|  
       | 
  
26 de julio del 2002
Entrevista a Pierre Bordieu
Los motivos de la ira 
  
  asambleasociales 
  
  Inglaterra fue en los años ochenta la primera estación 
  de la política neoliberal en Europa. El nombre de Margaret Thatcher define 
  y evoca una era que quedó cifrada en el desmantelamiento del Estado social, 
  el auge del monetarismo y la globalización del comercio y los mercados 
  financieros: una nueva e inesperada revolución del capitalismo. Felipe 
  González llegó a pensar que se trataba de otra "excentricidad 
  británica". El thatcherismo no fue en realidad más que el preludio. 
  Es-paña, Grecia, Francia, Alemania, Suecia, Austria... viven hoy el síndrome 
  de aquella excentricidad. La religión de los mercados financieros se 
  ha apoderado de la mayor parte de las élites dirigentes europeas. En 
  algunos países, como en Italia, ha fracasado; en otros, como en Alemania 
  y Francia, ha servido para imponer un sesgo dramático y conflictivo a 
  la unificación europea. Pierre Bourdieu ha sido uno de los críticos 
  más notables de este neoliberalismo tardío. En octubre del año 
  pasado, el perió-dico Liberation publicó un ensayo de Bourdieu 
  en el que impug-naba la política de Hans Tietmeyer, presidente del Deutsche 
  Bundesbank. El semanario alemán Der Spiegel propició una conversación 
  con el sociólogo francés. 
  ROMAIN LEICK y DIETER WILD: Profesor Bourdieu, en su crítica a Hans Tietmayer, 
  presidente del Deutsche Bundesbank, lo acusa de ser el abanderado del neoliberalismo 
  europeo. ¿Pre- tende declarar la guerra a Bonn y a sus planes para Europa? 
  PIERRE BOURDIEU: No, yo impugné al banquero no al alemán, pero 
  sobre todo al banquero dogmático. Mi crítica, en cierta medida 
  irónica, no quiso expresar ninguna animadversión francesa hacia 
  Alemania. Habría en cambio que pensar en la urgencia de construir un 
  Estado federal europeo que sea capaz de defenderse del poder y las obsesiones 
  de un banco central. 
  LEICK y WILD: ¿Acaso los franceses atribuyen al Bundesbank una autoridad semejante 
  a la que tuvo alguna vez el estado mayor prusiano? 
  BOURDIEU: Se dice que Prusia fue un Estado constituido por militares. Sin embargo, 
  nunca antes se había erigido un Estado en torno a un banco. En mi opinión, 
  comenzar la unión europea con la unificación monetaria, tal y 
  como se le concibe en la actualidad, es una mala señal; es decir, el 
  banco central se convierte en la piedra de toque. Si provoqué a Tietmeyer 
  fue para desatar un debate a nivel europeo. 
  LEICK y WILD: ¿Y él le respondió? 
  BOURDIEU: No. Helmut Schmidt escribió, como ustedes saben, un ensayo 
  en el periódico Die Zeit... 
  LEICK y WILD: ...donde denuncia la política de deflación de Tietmeyer. 
  
  BOURDIEU: Eso me satisfizo plenamente. Schmidt utilizó argumentos precisos. 
  
  LEICK y WILD: Un sociólogo francés de izquierda y un socialdemócrata 
  alemán de derecha, ¿no le parece una alianza extraña? 
  BOURDIEU: La verdad no tiene patria ni partido. Hoy impera una suerte de ceguera 
  colectiva. Todo lo que tiene que ver con la moneda, el Banco Mundial, el Fondo 
  Monetario Internacional o el Deutsche Bundesbank se ha convertido en un fenó-meno 
  casi religioso. Las consignas de globalización y flexibi-lidad se repiten 
  de manera frenética, como si alguien supiera lo que significan. Son sólo 
  conceptos imprecisos y carentes de definición que circulan por ahí, 
  de manera similar a una retahíla religiosa. 
  LEICK y WILD: Esta supuesta religión no tiene su origen en Alemania. 
  
  BOURDIEU: Tiene seguidores alrededor de todo el mundo, también en Francia, 
  donde Jean- Claude Trichet, jefe del Banque de France, es su vocero. Un hombre 
  que, para colmo, tiene ambiciones de poeta. No obstante, su verdadero sacerdote 
  es el señor Hans Tietmeyer. 
  LEICK y WILD: ¿No le da demasiada importancia? 
  BOURDIEU: No. Su lenguaje dogmático y ritual es revelador. Lo peligroso 
  de estas creencias es que se difunden como si fueran verdad. Nadie se asombra, 
  nadie pregunta, todo parece obvio. La mayoría de los que repiten esta 
  letanía religiosa no tienen la menor idea de lo que es la teoría 
  económica. Hoy el neoliberalismo es lo que en la Edad Media fue el "communis 
  doctorum opinio". 
  LEICK y WILD: Una ideología con disfraz de ciencia. ¿Se trata de una 
  confusión ideológica? 
  BOURDIEU: Exactamente. Se trata de un dogmatismo conservador que se apoya de 
  manera injustificada en la autoridad de la ciencia. 
  LEICK y WILD: ¿Se ha convertido el Bundesbank en un chivo expiatorio de los 
  problemas económicos de Francia? 
  BOURDIEU: De ninguna manera. Me sorprende que se hable de enemistad entre franceses 
  y alemanes. Tietmeyer representa el enorme poder del Bundesbank. Su discurso 
  es impositivo, brutal y desesperante. Pero el objetivo de la resistencia es 
  el neoliberalismo. 
  LEICK y WILD: ¿Qué hay de malo en la política que propone comenzar 
  con la unificación monetaria? 
  BOURDIEU: Es una política unidimensional. ¿Por qué nadie habla 
  de unificar las conquistas del Estado de bienestar en Europa y de que cada país 
  cuente con los mismos derechos sociales? Hay que crear un poder [europeo] fundado 
  en un Estado de derecho al que se supedite la economía a través 
  de una estructura jurídica. La relación patrón-trabajador 
  debe replantearse. Sobre todo, hay que controlar el dumping social porque es 
  la causa del desempleo. Asimismo, habría que impulsar un pacto europeo 
  de crecimiento económico y creación de empleos. 
  LEICK y WILD: ¿No es demasiado irreal? 
  BOURDIEU: No hay por qué doblegarse ante el terrorismo ideológico. 
  Entre la forma de pensar de Tietmeyer y el Libro rojo de Mao existe una analogía: 
  para ambos las ideas son armas. El Libro rojo respondía a una estructura 
  de pensamiento autoritario, mediante la cual Mao podía exigir a su pueblo 
  cualquier cosa por absurda que fuera, como El-Gran-Salto-Hacia-Ade-lante, por 
  ejemplo. Las creencias que enarbola Tietmeyer se rigen por el mismo principio 
  y están basadas en el fatalismo económico. El jefe del Bundesbank 
  pretende vendernos los famosos "mercados financieros" como si su poder fuera 
  parte del destino. El economicismo aniquila cualquier utopía: nunca parece 
  haber otra opción que no sea la de capitular frente a su punto de vista. 
  
  LEICK y WILD: ¿No es un exceso concluir que existe la amenaza de una dictadura 
  económica sólo porque el banco central europeo debería 
  actuar de manera independiente frente a cualquier tipo de intervención 
  política? 
  BOURDIEU: La filosofía de Tietmeyer sostiene que no se puede hacer nada 
  contra los mercados financieros: cualquier tipo de resistencia es inútil. 
  Y personas como él son las que hablan de libertad y liberalismo, como 
  si libertad y laissez-faire fueran una y la misma cosa. El neoliberalismo pugna 
  por un simple dejar hacer a las fuerzas económicas, es decir, por el 
  fatalismo económico. 
  LEICK y WILD: Usted propone, en cambio, volver al dirigen- tismo estatal. 
  BOURDIEU: Un banco europeo tiene sentido como instrumento de un Estado europeo 
  que, al igual que cualquier Estado, debe responder a obligaciones económicas, 
  pero sobre todo debe alcanzar metas que vinculen la economía con otros 
  objetivos: la felicidad, la igualdad, la libertad, el derecho de los ciudadanos 
  al trabajo. En cambio, un banco que persigue el poder absoluto sobre el mercado 
  es un peligro para el interés público. 
  LEICK y WILD: El poder de los mercados financieros es una realidad que usted 
  ni nadie puede ignorar. 
  BOURDIEU: Así es. En contra de ello debemos desarrollar estructuras estatales 
  a nivel europeo. La globalización de los mercados financieros, que incrementa 
  el capital sin necesidad de invertir en la industria, ha creado un nuevo e inmenso 
  poder que infringe y desborda la autoridad y la soberanía de los gobiernos 
  de cada país. 
  LEICK y WILD: ¿Qué puede hacer un Estado nacional si su margen de acción 
  se halla limitado por el déficit interno y el incremento permanente de 
  la deuda? 
  BOURDIEU: Me obliga a hablar más allá de lo que me compete como 
  sociólogo. Hablo porque el silencio de los intelectuales me aterra. A 
  su objeción podría responderle que la desregulación de 
  los mercados financieros propició una masiva evasión de impuestos 
  de la que nadie dice nada. Respondo con una pregunta. La evasión de impuestos 
  es una consecuencia inmediata de la pérdida del control que ejercía 
  el Estado sobre los mercados financieros, ¿cuál es el porcentaje del 
  déficit interno que se debe a esta evasión? 
  LEICK y WILD: Es probable. Pero, ¿por qué no dice nada acerca del problema 
  del gasto? El Estado social se ha vuelto dema- siado caro. 
  BOURDIEU: Ahora habla usted como Hans Tietmeyer. 
  LEICK y WILD: ¿Acaso usted no cree en ello? 
  BOURDIEU: No. Hay que analizar cómo se hacen las cuentas. Los economistas 
  cometen errores al hacer sus balances. Por mé-todo, olvidan el gasto 
  social y económico que generan las medidas de ahorro y austeridad. Por 
  ejemplo, los gastos necesarios para combatir el desempleo y sus consecuencias, 
  así como la pobreza. A ello hay que agregar, por supuesto, los gastos 
  en el ámbito de la salud. 
  LEICK y WILD: ¿Cuáles otros gastos? 
  BOURDIEU: Pensemos tan sólo en la violencia. Eso sí cuesta caro. 
  Al igual que la energía, la violencia nunca desaparece, sino que se transforma 
  y cambia de apariencia. El desempleo, la pobreza, la falta de vivienda son formas 
  de violencia. La violencia económica aparece en otro lugar y con otros 
  rostros. Ni hablar de la violencia de los seres humanos en contra de sí 
  mismos: crimen, alcohol, drogas... 
  LEICK y WILD: ...problemas que siempre han estado allí. No puede usted 
  atribuirle todos los males al neoliberalismo. 
  BOURDIEU: A usted le parece que exagero, porque el neoliberalismo se ha metido 
  de tal manera en la mente de los individuos, que pensar de manera lógica 
  y normal se ha vuelto hoy una paradoja. Insisto: vivimos una revolución 
  conservadora que quiere restaurar el capitalismo original y salvaje con un nuevo 
  atuendo. 
  LEICK y WILD: Hans Tietmeyer tendría una objeción definitiva: 
  diría que usted ve moros con tranchetes. 
  BOURDIEU: Claro. Lo curioso de esta revolución es que se mueve con pasos 
  silenciosos; aparenta ser apolítica. Tietmeyer no se concibe a sí 
  mismo, ni por un instante, como un político cuando en realidad no hace 
  más que hablar todo el tiempo de política. La lógica que 
  se desprende de esta revolución es que a los pobres les toca lo que merecen: 
  perecer. 
  LEICK y WILD: Si Tietmeyer dijera eso no permanecería ni un día 
  más al frente del Deutsche Bundesbank. 
  BOURDIEU: Analicemos su retórica. Sería demasiado hermoso que 
  lo dijera así, de manera abierta. Su discurso no hace más que 
  reiterar que los mercados financieros lo controlan todo, que necesitan flexibilidad 
  y desregulación. En otras palabras, más despidos y menos Estado 
  social. Es paradójico, pero Tietmeyer habla como aquellos austromarxistas 
  que, en la época del cambio de siglo, proclamaban la era del capitalismo 
  financiero. 
  LEICK y WILD: El poderío alcanzado por la banca es una consecuencia de 
  la debilidad del Estado, que ha fracasado ante los problemas económicos 
  y sociales. 
  BOURDIEU: Sí, pero el pesimismo con respecto al Estado es equívoco. 
  Fracasaron los que sirven al Estado. Sobre todo la aristocracia estatal francesa, 
  que ha sido autoritaria, necia y engreída, como si hubiese arrendado 
  a la ciencia. Pero puedo imaginar un Estado europeo más sensible, libre 
  de prejuicios, más hegeliano... 
  LEICK y WILD: ...el Estado como el agente que procura el espíritu del 
  mundo. ¿Está usted sucumbiendo ante las tentaciones del idealismo alemán? 
  
  BOURDIEU: ¿Sabe?, el que está inmerso en el luto se vuelve con facilidad 
  utópico. Ya Max Weber juzgó alguna vez a los profesores, esos 
  pequeños profetas fanfarrones mantenidos por el Estado. Pero de vuelta 
  a la conversación, lo más interesante de la construcción 
  de Europa es lo menos visible –el trabajo de todos esos burócratas y 
  juristas en Bruselas, que día a día diseñan nuevas reglas 
  para unificar y fortalecer a Europa. 
  LEICK y WILD: En realidad, la burocracia de Bruselas se ha convertido en el 
  símbolo de una casta de tecnócratas sin rostro ni alma. 
  BOURDIEU: Es un error verlos como enemigos. Los tecnócratas de Bruselas 
  son aliados que deberían ser alentados a pesar de que es necesario controlarlos. 
  Ellos pueden dotar al Estado europeo de los medios para defenderse del neoliberalismo. 
  
  LEICK y WILD: Una bella esperanza. Ni siquiera Suecia, el Estado social modelo, 
  lo pudo lograr. 
  BOURDIEU: Los socialdemócratas suecos destruyeron en parte el Estado 
  social, así como los socialistas franceses dieron pie al desarrollo que 
  condujo al fin del Estado de bienestar en mi país. François Mitterrand 
  gobernó en nombre del socialismo, pero fue su gran sepulturero. 
  LEICK y WILD: ¿Una contrarrevolución progresista en contra de la revolución 
  conservadora? 
  BOURDIEU: Ésa es la pregunta. Hay que comenzar con una revolución 
  en la forma de pensar. Por eso me siento comprometido a argumentar de manera 
  radical; de lo contrario, nadie me escucharía. La ideología de 
  Tietmeyer se ha anclado en la mentalidad de la gente, incluso en la de los periodistas, 
  tanto de derecha como de izquierda. 
  LEICK y WILD: ¿Dónde reside la fuerza contraria si los socialdemócratas 
  traicionaron al Estado social? Como usted lo ha dicho, el poder de los sindicatos 
  se tambalea. 
  BOURDIEU: A largo plazo, el mismo Hans Tietmeyer detonará las fuerzas 
  contrarias. Personas como él, y antes Margaret Thatcher y Ronald Reagan, 
  ocasionan con su política violenta que la crisis sea de tal magnitud 
  que la Europa social se vuelva imprescindible. Un ejemplo es la huelga de los 
  camioneros... 
  LEICK y WILD: ...con quienes simpatizaron la mayoría de los franceses. 
  
  BOURDIEU: Los camioneros son explotados de manera inconcebible. A veces trabajan 
  más de sesenta horas y el índice de accidentes es alarmante. ¿Por 
  qué? Porque la desregulación que defiende Tietmeyer obliga a las 
  empresas pequeñas a sacar los máximos dividendos de sus empresas. 
  Lo que se presenta como "recortes" es, en realidad, el triunfo del capitalismo 
  frenético y cínico. El proceso civilizatorio del Estado europeo, 
  que requirió varios siglos para desarrollarse, está siendo destruida 
  en nombre de una de las leyes más estúpidas: la maximización 
  de la ganancia. 
  LEICK y WILD: ¿Es un nuevo llamado a la lucha de clases: trabajo versus capital? 
  
  BOURDIEU: Las fuerzas ideológicas son de suma importancia. La caída 
  de la caricatura del socialismo que gobernó a los países de Europa 
  del Este acalló toda oposición. Hoy la gente siente que no hay 
  nada más allá en el horizonte, que la historia ha llegado a su 
  fin. Semejante desencanto es fatal. 
  LEICK y WILD: ¿Cuáles serían las consecuencias del hundimiento 
  de la civilización europea? 
  BOURDIEU: En principio, una amenaza generalizada. El temor de la gente a perder 
  el empleo conlleva una desmoralización. Pienso también en la autocensura 
  de los intelectuales. El nuevo movimiento nacionalsocialista en Francia no es 
  ajeno a esta evolución; tampoco el peligro que representa el fundamentalismo 
  en todo el mundo. 
  LEICK y WILD: Al parecer, Le Pen nunca podrá ganar la mayoría 
  en Francia. 
  BOURDIEU: El Frente Nacional de Le Pen puede proliferar como un cáncer. 
  En cierto modo, Le Pen ya ganó. Su manera de ver el mundo flota como 
  una nube oscura sobre el país. En lo que a la inmigración respecta, 
  al igual que en muchas otras cues-tiones, la izquierda ya ha cedido. 
  LEICK y WILD: ¿Teme una revolución fascista? 
  BOURDIEU: Dije, tal vez por capricho, que el mismo Tietmeyer habrá de 
  detonar las fuerzas subversivas. Dichas fuerzas pueden desarrollarse en cualquier 
  dirección. No tienen por qué ser progresistas. Claro está 
  que pueden ser de naturaleza nihilista. En los Estados Unidos, el hundimiento 
  del Estado social –en realidad, el Estado de bienestar nunca existió 
  allí– va de la mano con el surgimiento del Estado policíaco. Desde 
  hace más de dos años, California gasta más en cárceles 
  que en educación. Eso da mucho de qué hablar. 
  LEICK y WILD: No todo es noche en el modelo norteamericano; por ejemplo, la 
  creación de más de diez millones de empleos en los últimos 
  años. 
  BOURDIEU: ¿Alguna vez ha estado usted en el ghetto de Chicago? Yo sí. 
  Es uno de los lugares más bárbaros del mundo. Con excepción 
  de los campos de concentración, no existe nada peor. 
  LEICK y WILD: Si pensamos en las condiciones de los subur-bios de las ciudades 
  en Francia, ¿encuentra diferencias con Chicago? 
  BOURDIEU: Por supuesto. Aquí el Estado no ha renunciado aún. 
  LEICK y WILD: Las circunstancias parecen ser las mismas: crimen, desempleo y 
  racismo. 
  BOURDIEU: En Estados Unidos, cada día son asesinados siete niños. 
  Espero que no se sospeche que prefiero la pobreza francesa por razones nacionalistas. 
  Sin embargo, en nuestros suburbios todavía funcionan las escuelas, los 
  profesores y los trabajadores sociales. Viven una vida difícil, pero 
  la decadencia aún no es total. Pero si el primer ministro Alain Juppé 
  permanece en el cargo cinco años más, podrían surgir aquí 
  también los Harlem y los Chicago. 
  LEICK y WILD: El Estado social europeo en el que usted piensa no podría 
  existir, como si fuera una isla paradisíaca, en la autarquía comercial. 
  Sin embargo, ¿no tendría acaso que buscar refugio en el proteccionismo 
  para defender las conquistas sociales frente a la competencia de Estados Unidos 
  y Asia? 
  BOURDIEU: Ni lo afirmo ni lo niego, pero hay que formular la pregunta de otra 
  manera. Es preciso sustituir las mitologías que flotan en el aire por 
  conocimientos concretos. 
  LEICK y WILD: ¿Por qué evade la pregunta? 
  BOURDIEU: Uno de los obstáculos que se interponen en el desarrollo armónico 
  de un Estado federal europeo es la postura ambigua de Estados Unidos. Los norteamericanos 
  impulsaron una Europa independiente, ahora observan con recelo la unión 
  europea. Estados Unidos es, de hecho, un país proteccionista; a veces 
  no lo es de manera evidente, pero hay ocasiones en que su proteccionismo es 
  abierto y brutal. Los grandes profetas norteamericanos del liberalismo, la desregulación 
  y la libertad absoluta siempre están prestos a blandir el mazo del embargo 
  comercial. Una de las tareas del Estado europeo consistiría en convertirse 
  en un poder capaz de resistir la presión de los mercados financieros 
  que a menudo no hacen más que reflejar las necesidades de Estados Unidos. 
  
  LEICK y WILD: Hasta la fecha, la izquierda no ha encontrado una receta en contra 
  del neoliberalismo. ¿Ha muerto el socialismo en Europa? 
  BOURDIEU: Depende si se refiere al socialismo real o al socialismo ideal. El 
  socialismo real que existió en Europa está muerto, gracias a Dios. 
  En Suecia y Alemania, la socialdemocracia anda con pies de plomo. A mi parecer, 
  el socialismo francés también ha muerto. Necesitamos una nueva 
  manera de ver el mundo, una visión colectiva que trascienda las ideas 
  tradicionales. Una democracia verdadera es impensable sin un mínimo de 
  democracia económica. 
  LEICK y WILD: Francia, la cuna de los derechos humanos y la igualdad republicana, 
  parece haberse erigido en la punta de lanza contra la política de ahorro 
  y austeridad. ¿Casualidad o misión histórica? 
  BOURDIEU: Por razones históricas, Francia ocupa una posición singular. 
  El país se especializa en revoluciones. Pero veo movimientos por todos 
  lados. La gente ya no soporta más. En España se avecina un enorme 
  conflicto en las empresas del servicio público. Incluso en Alemania, 
  la disposición a la huelga se ha incrementado. El cambio ha comenzado. 
  Puede incluso suceder que las enormes presiones económicas desatadas 
  por la globalización acaben por engendrar una resistencia de proporciones 
  internacionales. 
  Der Spiegel, no. 50, 9 de diciembre, 1996. Texto traducido por Katja Benavides 
  Kluck y Julio Antonio Fuentes.
  Fractal n° 4, p. 125, 1997 (México)