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Latinoamérica

Venezuela: ¿quién se queda con el Estado?

Heinz Dieterich Steffan*

EL FUTURO DE VENEZUELA

Se decide en la lucha por el Estado. Múltiples actores políticos internos y externos participan en la carrera por su control. Algunos actúan con intenciones revolucionarias, otros por intereses oligárquicos o imperiales. Determinadas fuerzas operan de manera abierta y hasta escandalosa, otras prefieren modos silenciosos o palaciegos en la acumulación del poder.
La razón de ser de esta dinámica es el golpe de Estado transnacional petrolero del 11 de abril del 2002. Las reservas probadas de crudos extrapesados de Venezuela representan el 50% (!) de las reservas del total mundial; con las tecnologías de conversión adecuadas, esos yacimientos son equiparables a las reservas probadas de crudos convencionales de Arabia Saudita, 270 mil millones de barriles, que son las mayores del globo.
El golpe en Venezuela fue parte integral de un plan maestro de tres operaciones estratégicas de Washington, concebido por el gobierno de Bush: 1. El sometimiento definitivo del mundo árabe-islámico donde yacen tres cuartas partes del crudo convencional y la mitad de las reservas mundiales de gas. La agresión a Irak, la intimidación de Arabia Saudita e Irán y la destrucción del Estado palestino cumplen este objetivo. 2. La conquista militar de Asia Central, donde existe 40% de las reservas mundiales de gas y, cerca del mar Caspio, enormes reservas petrolíferas. La guerra contra Afganistán alcanzó esta meta. 3. La apropiación violenta del petróleo venezolano mediante el coup d´etat del 11 de abril, frustrado en su momento por la heroica acción del pueblo y los militares patrióticos quienes, además de defender a la democracia, salvaron la vida de 5 mil ciudadanos, cuyos nombres aparecieron en las listas de los que iban ser asesinad El golpe de Estado fue un parteaguas en el proceso bolivariano, en múltiples sentidos: redefinió la relación con Estados Unidos, en el sentido de debilitar sustancialmente la capacidad nacional de una política soberana y latinoamericanista en la arena internacional; despertó y radicalizó a las masas que finalmente entraron en el proceso de autoasumirse como sujetos del proceso bolivariano; aceleró el deterioro de parámetros económicos fundamentales; descubrió a los actores políticos oportunistas, ineficientes y antirrevolucionarios dentro de los aparatos políticos y sociales del sistema; fortaleció la popularidad del presidente Hugo Chávez entre las mayorías populares y redujo la capacidad de convocatoria manipulativa de los conspiradores entre las clases medias; finalmente, hizo nacer entre los sectores más avanzados de las mayorías y los principales protagonistas del sistema de liderazgo la pregunta acerca de las responsabilidades de El choque del Titanic con el iceberg imperial ha desatado, meses después de la fatídica fecha, un intenso debate sobre la conducción del barco. Ese debate que atañe a sus más importantes operadores, desde el capitán hasta el timonel, los especialistas de los radares y los principales oficiales del equipo, ha evidenciado que existe coincidencia de criterio entre muchos líderes de las fuerzas sociopolíticas que sostienen el proceso bolivariano, acerca de la necesidad de constituir una nueva dirección estratégica con un nuevo proyecto estratégico.
El golpe de abril mostró la necesidad de una "dirección colectiva socialmente reconocida, lo imprescindible de un centro de dirección revolucionaria que organice y conduzca al pueblo. Que evite los excesos que caminan hacia la conciliación o el anarquismo, que en última instancia son expresiones claras de la ausencia de una dirección con un rumbo claro", formula uno de los protagonistas más importantes de la vanguardia bolivariana ese consenso sobre la impostergable reconfiguración del liderazgo.
El sistema de conducción del bolivarianismo venezolano ha pasado por dos etapas, desde su constitución. En su génesis militar-cívica como Movimiento Bolivariano Revolucionario-200, durante los 80, fue un sistema colectivo horizontal que llevó el movimiento desde la clandestinidad hacia la conquista electoral del Estado venezolano, en febrero de 1999. En la segunda fase, que se inicio con esta fecha y terminó con el golpe del 11 de abril del 2002, el sistema horizontal se verticalizó, convirtiéndose el presidente en el centro de gravitación de la política estatal y partidista. Esa personalización de la gestión del proceso que fue una corresponsabilidad de todos los sujetos políticos involucrados se pagó con una extraordinaria pérdida de capacidad gerencial del Estado y de los entes político-sociales respectivos. Fue esa dramática deficiencia de conducción que permitió la asonada militar.
La tercera etapa en la configuración de un centro de dirección estratégica capaz de enfrentar las múltiples operaciones de una sofisticada conspiración transnacional que pretende derrotar al presidente Chávez antes de fin de año, es el eje de la dinámica política-social-militar en la Venezuela de hoy. La presión para esa reconfiguración cuyo objetivo principal es el control del Estado, nace tanto de los sectores y organizaciones populares las "masas" como se dice aquí como de sectores de poder progresistas y reaccionarios.
En este complicado rompecabezas de política real hay tres requisitos axiomáticos que son fundamentales para el éxito de la revolución bolivariana: a) el regreso a una conducción colectiva que reúna las mejores cabezas y las conciencias más ética del país; b) la sincronización entre la creciente radicalización de las masas y el creciente control del Estado, porque el avance descoordinado de cualquiera de las dos fuerzas significaría el fin del proceso y, c) el mantenimiento de la unidad entre los actores de las cúpulas y de las bases.
El control del Estado y la conciencia de las masas son los dos factores decisivos en todo proceso revolucionario. La tarea de la vanguardia consiste en vincularlas de una manera orgánica. Ahí se define el destino de la revolución bolivariana.
* Investigador de la UAM, miembro del SNI , colaborador de "Resumen Latinoamericano".