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27 de julio del 2002
Juez, jurado y caballería
Immanuel Wallerstein
  La Jornada 
  
  Utilicé como título el encabezado de un artículo 
  del prestigiado diario australiano The Sydney Morning Herald (5 de julio de 
  2002) que trata el tema de la rabiosa oposición del gobierno estadunidense 
  a la Corte Penal Internacional (CPI). Recientemente el mundo ha seguido de cerca 
  una serie de acontecimientos extraordinarios. La CPI fue establecida por un 
  tratado internacional que Estados Unidos firmó durante la presidencia 
  de Clinton. Este no sometió el tratado a ratificación, en parte 
  por el descontento del ejército estadunidense y en parte porque no había 
  posibilidad alguna de que el Senado lo ratificara. Sin embargo, lo firmó 
  para dar a Estados Unidos el poder de proponer enmiendas en el futuro. 
  Cuando George W. Bush llegó al poder, Estados Unidos fue más lejos. 
  Bush "desfirmó" el tratado, por decirlo de algún modo. Esto no 
  era legal, pero se hizo de todas formas y en la práctica fue un acto 
  meramente retórico. El tratado iba a entrar en vigor cuando 60 naciones 
  lo ratificaran. Estados Unidos pensó que eso iba a tomar no menos de 
  10 años, pero sucedió en sólo dos y la CPI se estableció 
  formalmente el pasado primero de julio. 
  Tal como está estipulado el tratado se aplica a todos los países, 
  sean o no signatarios. Bajo circunstancias específicas y varias salvedades 
  prevé la posibilidad de que las personas que violen el derecho de guerra 
  sean procesadas ante un tribunal con sede en La Haya, Holanda. 
  El gobierno estadunidense se desató. El primer momento concreto fue el 
  tema de la renovación, el primero de julio, del mandato de Naciones Unidas 
  para mantener tropas en Bosnia. Estados Unidos vetó la renovación, 
  ya que el Consejo de Seguridad se negó a exonerar al personal militar 
  y gubernamental estadunidense de las previsiones del tratado. Estados Unidos 
  también amenazó con vetar todas las demás misiones internacionales 
  de mantenimiento de la paz. Estas incluyen, por ejemplo, las fuerzas estacionadas 
  en la frontera entre Israel y Líbano, que han permitido hasta ahora mantener 
  al Hezbollah lejos de la frontera israelí, y que hasta ahora han sido 
  el desideratum del gobierno de Ariel Sharon. Además, el Congreso estadunidense 
  acaba de pasar una resolución que prevé el cese de la ayuda militar 
  a cualquier país que ratifique el tratado. 
  ¿Con quién está peleando Estados Unidos? Los países del 
  famoso eje del mal no son signatarios. China no ha firmado. Los principales 
  signatarios que defienden la existencia de la CPI son todos sus aliados en la 
  OTAN. Fueron Gran Bretaña y Francia quienes encabezaron en el Consejo 
  de Seguridad la oposición contra el esfuerzo estadunidense de obtener 
  una exención especial. Se ha llegado a decir que, en caso de que se lleve 
  a un estadunidense a juicio ante la Corte, Estados Unidos enviará una 
  misión para rescatarlo. O sea, bien podríamos encontrarnos ante 
  marines desembarcando en Holanda con la intención de "rescatar" a un 
  compatriota acusado de haber cometido crímenes de guerra. 
  Semejante escenario se asemeja a Alicia en el país de la maravillas. 
  ¿Qué puede explicarnos la histeria de Estados Unidos? Tiene sentido si 
  uno comparte la lógica de los halcones. El hecho es que la creación 
  de la CPI representa un paso más en el fortalecimiento del derecho internacional 
  y un límite a la soberanía de los estados. Está pensada 
  para ello. Por supuesto, como Europa occidental sostiene, el tratado está 
  diseñado para considerar violaciones mayúsculas de las normas 
  internacionales, el tipo de crímenes por los cuales se procesa a Milosevic 
  ante un tribunal especial. Esencialmente, la Corte es un tribunal permanente 
  del mismo tipo. Es cierto también que el tratado establece que si un 
  individuo es acusado por crímenes similares, la jurisdicción se 
  establece primero con las cortes nacionales de su país, y un caso puede 
  llevarse ante la CPI solamente si las cortes nacionales no lo consideran. Por 
  tanto, actualmente resulta poco probable que un ciudadano estadunidense sea 
  llevado ante la CPI. 
  Pero Estados Unidos afirma dos cosas. Los tiempos pueden cambiar. Y existe gran 
  número de personas en el resto del mundo que le guardan suficiente rencor 
  con acusaciones múltiples, una o muchas de las cuales pueden eventualmente 
  derivar en un caso contra ese país. Esto es cierto. El punto es si Estados 
  Unidos quiere basarse en la "ley" para resolver dichos asuntos o insistir en 
  ser "juez, jurado y caballería" en un mundo sin ley. 
  La actitud actual del gobierno estadunidense tiene una larga historia detrás. 
  Una porción significativa de la población y del liderazgo político 
  siempre ha visto con ojos cínicos y hostiles al derecho y a las instituciones 
  internacionales. Esta parte de la opinión combina la preferencia por 
  el aislacionismo con la del militarismo. Antes de 1941 este punto de vista tuvo 
  mucha fuerza en el seno del Partido Republicano (los demócratas que eran 
  "aislacionistas" tendían a ser relativamente pacifistas). Claro que también 
  existían "internacionalistas" entre los republicanos, asociados a Wall 
  Street, los grandes negocios y a la Costa Este, pero siempre fueron una minoría. 
  La Segunda Guerra Mundial hizo del aislacionismo una postura impopular, políticamente 
  insostenible. La famosa conversión del senador Arthur Vandenberg a la 
  nueva estructura de Naciones Unidas constituyó la base política 
  sobre la cual la llamada política exterior "bipartidaria" de Estados 
  Unidos se construyó a partir de 1945. Por supuesto, el hecho de que había 
  una guerra fría para justificar el "internacionalismo" contribuyó 
  considerablemente a ello. El fin de ésta marcó el fin del compromiso 
  de la derecha estadunidense con el "internacionalismo". Pero hoy ha regresado 
  públicamente a la postura anterior a 1941, que conjuga aislacionismo 
  y militarismo. En la práctica esto hace a la OTAN tan enemiga de Estados 
  Unidos como lo es el eje del mal, a menos que la alianza transatlántica 
  se someta a los deseos de Washington. Es lo que sugiere la discusión 
  de un envío hipotético de marines a invadir Holanda. 
  La posición de Estados Unidos da al traste con todo lo que la Unión 
  Europea (y Canadá) están tratando de hacer para edificar un "orden 
  mundial" en el que la CPI desempeña un papel importante como institución 
  para avanzar en el respeto de los "derechos humanos". Los halcones estadunidenses 
  no tienen interés alguno en ese orden, pero sí en fortalecer el 
  poder militar unilateral de su país e imponerlo a todos, incluidos los 
  aliados de la OTAN. La idea de que un soldado estadunidense pueda ser llamado 
  a rendir cuentas por haber violado el derecho internacional y las normas del 
  derecho natural es absolutamente un anatema para los halcones. Esto porque, 
  como ellos mismos afirman, después del proceso contra el sargento X, 
  seguirá la acusación contra Henry Kissinger y, ¿por qué 
  no?, contra el mismo George W. Bush. 
  Por un compromiso de última hora el tema se pospuso para volver a ser 
  discutido en un año. Pero esto cambia poco las cosas y nos encontraremos 
  entonces ante una de dos situaciones: o Gran Bretaña, Francia y los demás 
  doblarán las manos, la Corte será desmantelada y la voluntad de 
  Estados Unidos prevalecerá como "juez, juzgado y caballería"; 
  o bien, no doblarán las manos y será la OTAN la que desaparezca. 
  No se trata de una pelea cualquiera. 
  Traducción: Marta Tawil