final ignoramos por completo. Durante este fin de semana, 
  éramos 1000 los voluntarios en Muxía, pero sólo 250 los 
  que se había trasladado a través del cupo coordinado por el Gobierno. 
  Esto quiere decir que un 25% de los voluntarios nos desplazamos por nuestra 
  cuenta, y que otros muchos se quedaron en sus casas porque las distintas Administraciones 
  no está ofreciendo la infraestructura necesaria de acogida. En lugar 
  de ajustar la infraestructura a la fuerza de trabajo, pretenden constreñir 
  la fuerza de trabajo a la infraestructura existente. Esto no sería un 
  mal mayor si el Gobierno estuviera realmente reemplazando, como proclaman en 
  los medios de comunicación, a los voluntarios por efectivos de Infantería. 
  Pero esto es rigurosamente falso. Sólo 200 soldados, esto es, un 20% 
  de los voluntarios, se ubicaron en Muxía al término del puente. 
  
  Además, tengo que confesar (pecado venial), que tenía un concepto 
  más elevado de la disciplina y organización castrense. A pesar 
  de tener delante de mis ojos una muestra clara de la buena voluntad de nuestras 
  patrióticas huestes. En efecto, desde la visita del señor Juan 
  Carlos un grupo de soldados se había trasladado hasta Muxía. Nos 
  daban la comida y nos encendía la ducha. Y cuando digo nos daban hay 
  que entenderlo en la literalidad de la palabra, ya que la comida la preparaban 
  y pagaban los propios muxians. Los soldados se limitaban a servirla. Más 
  de uno se planteaba con todo el sentido común del mundo que entre la 
  comida y el encendido de ducha mediaban unas valiosas horas de recogida de crudo. 
  Ni corto ni perezoso interrogué a un cabo al respecto. Me dio una explicación 
  convincente: "Señor, es que nosotros somos logísticos, y no podemos 
  recoger fuel. Eso corresponde a la Infantería". Ah, ¡menuda ignorancia 
  la mía! La Infantería llegó la noche del domingo. Hay que 
  reconocer que no se tiraron petardos. En general, había un sabor agridulce 
  entre la gente del pueblo que mezclaba la alegría por los refuerzos y 
  todo el sinsabor provocado por su tardanza. Por la noche, me encontré 
  en un bar con algunos soldados. Son tan jóvenes como los voluntarios, 
  pero a diferencia de ellos, habían sido movilizados siguiendo órdenes. 
  Bueno, me dije, esta gente hace ejercicio todos los días (supongo), están 
  sanos, forman equipos, habrá buena disposición aunque vengan a 
  la fuerza, en fin, incluso puede que alguno sea gallego. Y con estos pensamientos, 
  no sin cierta esquizofrenia interior espoleada por mi antimilitarismo, me dirigí 
  al Polideportivo donde dormimos los voluntarios. 
  Allí me encontré con que el Ejército se había instalado 
  en el mismo sitio que nosotros. Al principio me hizo gracia la cosa. Una modesta 
  bandera de la CNT presidía los colchones pletóricos de trajes 
  caqui. La cuarentena de voluntarios que habíamos quedado en este albergue 
  (había otros 60 andaluces haciendo noche en un colegio), nos dábamos 
  calor en una esquina tocando los tambores. 
  Frente a nosotros, las largas filas de los soldados. Sobre las diez de la noche 
  la fiesta era compartida. 
  No parece que se dieran por aludidos por el baile, el tan-tan, y alguna expresión 
  del estilo :
  "¡arigote, el que cobre que no vote!" De hecho, uno de los voluntarios, quizás 
  un poco pasadito, empezó a desnudarse siguiendo el ritmo africano, y 
  los soldados acompañaban con las palmas. La cosa se puso peliaguda cuando 
  el danzarín empezó a soltar consignas políticamente incorrectas. 
  En realidad, lo más subversivo que estaba haciendo era quedarse en pelotas 
  delante del tercio de flandes, pero parece que hasta las consignas les costaba 
  coger que la cosa iba con ellos. Tampoco hacíamos nada extraordinario. 
  No eran todavía las 11 de la noche, no había insultos, palabras 
  soeces, ni falta al honor de la patria. Finas y corrosivas consignas intelectuales 
  del estilo de la mencionada. La cosa empezó a ponerse castaño 
  oscuro a partir de las 11. Por el lado de la soldada empezaron a surgir los 
  primeros insultos, tampoco gran cosa, "drogadictos" y tal. Así que respondimos 
  tocando más fuerte los tambores. Al poco surgieron las primeras menciones 
  a nuestras madres, y eso sí que dolía, porque madre no hay más 
  que una. 
  Contraatacamos fieramente acompañando los tambores con el flautín 
  y la guitarra. Esto les debió parecer de lo más insoportable, 
  y eso que dicen por ahí que la música amansa a las bestias, con 
  lo que a la de una se levantaron de sus sacos y se arrojaron encima del bailarín. 
  No hubo tortas de milagro. Supongo que debió desanimarles el hecho de 
  que sus peligrosos adversarios se cubrieran la cabeza heróicamente, lanzaramos 
  una digna carrera por la pista del Polideportivo, o las voces más varoniles 
  les increpásemos desde la distancia que "vaya vergüenza de ejército 
  español" (eso les pica). Poco a poco fueron retornando a sus sacos, mientras 
  yo les acorralaba según la vieja técnica de lucha de los indios 
  sioux, que básicamente consiste, según estoy bien informado, en 
  dar vueltas alrededor de ellos lanzando gritos con la voz alta y chillona. Al 
  poco acudió un señor del que luego me enteré que era el 
  Capitán. Me dije "menos mal, el jefe". Me dirigí a él para 
  ofrecerles la pipa de la paz, pero, vaya sorpresa la mía, lejos de enterrar 
  el hacha de guerra, todavía nos amenazaban. El tal señor capitán 
  alegaba que "nos habéis insultado, y tenemos que defendernos". Yo respondía:
  No se les ha insultado de ninguna forma. Y en cualquier caso. ¿Qué formas 
  son esas? Lo que usted ha dicho es una amenaza. ¿Está diciendo usted 
  que en el caso de que sus subordinados se sientan insultados eso justifique 
  que nos sacudan? Es que son jóvenes. 
  Nosotros también somos jóvenes, y hemos venido aquí por 
  nuestra voluntad. En ningún caso está justificada la actitud de 
  sus soldados. Y además de esto, ¿no le parece ridículo, siendo 
  como somos gente pacífica, nos más de cuarenta, y ustedes militares 
  y doscientos? Nosotros también también defendemos la paz. Y además 
  somos neutrales, cosa que no se puede decir lo mismo de usted. 
  ¿Que no soy neutral? ¿Que no soy neutral? Sepa usted que yo soy neutral internacionalista 
  proletario. 
  Pues bien, haga usted el favor de decirle a los suyos que se estén quietos, 
  que yo me encargo de mis soldados. 
  El problema, señor, es que los míos no son ni subordinados míos 
  ni de ningún otro. Son indisciplinados a mucha honra, y es para nosotros 
  un gran sacrificio renunciar a nuestro tambor, cuando todavía no son 
  ni las doce de la noche y después de un día duro de combate contra 
  el fuel. 
  Palabra que la conversación transcurrió en estos justos términos. 
  
  Pero la verdad es el que horno no estaba para bollos, y con un ojo abierto y 
  otro cerrado, los más nos fuimos a dormir, y los menos continuaron la 
  fiesta fuera del Polideportivo. 
  Sólo tengo que añadir que al día siguiente la Infantería 
  se dejó caer por la Playa de la Pedriña sobre la 12 de la mañana. 
  Les pregunté, irreconocible detrás de la mascarilla, donde habían 
  estado. Me dijeron que en otra playa. "Pues sí que sois profesionales, 
  porque lleváis los trajes impecables". Nunca he visto una desorganización 
  mayor que el espectáculo de la Infantería recogiendo crudo. Llegaron, 
  como no, en cerrado y disciplinado grupo (por cierto, que con unos trajes bastante 
  mejores que los que nos habían facilitado a nosotros). Se apelotonaron 
  en una curva a un palmo el uno del otro, y con una gran puesta en escena, interrumpían 
  y molestaban con gran acierto la autoorganización de los voluntarios. 
  A la 1 de la tarde, cuando vi por última vez la playa de la Pedriña, 
  todavía no pude observar la imagen de un soldado metido entre las rocas 
  sacando el fuel con las manos. Esa fue la imagen que ofrecieron desde el primer 
  día los y las estudiantes de 20 años. 
  Luego me contaron un chascarrillo que dieron por televisión. 
  Un oficial declaraba que había más de 100 soldados trabajando 
  denodadamente en las Islas Cíes, y acto seguido, la cámara daba 
  la palabra a un ecologista que decía que naranjas de la china. La cámara 
  enfocaba a un grupo de 10 soldados con una pala en lo que difícilmente 
  podría describirse como trabajo esforzado. 
  Por lo demás, corroboro toda la información que ha escrito en 
  estas páginas Silvia Fernández. Falta de material, descoordinación 
  del Gobierno, nada de "ligera mejoría", y la necesidad urgente de ayuda. 
  Al respecto del artículo de Xoaquín Silva quiero manifestar mi 
  acuerdo en líneas generales, pero que no hay que olvidar que la conciencia 
  de clase se forja en momentos como éste. El interés espontáneo 
  no debe ser apartado como cosa mezquina desde la altura teórica del interés 
  de clase. Al contrario, hoy por hoy, se dan las condiciones objetivas para que 
  una organización revolucionaria canalice la situación hacia cambios 
  estructurales. Creo que no se han dado en décadas unas condiciones tan 
  favorables para la toma de conciencia como la sufren hoy los gallegos. Si el 
  voluntariado se termina plasmando en la fórmula reaccionaria de "We are 
  de world", dependerá en gran medida del trabajo que realicen las organizaciones 
  de la izquierda alternativa gallega. Y este trabajo debe cimentarse sobre dos 
  piernas: la lucha ideológica de clases, en la que se enmarca oportunamente 
  el artículo de Silva; y la lucha de clases en el sentido social y económico 
  en la que podría enmarcarse la aportación del voluntariado. Los 
  autobuses de solidarios pueden quedarse en el turismo izquierdoso que hemos 
  conocido en otras experiencias latinoamericanas, o en las nuevas brigadas internacionales 
  que también hemos visto en el mismo continente. El gallego votante del 
  PP, es también el sujeto cuyo conciencia queremos revolucionar para obtener 
  la mayoría social sin la cual es imposible un cambio estructural en Galicia. 
  Me da a mi la espina de que no le convenceremos sólo con el impecable 
  y necesario discurso de Xoaquín, sino también con el imprescindible 
  contacto físico y el ejemplo evocador de voluntarios como Silvia.