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26 de julio del 2002
Los nazis de Washington
Angel Guerra Cabrera
  La Jornada 
  
  No es noticia que el grupo usurpador gobernante en Washington haya decidido 
  lanzar una agresión de gran escala contra Irak. El propio Bush II lo 
  ha anunciado después de incluirlo en el eje del mal y dar orden a la 
  CIA de remover a Sadam Hussein y asesinarlo, "si se resiste". Estos designios 
  bárbaros se basan en meras especulaciones y acusaciones sin fundamento. 
  No existe el menor indicio que vincule a Irak con el atentado terrorista del 
  11/9, ni hay prueba alguna, como lo acaba de afirmar en el Boston Globe Scott 
  Ritter, ex jefe de inspectores de la ONU en ese país, de que esté 
  produciendo armas de exterminio en masa; mucho menos existe un solo analista 
  serio que considere a Bagdag una amenaza a la seguridad de Estados Unidos. ¿A 
  qué obedece, entonces, la obsesión de Bush por lanzarse al cuello 
  de Irak? La respuesta está en los problemas domésticos de la actual 
  administración y en su trasnochado sueño de hegemonía mundial 
  absoluta, elaborado teóricamente hace años por el ahora subjefe 
  del Pentágono, Paul Wolfowitz, con nuevos aportes de Condoleezza Rice. 
  
  La masacre contra el pueblo afgano, aunque ha proporcionado a Washington acceso 
  privilegiado a la segunda zona petrolera y gasera del mundo y cerrado el cerco 
  militar a China, comienza a dejar muy mal parado el éxito de la "guerra 
  contra el terrorismo" ante la opinión pública de su país. 
  Bin Laden y el mullah Omar no han sido capturados ni hay certeza sobre su paradero, 
  gran parte de los talibanes y combatientes de Al Quaeda se replegaron a montañas 
  donde resultan inasibles y Afganistán es de nuevo escenario de una guerra 
  sin fin entre facciones, como la que los integristas habían conseguido 
  frenar durante su reinado. A esto se unen los graves trastornos de la economía 
  estadunidense, las quiebras en cascada, los fraudes contables, el involucramiento 
  en ellos de Bush y su pandilla, el desempleo, los millones de accionistas desplumados, 
  la paranoia instigada desde la Casa Blanca ante la "amenaza terrorista" y la 
  progresiva pérdida de la confianza de la población en los líderes 
  y las instituciones de la superpotencia; todo esto en vísperas de las 
  elecciones de medio término de octubre. Si la globalización financiera 
  estadunidense agoniza, queda el recurso de conservar el dominio del mundo con 
  su poderío militar incontrastable, asegurando el control de la primera 
  reserva mundial de hidrocarburos, tan cara a la decadente ¿civilización? 
  consumista del american way of life. Este objetivo quedaría en gran medida 
  alcanzado con la ocupación de Irak, estableciendo una plaza de armas 
  desde la que supuestamente Washington dominaría, apoyado por su socio 
  sionista, el arco que va de Palestina a Asia central. De paso, explotando el 
  patrioterismo, Bush conseguiría levantar su descendente popularidad con 
  vista a conseguir la victoria republicana en las elecciones de octubre y a permanecer 
  en 2004 en la poltrona, a la que llegó tras el fraude electoral en Florida. 
  
  Pero ni los gobiernos árabes ni los europeos ni el turco, ni acaso el 
  taimado Vladimir Putin, parecen inclinados a apoyar una aventura que puede convertirse 
  en una trampa infernal para sus participantes. Sólo el incondicional 
  Blair de la tercera vía ha asegurado de antemano su colaboración 
  y ya dispuso el llamado de reservistas y de una división acorazada para 
  el próximo otoño, según trascendidos en la prensa británica, 
  aunque enfrenta serias objeciones de su partido y de miembros del gabinete. 
  Y es que ésta no sería una nueva edición de la guerra áerea 
  y tecnológica del golfo. Ahora se trataría de ocupar, obviamente 
  con infantería, toda la zona de Irak que el alto mando yanqui -con muy 
  buen juicio- eludió en aquella ocasión: zonas densamente pobladas 
  y propicias a la guerra irregular en el camino a Bagdag, donde habrá 
  que combatir casa por casa. Estimaciones británicas calculan entre 20 
  mil y 30 mil las bajas que sufrirían los invasores, un precio impagable. 
  
  Sin contar la previsible reacción de las masas árabes e islámicas, 
  cuyo repudio al imperialismo estadunidense alcanza sus cotas más altas 
  hoy dada la histórica responsabilidad de aquél en el martirio 
  palestino, enfatizada por la complicidad de Bush con las acciones genocidas 
  de Ariel Sharon. Una agresión estadunidense a Irak puede desencadenar 
  una guerra de liberación que se desborde a otros países árabes 
  e islámicos y detone, como hizo la resistencia vietnamita, la rebelión 
  de los estadunidenses contra los nuevos nazis de Washington. 
  guca@laneta.apc.org